jueves, 28 de marzo de 2013

Dosis de Dido

Alguna vez he comentado el nombre de algunos artistas que me han acompañado en diversas etapas de mi vida, de cantantes y grupos que he escuchado varias veces, especialmente durante un momento dado. Pues en ese grupo podemos meter a Dido Florian Cloud de Bounevialle O'Malley Armstrong, nacida el 25 de diciembre de 1971 en Londres y más conocida como Dido, que estos días es noticia por haber sacado a la luz "Girl who got away", su cuarto álbum.



Dido saltó a la fama con su álbum debut, "No Angel" (1999), que vendió más de 14 millones de copias y le valió varios premios, convirtiéndose este álbum en el más vendido del 2001. Su siguiente trabajo, "Life for rent" (2003), continuó su éxito, llegando a vender más de 10 millones de copias y recibiendo más galardones. Su tercer álbum de estudio, "Safe trip home" (2008), logró 9 discos de oro y alcanzó alrededor de 1 millón de copias vendidas en todo el mundo y convirtió a Dido en la cantante británica más vendida en Estados Unidos. En total Dido ha vendido más de 30 millones de discos y singles alrededor del mundo y fue nominada al Óscar por su canción "If I rise" para la película "127 horas".




Yo le tengo un gran cariño a los dos primeros discos de Dido, que he escuchado en innumerables ocasiones durante mis viajes por aquí y allá, es una música que me ha acompañado mientras he visto deslizarse por la ventana paisajes de todo tipo, mientras he pensado en mis cosas, sugiriéndome un montón de ideas y sensaciones o simplemente mientras me iba quedando dormido poco a poco, como recibiendo una especie de nana por su parte. A ella la descubrí en mi adolescencia, cuando se uso el estribillo de su canción "Thank you" para el tema "Stan" de Eminem. Me gustó aquella voz aunque sin saber a quien pertenecía.



No mucho después vi la película "Dos vidas en un instante", protagonizada por otra de mis musas, Gwyneth Paltrow y vi que esa canción aparecía en los créditos finales. Apunté a esa Dido que me había llamado la atención y busqué su disco en una tienda en la que por entonces alquilaban discos a modo de videoclub, discos que yo grababa para conservarlos en casette (aún no usaba discman cuando todo el mundo lo tenía, siempre he ido a remolque en las nuevas tecnologías) y el enamoramiento fue instantáneo. Desde el primer momento en el que escuché la primera canción ahí noté que había algo que me hablaba directamente, algo que se metía muy dentro de mí y revolvía cosas, como toda obra artística que se precie.



Y así pasaron unos años en los que las canciones de Dido ocuparon un lugar preeminente en mi lista de música a escuchar cada vez que tenía oportunidad, con unas melodías a las que siempre acababa volviendo y que siempre conseguían hacerme sentir muchas cosas que aún no era capaz de expresar y entender por mí mismo.









 
Hay muchos furores juveniles que acaban apagándose o apaciguándose con el tiempo y creo que la música de Dido puede enmarcarse en ese segundo grupo. Ya no recurro a ella tan habitualmente como lo hacía 8 ó 10 años atrás, pero hay días en los que el cuerpo me pide una dosis de Dido. Y ahora que ha sacado nuevo disco escucho sus nuevas canciones y recuerdo algunas antiguas sigo sintiendo esas mismas sensaciones, me siento otra vez en todos esos medios de transporte, haciendo kilómetros en espera de algo mejor, viendo pasar el paisaje mientras pienso en cosas de la vida, de mí mismo y la gente que me rodea, de lo que he vivido y de lo que me espera. Con ese aire de melancolía que siempre dejan las canciones de esta artista llamada como la primera reina de Cartago, que glosó Virgilio en su "Eneida".


lunes, 25 de marzo de 2013

"Amor y letras" y "Oz, un mundo de fantasía", regreso a la ingenuidad

Hoy hablaré de dos películas que he visto este fin de semana y que he retrasado un poco debido a lo poblado de la cartelera actual. En esta ocasión me referiré a "Amor y letras" y "Oz, un mundo de fantasía".



"Amor y letras" cuenta la historia de Jesse (Josh Radnor), un treintañero que vuelve a la universidad en la que estudió años atrás para asistir al homenaje de un antiguo profesor que se retira (Richard Jenkins) y que no tardará en sentirse imbuido del ambiente que le rodea. Entre medias se enamorará de Zibby (Elizabeth Olsen), una joven estudiante de 19 años con la que tiene muchos puntos en común pese a la diferencia de edad entre ellos.



A Josh Radnor muchos le conocerán por su papel de Ted Mosby en la serie "Cómo conocí a vuestra madre", una serie a la que fui adicto y que acabé abandonando tras el bajón que fueron dando sus tramas en la cuarta y quinta temporadas, con muchos capítulos de relleno y gracietas forzadas y estiradas, lejos de esa mezcla de comedia y drama que me entusiasmó en su primera temporada. De todos los personajes el que peor me cayó al principio era el propio Ted Mosby y poco a poco fue el que más me acabó simpatizando, después de que Robin Scherbatsky fuera desdibujándose con el paso de las temporadas y el resto no pasaran del arquetipo en el que se habían metido. Simpaticé con su rol de incansable buscador del amor pese a las decepciones y su naturaleza cómico-patética, tan humana en ocasiones. Pues bien, de esos ingredientes está hecho su personaje en "Amor y letras", su segunda película como director tras "Happythankyoumoreplease", rodadas en los descansos de la serie.
 
 
 
Radnor da vida a un treintañero que no acaba de estar satisfecho con su vida y que está desorientado tras romper con su novia. Tendrá la oportunidad de regresar al campus en el que se formó y recuperará parte de ese entusiasmo idealista por aprender que tuvo 15 años atrás. No tardará en darse de bruces con la encantadora Zibby, una chica que pese a su juventud parece tener las ideas más claras que él y que es capaz de aguantar sin despeinarse un debate sobre literatura e incluso es capaz de enseñarle puntos de vista nuevos (magnífico el momento en el que hablan del fenómeno "Crepúsculo" sin citar nombres, hablando de novelas de vampiros para jóvenes y de cómo él las detesta y ella las defiende como divertimento).
 
 
 
Los dos empezarán a cartearse, dejando de lado las nuevas tecnologías y se descubrirán las emociones que contiene la música clásica, de cómo esas composiciones de hace siglos que pueden parecer aburridas y cansinas ya reúnen toda la gama de sentimientos humanos que podemos encontrar en la música de hoy. Todo ello en una relación platónica en la que se confundirán como mentor-discípula y como objeto de amor. Al mismo tiempo, el personaje de Radnor descubrirá el sentimiento del paso del tiempo y la fugacidad de la vida de la mano de su viejo profesor y de otra antigua profesora amargada por sus fracasos vitales (Allison Janney).
 
 
 
"Amor y letras" es una película simpática y ratos emotiva con la que me he identificado en muchas cosas y al igual que su protagonista me he enamorado de esa Zibby a la que da vida una encantadora Elizabeth Olsen, que muestra la adorabilidad que en su día mostraron sus hermanas mayores Mary-Kate y Ashley cuando fueron la cándida Michelle de "Padres forzosos". A Elizabeth se la ve con maneras para despuntar si la elección de papeles y la suerte acompañan. Tanto ella como el resto del reparto están muy ajustados en sus papeles (incluso el insulso Zac Efron no desentona en un breve rol de hippy colocado) y Radnor demuestra su buen gusto dirigiendo historias de gente corriente, poniendo en valor la educación y la cultura para disfrutar un poco más de la vida.



En un registro familiar (no en vano viene avalada por Disney) se inscribe "Oz, un mundo de fantasía", precuela de "El mago de Oz", la mítica película que dirigió Victor Fleming en 1939. En esta ocasión se narra la peripecia de Oscar Diggs (James Franco), un mago de circo de dudosa reputación, tiene que abandonar la polvorienta Kansas y trasladarse al brillante País de Oz. Está convencido de que a partir de ahora la fama y la fortuna le sonreirán. Pero, cuando las brujas Theodora (Mila Kunis), Evanora (Rachel Weisz) y Glinda (Michelle Williams) empiezan a dudar de su categoria como mago, empezará a tener problemas. Si quiere triunfar, tendrá que averiguar cuanto antes quiénes son los buenos y quiénes los malos.
 
 
 
"Oz, un mundo de fantasía" es el regreso al cine de grandes estudios de Sam Raimi tras el batacazo de "Spiderman 3", que provocó que se reiniciara la saga sin él a los mandos y para desengrarse hizo "Arrástrame al infierno", una especie de vuelta a sus orígenes en el cine de terror en los 80, con "Posesión infernal" a la cabeza. Esta vez lo hace con una cinta colorista para todos los públicos, aunque sin caer en infantilismos cutres, un poco como hiciera Tim Burton en "Alicia en el país de las maravillas" (no en vano el compositor de la banda sonora es el inconfundible Danny Elfman).
 
 
 
En esta versión vemos Ciudad Esmeralda y el Camino de Baldosas Amarillas, aunque no se canta "Somewhere over the rainbow" ni hay espantapájaros ni hombre de hojalata, aunque sí tenemos brujas. James Franco es el mago de Oz, mujeriego y egoísta, que hará su viaje acompañado por un mono volador y una muñeca de porcelana parlanchina, que al final se dará cuenta de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. El propio Franco se defiende bien en un papel en que lo fácil era llegar a lo paródico y lo mismo puede decirse de Rachel Weisz y Michelle Williams (que apenas sufre en la película, lo cual es mucho viendo su filmografía más reciente), no así de una Mila Kunis algo despistada en su papel de bruja a medio camino entre la bondad y la maldad.
 
 
 
La película está lejos de ser una maravilla, pero es de esas que cumplen su objetivo de entretener y que pueden gustar a los pequeños sin agotar a los más mayores. Una narración ágil, unos efectos especiales bien engarzados y unos actores adecuados resultan ser la clave.
 
 
 
Dos películas que suponen un cierto regreso a la ingenuidad para el espectador adulto, la ingenuidad de esos años universitarios en los que todo se absorbía como una esponja y la vida adulta parecía empezar y la ingenuidad de los años infantiles, con peripecias "made in Disney" que distraían y hacían soñar con otros mundos aún por descubrir.

jueves, 21 de marzo de 2013

Celebrities

Pues ya hemos empezado la primavera, la estación de las flores, la que la sangre altera, la que trae las alergias y demás historias. Otro de los tópicos que no podían faltar es la llegada del anuncio de "El Corte Inglés", que hasta que la superficie comercial no dice que es primavera ésta no llega del todo.



Ayer vi uno de los cartelones anunciadores, en el que este año están las actrices Goya Toledo, Aitana Sánchez-Gijón y Blanca Suárez (siento debilidad por estas dos últimas, bellísimas) y al verlo no me dio por pensar en primavera, sino en la exposición pública a la que se ven sometidas las personalidades más conocidas. No sé como me sentiría si viera por la calle mi efigie inmortalizada en carteles, imagino que al principio me hincharía como un pavo, con la vanidad satisfecha, pero no tardaría en sentirme expuesto y observado.

En nuestra sociedad existe una gran admiración por la gente famosa, que hace que los veamos como seres superiores, como si estuvieran un poco por encima del bien y del mal. Es una extraña fascinación que nos alcanza a todos, que si vemos de cerca a uno de esos famosos nos sentimos cohibidos y avergonzados, sin pararnos a pensar que al fin y al cabo son personas como nosotros, con sus virtudes y sus defectos.

Yo tuve la oportunidad de entrevistar un día a Blanca Suárez dentro de un cine, en la presentación de una de sus películas y al principio estaba nervioso, con miedo de no estar a la altura y de parecer un admirador idiota y a los pocos minutos me di cuenta de que estaba ante una chica de veintipocos años, como tantas otras que he conocido, que no me iba a tragar ni nada por el estilo. Muy guapa y muy cercana en las distancias cortas y con la que estuve hablando durante un rato más después de la entrevista y ella comentaba cómo sobrellevaba con algo de cansancio las largas jornadas de promoción, con una entrevista detrás de otra. La fama del otro es algo que al principio siempre impresiona y bloquea mucho aunque te repitas que estás delante de una persona como tú. Porque idolatramos a los famosos, aunque sea inconscientemente y les atribuimos muchos de nuestros anhelos y deseos.



Claro que también la historia está llena de ídolos caídos y hay mucha gente que pone a caldo a toda esta gente por sistema, por envidiar su éxito o por afán de hacer sangre. Internet está lleno de foros en los que se habla sobre toda esta gente famosa y se vierten opiniones de todo tipo, desde los que darían su vida por su persona favorita a los que desean que esa persona sea borrada del mapa. Seguramente ninguno de los que opinan conocerá a la persona famosa a la que aman u odian, pero ello no es un obstáculo para decir de todo.

Y es que uno de los aspectos de ser una "celebrity" es el sometimiento al juicio público, construido a veces por retazos incompletos o filias y fobias poco justificadas. Los famosos generan tantos cariños como odios (depende de los casos los cariños superan a los odios o viceversa) y su vida está expuesta al escrutinio público, a que los demás vean a donde van de vacaciones, con quien se relacionan y sus aciertos y errores vitales. A ser retratados a todas horas y a buscar la ocultación para tratar de evitarlo. El precio de la fama según dicen.



Por eso siempre digo que no querría ser famoso, aunque a veces pueda desearlo. Ese es un sueño que supongo que tenemos todos alguna vez, ser famoso y que todos nos digan lo buenos que somos y que nos quieran mucho. Pero luego me pongo a pensar en la pérdida de la privacidad, en ser señalado y que me mire todo el mundo allá donde voy, a ser fotografiado en cualquier situación para que lo vean todos o a que haya gente que me ponga a parir sin conocerme y ya me gusta mucho menos. Me parece que es una presión que no aguantaría.

Con todo ello, creo que me quedo con mi actual anonimato, siendo conocido por un número determinado de personas y pudiendo ir por la calle con la tranquilidad de no sentirme observado.

martes, 19 de marzo de 2013

"Anna Karenina" y "Spring Breakers". Mujeres buscando un destino

Este fin de semana he visto dos películas bastante diferentes en apariencia como son "Anna Karenina" y "Spring Breakers", pero que tienen algunos puntos en común, ya que tratan de mujeres que quieren dar un cambio a sus vidas al sentirse insatisfechas y en ambas películas la forma en la que están rodadas prevalece sobre el fondo, sobre lo que cuentan.




La historia de "Anna Karenina" tiene lugar en el siglo XIX y explora las relaciones entre los miembros de la alta sociedad rusa, como es el caso de Anna Karenina (Keira Knightley), una mujer de la alta sociedad que se enamora del joven y apuesto oficial Vronski (Aaron Taylor-Johnson), abandona a su esposo (Jude Law) y a su hijo para seguir a su amante.



El director Joe Wright colabora nuevamente con la actriz Keira Knightley por tercera vez en cine tras "Orgullo y prejuicio" y "Expiación" y alguna que otra campaña publicitaria. En esta ocasión Keira hace su enésimo papel en una producción de época para ser la protagonista de la adaptación de la novela de León Tolstói. Wright ha querido darle un aire nuevo a esta versión y ha cambiado los habituales palacetes o decorados con apariencia real de la época para ilustrar su historia como si fuera una obra de teatro.



Desde el principio los personajes van desfilando ante nosotros mientras el decorado y los figurantes cambian a su paso, sugiriendo el paso de un lugar a otro, en una coreografía casi musical, que parece que los actores se van a arrancar a cantar de un momento a otro. Esto es algo que llama la atención y al mismo tiempo distrae de lo que se está contando, ya que cuesta entrar en la trama cuando queda tan evidente el trucaje y la carpintería de la película. La direccción de Wright es preciosista y barroca, que a ratos recuerda al Baz Luhrmann de "Moulin Rouge", aunque el principal problema es que la forma acaba ahogando al fondo y al final las cuitas de los personajes acaban por no llegar al espectador de la manera en que debieran.



De todos los personajes me quedo con el señor Karenin que interpreta con sobriedad y acierto Jude Law, ese sufrido marido de Anna que padece en silencio la vergüenza y la pena por la infidelidad de su esposa, sin atreverse a condenarla por el amor que le profesa. Su rol es el único que produce emociones sinceras, ya que la voluntariosa interpretación de Keira Knightley no termina de levantar a una Karenina algo deslavazada. Así pues, nos encontramos ante una cinta que no molesta pero que tampoco emociona y que se puede apreciar más como ejercicio de estilo por parte de Joe Wright (que ya con su anterior "Hanna" parecía querer tomar ese camino) que por ser un drama evocador. De hecho dan más ganas de leer el libro de Tolstói tras ver la película, porque percibes una historia interesante que te deja con ganas de más.




Y del San Petersburgo ruso decimonónico pasamos al St. Petersbourg estadounidense actual, ubicado en la costa de Florida y donde tiene lugar la acción de "Spring Breakers", la película que viene precedida por la curiosidad de ver las estrellas Disney Selena Gomez y Vanessa Hudgens metidas en un filme sobre jovencitas descarriadas.



"Spring Breakers" cuenta la historia de cuatro jóvenes estudiantes (Selena Gomez, Vanessa Hudgens, Ashley Benson y Rachel Korine) con ganas de mucha juerga que acaban en la cárcel tras ser sorprendidas en una casa llena de drogas durante sus locas vacaciones universitarias. Pronto salen bajo fianza gracias a un joven traficante de armas y de drogas (James Franco) que ve en las chicas a unas potenciales delincuentes que usar para sus intereses.



La película es lo nuevo de Harmony Korine, un director y guionista curtido en la esfera independiente, de los que siempre ha cultivado un estilo muy particular, con películas poco aptas para el gran público como "Gummo" y "Trash humpers". En esta ocasión firma su cinta más comercial y se sirve del cambio de estilo de las famosas Gomez y Hudgens para lograr publicidad gratuita a una cinta que no se sabe muy bien si es una glorificación o una parodia del hedonismo y el nihilismo de la diversión extrema, usando como pretexto las "spring break", esa especie de vacaciones de Semana Santa que tienen los estudiantes yanquis, en las que aprovechan por lo visto para dar rienda suelta a sus desenfrenos. No es casualidad que Korine fuera guionista de "Kids", una película que dio bastante que hablar a mediados de los 90 por su retrato de unos jóvenes que solo pensaban en divertirse y que ocultaba bastante moralina sobre una juventud sin rumbo.



En "Spring Breakers" tenemos a cuatro chicas que están cansadas de su rutina diaria y que desean dar un giro a su vida y para ello deciden vivir unas vacaciones lo más locas que puedan imaginar, con alcohol, drogas y sexo como vía de escape. Entre medias conocerán un estrafalario delincuente que hará replantearse a alguna de ellas lo que están haciendo, caso del personaje de Selena Gomez, que es aquí la más modosita del grupo. Nada nuevo respecto a otras cintas de adolescentes que usan la fiesta y la diversión como vía de escape a sus frustraciones antes de darse cuenta de la verdad de ese proverbio latino que decía "post festum, pestum".



Para introducirnos en ese ambiente, Korine tira de múltiples cámaras lentas, imágenes de fiestas y atardeceres, música atronadora seudohiphopera y muchas voces evocadoras en off, un poco como si fuera un Terrence Malick para canis y chonis. Todo ello provoca que la forma acabe ahogando al fondo, que parezca que estamos viendo algún reality casposo con protagonistas escasos de neuronas y que todo lo que hacen nos acabe importando bastante poco.



De las interpretaciones creo que solamente James Franco construye un personaje a través del arquetipo que se le da, el resto de actrices se limitan a pasar por la pantalla tal y como empezaron la película, sin que apenas sepamos nada de sus motivaciones (salvo en el caso del personaje de Selena Gomez), quizá más por culpa de un pobre guión que por su actuación.



Así pues, esta viene a ser una película que sin ser un horror creo que no gustará mucho en muchos sectores, a los adolescentes porque se les hará pesada y a los más mayores por cansina y repetitiva. Si acaso se convertirá en cinta de culto para aquellos que gusten de darse una coartada seudocultural para ver chicas guapas en bikini haciendo gamberradas y los que quieran a las protagonistas de "Los magos de Waverly Place" y "High School Musical" lejos de lo que hacían en Disney Channel. Aunque en el fondo las chicas de "Spring Breakers" son unas chiquillas que quieren hacer cosas de adultos y en sus ratos libres ven dibujos animados y cantan canciones de Britney Spears.



Dos historias de mujeres que se pasan al lado prohibido para salir de su rutina, una infidelidad en la Rusia decimonónica y alcohol, sexo, drogas y crimen en los Estados Unidos de hoy día. Dos películas interesantes aunque muy desiguales, especialmente la de las muchachas.

jueves, 14 de marzo de 2013

Insinuar y mostrar

Hablaba el otro día sobre la belleza que siempre me sugieren las actrices Elena Anaya y María Valverde a raíz de un reportaje en "El País Semanal". Pues bien, hace pocos días le dedicaron un espacio a otra actriz que siempre me ha atraído, aunque debo confesar que más a nivel físico que interpretativo. Hablo de Natalia Verbeke, que tenía rienda suelta para posar de forma sugerente.








Así como Elena Anaya y María Valverde me sugieren más belleza espiritual, más amor platónico y deseos de besos y caricias, Natalia Verbeke me inspira más sensación de carnalidad, de deleite físico.




Pero no es de Natalia Verbeke de quien hablaré hoy, aunque les dejo el enlace de la entrevista por si quieren leerla, que está bastante interesante, por cierto.


Ver sus fotos me ha hecho pensar en lo que nos produce la visión de más o menos piel en los cuerpos que nos resultan atractivos, en lo que es sugerente o erótico.

Por regla general a nadie le desagrada un dulce y las fotos de desnudos siempre se llevan la palma en el interés de la gente, especialmente en los cuerpos atractivos, aunque el desnudo fascina tanto que incluso los cuerpos más imperfectos atraen la atención, aunque solo sea por curiosidad o morbo malsano. Así, podríamos decir que no hay nada más erótico que un desnudo, un cuerpo mostrando todas sus virtudes y atractivos y así lo entendieron en el arte clásico y en el Renacimiento, cuando se volvió a los modelos de griegos y romanos.


Pero sin embargo, todo lo bueno acaba cansando y siempre he pensado que en un mundo en el que todo el mundo fuera desnudo, lo atractivo sería alguien con ropa, porque sería lo contrario y por ello suscitaría interés, como los desnudos lo hacen en un mundo en el que se usan ropajes. De este modo, hay muchas personas que se inclinan más a la insinuación que a lo explícito, mostrándose más interesadas en aquellos cuerpos que dejan ver parte de su encanto o muestran su desnudez de forma velada.






Ahí el encanto estaría en lo que no se ve y se intuye, en la curiosidad por saber que hay debajo de ese velo. El erostismo vendría motivado por la imaginación de ese atractivo físico que se percibe pero no se ve claramente. Por este tipo de cosas suele decirse que la parte más erógena de nuestro cuerpo es nuestro cerebro, porque también nos gusta esa ocultación que estimula la imaginación.



Y eso en cuanto a la imagen, porque la palabra es también otro método para estimular esa imaginación y hay cosas que sin mostrarse en absoluto, solo con ser contadas y explicadas pueden ser mucho más eróticas que una simple imagen. En ese caso, creo que aquello de que una imagen vale más que mil palabras no sería del todo cierto. Porque esas palabras estimulan el cerebro y hacen surgir imágenes y sensaciones que producen el efecto en quien las lee. Por eso las lecturas erótico-festivas siempre han tenido seguidores, hoy muy en boga por ciertas novelas que todo el mundo conoce, pero que es un nicho que siempre ha estado ahí. Y sé de mucha gente a la que estimulan más las palabras que las imágenes explícitas, que prefiere un relato cargado de metáforas sensuales a una foto de desnudez, porque les ofrece una mayor inspiración.



Ahora podríamos entrar en el debate de qué motiva más a hombres y mujeres y de los tópicos que hay sobre el tema: que si a los hombres les tira la imagen del desnudo por su naturaleza más primaria y a las mujeres les gusta el desnudo velado y el relato, porque gustan de las creaciones más complejas. Y en muchos casos sucede así, pero de todo hay en la viña del Señor y también conozco a mujeres primarias y hombres complejos.

Al final, como decía aquel, el erotismo es cosa de cada uno, porque lo que le vale a uno a otro le puede resultar insulso y hay preferencias que a unos les interesan vivamente y a otros les repelen.

martes, 12 de marzo de 2013

Lágrimas




Hoy he estado pensando sobre el tema de las lágrimas, esa reacción química que sirve para lubricar y limpiar el ojo de impurezas y que tantas veces manifiesta estados de tristeza.

Yo fui educado en la convicción de que los hombres no lloran, que eso era cosa de niñas. Que si te daban una torta otros niños no llorabas, tratabas de devolverla como un hombre y si te la daba un adulto te aguantabas, pero nada de lloriqueos. Esa fue una idea que se fue fraguando en mí, pues al fin y al cabo es lo que hacían los demás niños y al que lloraba le llamaban nenaza y cosas por el estilo.

Como les he dicho en otras ocasiones, ha sido con el paso de los años cuando he ido desarrollando mi parte emocional, he aprendido a amar, a tocar a otra gente, a expresar mis sentimientos. A darme cuenta de que no hay nada malo en que los hombres expresemos nuestros sentimientos, que de hecho muchas veces es positivo para evitar tantas represiones que nos crean traumas de lo más variado. Sin embargo, hay algo que todavía practico bastante poco o casi nada, como es el asunto de llorar.

Lo de llorar lo he identificado siempre como algo grave y extremo, para mí ver a alguien llorar es ver a alguien que está sufriendo mucho, que es presa de un gran dolor y me impresiona bastante. Con la experiencia me he dado cuenta de que hay mucha gente que llora como algo catártico, terapéutico, que están sufriendo por algo (no tanto como yo pienso) y que lo alivian con el llanto. Mucha gente ve películas tristes o escucha canciones melancólicas para llorar, porque desean echar unas lagrimillas y así soltar el lastre. Para ellos el llanto es algo más natural, no tan extremo como a mí me parece y en cierto modo me parece admirable.

De todos modos, si veo llorar a un hombre la reacción instintiva que me viene es que se equivoca al hacer eso, que debería apretar los puños y tragarse la pena. El tiempo me ha demostrado que eso es un error, pero sigo siendo un hombre parco en lágrimas, de hecho no recuerdo la última vez que lloré de forma ostensible.

Desde entonces no han faltado ocasiones merecedoras de llanto, pero a lo más que he llegado ha sido a tener los ojos humedecidos o a que se escapara alguna lágrima furtiva. En los momentos de bajón sigo tragándome la pena en lugar de probar los efectos catárticos de una buena llorera. De cualquier modo, cada vez que veo a alguien llorar me inspira una ternura tremenda y me deshago por dentro. Así como instintivamente me resisto a llorar, también el instinto me lleva a tratar de ofrecer todo el cariño posible para consolar a la persona que llora.

De todo ello podemos deducir que unas lágrimas de vez en cuando pueden venir hasta bien. Y aún mejor si enseguida volvemos a sonreír, esa reacción que da tanta hermosura a los rostros.

miércoles, 6 de marzo de 2013

María Valverde, Elena Anaya y la belleza

El pasado domingo "El País Semanal" lanzó su edición con cuatro portadas diferentes, en las que posaban diferentes modelos y actrices. En dos de esas portadas podíamos encontrar a María Valverde y Elena Anaya, dos de mis actrices españolas favoritas y a las que sigo desde hace años. 
 
A María Valverde tuve la oportunidad de entrevistarla hace poco más de cuatro años y me dejó totalmente hechizado por toda la belleza y el encanto que transmitía. Ese día estaba un poco constipada y con fiebre según me comentó antes de empezar la entrevista y aún así estuvo encantadora, respondiendo con desenvoltura a todo lo que le respondía mientras yo trataba de no quedarme con la boca abierta y que se me cayera la baba. Por aquel entonces cuando hablaba con la mayoría de gente que había entrevistado a María Valverde, con suerte la ubicaban algunos por su papel en "La flaqueza del bolchevique", pero muchos no tenían ni idea de quién era. Ahora que ha participado en "A tres metros sobre el cielo", esa gente ya le pone cara cuando mencionas su nombre. Porque tengo comprobado por lo que observo en el gran público que si eres un intérprete español, si no sales en la tele o en películas supertaquilleras, no te conoce ni el tato.



Podría hablar mucho más de María Valverde, pero voy a dejar el extracto que dedica a ella el reportaje, que define bastante bien muchas de las cosas que me hace sentir:

"La boca, los pómulos, la nariz, la frente. Bajo los focos, la cara de María Valverde restalla con la luz, la tersura y la plenitud de los 25 años. El tiempo ha añadido elegancia a la insolencia del rostro que volviera loco al personaje que interpretaba Luis Tosar en La flaqueza del bolchevique, la película que lanzó a la fama a los 16 años a esta actriz que, desde entonces, se ha convertido, además, en una de las mujeres más requeridas por las firmas de lujo como percha de sus creaciones en eventos y alfombras rojas. Esa clase natural, más que una belleza epatante, es su mejor activo, tanto para brillar en primera línea de su profesión como para poder pasar desapercibida cuando lo desea. “Siempre me he considerado una mujer que no llama la atención a primera vista, y tampoco lo pretendo. De hecho, cuando me encuentro más favorecida es cuando me voy a ir a la cama. Justo cuando me he desmaquillado y estoy cansada. Creo que la actitud que uno tenga, la verdad con la que uno quiere vivir, es lo que te hace estar guapa por dentro y por fuera”.



Otra de las protagonistas era Elena Anaya, una actriz que se puso en el mapa con su papel subido de tono en "Lucía y el sexo", pero que ya llevaba algunos años haciendo cine. Yo la había visto en películas como "Familia", "Las huellas borradas" o "El invierno de las anjanas", luciendo su característico pelo corto, que solo ha abandonado en ciertas ocasiones. La primera vez que a vi me quedé con su nombre y me hizo gracia cuando todo el mundo se preguntó de donde había salido esa chica tras ver "Lucía y el sexo", donde eclipsaba a la protagonista, la entonces más famosa Paz Vega (por su papel en "Siete vidas", la fama de la tele que comentaba). En aquella película tan vacía como pretenciosa, Anaya mostraba que tras ese fisico menudo se ocultaba todo un cuerpazo y que como actriz podía ser adorable e inquietar al personal.


En los últimos años, Anaya ha salido algunas veces en revistas del corazón por su relación con otra mujer y por lucir delgada de más en otras ocasiones. Mientras tanto, se ha hecho un nombre en el cine español y haciendo papeles como el de "La piel que habito", donde está estupenda. A ella no la he entrevistado, pero el pasado verano tuve la oportunidad de verla en persona en el metro. Yo volvía a casa y de repente se pone delante mío una chica a la que miro por encima mientras pienso en lo que se parece a Elena Anaya. Vuelvo a mirar y resulta que era ella, que me lanzó una mirada tímida y desconfiada, de quien se sabe reconocido cada vez que sale a la calle. Iba sin maquillar, con el pelo recogido en una coleta y vestía una camiseta y un pantalón vaquero, nada que llamara especialmente la atención, pero me produjo curiosidad lo menudita que es, la figura que tiene para lo poca cosa que parece y lo guapa que sigue siendo al natural.

Aquí también voy a añadir el párrafo del reportaje referido a ella, que me parece bastante interesante:

"El verano que cumplió 15 años, Elena Anaya (Palencia, 1975), experimentó la primera de la continua serie de evidencias que desde entonces le recuerdan diariamente que, aunque no es algo que ella “tenga presente” en su vida, su presencia resulta más que agradable a los demás. Puede que no sea una belleza epatante –es menuda, mínima, delicada, con un ojo de cada color- pero sí irresistible. “Estrené un vestidito y, al pasar por una obra, oí un ‘viva el verano’. Como no me di por aludida, ya se encargaron de gritarme algunas cositas más para que me diese cuenta de que sí, que era para mí el piropo. De todas formas, creo que resultarle atractivo a alguien es muy relativo. Para mí, la belleza reside en el alma de las personas, en todo lo único y maravilloso que tienen que ofrecer a los demás.

Anaya, una de las actrices más hermosas de su generación, está reproduciendo, quizá sin saberlo, la primera acepción de la palabra “belleza” recogida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual”. Hay que descender hasta la cuarta para encontrar la definición de “belleza ideal”: “Principalmente entre los estéticos platónicos, prototipo, modelo o ejemplar que sirve de norma al artista en sus creaciones”. 


Creo que la definición de belleza de la Real Academia Española es muy cierta, porque ese deleite espiritual es lo que sentí el rato que estuve con María Valverde y en el que vi a Elena Anaya. Y el mismo que siento cuando observo a mujeres bellas, a las que puedo estar mirando durante horas, como tratando de entender la fascinación, tratando de absorber eso tan especial que transmiten.

lunes, 4 de marzo de 2013

"Mad Men" y la soledad

"-¿Por qué todo se va a la mierda?
-¿Por qué lo dices?
-No lo sé. Todo lo que quieres hacer, todo lo que crees que te hará feliz. Se va a la mierda."
(Mad Men)


"Los conductistas ignorantes animaban entonces y ahora a los padres a condicionar a su bebé a que sus necesidades no iban a ser atendidas a demanda, fuesen estas de alimento o consuelo. Se asume que son los adultos los que deberían estar “a cargo” de la relación. Ciertamente esto podría fomentar en un niño la actitud de no pedir demasiada ayuda ni atención (replegándose en una depresión, entrando en éxtasis e incluso dejándose consumir), pero es más probable que fomente un niño quejumbroso, infeliz, agresivo y/o demandante, un niño que ha aprendido que se debe gritar para que atiendan sus necesidades. Es muy posible que durante toda su vida conserve una profunda sensación de inseguridad."



El otro día escuchaba una entrevista sobre los llantos nocturnos de los bebés y me sorprendió oír al entrevistado hablar sobre las dos posibilidades que existían. La de atender al recién nacido desde el primer instante y la visión conductista de dejar que llorase hasta que se cansase y viera que no iba a venir nadie a atenderle, que eso le iba a fortalecer de cara a las vicisitudes de la vida. Y esa visión conductista me ha hecho pensar mucho en si se trata de eso, si es eso lo que nos pasa tantas veces en la vida cuando a la gente dejan de interesarle nuestros problemas o los problemas ajenos dejan de interesarnos, de esa gente que se aleja de aquellos que se quejan más de las cosas. De que siempre se aplica la teoría conductista de que las penas hay que llevarlas en soledad y tienes que ser tú el que tienes que dejar de llorar, porque nadie va a venir.

Uso también una cita oída en uno de los capítulos de la quinta temporada  de la serie "Mad Men", que acabo de finalizar. Había oído decir que esta temporada bajaba el nivel de la serie por parte de aquellos que siguen las series al día a través de  Internet (hasta en medios de comunicación oficiales presumen de ello) y no he notado tal bajón. Para mí esta serie de publicistas en el Nueva York de los 60 sigue siendo una obra maestra y por lo observado a lo largo de todas sus temporadas y sobre todo en esta quinta (o quizá he sido más consciente de ello), es un tratado ejemplar sobre la soledad y sobre ese conductismo que comento.

Todos los personajes están solos aunque estén acompañados y todos están frustrados de alguna manera, por no tener algo que desean. Y sin embargo todos lucen impecables de cara al exterior, como si nada fuera mal en ellos. Son esos momentos en los que la cámara se detiene en ellos y se ve toda esa soledad, esa incapacidad de comunicarse, de ser realmente entendidos por nadie, esa visión de vacío, de un vacío que viene por diversos motivos (trabajo, amor, aspiraciones profesionales y personales) pero que es común en todos ellos y posiblemente en la vida general. Un vacío que lleva a uno de los personajes a pronunciar las palabras con las que encabezo esta entrada.

Y todos ellos saben que solo les queda el recurso de llorar en soledad, porque a nadie le importan sus penas, ya tienen sus propias preocupaciones y saben que solo ellos por si mismos podrán dejar de llorar y tratar de buscar un mañana mejor. Mientras tanto, se puede hacer como su protagonista, Don Draper, y terminar contemplando en soledad unas imágenes que proporcionan un cierto consuelo, en una secuencia magnífica, deudora del "Ocho y medio" de Fellini.








No diré quien es la chica de la pantalla para no aguar sorpresas, los que hayan visto hasta la quinta temporada ya la conocerán. Yo solamente puedo decir que estoy enamorado de ella, me encanta la chica y su personaje. Y no pensé que lo diría, pero a medida que pasan las temporadas voy identificándome en más cosas con el señor Draper y eso que al principio ni siquiera me caía bien, pero a medida que han ido explorando un poco más sus zonas desconocidas he ido entendiéndolo más.

Como ven, no es una serie precisamente alegre, más bien es de las que siempre dejan un poso melancólico. Pero a mí me fascina desde que la descubrí por su certera visión de la naturaleza humana, más allá de estar ambientada en otra época. Porque hay cosas que nunca cambian.