martes, 31 de diciembre de 2013

Relaciones que van y vienen


"En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas. No añadió más, pero ambos no hemos sido nunca muy comunicativos dentro de nuestra habitual reserva, por lo cual comprendí que, con sus palabras, quería decir mucho más.

Su corazón se hallaba en constante y turbulenta agitación, temperamento creador, tenía un don para saber esperar y, sobre todo, una romántica presteza; era la suya una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces.

James Gatz era víctima de un mundo al que no pertenecía: ricos, seres descuidados e indiferentes, que aplastaban cosas y seres humanos, y luego se refugiaban en su dinero o en su amplia irreflexión.

Gatsby creía en el fastuoso futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Aunque en este momento nos evite, no importa... Mañana correremos más rápido, estiraremos más los brazos... Y una hermosa mañana. Y así seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado.


Tendió la mano desesperadamente, como para apoderarse de un jirón de aire, para salvar un fragmento del lugar que ella embelleciera para él. Ahora todo iba demasiado deprisa, a sus turbias pupilas; sabía que había perdido para siempre la mejor parte de su vida; la más pura y la mejor."

("El Gran Gastby", de Francis Scott Fitzgerald)



En las últimas semanas he estado pensando mucho en "El gran Gatsby", más en el magnífico libro de Scott Fitzgerald que en la irregular película que estrenó Baz Luhrmann hace unos meses, especialmente en un momento concreto en el que coinciden los personajes protagonistas y cambian las visiones que unos tienen de los otros. Gatsby ama a Daisy, un antiguo amor de juventud que ahora está casada con Tom Buchanan, un hombre rudo que es la antítesis del refinamiento de Gatsby. Gatsby y Daisy han empezado a retomar ese amor del pasado a espaldas de Tom, que se huele lo que está pasando y que en un momento dado provoca a Gatsby por la falsedad que considera que hay detrás de su refinamiento, consiguiendo que el millonario pierda los nervios y trate de agredirle. Tom consigue su objetivo, logra que Daisy descubra la parte oscura de Gatsby y eso hace que ambos vuelvan a separarse emocionalmente. Aunque Tom trata mal a Daisy y para Gatsby ella es el único estímulo auténtico de su existencia, el motor de todos sus sacrificios, Daisy se queda con lo malo conocido y opta de nuevo por Tom, que sabiendo que no podía llegar a la altura de Gatsby ha conseguido rebajarlo a su nivel de mediocridad, algo en lo que él se sabe ganador.

Y pienso mucho en esa escena por representar tan fielmente los cambios repentinos que pueden producirse en el alma de la gente a la hora de percibir a otras personas, de como todo lo que construimos puede venirse abajo en un momento y no servir de nada. Todos hemos tenido relaciones con otras personas en las que hemos puesto mucha ilusión y dedicación y de las que hemos recibido bastante poco a cambio, con grandes dosis de indiferencia y pasotismo y esa gente que ha pasado de nosotros a su vez habrá recibido otras decepciones, en una especie de injusticia global que siempre se repite. Esos casos duelen si se trata de personas a las que admiramos por un motivo y no nos prestan atención desde un principio, pero duele más cuando se produce con aquellos con los que hemos tenido una relación más estrecha y de repente se alejan como Daisy Buchanan, sin saber muy bien por qué. Gente que cambia de preferencias por motivos inescrutables que solo ellos conocen.



En estos días de final de año, donde tiende a hacerse balance a distintos niveles pienso en todas las Daisy Buchanan que fueron parte importante de mi vida y que hoy no son más que recuerdos, que en su día fueron el centro de casi todas las cosas y hoy son puntitos en el pasado. Pienso en las llamadas telefónicas, en los mensajes, en los ratos vividos y como todo aquello empezó a espaciarse cada vez más, a repetirse menos, en una intimidad de contarse hasta el más pequeño detalle que pasó a ser una conversación superficial sobre generalidades. En esas relaciones que terminaron convirtiéndose en conversaciones de conocidos que un día se encuentran y en dos minutos se dicen que se han casado, han tenido hijos, que su madre se murió o que les tocó la lotería, sin entrar en detalles, con el mismo sentimiento con el que se contarían lo que han comprado en el supermercado ese día.

Da mucha pena ese momento, cuando pasas de ser alguien especial a ser uno más, uno de esos cientos de "amigos" que la gente colecciona en las redes sociales, de esos que un día salen a relucir en una conversación en plan "¿qué fue de...?", para enseguida pasar a otra cosa. Alguien destinado a irse al sótano de la memoria con los demás, un número desprovisto de humanidad. Creo que por todo eso nunca he sido muy fan de los nuevos modelos de comunicación, que tienden a cosificarte porque es imposible que una persona pueda hablarse con las decenas, centenares de personas que pueda conocer, no hay horas en el día ni tampoco la intimidad suficiente. Siempre he preferido poco y bueno que mucho y regular y lo he aplicado en mis relaciones y aunque a veces me he equivocado y he sido yo el que se ha alejado sin motivo, trato de ser coherente con ese principio. Aquellas personas a las que he apreciado lo han sabido por haber estado siempre pendientes de ellas, porque no me gusta jugar con la gente y a aquellos que no me interesan no les presto mucha atención desde el principio para no llevarles a engaños. Hay quien piensa que puede ser frío e incluso rudo y así me lo han hecho saber, pero siempre he opinado que es mejor ponerse una vez colorado que cien amarillo.

Así que entre los propósitos del nuevo año que están tan en boga estos días, yo me propongo cuidar un poco más si cabe esas relaciones que tantos buenos momentos me dan, correspondiéndolas en la medida de lo posible y tratar de no perder más tiempo en las que no hay nada por la otra parte. Tratar de esquivar a las Daisy Buchanan (femeninas y masculinas) que roban tanto tiempo y tantas ilusiones y distraen de la gente que realmente merece la pena. Porque al final lo que nos queda es gente que está con nosotros solamente por algún interés y gente que está con nosotros a las duras y las maduras, esas personas de las que habla Lana del Rey en una de las canciones de la banda sonora de la última versión cinematográfica de la peripecia de Gatsby. 



Y si les interesa la historia de Gatsby, les recomiendo que lean el libro primero, para mí uno de esos a los que me llevaría a una isla desierta. Con el sello inconfundible de la melancolía de Scott Fitzgerald, un hombre que siempre ansió la gloria y que en el mejor de los casos tuvo que conformarse con las migajas, antes de ser ponderado, como tantos otros, después de su muerte tras una sufrida vida.



Feliz año 2014.

viernes, 27 de diciembre de 2013

"La vida secreta de Walter Mitty", "Mucho ruido y pocas nueces" y "La gran belleza". Propuestas diferentes para Navidad

Hay películas que tienen la capacidad de hacerte un poco más feliz una vez que has terminado de verlas, por su tono agradable y su mensaje positivo, que logran entretenerte y también conmoverte por la identificación que sientes por su personaje protagonista y sus circunstancias. Y eso es lo que me ha sucedido a mí con "La vida secreta de Walter Mitty".




Ben Stiller es uno de esos actores que el público identifica de inmediato con la risa, por su participación en películas como "Algo pasa con Mary" o "Los padres de ella" y secuelas, entre muchas otras, de modo que verle en un registro un poco más dramático a los poco informados se les hace tan raro como en su momento le pasó a Tom Hanks, cuando dejó de hacer las comedias que le habían dado la fama en los 80 y apareció como enfermo de SIDA en "Philadelphia" (ahora, varios dramas después, creo que casi nadie le ve en una comedia, curiosamente). Pero Stiller tiene una carrera de director que comenzó con el drama en "Bocados de realidad", que tiró por la comedia negra en "Un loco a domicilio" y que luego ha tenido registros de humor grotesco y paródico en "Zoolander" (la favorita de los modernillos, si quieren identificarlos pregúntenles por la película, seguro que les encanta) y "Tropic Thunder". "La vida secreta de Walter Mitty" es la nueva muestra de ese Stiller director, que busca ir más allá de lo que se espera del Stiller actor.



Basada libremente en un relato corto escrito en los años 30 y que ya se llevó al cine en los años 40, Stiller nos narra la historia de un hombre gris que vive grandes aventuras en su cabeza, en su interior tiene una persona mucho más interesante de la que se ve por fuera, donde su aspecto de perdedor le hace ser ninguneado por sus jefes e ignorado por las mujeres. Su puesto de trabajo corre peligro por el cambio de modelo productivo de "Life" la revista en la que trabaja, que va a cerrar la edición impresa para emitir solo en Internet y él mismo se pone como objetivo hacer una última misión, encontrar el negativo perdido, que fue enviado por un prestigioso fotógrafo. Para ello no dudará en viajar por Groenlandia, Islandia o Afganistán, dejando de vivir solo en su cabeza y empezando a vivir en el mundo real, con el consuelo de pensar en la mujer que le gusta para darle ánimos en los malos momentos. Todos aquellos que tenemos ese carácter soñador no podremos dejar de sentirnos identificados con ese Walter Mitty que demuestra que bajo su apariencia mediocre hay todo un luchador, que aprenderá que es mejor declarar sus sentimientos que soñar escenas de película y que es necesario ir a por las cosas en vez de lamentarse porque no vengan a nosotros.



De este modo, Stiller es el hombre orquesta, como director y protagonista absoluto, aunque más destacable como realizador que como actor, donde simplemente está pasable (tampoco tiene en sus méritos ser alguien digno de Oscar). A su lado tiene un papel muy interesante Kristen Wiig como el objeto de sus anhelos, que también rompe un poco su imagen cómica, cultivada durante muchos años en "Saturday Night Live" y a nivel internacional con "La boda de mi mejor amiga". Aquí Wiig entiende el concepto de comedia dramática de la película y da vida a un personaje encantador. Por su parte, Shirley MacLaine y Sean Penn ponen el toque de distinción en breves roles como la madre de Mitty y el misterioso fotógrafo.



Por todo ello "La vida secreta de Walter Mitty" es una película con aire de fábula que deja buen sabor de boca con su tono agradable y algo melancólico y una pimpante banda sonora, donde hay clásicos como el "Space Oddity" de David Bowie que tiene un uso importante en la trama (curiosamente, hace no mucho Bertolucci usó también esta canción en otra secuencia relevante de su película "Tú y yo"). Una cinta interesante que nos recuerda eso tan antiguo, pero que tantas veces olvidamos, de que la vida está para vivirla.





Joss Whedon es un nombre que se les hará conocido a los fans del cine fantástico, pero que a los iniciados les sonará a chino. Whedon empezó su carrera como guionista en películas como "Toy Story" o "Alien resurrección" y pasó a ser conocido a finales de los años 90, como artífice de la serie "Buffy cazavampiros" y durante años estuvo muy vinculado a otras series de televisión como "Angel" o "Firefly" hasta su salto a la gran pantalla con "Serenity". Últimamente se ha convertido en una especie de John Hughes del cine fantástico, siendo guionista o productor de muchos filmes que llevan su sello, estilo "La cabaña del bosque" y ahora trabaja para las películas de los superhéroes de Marvel, como supervisor de todas ellas y director de "Los vengadores", la reunión de todos ellos, que tan buenos resultados dio a nivel de crítica y público. Precisamente fue tras el rodaje de "Los vengadores" cuando Whedon quiso desconectar algo del tema fantástico y reunió a un grupo de actores amigos para rodar en su mansión una nueva adaptación de "Mucho ruido y pocas nueces" de Shakespeare en menos de dos semanas.



El Príncipe Don Pedro de Aragón (Reed Diamond) regresa victorioso de una batalla acompañado de su hermano bastardo Don Juan (Sean Maher), de Benedicto (Alexis Denisof) y de Claudio (Fran Klanz), un joven que ha sido colmado de honores por el gran valor mostrado en el campo de batalla. Son recibidos con gran regocijo por el caballero Leonato (Clark Gregg), que vive con su hija Hero (Jillian Morgese) y su sobrina Beatrice (Amy Acker) en una paradisíaca villa. Los enredos amorosos no tardarán en producirse.





Muchas veces se han adaptado al cine las obras de Shakespeare,  que tanto las dramáticas como las cómicas cuentan con versiones de todo tipo y ésta viene a ser una más, con la curiosidad de estar rodada en blanco y negro y ambientada en la actualidad, pero con personajes vestidos al estilo de los años 50 y declamando el texto de Shakespeare tal y como fue concebido, lo cual acaba siendo el gran error de la película. Whedon no toca el texto original y por ello se hace raro o incluso ridículo escuchar a los actores, en un ambiente suburbano estadounidense, llamarse Leonato, Don Pedro, Beatrice, Conrado, Borachio o Claudio y tratarse de condes y grandes señores y que los policías sean alguaciles que no saben leer. Imagino que a Whedon le parecerá curiosa esa contradicción de modos del siglo XVI en la actualidad, pero a mí me sacó bastante de la película, hacía que me resultara imposible creerme lo que estaba pasando.




Tampoco ayuda respetar escrupulosamente la estructura teatral de apartes de los actores haciendo monólogos en voz alta a escasos metros de otros sin ser escuchados, algo que en unas tablas te crees pero que en una pantalla queda mal. Eso por no hablar de las actuaciones de los intérpretes, que no disimulan el histrionismo y al final todo queda forzado y poco satisfactorio, convirtiendo el texto de Shakespeare y sus inteligentes observaciones sobre el amor en una opereta barata. Ya puestos a cambiar la época no hubiera estado de más adaptar también el texto y las actuaciones, para no dejar esa sensación de incoherencia y de performance grabada en un rato de aburrimiento.




Veo las críticas y noto que ha habido acuerdo en que esta es una buena película, algo con lo que discrepo. La puesta en escena es intachable pero toda la película tiene un aire de ejercicio de estilo vacío, de chiste privado, de broma de amigos de la que yo no formo parte y que por ello no me hace gracia. Por mi parte le recomiendo al señor Whedon que siga en lo fantástico, que los clásicos no parecen lo suyo y esta película hace honor a su título, mucho ladrar y poco morder.




Y es que hacer un ejercicio de estilo (el término académico para definir la paja mental en el cine) no tiene por qué ser malo si se hace bien, si se consigue hacer algo a lo que no se le vean las costuras desde el primer momento. Un ejemplo positivo es lo que ha hecho Paolo Sorrentino en "La gran belleza".




En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. En el centro de todos ellos está Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor que dejó la literatura después de su primer libro para dedicarse al periodismo y la crónica social. Cuando cumple 65 años, dominado por la indolencia y la decepción, asiste a este desfile de personajes poderosos pero decadentes, huecos y deprimentes.



Hubo una época, a finales de la Segunda Guerra Mundial, en la que surgieron en Italia una serie de directores que pusieron a ese país en la cima del séptimo arte, unos directores que ya son clásicos (Fellini, Visconti, Rossellini, Vittorio de Sica, Monicelli y un poco más tarde Bertolucci, Leone, Scola y Pasolini) y que forman parte de la memoria de cualquier cinéfilo, nombres que les son conocidos a cualquiera que haya leído un poco de cine. Cada uno con su particular modo de ver las cosas dejaron impronta de la Italia de su tiempo y también introdujeron nuevos códigos y nuevos lenguajes, a medio camino entre el cine clásico y el moderno. En los últimos tiempos esa pujanza ha ido desapareciendo y el cine italiano de hoy día es en su mayoría comedias de poco fuste y cine que no pasará a la historia, aunque con algunas excepciones interesantes. Paolo Sorrentino es una de esas felices excepciones, autor de películas que critican el sistema político de su país en "El divo", que ya ha hecho sus pinitos en Estados Unidos con "Un lugar donde quedarse" y que ahora hace una especie de homenaje a esos clásicos que acabo de comentar en "La gran belleza", especialmente a Fellini y "La dolce vita".




A través de la figura de un veterano periodista, que podría ser el Mastroianni de "La dolce vita", con algunos años y algunas decepciones más a la espalda, Sorrentino hace un fresco sobre la alta sociedad de Roma y su vida tan despreocupada como vacía. Un mundo en el que nadie le importa a nadie y cada uno va en busca de su disfrute personal, a la caza del siguiente juguete con el que entretenerse un rato antes de pasar a otro. Un mundo del que ha sido participante Jep Gambardella, aunque la muerte de un amor de juventud le hace replantearse qué es lo que ha hecho con su vida y por ello no podrá evitar la melancolía de pensar en lo diferentes que podrían haber sido las cosas. O quizá no, porque Gambardella es uno de esos personajes vacíos y hedonistas que solo usa a la gente como distracción, sin comprometerse con ellos.




Como homenaje a Fellini tampoco faltan situaciones surrealistas y cómicas, momentos que juegan con la realidad y el recuerdo y la presencia de Roma, con varias de sus calles y monumentos, que da vida a un contraste entre la civilización que fue y la que ahora es, ejemplificado a la perfección en la estupenda secuencia de inicio de película, con esa mezcla de lo sublime y lo más petardo que caracteriza al metraje.



De este modo, Sorrentino nos ofrece una película brillante, una de esas cintas que no están hechas para su consumo rápido en multisalas, que necesitan que el espectador se deje llevar y se deje impregnar por su atmósfera, por su particular tono entre burlón y melancólico, al estilo de la forma de ser de su protagonista



Tres películas muy diferentes entre sí para estas Navidades, a las que les une su búsqueda de lo bello, más en la belleza interior en el caso de "la vida secreta de Walter Mitty" y "La gran belleza" que en la simple apariencia en la que se queda "Mucho ruido y pocas nueces".

Felices fiestas a todos.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Hablemos de eso

El otro día estaba escuchando en la radio uno de estos programas de la tarde (que son con los que me despierto cada día por mis horarios nocturnos) y en él se empezó a hablar de sexo a raíz de un estudio de la Liga Española de Educación que hablaba sobre las fuentes de información de los chavales cuando empiezan a sentirse atraídos por esos temas. Las principales formas de información sobre sexualidad para los adolescentes son las charlas en los centros educativos, las amistades e Internet, pero sólo un 12% la recibe de sus padres, un 7% cita la experiencia propia e incluso un 17% de los chicos las películas pornográficas. En torno a cuatro de cada diez adolescentes mencionan la curiosidad, el deseo de experimentar, la diversión y el disfrute entre los motivos para tener la primera relación sexual, aunque el 60% asegura que estar enamorado también lo justifica, con diferencias entre chicos y chicas.
 
En el programa se comentaba que los padres deberían hablar con los hijos de esos temas con mayor resolución, porque siempre existe un tabú de los padres y los hijos a la hora de tratar aspectos sexuales y que lo mejor es que vayan aprendidos de casa desde pequeños. Yo en este asunto no estoy muy de acuerdo, básicamente porque soy de la opinión de que hablar de sexo con los padres no mola, resulta violento, como ver a tus padres desnudos o practicando sexo. Yo los veo como una figura de autoridad con la que hay cosas que no puedo compartir y es mejor que sea así, del mismo modo que no me voy de fiesta con mis padres. Y es que hablar de sexo con amigos o conocidos puede ser muy interesante, pero con los padres es bastante incómodo, como le pasaba al protagonista de las películas de "American Pie".
 


 
Recuerdo haber visto con 12 años mi primera película porno, en casa de un chaval que había conocido en un campamento de verano y cuyo padre tenía una amplia colección de VHS de esa especialidad. Aún recuerdo la náusea que sentí al ver los miembros sexuales y los planos de la penetración y la eyaculación, pero al mismo tiempo no podía dejar de mirar, con un morbo como el de quien ve un nacimiento o una operación, acabé pálido y mareado después de ver aquello. Estaba claro que aún no estaba preparado para esos menesteres, aún me quedaban unos 3 años para empezar a interesarme en esos asuntos y vaya si lo hice cuando me llegó la hora. Hubo una enciclopedia que estaba en una estantería de mi casa y que trataba temas del cuerpo humano, con uno de los tomos hablando de la sexualidad, el cual leí varias veces sin mucha satisfacción. Yo buscaba mujeres desnudas y actos sexuales y encontré mapas de órganos genitales y explicaciones médicas de los resortes de la sexualidad, todo muy académico y frío, que hasta aprendí que "pene" era el nombre científico de "pito", como siempre lo había llamado y que al órgano de las mujeres se le llamaba "vulva", no otros apelativos más coloquiales que ya se pueden imaginar.




En mi colegio, los chavales andaban también con ganas de saber y los más intrépidos llevaban revistas porno que mirábamos a escondidas en los recreos y alguna quedó confiscada tras ser usada para escandalizar a los grupos de chicas, enarbolando esas fotos de "penes" y "vulvas" como si fueran de asesinatos sangrientos, para herir sensibilidades y provocar gritos de apuro entre las muchachas (aunque alguna no parecía muy escandalizada cuando le querían chinchar con ello, aún tenía mucho que aprender sobre la sexualidad femenina, menos escandalosa que la masculina, pero no por ello igual de curiosa).



El caso es que fui aprendiendo desde entonces y hasta ahora a través de mis vivencias y las de contemporáneos míos, de compañeros y amigos y de extraños que cuentan sus experiencias, no por mis padres, con los que prefiero no hablar de ello. Mi abuelo, al que recordaba el otro día tras su muerte, me pilló una vez hace bastantes años viendo una película porno y espero a que volviera mi madre a casa para comentárselo, diciendo que me había pillado viendo películas "de putas y cabrones" (nunca olvidaré esa expresión) y mi madre le dio poca importancia, diciendo que eran cosas de la edad. Esa es de las pocas veces en las que el sexo se ha mezclado en las experiencias familiares, aparte de las típicas escenas subidas de tono en películas, que me hacían mirar para otro lado por verguenza ajena si estaba acompañado y de las que no perdía ripio estando solo.

Recuerdo otra anécdota graciosa cuando una noche de sábado, después de ver "Lluvia de estrellas" (aquel programa que presentaba Bertín Osborne en el que gente anónima se disfrazaba de su cantante favorito y lo imitaba) nos quedamos a ver que daban después y empezó una película, llamada "El virgo de Visanteta", española, hecha a finales de los 70, pasado el franquismo, con lo que tenía unas connotaciones que yo entonces desconocía. Trataba sobre una mujer de un pueblo valenciano del siglo XIX con un gran apetito sexual, todo en tono de farsa y con abundantes escenas de cama, como era de rigor en los años del destape. Huelga decir que mi madre no tardó en decir que esa película era la clásica guarrada española y que ya era hora de irse a dormir aunque luego, cuando estaban acostados, yo volví a ver la película, a ver qué pasaba, que justo andaba estudiando en el colegio la literatura española del Siglo de Oro y me hacían gracia esos requiebros procaces del castellano (y ver piel desnuda también pesaba lo suyo, no nos engañemos). Y con nombres ilustres del cine español como Pepe Sancho o Antonio Ferrandis (famoso por su papel de Chanquete) y dirigida por Vicente Escrivá, luego creador de series como "Lleno por favor" y "Manos a la obra".


 
Otras de las maneras de enterarse de sexo en los años jóvenes para aquellos que nacimos en los primeros años 80 fueron los programas dedicados a ello. La pionera fue la doctora Elena Ochoa, que se hizo famosa por su "Hablemos de sexo" y después por ser esposa del célebre arquitecto Norman Foster. Este programa tenía el tono didáctico de uno de esos manuales que hojeaba a escondidas, muy propio de una generación que estaba aún abandonando tantos años de pacatería tras el franquismo.
 
 
 
Tal fue la repercusión del programa de Ochoa, que los Martes y 13 le dedicaron una de sus parodias más inolvidables, con testimonio incluido de una mujer maltratada que se burlaba del sensacionalismo que se hacía con los sucesos y que hoy sería impensable de repetir.
 
 
 
A finales de los 90 la gente de mi clase comentaba siempre lo que había pasado la noche anterior en el programa "En tu casa o en la mía" de los 40 Principales, presentado por uno de esos locutores intercambiables que tiene esa emisora (todos suenan igual) y Lorena Berdún, una mujer que atendía llamadas de los oyentes sobre dudas sexuales. Tal fue el seguimiento que alcanzó esta mujer que no tardó mucho en saltar a la televisión, primero en Telemadrid y luego a nivel nacional en TVE con el programa "Dos rombos", en el que ponía en imágenes ese estilo más cercano y desenfadado que la había hecho famosa en la radio y que era una evolución al tono académico de la doctora Ochoa.
 

 
 
Lorena Berdún se convirtió en un "sex symbol" para muchos adolescentes de entonces por su dulce voz y hablando sin tapujos de sexo, hasta que muchos la vieron en persona y se desencantaron, aunque a mí siempre me ha resultado igualmente atractiva.
 
Ahora los tiempos han seguido cambiando y los chavales tienen muchos más medios para saber de sexo gracias a Internet, que les da acceso a cualquier cosa que se les ocurra. Lo que sigue siendo norma es su confusión a esas edades en las que se deja de ser niño y se empieza a ser adulto, siempre tan problemáticas por todos los cambios que se operan en tan pocos años. El cambio entre los 12 y los 18 años es mucho mayor que cualquier otro que se experimente después de la mayoría de edad y con mucho menos tiempo para asumirlo. Hay quien dice que los padres deben cortar esos tabúes de antaño y hablar con sus hijos de esas cosas, pero creo que no hay que olvidar que es bueno compartir experiencias con quien está en la misma situación, para no sentirse un bicho raro, para sentir que eres parte de algo en lo que hay más gente involucrada.


martes, 17 de diciembre de 2013

Me gustas

Todos nos hemos visto alguna vez en la situación de que nos guste alguna persona para emprender una relación amorosa con ella y no nos atrevamos a decírselo, por miedo a que huya de nosotros o de que simplemente la relación amistosa ya existente se vaya al garete. En esos casos, tratamos de hacer notar mediante detalles e insinuaciones lo que sentimos, en espera de que la otra persona se dé por aludida y nos anime a dar el paso definitivo. Antes de que nos convirtamos en el pagafantas de turno.
 

 
 
Pero hay veces en las que la timidez vence y nos es imposible transmitir nuestras emociones, llegando incluso a parecer indiferentes desde fuera cuando por dentro ardemos de pasión y se nos ve indolentes cuando estamos que nos derretimos por la otra persona, como muestra de forma simpática esta secuencia de "Amelie".



Como "Amelie" es una película bonita, todo acaba bien y los protagonistas descubren su mutuo sentimiento, pero en la vida real no siempre es así. Si todos tuviéramos un letrero que indicara lo que queremos o pudiéramos leernos el pensamiento todo sería más fácil, pero como eso no es lo habitual lo más común es seguir el tradicional método científico de ensayo/error. Es decir, intentarlo, salir quizá mal parado y volverlo a intentar para que salga mejor.
 
Hablaba no hace mucho del libro "Ana Karenina" de León Tolstói, que me había gustado mucho por su buen tino y su alcance universal a la hora de diseccionar los comportamientos humanos. Y me he acordado de un extracto que hace referencia a los deseos no revelados por otra persona. Tolstói hace un pequeño parón en la narración de las peripecias de los protagonistas de la novela y se centra en dos personajes de escaso peso en la trama, a los que da su momento de (no) gloria. Es curioso, porque son dos personajes que apenas aparecen en el libro más allá de este aparte, imagino que porque Tolstói quiso explorar con ellos otra parte del abanico amplio de las emociones humanas. En este caso, de la impotencia de no saber o no poder transmitir lo que se siente.


"Vareñka estaba muy atractiva, con su pañuelo blanco sobre la negra cabellera, rodeada de niños, ocupándose alegremente de ellos y visiblemente conmovida por la posibilidad de que el hombre que le gustaba se le declarase.

Sergio Ivanovich, a su lado, la miraba sin cesar, recordando las agradables conversaciones que había mantenido con ella y comprendiendo cada vez más claramente que experimentaba por la joven un sentimiento especial, que ya sintiera otra vez, mucho tiempo hacía, en su primera juventud. Sí, sólo una vez...

La impresión de alegría que le causaba su proximidad fue creciendo sin cesar hasta el momento en que, al darle una seta, una enorme seta de tallo delgado, con los bordes vueltos hacia afuera, la miró a los ojos y observó el rubor que su emoción tímida y alborozada hacía subir a su rostro. Él mismo se turbó y le sonrió con una de aquellas sonrisas que dicen tantas cosas.

«De ser así», se dijo, «debo pensarlo antes de resolverme, sin dejarme llevar, como un chiquillo, de la influencia del momento».

–Voy a separarme de todos para buscar setas por mi cuenta –pronunció en voz alta Sergio Ivanovich–, porque, si no, mis hallazgos van a pasar inadvertidos.

Y se alejó del lindero del bosque por cuya suave alfombra pasaban, entre los viejos álamos poco frondosos, hacia el interior, donde a los troncos blancos de los álamos se unían los grises de los olmos y los oscuros de los avellanos.

Habiéndose apartado unos cuarenta pasos, Sergio Ivanovich se encontró detrás de un avellano en pleno florecimiento, cuyas ramas con sus racimos de un rojo rosado le ocultaban a los ojos de sus acompañantes, y se detuvo.

Todo estaba en calma en tomo suyo. Sólo en torno de los álamos a cuya sombra se encontraba, zumbadores moscas volaban como un enjambre de abejas, y a lo lejos se oían de vez en cuando las voces de los niños.

De pronto, muy cerca, en el lindero del bosque, sonó la voz de contralto de Vareñka llamando a Gricha. Una sonrisa alegre iluminó el rostro de Sergio Ivanovich y, al tener conciencia de su sonrisa, movió la cabeza en señal de desaprobación, y, sacando un cigarro del bolsillo, se dispuso a fumar.

Estuvo mucho rato sin conseguir inflamar el fósforo que frotaba en el tronco de un abedul. La suave pelusa de la blanca corteza se pegaba al fósforo y apagaba la llama.

Al fin consiguió encender uno y el aromático humo del cigarro se elevó ante él como un ondulante velo hacia las ramas colgantes del abedul.

Siguiendo con la vista las volutas del humo, Sergio Ivanovich continuó su camino pensando en su situación.

«¿Por qué no?», se decía. «Si esto fuera una explosión de sentimientos, una pasión, si hubiera sentido esta inclinación, que ya puedo llamar recíproca, y notara, a la vez, que ello iba contra mi modo de vivir; si, entregándome a esta inclinación observara que traiciono mi vocación y mú deber.. Pero no hay nada de eso... Sólo puedo alegar en contra que, al perder a María, prometí ser fiel a su memoria. Sólo esto puedo oponer a mi sentimiento y desde luego comprendo que es importante.»

Pero mientras se hacía estas reflexiones advertía a la vez que para él no podían tener ninguna importancia, salvo tal vez la de que estropearía a los ojos de los demás su papel de fiel enamorado.

«Aparte de esto, por mucho que busque, no encontraré nada contra mi sentimiento. Si hubiera escogido sólo ateniéndome a la razón, no habría hallado nada mejor.»

Pensando en cuantas mujeres conocía, no lograba recordar ninguna que reuniese aquellas cualidades que él, reflexionando fríamente, había siempre deseado para su esposa.

Vareñka tenía el encanto y lozanía de la juventud, pero no era una niña, y si le amaba era conscientemente, como debe amar una mujer.

Pero había algo todavía mejor, y era que ella no sólo estaba apartada de las opiniones del gran mundo, sino que, evidentemente, el gran mundo le repugnaba, sin prejuicio de conocerlo y de saberse mover en él dignamente, sin lo cual Sergio Ivanovich no podía concebir a la compañera de su vida.

Además, Vareñka era religiosa, pero no como una niña, al modo de Kitty, religiosa y buena por instinto, sino con conocimiento de causa, ordenando su vida según los principios religiosos.

Incluso en otros detalles, Sergio Ivanovich hallaba en ella cuanto pudiera desear en su esposa: Vareñka era pobre y vivía sola en el mundo, y no traería con ella una caterva de parientes y su influencia en casa del marido, como sucedía con Kitty, y estaría obligada en todo a su marido, cosa que había deseado también siempre para su futura vida conyugal.

Y la joven que reunía todas aquellas condiciones le amaba, lo que él, aunque modesto, no podía dejar de observar. Y Sergio Ivanovich la amaba también.

Había un obstáculo: su edad. Pero en su familia eran todos fuertes y vivían muchos años. No representaba apenas cuarenta y recordaba que sólo en Rusia se considera viejos a los hombres cincuentones.

En Francia un cincuentón está dans la force de l'âge y un cuarentón es un jeune homme. ¿Qué significaba la edad si él se sentía tan joven de espíritu como veinte años atrás? ¿Acaso no era juvenil el sentimiento que experimentaba ahora cuando, al salir desde el centro del bosque a su límite, veía bajo los oblicuos rayos del sol, inundada en su luz, la graciosa figura de Vareñka, con su vestidito amarillo?

Ella, con el cesto al brazo, pasó con rápido andar ante el tronco de un abedul. La impresión que le causara Vareñka se unió en él a una perspectiva que le sorprendió por su belleza: el campo de avena que empezaba a amarillear, anegado en los rayos oblicuos del sol, y más allá, el añoso bosque, también salpicado de manchas amarillas, que desaparecía en la lejanía azul...

Su corazón se estremeció de alegría, su alma se llenó de ternura y Sergio Ivanovich se decidió.

En aquel momento, Vareñka, que se había inclinado para coger una seta, se erguía con gentil ademán.

Sergio Ivanovich tiró el cigarro con un rápido movimiento y se dirigió hacia ella.

«Bárbara Andrievna: cuando yo era muy joven aún, forjé un ideal de mujer a quien amar y a quien hacer mi esposa. Después de largos años de vida, he hallado en usted lo que buscaba. La amo y le ofrezco mi nombre.»

Así se preparaba a hablar Sergio Ivanovich cuando estaba a diez pasos de Vareñka, la cual, arrodillada y defendiendo una seta de los asaltos de Gricha, llamaba a la pequeña Macha.

–Ven, ven, pequeña, ven. ¡Aquí hay muchas! ––decía con su agradable voz.

Viendo acercarse a Sergio Ivanovich no cambió de postura, pero él advirtió en todo su aspecto que sentía su proximidad y se alegraba.

–¿Ha encontrado usted muchas? –preguntó,–volviendo hacia él su hermoso rostro, que sonreía con dulzura enmarcado en el blanco pañuelo.

–Ninguna. ¿Y usted? –repuso Sergio Ivanovich.

Vareñka, ocupada con los niños que la rodeaban, no contestó.

–¡Otro! –dijo, mostrando a la pequeña Macha un hongo minúsculo sobre un delgado tallo cortado en la mitad de su esponjosa cabeza rosada por una brizna de hierba seca que había crecido bajo el hongo.

Vareñka se incorporó cuando Macha cogió el honguito, rompiéndolo en dos frescos pedazos.

–Esto me recuerda mi infancia –dijo Vareñka, dejando a los niños para aproximarse a Sergio Ivanovich.

Anduvieron unos pasos en silencio. Vareñka adivinaba que él quería hablar; sabía ya de qué, y la alegría y el temor le oprimían el alma.

Se alejaron tanto que todos les perdieron de vista; pero él seguía callando. Vareñka optó por callar también. Después de un silencio, resultaba más fácil hablar de lo que les interesaba que a raíz de unas palabras sobre las setas.

Pero, como involuntariamente, Vareñka dijo de improviso:

–¿De modo que usted no ha encontrado nada? Claro... En el bosque siempre hay menos setas que en los linderos.

Sergio Ivanovich suspiró sin contestar. Le desagradaba que ella hablara de las setas. Habría querido hacerla volver a sus primeras palabras sobre su infancia; pero, también como a la fuerza, tras una pausa le contestó:

–He oído decir que los hongos blancos crecen en los linderos del bosque, pero no sé distinguirlos.

Pasaron otros varios minutos. Se alejaron más de los niños y ahora estaban completamente solos. El corazón de Vareñka latía de tal modo que ella percibía sus latidos. Se daba cuenta de que se ruborizaba, palidecía y volvía a ruborizarse. Ser esposa de un hombre como Kosnichev después de la posición en que viviera con la señora Stal, le parecía que era más de lo que podía desear. Estaba, por otra parte, convencida de que le amaba.

Sentía que ahora iba a decidirse todo, y se asustaba de lo que le diría y de lo que le dejaría de decir.

Sergio Ivanovich comprendía también que había que explicarse ahora o no lo harían nunca. Todo en la mirada, el rubor y los ojos de Vareñka delataba una fuerte emoción. Kosnichev la compadecía.

Pensaba aun que no decirle nada ahora, sería ofenderla. Se repitió mentalmente todo lo aducido en pro de su decisión; se repitió incluso las palabras con las que quería expresársela.

Pero, por una inesperada asociación de ideas, en vez de decirle lo que pensaba, le preguntó:

–¿Qué diferencia hay entre el hongo blanco y el hongo de álamo?

Los labios de Vareñka temblaron de emoción al contestar:

–La cabeza no difiere apenas, pero el tallo sí.

Y, después de pronunciar estas palabras, comprendieron ambos que todo había terminado, que lo que debía decirse no se diría. Y su mutua emoción, que había alcanzado su punto máximo, empezó a calmarse.

–El tallo del hongo de álamo recuerda la barba de un hombre moreno sin afeitar –dijo, ya completamente tranquilo, Sergio Ivanovich.

–Es cierto –repuso Vareñka sonriente.

Y, sin darse cuenta, cambiaron el rumbo de su paseo y se acercaron a los niños.

Vareñka sentía dolor y vergüenza, pero a la vez experimentaba cierta sensación de alivio.

De vuelta a casa y repasando todos los motivos que podía tener para casarse, Sergio Ivanovich halló que había pensado equivocadamente. No podía traicionar la memoria de María.

–¡Calma, calma, calma, niños! –gritó Levin, casi irritado, poniéndose ante su mujer para defenderla cuando los chiquillos, entre gritos de alegría, venían corriendo a su encuentro.

Detrás de los niños salieron del bosque Sergio Ivanovich y Vareñka.

Kitty no necesitó preguntar nada. En los rostros serenos y como avergonzados de los dos la joven comprendió que sus esperanzas no se habían realizado.

–¿Y qué? –preguntó su marido cuando volvían a casa.

–No toma –dijo Kitty, recordando a su padre en el modo de reír y hablar, lo que Levin observaba a menudo en ella con placer.

–¿Qué quiere decir «no toma»?

–Esto; mira lo que hacen –repuso Kitty, cogiendo la mano de su marido, llevándosela a la boca y tocándola con sus labios cerrados–. Le besa la mano como se le besa a un obispo.

–Pero, ¿quién es el que «no toma»? –preguntó Levin riendo.

–Ni el uno ni el otro. Mira, es así como debe hacerse.

Y Kitty besó la mano de su marido.

–Cuidado. Ahí vienen unos aldeanos.

–No, no han visto nada..."
 
 
Al final te queda esa sensación de impotencia de ni Sergio ni Varenka se atrevan a dar el paso y se sientan un poco idiotas, algo tantas veces repetido a lo largo de los siglos en todas las épocas. Porque aunque los anhelos no revelados siempre se han considerado más comunes en la mujer, hay muchos hombres que por vergüenza o por miedo al fracaso no confiesan lo que sienten. Y eso es un error, porque dudo que nadie nos lea la mente ni sepa lo que pensamos si no lo transmitimos. Y puede que no salga bien si la otra persona no siente lo mismo, pero quedará el consuelo de haber hecho lo posible. Porque la vida se basa en esa dualidad científica de ensayo/error y de los errores surgen mejores ensayos para dar con la clave del progreso. Si alguien te gusta, házselo saber, no te quedes con la duda que nos impide avanzar. Como hicieron Nino y Amelie Poulain, sin necesidad de palabras.
 
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Fernando Argenta, la música clásica y el cine

Hace unos días se conocía la muerte de Fernando Argenta a los 68 años víctima de un cáncer, una noticia que ha conmovido a todos aquellos que hemos difrutado (y disfrutamos) de la música clásica. Y es que su labor como divulgador de esta especialidad ha sido impagable, a la hora de hacer que muchos niños y jóvenes viesen lo bueno de una música que erróneamente ha sido calificada de aburrida.



Fernando Argenta es originario de la localidad cántabra de Castro Urdiales, ciudad natal de su padre, el director de orquesta Ataúlfo Argenta. Cursó estudios superiores de música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, actividad que compatibilizó con la Licenciatura en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. En su juventud fue miembro del grupo de rock "Micky y Los Tonys", el cual abandonó en 1965 para cumplir el servicio militar.





En 1976 comenzó a trabajar en Radio Nacional de España, emisora en la que dirigió el programa "Clásicos populares", que trataba de acercar la música clásica al gran público de una forma amena y desenfadada y que se mantuvo en antena con notable éxito y prestigio hasta el 31 de julio de 2008. Junto a él presentaba y codirigía el programa Araceli González Campa, quien se prejubiló a principios de 2008. El programa dejó de emitirse por la prejubilación de ambos presentadores, tras 32 años de emisión. Entre 1986 y 1989 dirigió Radio 3 y posteriormente Radio 1 de Radio Nacional de España. Además fue presentador y organizador habitual de conciertos y óperas infantiles. Desde 2000 y hasta su prejubilación en 2008 dirigió y presentó el programa "El conciertazo" en TVE, espacio en el que presentaba conciertos de música clásica para niños con puestas en escena y elementos de danza y ópera en los que se explica el significado de la música.



Fernando Argenta siempre tuvo claro que la música clásica era el germen de todas las músicas que conocemos hoy día y que de las creaciones de Mozart, Beethoven, Bach, Chopin y muchos otros, vienen las canciones y músicas de hoy. Además tuvo el acierto de ser un buen maestro, alguien que hacía que los demás se interesaran por lo que él quería enseñar. Recuerdo haber ido a uno de los conciertos organizados por él cuando yo era pequeño y haberlo pasado en grande viendo a la orquesta tocar tantos temas de música clásica que tenían un ritmo y una sonoridad para mí entonces desconocida y que me fascinó. De ahí surgió un vivo interés por ese tipo de música y mis padres acabaron comprándome casettes y luego CD´s de música clásica que escuché repetidas veces, de modo que supe mucho antes quién era Giaccomo Puccini que U2, los Beatles o los Rolling Stones.

A día de hoy me gustan varios tipos de música y sobre todo escucho canciones que suenan en las diferentes radios y clásicos de los 70 y los 80, pero no olvido a la música clásica y de vez en cuando me gusta inspirarme con alguuno de los temas creados hace siglos y que tan bien saben expresar un amplio abanico de emociones. El cine ha sido también un gran cliente de los grandes autores y es fácil encontrar muchos ejemplos de música clásica insertada en películas, por decisión estilística y de paso porque su uso sale gratis al ser música libre de derechos de autor. Hay algunos ejemplos que tengo en la cabeza y que quiero compartir en esta entrada.

"Two lovers" es una de las películas de amor que más me han gustado hasta la fecha por su tratamiento realista de lo que es ese sentimiento, tan mágico y tan dañino a la vez, lejos de comedietas para pasar la tarde. Una de mis escenas favoritas es aquella en la que el protagonista recibe la visita de una chica interesada en él mientras escucha un aria de ópera, "O Lola ch'ai di latti di cammisa" de la opera Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni.


Otro ejemplo reciente de buen uso de la música clásica es "Cisne negro", cuya trama gira en torno a una atormentada bailarina que tiene que representar el papel principal en "El lago de los cisnes" de Tchaikovsky y que ya seduce desde su secuencia inicial.





Una de mis escenas favoritas de uso de música clásica en cine es la magnífica secuencia de "Copying Beethoven" en la que un sordo Ludwig van Beethoven debe dirigir una orquesta que interpreta su Novena Sinfonía ayudado por una joven a causa de su sordera, una sordera que no le permite darse cuenta de los aplausos que provoca el estreno de una de sus grandes obras maestras. Son 12 minutos maravillosos, lo mejor con diferencia de una película que es simplemente pasable.





Posiblemente mi instrumento favorito sea el piano, un instrumento que nunca he aprendido a tocar y que tenía una importancia vital para el protagonista de "El Pianista", que conseguía salvar su vida gracias a una interpretación de piano cuando es hallado en su escondrijo por un oficial nazi. Uno de esos momentos en los que no hace falta hablar para emocionar al más pintado.


Roman Polanski se llevó la Palma de Oro en Cannes y posteriormente el Oscar al mejor director con una película que se cerraba con otra interpretación al piano de Chopin que causó una ovación de 10 minutos en en el festival francés y recuerdo cuando vi la película en el cine que casi nadie se movió de su butaca hasta el final, aplaudiendo como si de un concierto se tratase.


Pero la música clásica no sirve únicamente para evocar emociones tristes y melancólicas, también puede inducir al juego y la diversión. Así lo entendió Charles Chaplin al usar la "Danza Húngara número 5" de Johannes Brahms para una secuencia en la que acomodaba sus movimientos a los compases de los instrumentos, haciendo gala de su habilidad para el humor mudo.


Otra de las emociones que transmite la música clásica es la épica, bien plasmada en la secuencia final de "V de Vendetta", con la "Overtura 1812" de Tchaikovsky.


Esa escena final implicaba épica a lo grande, pero también puede haber épica interior, sufrida por un grupo de personas que experimentan una gran sensación de trascendencia. Así lo ejemplifica el uso de la Séptima Sinfonía de Beethoven en "El discurso del rey", cuando el protagonista supera sus problemas de tartamudez para dar un importante mensaje.


Hablaba al principio de la "Cavalleria Rusticana" de Pietro Mascagni con fines románticos y en "Toro salvaje", Martin Scorsese introducía el tono crepuscular de la película con otra de las arias de la ópera.


No sólo el cine más "artístico" tira de la música clásica, incluso el más comercial lo usa de vez en cuando para dar lustre a la producción. En "Ocean´s eleven" el "Claro de Luna" de Claude Debussy le daba una pátina muy hermosa a ese final de esa mujer que ve cómo su amante es detenido tras cometer un robo y que ilustra al grupo de ladrones reunidos ante una de las atracciones de Las Vegas antes de separar sus destinos.


La música clásica puede servir para dar hermosura a cualquier lugar y cualquier situación y eso es lo que pensaba el protagonista de "Cadena perpetua" cuando hacía sonar "Las bodas de Fígaro" de Mozart en los altavoces de una sórdida cárcel.


Pero si hay un director que ha empleado con gran esmero la música clásica, ese ha sido Stanley Kubrick, que ha conseguido aunar ciertos momentos con ciertas piezas. Ese es el caso de "Así habló Zaratustra" de Richard Strauss, utilizado en el amanecer del hombre en "2001. Una odisea del espacio".


Poco después, ese simio que había aprendido el uso de la violencia lanza uno de los huesos al aire, que se convierte en una nave espacial, dando paso a otra secuencia donde flotamos por el espacio al ritmo del "Danubio Azul" de Johann Strauss.


Otra película de Kubrick con un uso estupendo de piezas clásicas es "Barry Lyndon", que comenzaba de forma imponente con la "Sarabanda" de Haendel.


Se dice que las emociones muchas veces son imposibles de explicar con palabras, así que Kubrick usa el "Trio opus 100" de Franz Schubert para narrar el enamoramiento del protagonista con Lady Lyndon.


La música clásica no es algo que se hiciera únicamente en siglos pasados, también en el siglo XX ha habido grandes nombres en esta disciplina, como el director de orquesta Herbert von Karajan o Samuel Barber, creador de "Adagio for strings", fondo sonoro de tantos momentos tristes, como la muerte del sargento Elias en "Platoon".


Uno de los dichos asociados a la música es que es capaz de amansar a las fieras y eso es lo que le pasa al protagonista de "Master and Commander", un bravo marinero que gusta de solazarse con Boccherini tras una dura batalla.


Todo un clásico que aúna cine y música es la pieza "El aprendiz de brujo" de la película "Fantasía" de Disney, inspirada por las sonoridades de Paul Dukas, otro compositor del siglo XX.


El saxo se considera como el instrumento más cercano a la hora de transmitir impulsos erótico-festivos, pero el "Bolero" de Maurice Ravel ha pasado a la historia como sinónimo de música para ambientar momentos calientes, especialmente tras su aparición en "10, la mujer perfecta", donde Bo Derek ponía interesante al espectador al ritmo de Ravel.




Mucho es el poder que tiene la música a la hora de cautivar a las almas más elevadas y las más brutales, como bien reflejaba Sam Mendes en "Jarhead", al mostrar a un grupo de marines que estaban eufóricos por la violencia que ofrecía Coppola en "Apocalypse Now" al ritmo de la "Cabalgata de las Walkirias" de Richard Wagner, otra de esas asociaciones de cine y música clásica ya icónicas.


Tampoco quiero ponerme en plan estirado y decir que después de estos clásicos ningún otro tipo de música vale la pena, porque no es así. Aún reconociendo que no hay nada que supere a la música clásica a la hora de sugerir cualquier emoción, la historia nos ofrece ejemplos muy variados de creaciones maravillosas en todas las épocas. Yo soy capaz de escuchar con el mismo deleite una de estas piezas o una canción de Rihanna o Lady Gaga y no se me caen los anillos por admitirlo, porque cuanto más conozcamos más se amplía nuestro gusto y nuestro cerebro. Y eso es lo que Fernando Argenta siempre quiso transimitir, que la música clásica no es esa cosa aburrida que suena a viejo, sino un amplio abanico de emociones universales que se repiten generación tras generación. Y por haber descubierto ese bagaje a tanta gente merece todos los homenajes que se le puedan dar.


Descanse en paz.