martes, 30 de abril de 2013

"Iron Man 3", un digno divertimento

Y si la semana pasada hablaba de una película metafórica y no muy apta apta para todos los públicos como es "To the wonder" de Terrence Malick, esta semana le toca el turno a "Iron Man 3", que promete romper taquillas. Y es que no me importa el género si la película me interesa.
 El descarado y brillante empresario Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.) se enfrentará al Mandarín (Ben Kingsley) un formidable enemigo que pondrá en jaque a Estados Unidos. Cuando Stark comprende que su enemigo ha destruido su universo personal, se embarca en una angustiosa búsqueda para encontrar a los responsables. Acorralado, Stark tendrá que sobrevivir por sus propios medios, confiando en su ingenio y su instinto para proteger a Pepper Potts (Gwyneth Paltrow), la mujer que quiere.
La primera entrega de "Iron Man" fue un soplo de aire fresco a la hora de crear un superhéroe que no renunciaba al humor y a algo de autoparodia, dentro de la seriedad excesiva que había adquirido el género, que parecía haber olvidado ese componente lúdico que siempre han tenido este tipo de aventuras. Además fue la particular resurrección de un Robert Downey Jr, que tras superar sus problemas con el alcohol y las drogas estaba anclado de secundario en producciones poco comerciales y vio cómo la gloria que había experimentado a finales de los 80 y principios de los 90 volvía aumentada, cuando ya parecía que su tiempo había pasado. Después vinieron la segunda entrega del hombre de hierro (bastante inferior y donde lo más interesante era ver a Scarlett Johansson en su personaje de Viuda Negra) y su participación con otros superhéroes de Marvel en "Los vengadores".
Esta tercera entrega es en la que más vemos a Tony Stark y menos a Iron Man, ya que se queda pronto sin sus habituales recursos mecánicos y tiene que ingeniárselas como buenamente puede. Ello sirve para recuperar la esencia del personaje sin abusar de las tradicionales secuencias de acción, que aquí se circunscriben a dos o tres momentos muy puntuales y bien rodados. Si las dos primeras entregas corrieron a cargo del actor Jon Favreau (que también interpreta el rol de guardaespaldas de Stark), esta tercera parte está dirigida por Shane Black, que ya trabajó con Downey Jr. en la divertida "Kiss kiss, bang bang" y que también tuvo su momento de gloria entre los 80 y los 90, cuando fue guionista de filmes como "Arma letal" o "El último boy scout". Black sabe donde se mete y sabe cargar la trama de humor e ironía, a mayor gloria de un Downey Jr.  al que con su pasado canalla el personaje del hedonista Stark le viene como anillo al dedo.
Esta "Iron Man 3" es quizá la más redonda de las tres partes del superhéroe del traje de hierro y se beneficia de una puesta en escena que sabe distribuir bien las partes de interacción de los personajes con la pirotecnia audiovisual. A todo ello ayuda el buen hacer de su reparto, encabezado por Downey Jr. y una Gwyneth Paltrow que sabe estar a la altura con lo que le echen y a sus secundarios, como un Ben Kingsley que sabe equilibrar la vena seria y la paródica, un Guy Pearce en uno de esos personajes que saben más de lo que aparentan y una breve Rebecca Hall como una científica a la que Stark conoció a finales de los 90 (todo un puntazo empezar la película con el "Blue da ba dee" de los Eiffel 65 para ambientar la acción en 1999, fue un detalle que me recordó a mi adolescencia, cuando grababa canciones como ésta en casettes cada vez que las ponían en la radio).

Así pues, una película entretenida para pasar un buen rato y un pequeño aperitivo antes de la llegada de las nuevas cintas de los superhéroes Marvel y una nueva entrega de "Los vengadores". Me hizo gracia ver cómo la gente ha aprendido y más de la mitad de los espectadores se quedaron para ver los créditos a la espera de la escena final, que en anteriores películas ha ido dando pistas de por dónde irían los tiros en las siguientes partes y que aquí se ha quedado en una pequeña broma privada.

jueves, 25 de abril de 2013

Juegos de manos

Todos tenemos nuestras particulares filias y fobias, esas cosillas y esos detalles que nos atraen y nos repelen, muchas veces sin saber muy bien por qué. Algunas de ellas pueden llegar a ser de lo más retorcido que uno se pueda imaginar. Yo he de confesar que siento una especial atracción por las manos, sobre todo por las manos de mujer.




Cuando conozco a una mujer u observo a alguna, aparte de fijarme en las cosas en las que nos fijamos los hombres habitualmente también me gusta contemplar sus manos. Hay quien dice que por las manos podemos saber algunas cosas de la persona a la que pertenecen, que si están cuidadas o descuidadas nos dirán que su dueño es celoso de su imagen o no le importa su aspecto (que luego no quita para que el que tiene manos cuidadas sea un imbécil y el que las tenga como sarmientos sea un encanto).

Dentro de mis prototipos favoritos de manos debo reconocer que me gustan las manos de dedos finos, no necesariamente largos, simplemente que no sean rechonchos ni parezcan zarpas. Me gusta asimismo que no sean muy venosas ni con los tendones muy marcados, que tengan una forma suave.



Otra de las cosas en las que me suelo fijar en las manos de una mujer es en sus uñas. No tengo una especial predilección por los esmaltes, me es indiferente si van coloreadas o no. En el caso de que lo estén me gustan los colores oscuros (ya sea negro, morado o púrpura, mis favoritos) y detesto el rojo. También tengo que confesar que no me gustan las uñas largas, prefiero que estén cortadas con normalidad.



A diario veo manos de todo tipo, manos de aspecto suave, de aspecto recio, desgastadas por el trabajo o cuidadas hasta el mínimo detalle. Suelo quedarme con la imagen de aquellas que me gustan, tal como si me quedase con los rasgos faciales de la persona a la que pertenecen. Así he encontrado a mujeres poco agraciadas de manos bonitas y viceversa, una cosa muchas veces no tiene nada que ver con la otra.



Con todo ello, para mí hay pocos placeres iguales a poder tocar una mano bonita o poder ser acariciado por ella. Como el de tocar las melenas bonitas y enredar mis dedos entre el pelo de ellas para juguetear con los mechones. Esto último sólo lo hago cuando hay mucha confianza, no es que vaya por la calle agarrando a las mujeres del pelo. Fetichismos que tiene uno.

martes, 23 de abril de 2013

"To the wonder", una reflexión sobre el amor

Hay películas que no sabes apreciar hasta que tienes una determinada edad y tu bagaje vital te permite comprender algunas cosas que si las hubieras visto antes no habrían tenido el mismo efecto. Así hay películas que detestamos porque no acabamos de comprender lo que pasa y si volvemos a verlas con el paso de los años entendemos mucho mejor lo que querían decir. Digo esto, porque para ver el cine de Terrence Malick es imprescindible un poco de bagaje cinéfilo, acercarse a su obra así por las buenas puede ser un tanto árido si no se avisado.



Terrence Malick es un director estadounidense que debutó en los 70 con "Malas tierras" y "Días del cielo", dos cintas ambientadas en la América profunda que le granjearon la atención de la crítica antes de desaparecer de la vida pública. Poco amigo de darse a conocer (es dificil encontrar imágenes suyas, no da entrevistas y en sus contratos incluye una cláusula para no aparecer en ningún material promocional de sus películas), pasaron 20 años antes de que volviera a dirigir, con la celebrada "La delgada línea roja". Estrenada el mismo año que "Salvar al soldado Ryan", ambas eran dos películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, aunque de tono muy diferente. Si la de Spielberg apostaba por el espectáculo, la de Malick lo hacía por el intimismo y la reflexión psicológica, dejando patentes unas inquietudes metafísicas que luego se han seguido produciendo en toda su filmografía. Tras hacer su particular visión del mito de Pocahontas en "El nuevo mundo" y sobre el sentido de la vida en "El árbol de la vida" (esa película que descubrió a la estupenda Jessica Chastain y provocó abandonos masivos de espectadores de las salas por su tono filosófico), ahora reflexiona sobre el amor en su último estreno, "To the wonder".




"To the wonder" está protagonizada por Ben Affleck, que da vida a Neil, un estadounidense que en Francia conoce a Marina (Olga Kurylenko), una mujer divorciada con una hija, de la que se enamora y la lleva consigo a un pequeño pueblo de Oklahoma. Sin embargo, una vez en Estados Unidos, la relación entre ambos se resiente por la apatía de él y la falta de adaptación de ella a su nuevo entorno. Además, Neil se reencuentra con un antiguo amor de juventud, Jane (Rachel McAdams), por la que también empezará a sentir algo. En medio del triángulo, Javier Bardem interpreta al padre Quintana, un sacerdote con problemas de fe.




"To the wonder" forma parte del aluvión creativo en el que parece haberse instalado Malick en los últimos años, quizá consciente de que su tiempo se acaba y que aún le quedan muchas historias por contar. De hecho tiene ya tres películas en fase de montaje, una fase en la que el director suele necesitar varios meses para cortar el extenso material que siempre rueda. Es conocida su costumbre de dejar fuera o cortar a la mínima expresión papeles que parece que iban a tener gran importancia en la trama, sea quien sea el actor. En "To the wonder" se han quedado fuera del montaje las tramas que protagonizaban Michael Sheen, Amanda Peet, Rachel Weisz, Jessica Chastain o Barry Pepper, a los que en ningún momento llegamos a ver, centrándose el largometraje en los cuatro actores protagonistas.




Lo que queda claro es que Malick hace un cine que no deja indeferente, o te interesa o te parece detestable. Una voz en off que suele más evocadora que explicativa, su gusto por las imágenes preciosistas de la naturaleza o el uso frecuente de música en lugar de diálogos para expresar las emociones, son los ingredientes habituales, que también se hacen presentes en "To the wonder". Podríamos decir que las películas de Malick son más una poesía que una novela, en la que no hay una narración concreta, sino una serie de metáforas, imágenes y sensaciones que interpelan a las emociones y los sentidos, más al inconsciente que al cerebro, en las que el espectador debe llenar los huecos vacíos.



Aquí sabemos poco sobre las motivaciones de Neil a la hora de querer a las mujeres, se le ve como un personaje apático que apenas habla y que no se sabe muy bien que siente. De los personajes de Olga Kurylenko y Rachel McAdams vemos que son mujeres soñadoras e inquietas, que no se conforman con seguir el camino establecido y que buscan el amor como un sentido a sus vidas, algo que les lleva a acabar chocando con el circunspecto Neil. Mientras tanto, somos testigos de la crisis de fe del padre Quintana, que ha perdido la convicción en sus discursos religiosos y busca también el sentido vital en el amor, aunque de otro tipo.


"To the wonder" deja patente la capacidad de Malick para generar imágenes poderosas y crea una de esas películas que dejan poso después de verlas, de las que siguen en tu cabeza cuando ya ha pasado un tiempo. Donde más flaquea es en su tramo final, donde Malick parece perder un poco el norte y empieza a repetirse a sí mismo y a caer en la sensación de cansancio y de parecer que no sabe cómo terminar que muchas veces dejan sus largometrajes. Entre sus actores destaco la labor de unas bellísimas Olga Kurylenko y Rachel McAdams (aunque de esta última se echa en falta un poco más de metraje), como esas mujeres románticas y soñadoras y a Javier Bardem como el cura con problemas de fe. Ben Affleck luce su habitual cara de palo, aunque aquí le viene como anillo al dedo a su frío personaje.




"To the wonder" es una de esas películas que hay que ver si se está despejado y sabiendo lo que se va a ver, porque lo de ser película pasatiempo no va en su naturaleza. Es toda una reflexión sobre el amor, sobre cómo el amor te supera, cómo uno puede crecer y el amor no, lo que duele querer a alguien de la forma que te quiere a ti, cómo hay gente hermética que nunca habla de sentimientos y que nunca nadie está preparado para el ocaso de una relación. Un amor que se acaba o, en el mejor de los casos, dura para siempre.


jueves, 18 de abril de 2013

El ciclo de la vida

Tras un inicio de primavera bastante lluvioso, en los últimos días parece haberse instalado de pleno derecho el buen tiempo y casi incluso el verano, habida cuenta de unas temperaturas que superan ampliamente los 20 grados y que son más propias de finales de mayo y principios de junio que de mediados de abril. Sea como fuere, el pasado fin de semana hizo un tiempo estupendo, con cielos soleados y temperatura agradable y eso sacó a todo el mundo a las calles y parques, a disfrutar esos momentos. Los abrigos, las bufandas y los jerseis quedaron aparcados para dejar paso en muchos casos a las camisas, camisetas, los escotes, los pantalones cortos y las sandalias. 
El pasado sábado, después de pasar una bonita tarde y con el ambiente perfumado por ese aire resinoso de los atardeceres de los días calurosos de la primavera y el verano vi a un grupo de chavalitos que se disponía a ir de fiesta. Todos ellos tenían pinta de ser jóvenes de instituto, adolescentes en proceso de horneado, con una diferencia evidente entre los chicos y las chicas.
Ellas parecían mujeres hechas y derechas, con sus vestidos, sus faldas y sus tacones, mientras que ellos con su mezcla de ropa deportiva y seria parecían unos críos que iban disfrazados con ropa de sus padres. Ellos y ellas hacían piña con los de su sexo, sin mezclarse todavía, ellos compitiendo por ver quien hablaba más alto, soltando tonterías atrevidas y algunos regueldos que a veces provocaban la risa de ellas, que hablaban más bajito y se hacían fotos con sus teléfonos móviles mientras se abrazaban y se daban besos.

Esa escena me recordó a mí mismo a esas edades, cuando los chavales nos empezábamos a juntar con las chavalas, cuando empezamos a dejar atrás las peleas infantiles y lo de no jugar con las niñas porque no jugaban a las mismas cosas que nosotros.

Como ya les he contado en alguna ocasión, mi aprendizaje con el sexo opuesto ha sido algo tardío y cuando tenía 15 o 16 años me hallaba bastante perdido en el trato con las mujeres. Afortunadamente para mí, como entonces salíamos en grandes grupos mixtos podía esconderme en la manada.



No obstante, recuerdo esa timidez, ese desconocimiento mutuo entre chicos y chicas. Ellas iban por su cuenta, separadas de los chicos, que hacían lo propio, nadie se atrevía a entremezclarse. Los chavales más osados, esos que llamaban la atención de las muchachas por su aspecto físico y su sensación de seguridad, eran los primeros en acercarse para romper el hielo.

Mientras esto sucedía, los tímidos nos quedábamos en el grupo de los chicos, en algún caso lamentando la buena suerte del guaperas de turno y en otros casos perplejos, sin saber que hacer. Sintiéndote atraído por alguna de las chicas y rechazado cuando la veías reírse con otras cada vez que te miraban. Yo siempre me tomaba esas risas como una burla, aunque luego supe que también podían esconder la atracción de ellas, por nerviosismo.

El final era siempre bastante parecido, con el guaperas y algún otro ligando con las muchachas. Formando noviazgos de esos que daban que hablar en clase hasta el fin de semana siguiente, en el que muchas de esas parejas se disolvían porque alguna de las dos partes (a veces las dos) había ligado con otra persona diferente. Presumiendo cada uno de lo que se había bebido y de lo tarde que había vuelto a casa, esas cosas que en ese momento te hacen sentirte parte del mundo de los adultos.

A esas edades las muchachas se han desarrollado exteriormente y recuerdo como me imponían, las veía como podía ver a mi madre, como adultas de pleno derecho. Sin embargo, de las pocas veces que me atreví a hablar con ellas entonces, me fijé en que en el fondo ellas estaban más cerca de mí de lo que creía. Con gustos y aficiones propios de la edad infantil que se debatían con las nuevas realidades que el paso de los años les traía. Debatiéndose entre jugar con sus muñecas y el ir coleccionando posters y fotos de sus actores y cantantes favoritos. Niñas en cuerpo de mujer.


Hoy pienso en todo ello y lo veo como parte del aprendizaje vital, pasos que hay que dar para ir creciendo. Veo a esos grupos de chavales saliendo a pasarlo bien y pienso en una repetición de las emociones que en su día sentimos todos, en esos chavales de mi tiempo, que hace años que superaron aquella fase y que en algunos casos ya son padres y madres, con hijos que dentro de unos años seguirán un camino similar. El ciclo de la vida.

martes, 16 de abril de 2013

Descubriendo a Moderna de Pueblo

Muchas veces descubrimos por casualidad obras artísticas de las que no teníamos ni idea y sin embargo nos tocan desde el primer momento, nos llegan lo que que cuentan o la forma en la que se cuentan y de desconocidas pasan a ser un referente. Como uno de esos flechazos a primera vista. Pues bien, esto acaba de sucederme con el libro "Los capullos no regalan flores", de Moderna de Pueblo, el alias artístico de la tarraconense Raquel Córcoles. Una chica que no dibuja ojos a sus personajes (siempre salen tapados por gafas o flequillos) porque dice que le salen como si fueran un dibujo manga, de esos enormes. Y sin embargo, ella misma tiene unos ojos azules preciosos. Ironías de la vida.

A Moderna de Pueblo la he descubierto recientemente, viendo aparecer su nombre en varios sitios de Internet y me acordé cuando hace un par de años oí hablar de ella por vez primera con la publicación del volumen "Soy de pueblo", que publicó junto a Marta Rabadán y entonces no hice mucho caso. Pensé que formaba parte de la tribu urbana de los modernos, una tribu que detesto por ese afán que tienen siempre de hacerse las personas más interesantes del mundo (que generalmente no son) y no dejan de ser pura fachada. Pero me equivocaba, ya que Moderna de Pueblo muestra con ironía muchos de esos comportamientos y los hace ver con la ridiculez que les corresponde. Para los que no conozcan el estilo de la autora, aquí dejo unas muestras.










En "Los capullos no regalan flores" se centra en las actitudes de los hombres ante las mujeres y los modos de actuar en las relaciones sentimentales. Aunque alguien pueda pensar que se trata de contenido "girly", más atrayente para mujeres que para hombres, creo que cualquier hombre que quiera verse un poco reflejado desde el otro lado puede interesarse en el volumen. Al fin y al cabo habla de las eternas diferencias entre el sector masculino y femenino y lo hace de una forma divertida y amena, construyendo una de esas historias que se leen con agrado y de un tirón. Yo me terminé las 160 páginas del volumen en apenas 3 horas y eso que no me gusta leer los libros de un tirón, prefiero ir poco a poco degustando la historia. Pero en este caso no pude parar de leer, algo que sólo me había pasado una vez hace muchos años cuando leí "La metamorfosis" de Kafka (que no es precisamente el mismo tipo de libro que el de Moderna de Pueblo) en un lapso de tiempo similar.

Así pues, para los que no se hayan acercado aún a sus viñetas, recomiendo la lectura de Moderna de Pueblo/Raquel Córcoles. Un ingenio al que merece la pena seguirle la pista.

jueves, 11 de abril de 2013

Formas de ver las relaciones amorosas



Hay veces en las que alguien cuenta un pensamiento que te llama la atención y lo hace de una manera que coincide bastante en la forma en que lo expresarías. En ese tipo de ocasiones creo que lo mejor es citarlos porque poco más se puede añadir por tu parte. Viene esto al caso por un artículo que he encontrado por Internet de la presentadora televisiva Nuria Roca, que últimamente parece haberse centrado en una faceta de escritora tras debutar hace unos años en solitario con "Sexualmente" y publicando después junto a su marido novelas como "Para Ana de tu muerto" o "Lo inevitable del amor". En este artículo habla sobre los giros del idioma a la hora de referirse a las personas en pareja, a las que han roto la relación o a las que no tienen pareja y sobre cómo ese lenguaje parece tener una cierta intencionalidad. A continuación lo transcribo íntegramente:

"Existe una perversión en el lenguaje en esto de la pareja. Debe ser por eso de nuestra educación católica que se da por hecho que el estado ideal del ser humano es el de estar en pareja. ¿Estáis seguros de eso? Nosotros opinamos que depende. Depende de cada individuo y depende de cada pareja. Sin embargo, cuando alguien no tiene pareja estable parece encontrarse en un estado de transición que no debe durar demasiado tiempo para no llegar a ser preocupante. Si a determinada edad no tienes pareja estable es que algo falla. Últimamente hemos mejorado en la presión que los solteros y, especialmente, las solteras tienen al llegar a determinada edad, pero una vez cumplidos más de treinta y cinco años cualquier persona sin pareja parece un ser incompleto. El lenguaje, como decíamos, contribuye mucho a eso. Hay algunas frases hechas, coletillas supuestamente inocentes que se emplean al hablar y que acaban confundiendo algunas cosas.

Se identifica como un “fracaso” cuando una relación se termina. Se da por hecho que una relación debe durar toda la vida y si no es así es que se ha fracasado. Menuda estupidez, con perdón a los que así piensen. Las relaciones pueden ser para siempre o pueden caducar sin que hayan fracasado. Han podido ser estupendas hasta que dejaron de serlo. Simplemente. Otra de las frases, quizá la más perversa de todas, que nos hace identificar la supuesta felicidad con tener pareja es la que se emplea cuando alguien después de una ruptura vuelve a encontrar pareja: “Ha rehecho su vida”. Increíble. Tu vida estaba “hecha” cuando tenías pareja, se deshizo cuando dejaste de tenerla y se rehace cuando vuelves a estar comprometido. Esa de “rehacer tu vida” te deja sin posibilidad de tener una vida plena si no la compartes con alguien. Yo, nosotros, hemos visto algunas vidas deshechas precisamente por tener pareja y otras bastante felices sin tenerla.

En todo caso, parece que el lenguaje nos obliga a sufrir. Porque al igual que se dice que nuestra vida se “rehace” al volver a tener pareja, también se da por hecho que al tenerla perdemos nuestra “libertad”. En cualquier programa de televisión podemos escuchar con normalidad que Fulanita puede estar con Menganito porque es una persona “libre”, que no tiene pareja. Otra perversión del leguaje: pareja es igual a pérdida de libertad. Son frases que escuchamos a diario en los medios de comunicación. Aparentemente inocentes, pero que sería preciso revisar. Tener pareja es igual de bueno o de malo que no tenerla. Que no nos confunda el lenguaje."

La verdad es que estoy bastante de acuerdo con lo que dice, aunque discrepo en la necesidad de revisar el lenguaje, con el consiguiente peligro del revisionismo desde una óptica políticamente correcta que pueda crear casos tan olvidables como eso de "miembros y miembras" y similares. El lenguaje es el que es y somos nosotros los que le damos una intencionalidad buena o mala, yo soy de los que creen que decir "ellos" no es machista ni excluye a las mujeres.

Pero más allá de lenguajes estoy de acuerdo con las ideas, con esa visión más bien negativa que se le da a no tener pareja, ya que eso puede ser una elección meditada. Hay gente que vive sola y está tan contenta, que no cree que su vida haya sido malograda y gente que vive mal acompañada y no se atreve a hacer nada por el "horror vacui", por el miedo al vacío y ese temor tan ancestral de quedarse sola y que nadie la quiera. Es algo entendible y que todos hemos sentido alguna vez, pero creo que lo primero sería desarrollarse uno mismo en la medida de lo posible y si se tiene la posibilidad de encontrar a una persona que aún te mejore más, que te llene más, pues apostar por ello. Que la pareja y el amor que se sienta por ella sea una fuerza constructiva que nos haga ir aún más allá de lo que nos creemos capaces, no una fuerza represora que nos haga más cobardes.

Quizá esto que digo no sean más que bellos ideales que en la realidad no suelen cumplirse, pero así es como lo veo yo. Creo que el amor de verdad por alguien tiene que hacerte crecer y aportarte cosas, no hacerte ir hacia atrás.

martes, 9 de abril de 2013

Quejumbrosos y quejicas

"Si tu mal tiene remedio ¿por qué te quejas?. Si no lo tiene ¿por qué te quejas?" (Proverbio oriental)

Hoy les quiero hablar sobre esa gente que se dedica a sembrar el mal rollo allá por donde pasa. De aquellos que gustan en sacar de quicio a aquellos que les rodean y les quieren con su carácter caprichoso e infantil. Me estoy refiriendo a los quejumbrosos o quejicas, esa gente que todos hemos sido en alguna ocasión y a la que todos hemos tenido que soportar alguna vez.

Ese tipo de personas se caracterizan por desdeñar todo aquello que ven a su alrededor, para ellos todo está mal y todo el mundo es idiota menos ellos mismos. Se quejan de todo lo que tienen que aguantar a diario, pero nunca se dan cuenta de lo que los que conviven con ellos deben aguantar por su parte.

Un servidor se ha cruzado con algunos de estos ejemplares y siempre ha procurado evitarlos en la medida de lo posible. Incluso cuando estás a buenas con ellos, su negatividad ante todo acaba contagiándote y tú mismo acabas siendo de los suyos. Se dice que la negatividad atrae todo lo malo que te sucede y estoy de acuerdo con ello, al final recogemos lo que sembramos.

En el ámbito laboral he tenido la oportunidad de coincidir también con estos quejicas, que llegan a primera hora lamentándose de la porquería de trabajo que hacen y del sitio de mierda que les ha tocado. Se meten con el jefe, con sus compañeros y hasta con sus presuntos amigos cuando éstos no están delante. Todo el mundo es imbécil menos ellos, que están reservados para metas mayores que por supuesto nunca van a lograr.

No es que desdeñe el poder de la queja, en absoluto. Muchas veces es necesario quejarse para lograr que algo cambie e incluso cuando no puede ser así, la queja tiene algo de terapéutico. En situaciones en las que nos hallamos impotentes, quejarse algo puede venir hasta bien, como una especie de alivio. Pero de ahí a practicar lo que los quejumbrosos o quejicas hacen como modo de vida hay mucha diferencia.

Quejarse de todo y sembrar el mal humor pocas veces es la solución, lo sé por experiencia propia y ajena. Siendo más joven yo era más quejica que ahora y me agriaba constantemente con muchas de las cosas malas que me sucedían. Diversas circunstancias me han cambiado la visión de ciertas cosas y no echo para nada en falta aquella época de odiar al mundo, trato de aceptar las cosas malas que a veces me pasan como parte de la vida. Si alguna vez me descubro pasándome de quejica me digo "ya basta, deja de hacer el idiota".

Hay días en los que nos levantamos y no estamos para nadie, en los que nos sentimos peleados con la vida y tenemos ganas de quejarnos de todo, hasta de la salida del Sol. Pero incluso en esos momentos tan grises hay que saber buscar la parte positiva.

jueves, 4 de abril de 2013

La periodista

 
 
 
Ella está sentada en su ordenador, escribiendo cosas, con la pantalla algo inclinada hacia su lado, para que el compañero de al lado no pueda curiosear. Fuera hace frío pero la temperatura es más agradable dentro de la redacción, así que a ella le vale con llevar una camiseta ancha, que le deja un hombro al descubierto. Un hombro de piel bronceada, como el resto de su tez, que recuerda al Sol en un lugar en el que nunca entran los rayos del Astro Rey y la iluminación viene de las bombillas. Un sitio en el que el tiempo no parece avanzar y las horas pasan sin que se sepa qué sucede fuera, en la sede de un medio de comunicación que cuenta lo que pasa en el mundo.
 
Esa muchacha lo tiene fascinado y no solamente por lo obvio. Ella es muy bella y tiene un bonito cuerpo, se sabe deseada en un entorno dominado por hombres y sin embargo parece desdeñarlos a todos.
 
Hay muchas chicas como ella que empiezan desde abajo y su belleza les hace subir escalafones, aumenta su presencia y la importancia de su trabajo por parte de unos jefes que saben que la belleza vende. Pasan de becarias a presentadoras o reporteras estrella y lo dejan con sus novios de toda la vida, en una relación que no puede soportar los vaivenes de la fama llegada de repente. Internet arde en capturas de sus apariciones y comentarios sobre lo bien que está la muchacha y empieza a ser invitada a fiestas de todo tipo, donde se relaciona con famosos de diverso pelaje. Los futbolistas de éxito o los empresarios son los grandes admiradores de estas chicas a las que no tardan en convertir en parejas por el poder de fascinación del oropel. La prensa rosa da buena cuenta de sus amoríos y sabemos hasta el lugar donde van a comprar la verdura. Quizá haya una boda por todo lo alto y después hijos y quizá el abandono de la profesión y alguna eventual participación en programas televisivos. Quizá haya una ruptura y puedan vivir durante años por haber sido "novia de..." en apariciones televisivas. Pero ella no era ninguna de esas chicas.
 
Ella entra y sale todos los días de la redacción con un libro bajo el brazo, un libro que va cambiando de tamaño y forma, que no es un libro de esos que se leen durante años porque se llevan por si acaso entran las ganas de leer. A ella le gusta la buena literatura, el libro nunca es el bestseller de turno, la mayoría de autores solo resultan familiares a los acostumbrados a la lectura regular y exhaustiva. Su actitud es simpática y agradable, pero no pierde el tiempo hablando con la gente de alrededor, siempre se la ve concentrada en su trabajo o lo que quiera que esté haciendo. Nunca sabes qué es lo que piensa realmente, es de esas personas que solo dice una parte de lo que les pasa por la cabeza, puede que incluso no sean más que convenciones sociales para quedar bien y notas que hay algo que no sale a la superficie. Ella parece destinada a hacer un tipo de trabajo muy diferente al que desempeña, parece estar ahí más por necesidad que por vocación, intuyes a una chica con intereses que contradicen su apariencia tópica de tía buena.
 
A veces escucha que la critican. Mujeres y hombres que dicen que tiene el pecho pequeño, que su culo empieza a caerse para lo joven que está, que tiene los brazos un poco fofos. Lo que no dicen es que ellas envidian la atracción que suscita entre los hombres y envidian no pocas cosas de su físico y ellos no admiten sentirse frustrados por no poder acceder a una chica guapa que no les ríe sus gracias.
 
Un día el contrato de la chica se termina y se marcha de la empresa, que recluta a otra periodista de prácticas, menos guapa y que se hace con la simpatía de toda la redacción desde el primer momento. Él no vuelve a saber nada de ella hasta pasado un tiempo. Mira distraídamente la televisión pasando los canales sin detenerse en ninguno, buscando algo más complejo que la programación televisiva, algo que le conecte con el mundo y de repente la ve. Como si de una aparición se tratara, ella vuelve a estar ante sus ojos cuando apenas unos días atrás se preguntaba qué habría sido de aquella chica.
 
Allí está sentada en una mesa de informativos, presentando las noticias del día en uno de esos canales que se dedican a informar durante las 24 horas del día. Se queda un rato viéndola y se siente extraño, alegre por volver a verla, pero triste por tenerla al otro lado de la pantalla, tan lejos de donde estaba acostumbrado a verla. La sigue viendo durante unos días hasta que decide no volver a ese canal. Siente esa extraña intimidad que notamos cuando nos sentimos cerca de gente a la que ni conocemos, algo próximo a esa adoración ciega por los famosos que sienten algunas personas, a esa familiaridad que sienten cuando los ven como si los conocieran de toda la vida por lo que han leído en las revistas, aunque los famosos ni saben de su existencia.
 
Pasa más tiempo y vuelve a verla, esta vez en las páginas de un periódico. Ella acaba de lograr la segunda posición de un prestigioso premio literario, un hecho que sorprende a propios y extraños. Lo hace con una novela en la que habla de las relaciones humanas y no tardan en caerle las críticas desde los sectores especializados, que denuncian la prostitución de un premio que da reconocimientos a presentadoras de televisión para dar que hablar en lugar de evaluar la calidad literaria. Nadie ha leído el libro, pero eso no es obstáculo para criticar, como tantas críticas que nacen del desconocimiento. Ella da entrevistas a periódicos y revistas de todo tipo, posa con caros vestidos en publicaciones dirigidas a mujeres y se muestra erudita en las más literarias. Gracias a esas entrevistas, él sabe más de ella y descubre que le gustan las comedias románticas y el cine más sesudo, le divierten las dinámicas humanas que crean los reality shows y le gusta leer libros de autores poco vistos.
 
En la redacción hablan de su éxito y vuelven las envidias y las rencillas poco ocultas, mientras otros cambian de opinión y la ven con otros ojos, dejan de tomarla por un trozo de carne sin cerebro. Él decide que va a dejar de mirar los toros desde la barrera y va a tomar la iniciativa. Se pone en contacto con la editorial que publica el libro y solicita una entrevista. Sabe que esa entrevista nunca será publicada porque él se dedica a pasar a limpio notas de prensa. Es un mero mecánico de la cadena de producción, pero tampoco pretende otra cosa, quiere hablar con ella de una vez.
 
La cita es en una cafetería donde unos pocos parroquianos reparan en ella, les debe sonar de verla en las noticias. Ella aparece con gafas y su bella melena recogida en un moño y bastante abrigada, aún así está radiante. Al saber de que medio viene le comenta que ella estuvo trabajando allí y que le recuerda, que era el chico serio que siempre estaba en su sitio y hablaba con poca gente. Sonríe mucho durante la entrevista y se muestra honesta, defiende que el físico abre muchas puertas y también cierra otras, que muchas veces cree que la gente ha pensado que era la típica tontita fácil y que lo siguen creyendo. Que ella no es más lista que los demás, ni es una intelectual, pero le interesan los mecanismos del alma humana y sobre eso se decidió a escribir, que es algo que hace desde que escribía sus pensamientos en un diario. Y le confesaba que se había enamorado una vez y que le habían roto el corazón, pero que lo seguía intentando.
 
Siguen hablando durante un rato más durante la entrevista y cuando están en la calle a punto de despedirse, él siente el impulso de besarla y lo hace, se deja llevar sin pensar en lo que podría pasar. Nota el contacto suave de los labios y como ella no solo no se retira, sino que responde al beso mientras pasan unos segundos que parecen horas. Acto seguido, ella le abraza y están así un tiempo, aferrados el uno al otro sin decirse nada, impasibles al paso de la gente a su alrededor. Finalmente ella se separa y le dice "nos vemos, cuídate mucho", mientras le acaricia brevemente la mano. Sonríe y se da la vuelta para marcharse, mezclándose con el resto de la ciudad.
 
Él se queda mirando un rato cómo ella se pierde en la marea humana y se marcha satisfecho y feliz. Algo le dice que sus caminos volverán a cruzarse.
 
 

martes, 2 de abril de 2013

"Grandes esperanzas", una nueva versión del clásico de Dickens

"Sé feliz, Pip. Esto pasará con el tiempo, pronto estaré fuera de tus pensamientos.

¿Fuera de mis pensamientos? Ocupas todos mis pensamientos, formas parte de mi existencia, eres una parte de mí. Estás en cada pensamiento, en cada frase que he leído desde la primera vez que vine aquí. Estás en el río, en las velas de los barcos, en el mar, en las nubes, en las piedras de Londres. Hasta las últimas horas de mi vida permanecerás dentro de mí. Serás una parte de lo poco bueno o una parte de lo malo, pero yo siempre recordaré lo bueno."



Esta cita pertenece a la última adaptación de "Grandes esperanzas", la célebre (y excelente) novela de Charles Dickens, que ha sido nuevamente llevada a la pantalla tras varias versiones para cine y televisión, siendo las más recordadas la "Cadenas rotas" que realizó David Lean y la adaptación en la época moderna que firmara en los 90 Alfonso Cuarón con Ethan Hawke y Gwyneth Paltrow.



Pip (Jeremy Irvine) es un joven huérfano que vive con su estricta hermana y su marido, un humilde herrero (Sally Hawkins y Jason Flemyng). Cuando es enviado a Londres a estudiar gracias al dinero de un benefactor anónimo, ve la oportunidad de conquistar a Estella (Holliday Grainger), la joven de la que está enamorado desde niño, la sobrina de la señora Havisham (Helena Bonham Carter), una vieja aristócrata perturbada por un desengaño amoroso que ha educado a la chica para hacer sufrir a los hombres.



"Grandes esperanzas" es la nueva película del director británico Mike Newell, un realizador que logró la fama en los 90 con títulos como "Cuatro bodas y un funeral" y "Donnie Brasco" y que es uno de esos artesanos que lo mismo sirven para un roto como para un descosido, con una filmografía que incluye cintas como "La sonrisa de Mona Lisa", "Harry Potter y el cáliz de fuego", "El amor en los tiempos del cólera" o "Prince of Persia: Las arenas del tiempo". En esta ocasión pone su oficio al servicio de una adaptación que no aporta nada nuevo a la celebrada obra de Dickens, con una versión canónica que enfadará a los que busquen aspectos novedosos y que gustará a los aficionados a la obra dickensiana y a las películas británicas de época con ese inconfundible aire clásico estilo BBC, que no en vano es una de las productoras del largometraje.



Para mí siempre es agradable volver a ver "Grandes esperanzas", uno de esos libros que me llevaría a una isla desierta por todo lo que me supone. Es una historia en la que me identifico en muchas ocasiones con su protagonista, cono ese Pip dominado en su infancia por una amenazadora presencia maternal, que cuando crece se convierte en un joven que desea ver mundo y al que su tierra natal se le queda pequeña. Que detesta la petulancia y no puede evitar caer en ella en alguna ocasión, que se enamora de la chica inalcanzable que le roba el corazón y en la que piensa en todos los actos de su vida, a la que sigue deseando pese al paso de los años. En muchas de sus vivencias y reacciones me reconozco en ese Pip y momentos como el que destaco al principio de la entrada me emocionan y me hacen soltar una lagrimilla.



A todo ello ayuda el buen hacer de su elenco actoral, con unos intérpretes secundarios bregados en mil batallas como Robbie Coltrane (como el abogado que lleva la fortuna de Pip), Ralph Fiennes (aportando su aire inquietante para dar vida al exconvicto Magwitch) o Helena Bonham Carter (que aquí une sus dos especialidades, los papeles de época y mujer loca y lo hace muy bien) y unos Jeremy Irvine y Holliday Grainger que cumplen su cometido como Pip y Estella, aunque echo en falta un poco más de tiempo de ambos juntos en pantalla para mostrar esa pasión con mayor resolución.



Con todo ello, nos hallamos ante una versión que se deja ver con agrado en sus dos horas de metraje y que deja un buen sabor de boca. Un rato bien invertido.