jueves, 30 de mayo de 2013

Adicción tecnológica, educación y contacto humano

"Tengo 22 años y creo que esto va a personalidades. Tengo whatsapp desde hace un año porqué es gratuito y para emergencias siempre va bien. Y ya no aguanto más. Mis compañeros y mis amigos son de esas personas que se pasan el dia enviando mensajes por cualquier tonteria o simplemente por aburrimiento (coño, si se aburren lo mejor es que salgamos a tomar algo). Ha llegado un punto en que no puedo estar estudiando o trabajando o en clase con el telefono sin silenciar. ¡Es horrible! el telefono no para de sonar i de vibrar. (la última vez tenia 216 mensajes). Mi solución: “olvidarme” el telefono en casa."

(Testimonio sacado de Internet)

 
 
El otro día leí una noticia sobre la influencia de las nuevas tecnologías en las relaciones humanas, sobre cómo marcan patrones en los comportamientos de todos. De la posibilidad que nos da de conocer a mucha gente y también de ocultar cosas que no queremos mostrar y de poner en valor lo mejor de nosotros mismos. De cómo es más fácil llegar a personas que están lejos de nosotros y cómo también es más fácil despegarse de ellas, tener un trato más superficial.
 
 
Mucha gente se extraña cuando les digo que no tengo Internet en el móvil ni que tampoco uso el whatsapp, esa especie de Messenger que pone en contacto a amigos y conocidos con un coste mínimo y un número ilimitado de mensajes. Siempre digo que a mí me agobiaría ese contacto continuo, que casi parece obligarte a poner algo para no parecer un asocial o escribir y que la otra parte no responda, dando lugar a elucubraciones y teorías casi siempre negativas. ¿Por qué no contesta? ¿Pasa de mí? y preguntas similares.
 
 
 
Se dice también que las redes sociales crean frustraciones al ver la vida de los otros y ver que hacen cosas más interesantes que nosotros. Todos conocemos a gente que documenta lo que come, lo que bebe, la gente con la que está y los lugares donde va. Y también pasa que ves a alguien en la playa (se ha puesto de moda poner los pies mirando al mar para ilustrarlo) mientras tú te asfixias en un cuartucho a 30 grados y sientes rabia, envidia y frustración. Ante eso, la otra parte puede decirte "pues no te quejes y hazlo tú también", muy entendible. Pero no puedo evitar pensar que siempre hay algo de careta, de pose en esa actitud. Así es frecuente que se dé el caso de que haya gente que se cree un personaje en las redes sociales, que considera más interesante de lo que él se ve en la vida cotidiana. Y del mismo modo, también se da el caso de gente interesante que en las redes sociales son versiones de saldo de ellos mismos, que les ves algunas reflexiones y parecen más simples de lo que realmente son, les falta esa capacidad de venderse mejor que tienen los adictos al "postureo". Sea como sea, las nuevas tecnologías no dejan de ser un reflejo del ser humano, que es el que las construye y les da esencia y basta con bucear un poco en la historia y la literatura para comprobar que siempre ha habido gente ostentosa y gente discreta.
 
 
 
A mí me da pena y rabia cuando veo a esa gente con su móvil, su tablet o la pantallita que tengan y que no levanta la vista de ahí, abducidos por ella, como en el "Fahrenheit 451" que escribiera Ray Bradbury. Y si todavía están solos puede ser comprensible como modo de distracción, pero es lamentable cuando estás con alguien que no deja de mirar su pantalla porque le están mandando whatsapps o le mencionan en Twitter o se le ha ocurrido algo y quiere escribirlo. Y te cortas por educación (la que a esa persona le falta), pero dan ganas de decir "¿con quién se supone que estás, conmigo que estoy delante tuyo o con tus miles de amigos virtuales que están por ahí viviendo sus vidas?". En ese caso, si muestras malestar por la actitud te puedes encontrar con alguien que te diga "pues no te quejes y hazlo tú también, que vives tu vida simple y te estás perdiendo todo esto", algo que siempre me hace torcer el morro y pensar que si lo que estoy perdiendo es la oportunidad de hacer algo más interesante en lugar de aguantar a quien me lo dice.
 
 
 
Yo quizá sea un antiguo, pero pasar un rato cara a cara con alguien me resulta mucho más satisfactorio que pasarme horas en un chat, tuiteando o escribiendo mensajes en Facebook. Al fin y al cabo la gente que tanto se escribe por Internet espera verse en algún momento cara a cara y en persona. Prefiero la calidad a la cantidad y prefiero tener una relación profunda con 5 personas que una superficial con 1.000, de tratar con gente que llegado el caso te vaya a ayudar de una forma orgánica si lo estás pasando mal y no se limite a poner "me gusta" si te da por escribir en Facebook tus problemas.
 
Y no desdeño las nuevas tecnologías, en las dosis adecuadas están bien y pueden permitirte un acceso a una información y a contactar con una serie de personas que quizás no podrías permitirte sin esas tecnologías. Por ejemplo, la blogosfera me permite tener este blog para compartir mis inquietudes, recibiendo opiniones diversas y también me posibilita poder conocer otros blogs interesantes y a la gente que los hace. Lo que me parece criticable es la adicción y la superficialidad en la que caen algunos con todo el tema de Internet. Aunque gente superficial y poco comprometida también ha existido siempre, con Internet y sin ello. La imperfecta impronta humana en la tecnología.
 

martes, 28 de mayo de 2013

"Un amigo para Frank", una película bonita

 
Esta semana he acudido a mi habitual cita con el cine para ver una película de las que dejan buenas sensaciones una vez vistas. Una película que no creo que vaya a cambiar el lenguaje cinematográfico, pero que resulta igualmente interesante para un espectador que quiera pasar un rato interesante sin sentir que está viendo una pamplina que a duras penas le entretiene. La película a la que me refiero es "Un robot para Frank".
 
 
 
En un futuro no muy lejano, la integración de los robots en la vida humana hará posible que surjan androides programados para cuidar personas mayores. Esa es la solución que encuentran Hunter (James Marsden) y Madison (Liv Tyler) para su anciano padre Frank (Frank Langella), cuyas pérdidas de memoria son cada vez más frecuentes. Tras vencer su aversión inicial por la tecnología, el robot será para Frank un amigo atento y preocupado por su bienestar que contribuirá a su mejoría. Lo malo es que entonces se despierta en el anciano el deseo de volver a ejercer como ladrón de joyas.
 
 
 
"Un amigo para Frank" es el debut en la dirección de Jake Schreier, con una película que recibió el premio a la mejor ópera prima en el festival de Sundance y el premio del público en el festival de Sitges en 2012, con una curiosa mezcla de comedia, drama, intriga y ciencia ficción. Es un filme que a mí me ha recordado, salvando las distancias, a las producciones que apadrinó Spielberg en los años 80 con su productora Amblin ("Gremlins", Los Goonies", "Regreso al futuro"), cintas con vocación de entretener y de contar una historia con calidez para todos los públicos y que no por ello resultan infantiloides ni cutres para un espectador adulto. Y también hay algo de los personajes maduros algo cascarrabias pero de buen corazón que ha interpretado Clint Eastwood en películas como "Gran Torino". "Un amigo para Frank" bebe de esas fuentes para plasmar la relación entre un hombre en el declive de su vida que se siente solo y un robot, que demuestra tener más alma que muchas de las personas que le rodean.
 
 
 
A todo ello ayuda el buen hacer de Frank Langella, un veterano actor curtido en mil batallas como secundario (últimamente le vimos hacer de Richard Nixon en "Frost contra Nixon"), que da vida a un hombre que se resiste a abandonar el mundo analógico en el que creció y que prefiere bibliotecas llenas de libros de papel y no espacios vacíos de diseño modernista. Un hombre que se siente solo, distanciado de sus hijos y cuya única conexión con el mundo exterior es una bibliotecaria (Susan Sarandon) con la que comparte su gusto por el papel escrito en un universo en el que conviven humanos y máquinas.
 
 
 
Frank es una especie de Quijote (uno de los libros a los que se hace referencia durante el metraje) que se resiste a abandonar un mundo que ya sólo existe en su mente y busca reverdecer sus glorias pasadas como ladrón de guante blanco. Y a pesar de toda su resistencia inicial, acabará trabando amistad con un androide, representación de ese mundo al que quiere dar la espalda. Langella y el robot se llevan el protagonismo de una cinta en la que tampoco hay que obviar el buen hacer de Susan Sarandon, James Marsden o Liv Tyler.
 
 
 
Schreier construye una película muy humana, que nos enseña que siempre se está a tiempo de aprender cosas. De esas cintas que resultan agradables de ver y que dejan buen poso en el espectador. Si hubiera que definirla en dos palabras, diría: está bonita. Una definición que puede parecer facilona, pero que se ajusta como un guante a lo que es la película. Y no le hace falta ser más.
 
 
 

jueves, 23 de mayo de 2013

Formas de vestir y moralidades

En los últimos días ha dado mucho que hablar una noticia aparecida en el Telediario de La 1 sobre la necesidad de un mayor decoro en el vestir por parte de las mujeres con la llegada de los calores primaverales y veraniegos. En la citada noticia se señalaba que muchas optan por camisetas muy escotadas y pantalones muy cortos, que dejan poco lugar a la imaginación y que eso debía tratar de atajarse, especialmente entre las muchachas más jóvenes. Muchos han protestado ante esa noticia, diciendo que la tesis que defiende es más propia de otra época y que hablar de que las mujeres van muy destapadas es un pensamiento reaccionario, propio de quién manda en Televisión Española, los mismos que ocupan ahora el poder político.


http://cultura.elpais.com/cultura/2013/05/18/television/1368898335_457341.html


Este tema de enseñar más o menos piel siempre ha sido problemático, no solamente en nuestro país, porque los defensores de las buenas costumbres y la moralidad siempre están al quite en todas las latitudes para que la sección femenina no se desmande y provoque a los pobres hombres con sus encantos malévolos (nótese la ironía, pero muchos piensan así). Pero la crítica no sólo surge de los hombres, todos conocemos casos de mujeres que critican a otras por su forma de vestir. Yo siempre recuerdo a mi madre diciendo que las que enseñaban el ombligo eran unas frescas y que tuviera cuidado con todas ellas, que solo me buscaban para hacerme mal. En nuestro país se habla de la largura de las prendas de vestir, aunque en otros países con creencias aún más conservadoras el tema es bastante más complicado, como el caso de una chica tunecina detenida por mostrar su desnudez como protesta por la falta de libertades en su país.


Que las mujeres tengan la posibilidad de vestir como deseen es uno de los logros de las sociedades que quieren ser realmente democráticas y sanas. Creo en aquello que decía Freud de que las represiones crean perversiones y la ocultación de según qué cosas acaba siendo más perjudicial que otra cosa. Aún se recuerda lo que pasó en este país cuando murió Franco y se puso fin a la censura y surgieron tantas películas de destape, en las lo que primaba era enseñar carne de mujer. Incluso surgieron casos de directores obligados a hacerlo aunque la trama no lo justificase, porque con la llegada de la libertad la población masculina estaba hambrienta de tantos años de represión. Algo que no hubiera pasado si la cosa se hubiera normalizado y no se pensara que las mujeres solo debían vestir ropones avejentados y discretos para los cuatro ratos en los que salían de la cocina para ir a rezar el rosario a la iglesia. Muchas de esa generación lo tienen así asimilado y no es raro oír testimonios de muchas de ellas criticando lo ligeras de cascos que van las chicas de ahora, quizá envidiando secretamente lo que ellas no pudieron hacer cuando eran jóvenes.




Y todo eso me hace pensar en las reacciones de todos nosotros ante situaciones que implican una cierta carga erótica. Recuerdo cuando vi "Habitación en Roma", la película de Julio Médem que narra el encuentro de dos mujeres desconocidas (Elena Anaya y Natasha Yarovenko), que se dejan llevar por la pasión en la habitación de un hotel en la capital italiana.En la sesión a la que acudí había un grupo de señoras de mediana edad (esas que son la inspiración de numerosos grupos de Facebook), cerca de las cuales yo me senté intuyendo que no sabían lo que iban a ver. Y así fue.

No puedo negar que me divirtió mucho su reacción con los diferentes momentos subidos de tono del filme, aunque la cosa fue evolucionando. Al principio todas estaban escandalizadas ante lo que estaban viendo, pero poco a poco se fueron metiendo en la trama y cambiaron el "qué barbaridad" por otras consideraciones sobre el amor de las protagonistas, que ya les estaba interesando más. Al final todas salieron con los ojos como platos, me parece a mí que esperaban una suerte de versión de "Vacaciones en Roma" y se encontraron con otra cosa muy diferente. Pero intuyo que a más de una no le disgustó la peli.




Recuerdo mis propias reacciones siendo más pequeño cada vez que alguien se besaba o hacía otras picardías en alguna película. Cuando eso sucedía, yo miraba para otro lado, sentía vergüenza ajena, me daba apuro ver esas cosas en compañía de mi familia e incluso con amigos. Ya estando sólo era otra cosa, ya no quitaba la vista de la pantalla.

A esas edades todavía identificas los entresijos de la pasión como algo prohibido o incluso malo y por eso muchos siendo niños se han tapado los ojos o han mirado hacia otro lado como en mi caso. Con el paso de los años y la experiencia, vas aprendiendo que todo ello forma parte del ser humano.

Sin embargo, hay gente que por haberse criado en un determinado ambiente ve esas cosas con recelo aún teniendo ya una edad considerable. Aunque no miren a otro lado o no se tapen los ojos reaccionan con indignación ante los arrebatos de pasión. En todas partes hay ejemplos de esa gente adulta que no ha sabido gestionar sus propios sentimientos respecto a la pasión y al deseo con el paso de los años y lo siguen viendo como niños avergonzados, que no saben cómo deben sentirse ante lo que ven.

 
Por eso, las chicas que salen a pasear un día soleado dejando al descubierto sus hombros, luciendo escotes o shorts que destacan las nalgas y desnudan toda la pierna crean tanta alarma entre esa beatería mal entendida. Hay feministas que también lo ven mal, porque consideran que la mujer no debería mostrarse como un cacho de carne, aunque quizá no se dan cuenta de que están más cerca del conservadurismo de lo que creen.

 

Yo creo que cada uno debería llevar la ropa con la que se sienta cómodo, sean faldas cortas o pantalones largos, sean escotes o jerseis hasta el cuello. Hay mujeres a las que conozco de hace años y no recuerdo haberles visto nunca las piernas y a otras no recuerdo verlas con pantalones. Y si a alguien no le gusta, debería rebuscar en su interior las causas. Porque cualquiera que conozca un poco la vida se dará cuenta de que el hábito no hace al monje y que la ropa no deja de ser una simple cobertura de lo que en realidad somos.

martes, 21 de mayo de 2013

"El gran Gatsby" y "Stoker". De orígenes y objetivos


Este fin de semana tuve la oportunidad de ver dos películas de origen muy diferente, una rodada por un australiano en estudios de Sidney pero ambientada en Nueva York y otra por un coreano que debuta en Hollywood con un trío protagonista compuesto por dos actrices australianas y un actor británico. Hablo de "El gran Gatsby" y "Stoker", que tienen en común su apuesta por un cierto artificio para tratar de provocar emociones en el espectador, con más o menos fortuna.

En la alta sociedad norteamericana de los años 20 del pasado siglo, llama la atención la presencia de Gatsby (Leonardo DiCaprio), un hombre misterioso e inmensamente rico y cuyas fiestas son las más populares de Nueva York. Nick Carraway (Tobey Maguire), tendrá la oportunidad de conocer a Gatsby cuando se instale en su vecindario y comprobará que Gatsby vive obsesionado con la idea de recuperar al amor de su juventud, Daisy (Carey Mulligan), ahora casada con otro hombre.




“El gran Gatsby” es la nueva película del australiano Baz Luhrmann, un director que se ha hecho famoso por su jugueteo con los géneros y su afán por reinventarlos con un toque de posmodernismo con mayor o menor fortuna. Que hizo una versión de “Romeo y Julieta” ambientada en la actualidad cuando aún no era moneda de cambio readaptar los clásicos en un entorno contemporáneo y que tiró de canciones pop rock en un ambiente decimonónico en “Moulin Rouge”, un musical de cámara nerviosa y que ponía en evidencia lo postizo y forzado del género con esos decorados que no se molestaba en disimular. Más recientemente firmó “Australia”, una especie de revisitación del gran melodrama al estilo clásico que no funcionó con una historia que nunca encontró el tono. 


Y tras ese fiasco, Luhrmann vuelve a la carga con la adaptación de una de las obras más celebradas de la literatura del siglo XX, obra del estadounidense Francis Scott Fitzgerald, un hombre que siempre habló de si mismo a través de sus novelas. En la obra de Fitzgerald siempre hay ilusión y decepción, amor y desamor, pasión y dolor, crónica de una vida que acabó antes de tiempo por una adicción al alcohol y una tormentosa relación con Zelda Sayre, una mujer tan inteligente como perturbada, que acabó sus días en un manicomio. Un autor de prosa tan sencilla como hipnótica, del que si se lee una obra es inevitable repetir.



Luhrmann quiere reverdecer los laureles de “Moulin Rouge” y vuelve a hacer gala de su estilo nervioso, especialmente en la primera mitad del filme, rodado a ritmo de videoclip, con frases breves y planos aún más breves, mientras nos va presentando a los personajes de la historia. Una vez que las cartas están sobre la mesa, el estilo se relaja más y se centra en la trama principal, la del amor de Gatsby por Daisy, el amor de un hombre que parece tenerlo todo y que está muy solo. Que sigue las fiestas que da en su casa desde su apartado cuarto, sin darse a conocer a los demás, esperando que algún día aparezca ese amor de juventud que ahora está con otro hombre. Que comprobará cómo las promesas de amor hechas un día pueden olvidarse con el paso del tiempo, cómo las glorias del pasado no suelen volver. Mientras tanto, escuchamos en los años 20 canciones de artistas de ahora (y ritmos de ahora) como Beyoncé, Jay-Z, Jack White, Lana del Rey, Sia, Fergie o Will.i.am, una mezcla que se acepta y no desentona mucho. Aunque intuyo que la banda sonora de esta película no va a estar tan cotizada como lo estuvo (y está) la de “Moulin Rouge”.



En lo que respecta a sus actores, destacaría a Carey Mulligan que pone su habitual fragilidad en la vulnerable Daisy, que tiene su corazón dividido entre lo que sintió un día y lo que siente ahora y a Tobey Maguire, cuyo aspecto pazguato le viene de perlas para dar vida a ese Nick Carraway que aprende de la vida a través de lo que viven y sienten los demás, un notario que acabará implicándose con el hombre que motiva sus escritos. Leonardo DiCaprio no lo hace mal como Gatsby, pero creo que no acaba de coger el tono de su personaje, a veces se le nota algo despistado, sin saber muy bien qué registro adoptar, si más serio o más irónico.



Una película que se deja ver pero que tampoco emociona demasiado, salvo determinados momentos (cuando va a producirse el reencuentro entre Gatsby y Daisy) y en la que Luhrmann vuelve a tener sus habituales problemas de ritmo, haciendo que las dos horas largas de metraje se hagan en ocasiones aún más largas. No es el descalabro de “Australia” pero tampoco el hito de “Moulin Rouge”. Espero que al menos la película anime a muchos a acercarse a la obra de Fitzgerald, ese mundo de tristeza infinita oculto tras una máscara de aparente felicidad.



En universo de referentes cinematográficos, aunque con un tono diferente, se mueve también "Stoker" el debut en el cine estadounidense del surcoreano Park Chan-wook, director de películas como "Old boy" y que en su paso a la industria yanqui ha optado por un modelo de cine más sutil que el que se practica muchos veces en la industria oriental.


Cuando India Stoker (Mia Wasikowska) pierde a su padre (Dermot Mulroney) en un trágico accidente de coche el día en que cumple 18 años, su vida se hace añicos. Su impasible comportamiento oculta profundos sentimientos que sólo su padre comprendía. Cuando Charlie (Matthew Goode), el hermano de su padre, aparece por sorpresa en el funeral, decide hacerse cargo de ella y de su inestable madre (Nicole Kidman). Aunque al principio desconfía de su encantador y misterioso tío, pronto se da cuenta de que tienen mucho en común.



"Stoker" apuesta por un modelo de cuento gótico, con una mansión en medio de la nada en la que vive una familia un tanto curiosa, que parece vivir en otra época con sus ropas y su decoración demodé. Y tras un desgraciado incidente aparece un elemento extraño que revolucionará la vida de los que allí habitan. Park no se molesta en disimular al personaje del tío Charlie, que desde el primer momento parece estar tramando algo, tal y como no tardará en descubrirse. Su mayor logro es mostrar la evolución de la madre, que parece olvidar pronto que acaba de quedar viuda y la hija, esa chica que acaba de cumplir los 18 años y que empieza a salir de su encierro vital para descubrir de la mano del tío Charlie algunas cosas sobre el mundo que la rodea y también sobre si misma. De hecho, India acaba siendo el personaje más interesante de la historia, por las evoluciones que experimenta. 



Conocer los entresijos que mueven al tío Charlie acaba por ser un mcguffin hitchconiano en el guión escrito por el actor Wentworth Miller (el protagonista de la serie televisiva "Prison break"), cuya importancia es relativa. Un pretexto para poner de relieve las obsesiones de sus personajes, plasmadas en una puesta en escena sutil y morbosa donde los detalles cuentan, como esos zapatos blanquinegros que siempre lleva puestos su protagonista.

 
Mia Wasikowska es de lo mejor de la película, con una interpretación muy contenida pero intensa de una chica retraída con perversiones y deseos ocultos. Una de esas chicas de las que cuesta saber qué es lo que les pasa por la cabeza. Porque su tristeza tras la muerte de su padre le seguirá una desconfianza hacia su tío que se irá transformando en atracción, al tiempo que se distancia de su madre, con la que nunca ha conectado. Matthew Goode muestra a un tío Charlie poco equívoco, limitándose a poner cara de cabroncete y quizá sea la arista más endeble del trío de actores protagonistas. Nicole Kidman está algo más entonada como esa madre reprimida, en uno de esos personajes secundarios que le están dando una vez pasados sus mejores tiempos a causa de sus mejores decisiones (su adicción al bótox y algunos papeles que nunca debería haber aceptado).


"Stoker" es una película que no romperá taquillas, pero que está destinada a convertirse en cinta de culto. Más o menos el reverso de lo que pasará con "El gran Gatsby", que a buen seguro dará un buen rendimiento comercial pero que no será muy recordada por el público más exigente. En ambos casos, cine al fin y al cabo.


jueves, 16 de mayo de 2013

La periodista y la actriz


Le tocaba entrevistar a una actriz joven, de esas que había empezado a abrirse camino en alguna teleserie y que por su belleza enseguida había llamado la atención de todo el mundo. De los que ansían los productores para captar la atención del público y que éste se fije menos en las carencias del guión. De los que ansían los espectadores ávidos de caras frescas y bien parecidas. De las que ansían las revistas y las marcas de ropa y cosméticos para vender sus productos. 

Ella lo conocía bien, pues había sido un poco objeto de todo ello no hace mucho tiempo, cuando dio el salto a la televisión nacional a presentar informativos y llamó la atención de todo el mundo. Aunque no dudaba de sus propias capacidades sabía que los directivos la habían puesto ahí por su rostro de reina oriental, por sus ojos oscuros, su melena azabache y su tez tostada, que incluso en los telediarios se vende imagen. Recordaba la fascinación de todos por su belleza, las ofertas de directivos de su empresa y de otras para acostarse con ellos a cambio de generosas recompensas, los famosos que llamaron a su teléfono móvil pidiéndole citas, las ofertas para hacer anuncios y posados en revistas de moda y de carácter erótico. Cómo se equivocaban todos esos sujetos, que se pensaban que era otra chocolatina deseando ser abierta por el primero que pasase y fuese un poco listo. 

Quiso demostrarles lo desencaminados que iban y eso le dio fuerzas para escribir por fin ese libro que deseaba escribir desde hace tantos años y que no había llevado a cabo por verguenza, por pensar que a nadie le iban a interesar sus ideas sobre la vida y el amor. Lo mandó bajo seudónimo a un importante premio literario y quedó en segundo lugar, lo que le hizo ilusión al principio, hasta que no pudo dejar de pensar en que se lo daban por su belleza, por querer impregnar de ella a un premio patrimonio de gente de mediana y tercera edad, apolillada. 

Aún así, no quiso dejarse llevar por esa tristeza que algunas noches le hacía mirar durante horas por la ventana con el corazón encogido y las lágrimas en los ojos. Una tristeza que no estaba segura de donde venía. Siguió los consejos de una amiga y se dejó llevar por el juego, hizo posados en revistas y dio multitud de entrevistas, tratando de poner en valor su lado más cerebral y también el más frívolo, sentía todo aquello como un juego y jugó hasta que se acabó. Empezaron a surgir voces de quién se había creído esa qué era, que si se daba aires de marquesa y estaba ahí por enchufe, que lo que escribía no valía ni para una revista del corazón. Otra vez esas críticas que su belleza provocaba, cuando los demás se cansaban de ella, de no poder poseerla o de notar que no era tan especial cómo parecía, que era más latón que oro. Otra vez ese abandono, como esos chicos que se habían ido de su vida cuando empezaba a quererles.

Tras una reestructuración en la cadena que había dejado fuera a sus valedores, le sacaron de los informativos. Buscaban otra cosa, querían algo más que una portada de revista en sus informativos, pero tampoco podían despedirla porque tenía un contrato blindado por varios años. Alguien dijo "pues si tanto le gustan los libros, que haga un programa cultural, que a  los que siguen esas cosas se les caerá la baba con ella" y así se hizo. Llevaba unos meses presentando un programa en el que se hablaba de música, literatura y cine, de cosas que le interesaban y que le habían hecho recuperar la ilusión. Ya no se sentía tan expuesta, tan juzgada y había podido conocer a gente interesante, a artistas que admiraba. Recuerda a ese escritor de mediana edad que no dejó de mirarla con ojos de cordero degollado durante toda la entrevista, dejando claro que estaba más centrado fantaseando con lo que haría con ella en la cama que en lo que le preguntaba. Ese escritor que al final le había apuntado su número de teléfono en un papel, dejando claro que una cosa es la obra y otra la persona. Y ahora le tocaba el turno a aquella actriz, otro caso de chica de veintipocos que tiene un golpe de suerte y lo exprime durante unos años antes de ser relevada por otra, sintiéndose como mercancía dañada sin haber cumplido los 30. Como ella misma.

La actriz es simpática y cercana, no se da aires y viste informal. Se sienta en el sofá del hotel con una pierna entre sus nalgas y el asiento y se acomoda en el respaldo, como si estuviera charlando con algún conocido, contándole lo que había hecho ese día. Sus manos son inquietas y gesticulan mucho, juegan con sus mechones de pelo, tocan sus piernas y acarician un colgante que tiene en el pecho. Acaba de estrenar una película en la que todo el mundo está muy intrigado porque protagoniza algunas escenas subidas de tono con el protagonista, otro joven actor de moda, de esos de abdominales cincelados. Dice que nunca se había desnudado en público antes de esa película y que meses antes empezó a prepararse yendo a playas nudistas, obligándose a estar sin ropa en su propia casa. Contaba que lo mejor que había sacado de ese rodaje era el contacto con su cuerpo, que había aprendido a sentir cada centímetro de su propio ser y a dejar de lado las inseguridades. Podría quitarse la ropa ahí mismo, delante de ella y no sentiría ningún tipo de verguenza. De hecho, no se quita la ropa pero le pregunta si le importaría que se descalzara, que los zapatos la estaban matando. Ella le dejó hacer y descubrió unos calcetines de vivos colores, mientras tomaba una nueva postura y ponía sus piernas sobre el sillón, abrazándoselas con las manos. La cámara seguía grabando la entrevista, pero a la actriz no le importaba estar como estaría en su propia casa.

Acabada la entrevista, las dos siguen hablando un rato más y la actriz hace confidencias. Dice que es mentira eso que dicen de que esté liada con su compañero en la película, como dicen los medios del corazón. En realidad él es homosexual y con quién se lió en el rodaje fue con un técnico, que no les quitó ojo cuando ella y él rodaban las escenas de sexo, por eso le divierte tanto cada vez que les sacan fotos y hacen teorías sobre el amor que sobrepasa la gran pantalla. Que tenía un novio en su pueblo natal con el que siguió hasta una temporada después de venirse a la capital a abrirse hueco como actriz, hasta que la distancia y los malos rollos les separaron y que desde entonces sólo había tenido rollos esporádicos.

Finalmente se despidieron y ella le dio un beso afectuoso y un abrazo, agradeciéndole la entrevista y prometiéndole que leería su libro. La periodista sale del hotel y mira su teléfono, otra vez un mensaje, ya se imagina de quién se tratará. Efectivamente, es él otra vez, el chico que le había besado el día en que ella fue la entrevistada. Cuando había trabajado con él apenas le había llamado la atención, siempre tan callado en su esquina y en la entrevista resultó ser bastante interesante, le había sorprendió, aunque no tanto como el beso que le dió al final, un poco al estilo de la actriz. Aquello le gustó pero el chico pensó que ella sentía algo por él y le había mandado algunos mensajes desde entonces, preguntándole cómo le iba, si se verían algún día y ella respondía de forma algo vaga, sin mucho afán. A ella siempre le habían tirado los hombres más echados hacia adelante, a él le veía demasiado manso, conocía esa tipología, seguramente no tardaría en terminar haciendo de madre para él. Aún así, algo tiraba desde dentro de ella.

Sintió como su vientre tiraba hacia arriba mientras leía el mensaje.


martes, 14 de mayo de 2013

Revistas y fotos

El otro día estaba en un Vips, uno de estos establecimientos en los que puedes pasar el día completo sin salir de sus cuatro paredes, (porque lo mismo puedes comer, que tienes un montón de libros, periódicos y revistas para leer sin que nadie te diga nada) cuando me puse a hojear las revistas y me llamó la atención la coincidencia de mujeres de buen ver que siempre son portada en las revistas femeninas, que a veces sólo por la cubierta es difícil de distinguir entre ellas y las que van hacia un público masculino. Todo esto me hizo pensar sobre la curiosa paradoja de este tipo de publicaciones.


Pasando por cualquier quiosco uno echa un vistazo y vislumbra estas revistas, que siempre tienen como fotos de portada a mujeres atractivas en pose sugerente a pesar de ir dirigidas a un público femenino.



Siempre que he consultado este tema con mujeres la respuesta que suelo recibir es que en esas revistas se muestra a mujeres con modelitos diversos que les quedan de lujo y ello implica un componente de fantasía, de pensar cómo les quedaría eso mismo a ellas. Que poniéndose tal vestido o tal ropa interior estarían tan guapas como la modelo de la foto. No es que haya ningún motivo de atracción por las mujeres que aparecen en esas revistas, además de que ellas saben apreciar los encantos de su propio sexo sin los prejuicios que tenemos los hombres para mirarnos a nosotros mismos.


Muchas mujeres sufren viendo a estas chicas de revista al no encontrarse tan atractivas como ellas, creándose una presión y un desengaño por creer que así no resultarán atractivas a los hombres y esa es la visión equivocada. Yo no soy Mister España y tampoco me importa, cada uno es como es, no me deprimo viendo los abdominales de turno en la portada del "Men´s health" (quizá la revista dirigida a hombres que más se aproxima al modelo que siguen las revistas femeninas).


Como siempre digo, he visto a muchas guapas con personalidades que no me dicen nada, porque me gusta que tengan algo especial dentro de ellas, creo que eso es lo que al final más me atrae. Son las mujeres especiales las que directamente me vuelven loco, en el buen sentido.



De todos modos, el enigma está ahí. ¿Veremos a los hombres leyendo revistas con tíos musculados con la misma frecuencia con la que vemos a mujeres viendo revistas con chicas de bandera? ¿O simplemente es una de esas diferencias entre ambos sexos a la hora de mirar ciertas cosas? El tiempo lo dirá. Por de pronto, ese mismo día vi a dos hombres leyendo la "Cuore pelos" y comentaban con vivo interés los peinados de las modelos y actrices, al mismo tiempo que recordaban en qué películas las habían visto y lo ricas que estaban. Creo que se quedaron con ganas de llevársela a casa.

jueves, 9 de mayo de 2013

Visiones trabajo-familia

Hoy es uno de esos días en los que recurro a un texto ajeno por una idea que he visto y que me ha dado que pensar. He encontrado un artículo en el que se habla sobre las cargas personales o laborales que experimentan las mujeres en el mundo de hoy día. De mujeres que hace años se dedicaban en exclusiva al hogar y la familia y cuyas descendientes, tras una cierta liberación, pudieron acceder a los estudios superiores y forjarse carreras profesionales. Y de cómo en muchos casos, los trabajos del hogar siguen haciéndose por su parte y a eso hay que sumar los compromisos profesionales, que crean una sobredosis de cargas y una cierta frustración por no llegar a todo como quisieran.




"María tiene 56 años y está haciendo, casi sin quererlo, un balance de su vida. Su corazón late fuerte y rítmico gracias a los stents que le implantaron hace unos meses. Y su corazón empieza a decirle que la engañaron. Se lo dice bajito y ella finge que no le oye, pero la negación tiene un límite.

Se acuerda de Doña Rosa, su maestra de la escuela, que se empeñó en que la niña tenía que estudiar, que no podía quedarse en el pueblo toda la vida haciendo remiendos en la ropa de labranza. Y consiguió que se obrara el milagro. Su madre permitió que se dedicara a los libros en lugar de ayudarla con todas las labores que supone una casa con un marido y dos hijos. Renunció a dos manos que estaban obligadas, desde entonces a labrar no la tierra, sino un futuro.

María terminó el Bachillerato libre y se matriculó en enfermería. También dejó de vivir bajo el techo de sus padres, toda una revolución. De todos sus primos y primas fue la única en conseguir un título universitario. Tenía 21 años cuando firmó su primer contrato, y desde entonces no ha dejado de trabajar. Y aunque ahora tiene que ponerse las gafas para pinchar un análisis lo hace con una suavidad angelical.

Ella siempre ha estado convencida de que era una mujer moderna, liberada, de las primeras generaciones en conseguir igualdad de oportunidades. Pero los susurros del corazón están empeñados en desmentir sus convicciones.

Se casó con 26 años y con 27 tuvo a su primogénita. Antes de cumplir los 30 llegó el segundo, un rabo de lagartija que no paraba de darle disgustos –quizá por eso le quiera tanto-. Cuando María volvía a casa después del trabajo tenía que hacerse cargo de los dos, ir a la compra con ellos, hacerles la cena, intentar mantener la limpieza sin apartar los ojos de los pequeños. Su marido mientras, estaba trabajando.
Poniendo en la balanza de la generación de su madre y la suya las mujeres habían operado un salto cualitativo; de la de su padre a la de su marido todo seguía igual: la obligación del hombre es traer el pan a casa, y punto. Nada de planchar, o quitar el polvo, nada de ir a la compra. Como mucho llevarse a los niños de paseo… si tenía tiempo.

Y esto es lo que su corazón le susurra y ella no quiere oír: “Os engañaron, os dieron gato por liebre”. Y María sabe que es así. Que su liberación terminó siendo una doble carga para mujeres como ella, mujeres que han soportado sobre sus espaldas el mundo entero, que salían de trabajar y cambiaban el uniforme por el delantal. Esclavas de todo y de todos, tan llenas de coraje como de amor.

Cuando sus hijos crecieron tampoco llegó la libertad.  Pero, ¿por qué no puedo ir al pueblo? Porque tú sola ya no puedes manejarte. Esa conversación se repitió durante años en bucle, una y otra vez, siempre la misma pregunta, siempre la misma respuesta, una sentada frente a la otra. El Alzhéimer apresó a su madre y ella, como hija –hija con ‘a’, en femenino, debía de hacerse cargo de ella. Siempre había sido así. Sus hermanos le hacían el favor de echarle una mano, eso pensaban ellos, como si aquella mujer que hurgaba con el dedo en el sofá no fuera madre de ellos también.

Cuando su madre murió su corazón ya se agrietó un poco. Después de toda una vida entregada a los demás ya no tenía a quien dedicarse. Sus padres no estaban y sus hijos tampoco, cada uno buscando su sitio fuera del nido. Quitar las manchas de las camisas de su marido no llenaba una tarde entera. Se sintió perdida, con una enorme cantidad de tiempo que no sabía como gestionar. Y el corazón, como diría Sabina, cansado de latir (casi siempre por los demás) se quebró.

Ahora María va a yoga dos días por semana, los otros dos va a clases de inglés y los fines de semana sale a caminar. Ahora incluso, lee libros. No es que no tenga preocupaciones: teme por quedarse sin pensión después de casi 40 años cotizados, teme por el futuro de sus hijos, tan en precario como una casa de naipes, teme la vejez, porque las manos, que no engañan, empiezan a no ser las que eran.

A veces María mira a su hija y se convence de que su generación fue la del gato. Pero la historia de la mujer es una historia de sacrificios: su madre renunció a su ayuda para darle un futuro mejor y ella tuvo que vivir esclavizada para que su hija se diera cuenta de que ese no era el camino. “Aprendemos de los errores”, se dice, mirándose en el espejo con la alfombra de yoga colgada al hombro antes de salir de casa.

http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/05/la-generaci%C3%B3n-del-gato.html

Este es un texto que me ha dado que pensar porque admite interpretaciones, la de pensar que sigue imperando un machismo que incita a las mujeres a seguir al mando de los asuntos del hogar pese a su incorporación al mundo laboral o la de pensar que quizá hay mujeres que se imponen demasiadas responsabilidades y mientras tanto pierden muchas cosas de su propia vida. Es uno de esos casos en los que no se sabe si fue primero el huevo o la gallina, en si ellas se sienten responsables de atenderlo todo y por eso lo hacen o se ven poco menos que obligadas a hacerlo porque en muchos casos se sigue viendo a la mujer como la que tira del carro en casa. O una mezcla de ambas opciones.



Yo conozco mujeres jóvenes que han estudiado, pero cuyo mayor proyecto vital es sacar adelante una familia y la vida laboral les importa menos. Y también conozco a otras que querrían unir un poco esos dos mundos, no renunciar a formar una familia, pero tampoco a su trabajo y les preocupa cómo hacerlo. Y sin embargo, conozco pocos hombres que hayan manifestado esa preocupación (o al menos que la hayan expresado abiertamente). Una de esas situaciones en las que se puede sacar más de una conclusión y todas pueden ser válidas, según la visión de cada uno. Por eso no quiero dar una opinión rotunda, prefiero dejar la pregunta en el aire.



martes, 7 de mayo de 2013

Forrest Gump, Jenny y el amor

Hay dos películas de Robert Zemeckis a las que siempre vuelvo, por todo el alcance espiritual que me transmiten. Se trata de "Náufrago", por su elogio de la resistencia y de la esperanza ante los golpes de la vida, de la necesidad de salir adelante a pesar de todo y de "Forrest Gump", por similares características, por su apuesta por el estoicismo ante las circunstancias que nos rodean, por  la necesidad de amoldarse a las dificultades y tratar de sacar partido de ellas. Pero hay algo más de esta película que me llama la atención y es la relación de su protagonista (un genial Tom Hanks) con Jenny, el amor de su vida (interpretado con esa fragilidad sólida como un junco que tan bien sabe hacer Robin Wright).




Ambos se conocen desde pequeños, cuando ella empieza a ser una especie de hermana mayor para él en los difíciles tiempos de la escuela, cuando otros niños se meten con él por su discapacidad. Después con la adolescencia sus destinos se separan y mientras él sigue un camino que le lleva a cotas exitosas (el sueño americano en su expresión más luminosa), ella se rodea de malas compañías y acaba en las drogas y el alcohol, desperdiciando su talento en una vida que prometía ser despreocupada y acaba siendo desgraciada. Pasado el tiempo, Jenny vuelve a la vida de Forrest, al pueblo que abandonó cuando tuvo edad para hacerlo, huyendo de los abusos de su padre (con el que ajusta cuentas lanzando piedras contra la casa en la que vivía) y se reencuentra con Forrest, el hombre que más le ha querido. Y este le hace una proposicíón.


Esta es una escena que siempre me da mucho que pensar, porque todos nos hemos sentido así en algunos momentos de la vida, cuando el amor por otra persona no se ha visto correspondido de la misma manera y se siente frustración por ello. Como se acaba viendo después de esta escena, Jenny ama a Forrest, siempre lo ha hecho, pero no cree que ella sea digna de él, porque él merece algo mejor y prefiere apartarse de su lado para no impedir su crecimiento vital. Y eso me hace pensar en la naturaleza egoísta y altruista del amor, en la creación de esos sentimientos a raíz del cariño que experimentamos hacia alguien.

Se dice que para un padre o una madre no hay sufrimiento peor que perder a un hijo, que es algo que no se supera. Y también todos hemos visto a esos padres y madres que defienden a sus hijos por encima de todas las cosas, aunque esté demostrado que sus criaturas son malas personas y nocivas para el mundo. Porque los padres lo que desean es que sus hijos estén bien y por ellos hacen todos los sacrificios que hacen, a nivel personal y monetario. Digamos que esa sería la versión altruista del amor, buscar que la otra persona sea feliz incluso si no va a estar a nuestro lado, porque con su felicidad nos damos por contentos. Quizá sea ese el amor más puro, por sacrificado.



La versión egoísta del amor sería la que representan en su caso extremo los maltratadores, que prefieren matar a sus parejas antes que dejarlas ir para ser felices con otras personas, el rollo "o para mí o de nadie más" y que en su versión más moderada representan esas parejas que se amargan cuando una de las partes amenaza con dejarlo y la otra se rebaja hasta extremos vergonzosos para evitarlo y la otra parte, sabedora de su poder, manipula a su antojo, porque en el fondo también le da miedo perder. Eso sería un amor que solo busca el propio beneficio, aún a costa de fastidiar a voluntad a la otra persona y es desgraciadamente frecuente, produciendo hombres y mujeres que besan el suelo por donde pisan sus parejas, unas parejas que les anulan. Poniéndome nuevamente cinéfilo, sucede un poco como el síndrome de "ET", en el que la unión del extraterrestre con el niño acaba siendo dañino para ambas partes y entonces hay que cortar eso para salvarlas.

He experimentado y sido testigo de cosas así y tengo comprobado que el amor siempre tiene algo de sacrificio, por las cosas que hacemos por la otra persona y de egoísmo, porque queremos a la persona que nos gusta y la queremos cerca para que contribuya a nuestro bienestar. Pero me parece egoísta y cobarde hostigar a la otra parte porque no queremos dejarla ir, impidiendo su felicidad presente y futura, como esos padres dominantes que no quieren dejar ir a sus hijos y les impiden crecer como personas.

Lo que debería tratar de buscarse es un amor que nos hiciera ir más allá, tanto a nosotros como a la otra persona, un amor que nos lleve más allá de los límites que nos conocemos y que a la otra parte le suponga un desafío igual. No siempre va a ser un camino de rosas, porque el amor está a prueba constantemente y debe cuidarse para que no caiga víctima de la rutina, de la dejadez o de nuestras propias debilidades e inseguridades. Pero si los momentos buenos superan ampliamente a los malos es que la cosa vale la pena. Y si ves a la otra parte feliz es que la cosa funciona, cuando una de las partes se marchita es cuando la historia no va bien.

El paso del tiempo suele poner las cosas en su sitio y también nos ayuda a distinguir el amor de verdad del encaprichamiento. El encaprichamiento se termina tarde o temprano porque está construido sobre una base débil, mientras que el amor de verdad resiste bastante más por tener una base mucho más sólida, hecha de malos tragos y de momentos maravillosos, de realidades y de deseos que se siguen renovando, de una entrega al otro como no se tiene con nadie más.


jueves, 2 de mayo de 2013

Emociones deportivas, emociones efímeras

"No es una exageración afirmar que gracias al fútbol el mundo es menos violento y cruel de lo que sería sin él. Millones y millones de personas (aunque más hombres que mujeres, eso sí) canalizan sus inevitables antagonismos tribales vía el fútbol. Hacen suyos los triunfos y las derrotas, las glorias y las humillaciones de sus equipos de un modo similar al que individuos como los hermanos Tsarnaev hacen suyos los triunfos y las derrotas, las glorias y las humillaciones (pero en este caso más las derrotas y humillaciones) de su religión y su tierra. Son casualidades del destino las que llevan a las personas por un camino u otro. La feliz diferencia es que los fanatismos en el fútbol se expresan en gritos o llantos fugaces, en euforia o dolor pasajero, y que los resentimientos, en vez de cocinarse a fuego lento durante años o siglos, se purgan con la esperanza de un resultado favorable la semana o curso siguiente." (John Carlin)



En estos días hemos sido testigos de dos acontecimientos futbolísticos en los que el Barcelona y el Real Madrid han caído eliminados de la Liga de Campeones a manos del Bayern de Munich y el Borussia Dortmund, respectivamente. Los más irónicos han querido resaltar que además de en el tema económico, Alemania también ha amargado a España en lo futbolístico, aunque eso siempre va por rachas y lo que tienen los deportes de competición es que se siguen jugando año tras año, así que siempre hay tiempo para consolarse y arreglar las cosas.



 Aunque no suelo hablar de deporte en este blog, debo confesar que es un ámbito que he seguido desde que tenía 10 años, cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona me hicieron engancharme a todas esas cosas tan complicadas que hacían en la televisión esos individuos vestidos con pantalón corto. Y aunque siempre he estado al tanto de lo que ha pasado en el mundo del fútbol y fui abonado durante seis años al equipo de mi tierra, es el baloncesto el deporte que más ha conseguido interesarme. He vivido con mucha más emoción los triunfos de los Pau Gasol y compañía que los futboleros. Para practicar deporte siempre he sido bastante vago y ya desde pequeño me quedó constancia de que yo no iba a ganarme la vida metiendo goles o canastas, así que soy uno de esos usuarios de lo que suele conocerse como "sillón ball".



El caso es que me sorprende mucho el fenómeno fan que siempre suscita el tema deportivo, las pasiones que provoca en la gente, que disfruta y sufre con las peripecias de unos jugadores que ni conocen su existencia. He visto las celebraciones que se han originado en este país con los triunfos de la selección de fútbol y cómo los disfrutaba gente de todas las edades, incluso aquellos que no siguen la actualidad deportiva. Y he oído que es un consuelo "en estos tiempos que corren" y "con la que está cayendo" (dos frases que de tan sobadas ya dan hasta risa) y eso es lo que me llama la atención.



Cuando me veía de pequeño enganchado a la televisión viendo algún partido mi abuelo siempre decía "eso no te va a dar de comer" y no hacía ni caso, tomándolo como las habituales regañinas de los abuelos. Ahora pienso en eso y veo que tenía toda la razón, porque tengo comprobado que la vida de uno no es mejor o peor porque gane o pierda tu equipo. El país estaba en crisis antes de que España ganara el Mundial de fútbol de 2010 o el Barcelona ganase 6 torneos en 2009 y ahí sigue, con más gente en el paro y sin casa que entonces. Países como Suiza no pintan nada en la esfera deportiva y sin embargo no les va muy mal en la vida diaria. Y sin entrar en terrenos monetarios, alguien que lo esté pasando mal por temas personales va a seguir teniendo esos problemas al final de los partidos. Porque al final el consuelo deportivo siempre es efímero, como el que puede proporcionar algún chute de alcohol o de otras sustancias, un placer que dura poco y que no arregla tu vida, si acaso te distrae de arreglarla.



Tampoco es que quiera poner de vuelta y media el seguidismo deportivo, creo que puede transmitir valores de superación y sacrificio, de no dar las cosas por perdidas, de luchar por lo que se quiere,  de dar lecciones que pueden ser aprovechables para la vida diaria. Supongo que a través de los triunfos deportivos sublimamos nuestros deseos de trascendencia, de hacer algo importante, que no suele ser accesible para los que nos movemos en una esfera cotidiana por la que pasamos sin hacer mucho ruido, salvo para la gente con la que tratamos.

Aún reconociendo todo eso, creo que un beso, un abrazo o una caricia de alguien que amas, una tarde soleada en el parque con alguien querido o un rato de risas con colegas son mucho más disfrutables que un Mundial o una Copa de Europa, al menos así lo he sentido yo. Las alegrías o las penas que da un resultado deportivo no son comparables a las que proporciona la vida real, la que vives, la que juegas tú mismo y la que te da de comer.