viernes, 30 de mayo de 2014

Mi afición por el basket y Pau Gasol

Hoy les quiero hablar de baloncesto, una especialidad a la que fui muy aficionado desde pequeño, llegando incluso a practicarlo a nivel amateur con desastrosos resultados. Y es que un servidor nunca ha sido muy ducho para la práctica deportiva ni para los trabajos manuales en general, lo mío es retorcer ideas, tal y como hago en estas entradas. Siendo un chavalín seguía los partidos de la Liga ACB y los del equipo de mi tierra, que por entonces estaba en un equivalente a la Segunda División y no tardaría mucho en subir a la máxima categoría. Aún recuerdo esos partidos en el pabellón, con la música dance de los noventa que recordaba el otro día sonando a toda pastilla antes de los partidos y en los descansos, o los bocinazos de la megafonía para anunciar los tiempos muertos o el final del partido y la emoción que todo ello me transmitía. Por entonces pensaba (aún lo sigo creyendo), que el basket es más vibrante que el fútbol. Las canastas imposibles, los pases vertiginosos, los rotundos tapones o el vaivén continuo de un lado a otro de la cancha son algunas características que no siempre he visto en el balompié.


Respecto a admiraciones personales, siempre tuve algún que otro ídolo que jugaba en la NBA. Aún reconociendo los méritos de Michael Jordan, nunca he sido muy fan suyo. De adolescente me gustaba Anfernee "Penny" (del que llegué a tener una carpeta que llevaba al colegio) Hardaway, base de los Orlando Magic y de Shaquille O´Neal, el pívot de ese mismo equipo. O´Neal era un jugador de potente físico, un armario andante que sabía moverse por la cancha y al mismo tiempo capaz de reventar la canasta en algún que otro mate.


Con la marcha de O´Neal a Los Angeles Lakers, me hice aficionado a este equipo y allí empezaba a despuntar alguien que acabaría siendo otro grandes ídolos, el gran Kobe Bryant (del que también llegué a tener una carpeta). Entre los dos formaron una pareja letal, que impulsó a los Lakers a tres títulos consecutivos. Bryant ponía la habilidad y O´Neal sentenciaba bajo el aro, aunque ambos hicieron bueno el dicho de que no se puede tener a dos gallos en el mismo corral y acabaron un poco a la greña, separando sus caminos a no mucho tardar.


Pero no es a estos dos grandes jugadores a los que me referiré hoy. Quiero priorizar al que se puede considerar sin ningún reparo como el mejor baloncestista de la historia en nuestro país. Me refiero a Pau Gasol.


Nacido en 1980 en la localidad barcelonesa de Sant Boi de Llobregat, Pau Gasol se formó en las categorías inferiores del Barcelona, equipo con el que debutó en la máxima categoría en 1999. Como todos los canteranos, Gasol se tuvo que ganar a pulso los minutos que le pudieran dar. De hecho, no fue hasta la temporada 2000-2001 cuando empezó a acumular protagonismo, siendo pieza clave en los títulos del equipo azulgrana.



Ese ascenso de ese jugador alto y delgado, de apariencia desgarbada no pasó desapercibido para la NBA, siempre dispuesta a pescar donde haya buenos jugadores que le permiten ser la mejor liga del mundo. Pau fue elegido por Atlanta Hawks en el puesto 3 del draft de 2001, convirtiéndose en el jugador no formado en Estados Unidos elegido en el número más alto del draft en aquel momento. Instantes después a su elección, Gasol fue traspasado a Memphis Grizzlies y debutó en la NBA poco después de los atentados del 11-S. Memphis sería su equipo durante unos años y en el que acabaría jugando con el tiempo su hermano pequeño Marc, también un excelente jugador al que se ha enfrentado en varias ocasiones.





Sus promedios en su primer año fueron 17,6 puntos, 8,9 rebotes, 2,7 asistencias y 2 tapones en 82 partidos. Números que le valieron para conseguir el premio de Rookie (mejor jugador novato) del Año por unanimidad tras mostrar ya en esa primera temporada que no se iba a arrugar ante esos grandullones que dominaban las pistas y que a los europeos les parecían atletas inalcanzables. Con los años, Pau ganaría musculatura y se dejó crecer el pelo y la barba para desterrar esa imagen de jovencito flaco y desgarbado.


A partir de entonces vendrían la consolidación en la mejor liga del mundo, promediando unos números cercanos a los 20 puntos y 10 rebotes durante 6 años seguidos. En la selección española también llegaron los éxitos, juntándose con una generación de grandes jugadores (Juan Carlos Navarro, José Manuel Calderón, Rudy Fernández, Felipe Reyes o su hermano Marc, entre otros) que logró el Mundial en 2006, el campeonato de Europa en 2009 y 2011 o la plata olímpica en 2008 y 2012 ante Estados Unidos, plantando cara a los mejores jugadores del mundo y perdiendo por escasas diferencias ante un combinado acostumbrado a ganar por 20 y 30 puntos de diferencia, en dos espectaculares finales de las que hacen afición a este deporte.



Pero Gasol no sólo ha conocido el éxito. Como cualquier deportista ha tenido que enfrentarse a la derrota y ésta se centralizó especialmente en él cuando no consiguió anotar el tiro que habría hecho campeona de Europa a España en el último segundo de la final que les enfrentó a Rusia en 2007. No soy de los que se queda sin comer si su equipo pierde, pero debo admitir que esa noche me llevé un buen disgusto me costó conciliar el sueño.


Sin embargo, el tiempo todo lo cura y los triunfos siguieron y uno de los que más recuerdo es el Europeo de Polonia de 2009, el último en el que se pudo escuchar la voz del inimitable Andrés Montes, narrador de baloncesto que contribuyó a cimentar no pocas aficiones al deporte de la canasta con su particular estilo desenfadado. Un Andrés Montes que falleció tristemente pocas semanas después de anunciar su despedida al término de ese partido, poniendo una lágrima en la sonrisa del triunfo para aquellos que crecimos escuchando sus narraciones.



En la selección triunfaba, pero Gasol se había estancado en los Grizzlies, uno de los equipos más débiles de la NBA y en el que estaba echando a perder su talento. A principios del año 2008 los Lakers llamaron a su puerta y le ficharon para reforzar el juego interior, que no era el mismo tras la marcha de O´Neal. Gasol se adaptó inmediatamente al equipo angelino y supo compenetrarse con Kobe Bryant, formando una pareja no tan letal como con "Shaq Attack" (Gasol no es tan contundente como O´Neal, aunque sus habilidades y su regularidad compensan la carencia física), pero muy respetable.



Sus promedios anotadores han seguido siendo cercanos a los 20 puntos y 10 rebotes por partido y ha sido pieza clave en las dos veces que los Lakers han ganado el campeonato estando él en el equipo. Las últimas temporadas no han sido tan buenas para el equipo y tampoco para él, donde Gasol ha tenido bastantes problemas físicos y de entendimiento con los últimos entrenadores y en el momento de escribir estas líneas, cerca de cumplir los 34 años no sabe si seguirá en Lakers, si fichará por otro equipo de la NBA o incluso si volverá a Europa, después de 13 años al otro lado del charco. Un hombre que ha alcanzado las mieles del éxito y que aún así sigue mostrándose tan sencillo como siempre, tal y como demostraba hace unos días en una entrevista para el programa de Cuatro "Viajando con Chester".


En España el fútbol es el deporte rey y el que más moviliza a las masas en ocasiones especiales, incluso a aquellos que no son aficionados. Este verano veremos con motivo del Mundial a gente que apenas sabe quién es Iker Casillas o Gerard Piqué (de verles sobre todo en las revistas del corazón) poniéndose camisetas de España y animando para unirse a la fiesta general.
En la Puerta del Sol de Madrid desde hace meses hay instalado un marcador que indica cuánto tiempo queda para la celebración del Mundial de baloncesto este mes de septiembre en varias ciudades españolas, algo que la mayoría desconoce y que hace que se acerque a ese marcador con extrañeza, como los simios se acercaban al monolito de "2001. Una odisea en el espacio". Es gente como Pau Gasol la que consigue que la atención de algunos se desvíe a otros deportes al menos por unos momentos y que nos recuerda que España fue campeona del mundo en baloncesto cuando en fútbol no se pasaba de hacer actuaciones mediocres en todos los campeonatos, pero las fuentes y plazas de las grandes ciudades rara vez se movilizan por ese tipo de triunfos. Sin embargo, los aficionados al baloncesto no olvidamos las cosas que ha hecho y que esperamos que siga haciendo por unos años más, él y otros que han dado lustre al deporte de la canasta.

 

viernes, 23 de mayo de 2014

"10.000 km" y "Nueva vida en Nueva York". Vivencias personales y gente que se queda por el camino

En una entrada anterior cité la frase de un antiguo compañero de estudios que decía que él nunca mantenía contacto con la gente que no viera en su día a día y que por eso lo más probable es que no volviéramos a saber de él una vez que nuestro destino común llegara a su fin. A todos les parecía un poco salvaje esa actitud, pero lo cierto es que he comprobado que es bastante honesta, pues ninguno de nosotros es capaz de mantener un contacto fluido con todo el mundo que ha pasado por su vida. Algunos se van y otros quedan en segundo plano sin que medie ninguna discusión, simplemente porque el tiempo ha pasado y la importancia que tenían en nuestras vidas deja de ser tanta. Estos días de cumpleaños lo he experimentado con personas que en su día me dedicaron cariñosas felicitaciones y que hace años que ni recuerdan cuando cumplo los años. Porque todos recordamos los cumpleaños de la gente que nos importa, en los que estamos ya días antes pensando en qué decirles o incluso regalarles y por contra, nos tienen que recordar aquellos en los que felicitamos más por compromiso que por otra cosa, con unas breves frases hechas deprisa y corriendo.




Hay un viejo dicho que afirma que del roce nace el cariño y ese sería el resumen más acertado de “10.000 km”, el debut en el largometraje de Carlos Marqués-Marcet, crónica del distanciamiento de una pareja al no ser capaces de afrontar su nueva vida, con varios miles de kilómetros de distancia entre ellos. Alex (Natalia Tena) y Sergi (David Verdaguer), son pareja desde hace años, viven en Barcelona y acarician la idea de tener un hijo. Pero, inesperadamente, Alex consigue una beca de un año en Los Ángeles para desarrollar sus estudios de fotografía, lo que supondría un año de relación a 10.000 Km de distancia.

 
Las nuevas tecnologías permiten mantener el contacto entre ambos y al principio acogen este nuevo orden con ilusión, hablando durante largos ratos durante todos los días e incluso compartiendo momentos íntimos en la medida de lo posible. Pero el paso del tiempo hará su natural erosión y les irá distanciando, ya que su día a día depende mucho menos del otro y ambos empiezan a aceptar que la otra persona está lejos y que no forma parte de su rutina cotidiana. Cada uno, especialmente en el caso de ella, acaba por organizar su vida en su nuevo entorno y eso supone otra construcción de su espacio vital, otro modo de pasar el tiempo y otras personas en el entorno más cercano.



El director ha hablado de una analogía de su película con la “Odisea” de Homero que es bastante acertada. Para Sergi, Alex supone el final de un largo camino, un largo camino con final feliz. Alex, en cambio, necesita un compañero de viaje en el continuo navegar de su vida, una vida que nunca se detiene. De este modo, Alex sería Ulises y se repite a sí misma que necesita una Ítaca, pero lo que realmente le interesa es el viaje. Por su parte, Sergi sería Penélope, esperando pacientemente que Alex se canse de aventuras y quiera volver a disfrutar de su reino, sin darse cuenta de que lo que le enamora de ella es precisamente lo que les impide estar juntos. Es curioso también el cambio de roles que se hace, siendo el chico el que tiene comportamientos tradicionalmente asociados a la mujer y viceversa, pues mientras ella es la que se aleja de casa y busca su destino por ahí es él el que espera y el primero que empieza a tener dudas de que aquello vaya a salir bien.



Carlos Marqués-Marcet dirige con interés una historia a la se le pueden reprochar algunos tics de director debutante, empeñado en demostrar lo bueno que es a través de diversas virguerías, como el plano secuencia del inicio en el que se nos muestra la intimidad de la pareja y el planteamiento de la historia de una manera un poco forzada o el final, que tiene un buscado aire cíclico para la historia que se ve venir desde minutos antes. Tampoco me convenció del todo una Natalia Tena (británica de origen español que ha aparecido en películas de Harry Potter y en la serie “Juego de Tronos”) a la que no se le ve cómoda hablando en español y que solo transmite a ratos ese aire misterioso, entre fuerte y frágil, que requiere su personaje. Bastante mejor está su compañero de reparto, el desconocido David Verdaguer, como ese hombre imperfecto, de buen corazón aunque algo egoísta, que está dividido entre no cortar las alas a las aspiraciones de su novia y el miedo a perderla cuando se aleja de él. Ambos son los únicos actores de una historia ambientada en interiores, algo claustrofóbica, con los dos encerrados en sus hogares, apartados del resto del mundo, con la pantalla de un ordenador como ventana al exterior. Muestra de una sociedad que usa de las nuevas tecnologías para creerse más conectada, olvidando lo indescifrable del factor humano y que un día cara a cara pesa mucho más en el ánimo de quienes lo viven que meses de charlas por Skype, algo que yo siempre defiendo.



Y si la semana pasada hablaba de la cantidad de historias cinematográficas ambientadas en Nueva York, hoy lo hago con otra más, en este caso la película francesa “Nueva vida en Nueva York”, tercera parte de una saga iniciada con “Una casa de locos” y continuada con “Las muñecas rusas” 



El galo Cedric Klapisch dirige por tercera vez las aventuras de Xavier (Romain Duris) y los jóvenes que fueron presentados viviendo la peripecia Erasmus en Barcelona en “Una casa de locos”, aunque en ésta ocasión con un poso un poco más amargo y dejando por el camino a la mayoría de aquellos. De hecho, en esta tercera entrega solo tenemos a Xavier, Wendy (Kelly Reilly) la inglesa con la que Xavier tiene a sus dos hijos, Isabelle (Cecile de France) la belga lesbiana y Martine (Audrey Tautou), su novia de antes de irse de Erasmus. Xavier ya no es un jovencito, ahora tiene dos hijos y una edad en la que tomar determinadas responsabilidades, aunque su desconcierto vital sigue ahí, sin cambiar con la edad. Ahora es escritor y ha escrito dos libros (llamados como las anteriores películas), en los que habla de sus experiencias juveniles. Cuando Wendy le deja para irse a Nueva York con los niños, él decide hacer lo mismo y empezar una nueva vida en la Gran Manzana con lo puesto, trabajando de lo que sea para pagarse un piso en Chinatown y arreglando una boda con una chica china para conseguir el permiso de residencia. 

 
Será en Nueva York donde coincida con Isabelle, que una vez más será su confidente para temas amorosos y de paso le pedirá el “pequeño favor” de que les done su esperma a ella y su pareja para que puedan ser madres. Y también en Nueva York se encontrará a Martine, a la que no ve desde hace años y que también ha cambiado mucho.


 
Además de estos encuentros con antiguas compañeras de fatigas, Xavier tiene otros con su padre y ensoñaciones con Schopenhauer o Hegel, que le dicen cual puede ser el destino de su vida, aún por descubrir pese a que se encuentra en una edad donde ya debería tenerlo claro. O al menos eso se dice, porque lo único claro son los fracasos y los sueños perdidos.

 

La película es posiblemente la más conseguida de las tres que se han hecho con estos personajes, después de una interesante primera parte lastrada por el buenismo, una olvidable segunda parte de la que ahora solo recuerdo la curiosa (y gratuita) carrera de Romain Duris e Irene Montalá, desnudos por las calles de París. Las aventuras de esta tercera película son a su vez un nuevo libro de Xavier, que le va presentando a su editor, el cual va calificando los pasajes en un juego de metalenguaje en el que el personaje del editor es el propio espectador. De hecho, como dice el propio editor, el final de la película es atroz y se carga buena parte del encanto tragicómico que había tenido la película hasta ese momento, aunque por otra parte quizá sea coherente con lo que ha sido la historia de los tres filmes hasta ese instante. Y es que parece ser que lo que Xavier necesita es una combinación de esas tres mujeres que siguen presentes en su vida pasados los años. 

 
Una película bien dirigida e interpretada, que merece verse en VO (como sucedía con “Una casa de locos”, lastrada por un doblaje infame) por los ocasionales equívocos lingüísticos entre franceses, estadounidenses y chinos y que gustará especialmente a los que ya hayan seguido las aventuras de sus protagonistas. Unas aventuras en las que algunos personajes han desaparecido y solo son un recuerdo, como muestra de ese ciclo de la vida que nunca se detiene y que hace que tanta gente que se creía cercana se va quedando por el camino.




martes, 20 de mayo de 2014

Cumpliendo años

El 19 de mayo del año 2000 cumplí los 18 años, esa edad a la que todos los adolescentes sueñan con llegar por ser el umbral que les separa de ser, por fin, adultos de pleno derecho. La edad en la que pueden consumir alcohol o acceder a películas de todo tipo sin sentir que están transgrediendo ninguna ley. La edad en la que para la sociedad dejan de ser unos niños, algo que desean desde que su cuerpo ha empezado a hacer el trabajo previo, deshaciendo los rasgos infantiles, ensanchando la carne y sembrando de pelo la piel. Una frontera que suele ser un colofón feliz a unos años difíciles e incluso traumáticos con tanto cambio interior y exterior.


Yo cumplí mis 18 años en los albores de un nuevo siglo cargado de esperanzas que dejaba atrás al convulso siglo XX, lo que servía para incrementar ese aire feliz, pero yo no lo era. Estaba en plena edad del pavo, tratando de buscar mi razón de ser y peleándome con todo el mundo, trasnochando y haciendo mi peor curso escolar. Nunca fui un tío de sacar grandes notas, salvo en mis asignaturas favoritas, haciendo lo necesario en el resto para aprobar y poco más, lo que no quitaba que fuera considerado un empollón, ya que tenía bastante más cultura general que otros que sacaban mejores notas que yo. En ese sentido, he conocido a auténticos zotes, analfabetos funcionales que sacaban sobresalientes fruto de su capacidad de trabajo y memorización, que no digo que no tenga su mérito, pero que no les quita de ser incultos que olvidaban lo estudiado poco después del examen.

Aquel año 2000 cursaba COU, el equivalente al actual 2º de Bachillerato, último eslabón antes de pasar a la universidad y mis notas se habían resentido. La primera evaluación había sido saldada con cinco suspensos en siete asignaturas, salvando el tipo en Historia del Mundo con un sobresaliente y en Historia del Arte con un notable (siempre he tenido facilidad para pasar del todo a la nada). Esas notas causaron gran disgusto en mi casa, pues no entendían que no pudiera dedicar el mismo esfuerzo a las asignaturas suspendidas y me cayeron amenazas de sacarme del colegio y ponerme a trabajar en cualquier oficio, amenazas bastante interesadas pues en mi casa siempre han sabido que detesto los trabajos manuales. A aquello había que sumarle las típicas discusiones de un adolescente con una madre que se empeña en seguir controlando loas pasos de su niño y las ganas de ese niño de salir del nido y vivir su vida, algo que el instinto le pedía a voces. por aquel entonces leía "Las cenizas de Ángela" de Frank McCourt, tras ver la película que se había estrenado poco antes y me llamaba mucho la atención la historia de aquel muchacho de familia irlandesa que tras nacer en Nueva York y volver a Irlanda estaba deseando hacerse mayor para irse de la ciudad de Limerick y regresar a la Gran Manzana, donde sentía que tenía muchas más oportunidades que en la gris tierra de sus padres. En su caso había motivos de supervivencia por situaciones de pobreza, pero conecté muy mucho con ese espíritu de no resignarse con lo malo conocido y buscar el propio camino.


Ese 18 de mayo del 2000 estaba estudiando para los exámenes finales, en los que debía recuperar tres asignaturas si quería aprobar el curso y presentarme a la Selectividad para poder acceder a la universidad y empezar una nueva vida lejos de mi Limerick particular. La cosa parecía difícil, pues eran asignaturas en las que había suspendido todos los exámenes previos y ya temía que me iba a quedar para septiembre y quizá repetiría y tendría que seguir en aquel colegio, para mayor verguenza de ser un repetidor, algo reservado para quellos que se portaban mal y de los que parecía estar tan lejos. Pocos días después hice los exámenes y aquello no parecía que fuera a salir bien, pues mis impresiones de aquellos exámenes finales no fueron mejores que en anteriores convocatorias, por lo que temía lo peor. El 31 de mayo fui a recoger las notas y me sentía mal, con el murmullo del fracaso impregnado por todo el cuerpo. Me dieron el boletín y vi que estaba aprobado y no me lo podía creer, me sentí como esos equipos que ganan el partido en el último minuto tras verlo todo perdido. A esa sensación deportiva respondí con un gesto deportivo que me salió de dentro, simulando el golpeo de una pelota de golf con un palo imaginario. Un gesto inesperado que hizo reír a mis compañeros, acostumbrados a ver en mí a un soso solamente hablaba para acertar preguntas en clase de Historia. El tutor dio a entender entre líneas que me habían ayudado con esos aprobados y tuve esa esa sensación de feliz desconcierto que sentiría años después cuando aprobase el carnet de conducir a la cuarta intentona tras adelantar a un autobús invadiendo el carril contrario (sacar el carnet de conducir fue otro grano en el culo bastante molesto). Pero daba igual, el colegio había terminado para mí y ya quedaba menos para la universidad.

Las dos semanas que quedaban para Selectividad fueron una balsa de aceite y afronté con una pasmosa calma unos exámenes en los que mis compañeros estaban alteradísimos. Pero yo ya había subido mi Everest particular, sabía que después de eso todo iba a ir bien y así fue. Pasé la Selectividad con una media de 7 y sacando un 7 en Filosofía y un 6,5 en Lengua, dos de esas asignaturas que había sido incapaz de aprobar en todo el curso a pesar de todos mis esfuerzos, sin entender el por qué (la otra era Matemáticas, pero eso es coherente porque yo he sido siempre hombre de Letras). Aasí, del mismo modo que Frank McCourt había reunido el dinero suficiente para pagarse un pasaje a Estados Unidos, yo dejaba mi tierra natal para ir a la universidad, lejos de allí y mientras otro horizonte se abría ante mí. Han pasado ya 14 años de aquello y me sorprende que sea tanto tiempo y no tener la sensación de que así sea, pues parece anteayer cuando hice esos exámenes y las inscripciones para la carrera de Periodismo. Dicen que llega un momento en el que el tiempo se te escapa de las manos y eso es lo que ahora siento al pensar en todo aquello y en ver que los chavales de hoy día y las jovencitas que te hacen girar la cabeza por la calle son las que en aquel año 2000 eran tiernos infantes que iban del brazo de sus madres. Me da que pensar en ese 2028, para el que ya habré mediado la década de los 40 y quizá sentiré que fue ayer cuando cumplía 32 años y escribía esta entrada.

 
Sea como fuere, mucho he vivido desde aquel año 2000 y he tenido la oportunidad de conocer a gente que hoy me es muy querida, que me hace ver las cosas buenas que hay en la vida, a dar sentido a mi existencia y que me ayuda a ser mejor persona día a día. Aunque el felicitado debería ser yo por cumplir años, quiero felicitarles a todos ellos por haber entrado en mi vida y haberme dado tanta felicidad, tantos buenos recuerdos para los días grises donde las cosas parecen perder el significado, recuerdos que espero que sigamos produciendo durante años. Os quiero mucho.

viernes, 16 de mayo de 2014

Megamixes para el recuerdo

A principios del mes de marzo del año 1996 participé con mis compañeros de curso en una excursión de las tres clases que éramos por aquel entonces el 8º de EGB de mi colegio. He oído historias de gente que fueron con su colegio a Madrid e incluso a París, Roma o Florencia, pero en mi caso fue una excursión de una semana a un albergue situado en un pueblecito ubicado a unos 80 kilómetros de nuestra casa, mucho menos glamouroso pero sin duda curioso, pues en aquella excursión pudimos visitar una colegiata románica cuyo cuidador nos dijo que hubo que "desinfestar" (así tal cual lo decía) con cal viva cuando sacaron una gran cantidad de huesos de cadáveres que habían estado allí enterrados y un pueblo casi deshabitado y que a mí me gustó por su ambiente de cuento gótico, con calles empinadas, casas bajas y una pequeña catarata que provocaba el paso de un río.


El caso es que recuerdo algunas otras cosas de aquel viaje, como el desplazamiento hacia el pueblo en el que nos quedábamos, en el que estuve sentado junto a otros chavales cuya compañía frecuentaba y con los que años atrás había jugado en los recreos a Mortadelo y Filemón. Como se diría hoy día, éramos unos frikis de aúpa (entonces se llevaba todavía lo de decir empollones) y algunos de ellos hablaban de "Expediente X", una serie sobre fenómenos paranormales que echaban en Telecinco y que les tenía tremendamente enganchados. Yo aún no la había visto porque la daban a unas horas en las que no me dejaban ver la televisión y aún habría de pasar un tiempo hasta que descubriera las peripecias de David Duchovny y Gillian Anderson como Mulder y Scully y el fascinante tema central compuesto por Mark Snow.


Yo me recuerdo en ese viaje leyendo el periódico del día, que hablaba de la primera victoria del PP en una elecciones generales y la llegada del Gobierno de José María Aznar tras 14 años del socialista Felipe González, lastrado por numerosos casos de corrupción. Aquello me llamaba la atención y supongo que me sentí como los que vieron en su día como moría Franco y se abría una nueva etapa, por el hecho de que desde que yo había nacido no había conocido otro presidente que no fuera Felipe González. Mientras leía no podía dejar de rascarme la nariz, que me había quemado el día anterior en una excursión a la nieve de las que organizaba mi madre con la familia, un viaje que detestaba por el madrugón que había que darse, el largo viaje en el que llegabas a la estación de esquí mareado, las bajas temperaturas, la nieve metiéndose por todas partes, los bocadillos fríos de tortilla para comer y la obligación de tener que disfrutar de algo que no me gustaba lo más mínimo. Uno de los aspectos positivos de cuando me hice mayor fue no tener que ir nunca más de excursión a la nieve obligado por las circunstancias.

Ya en ese desplazamiento al albergue, mientras unos hablaban de extraterrestres y yo leía la crónica electoral mientras tenía la nariz como el reno Rudolph en el autobús sonaba una música machacona. Era un disco que escucharíamos muchas veces más en ese viaje, en las noches en las habitaciones cuando la chavaleria quería montar juerga y los chicos queríamos ir a ver el cuarto de las chicas y al no poder algunos saciaban sus nacientes apetitos carnales tocándose mutuamente, cual si fuera una cárcel en la que cualquier agujero es trinchera (entonces vi a hoy honrosos padres de familia simulando que practicaban sexo colocándose encima uno de otro en la cama y frotándose con énfasis, cosas de las hormonas en la adolescencia). El disco en cuestión también sonó la última noche, cuando se hizo un baile y los chicos bailamos con las chicas y a mí me sacó a bailar una chica poco agraciada, con un aparato dental de los antiguos, poco discreto y que por el desarrollo incontrolado de la época tenía pelo en zonas donde las chicas no deberían tenerlo. Yo tampoco era el mejor partido entonces con mis gafotas, mi aspecto de lerdo y mi nariz enrojecida, así que fue una situación un tanto bizarra de la que surgieron no pocas risas y vaciles de los compañeros, aunque con un cierto respeto por parte de aquellos a los que ni las menos guapas habían sacado a bailar. El disco que acompañó toda aquella peripecia era el "Rambo Total".



El "Rambo Total" surgió del éxito de la parodia de Rambo creada por el actor Santiago Urrialde para el programa "Esta noche cruzamos el Mississippi" y era parte de una moda que hacía furor en aquellos años, la música máquina, que fue objeto de reportajes por la influencia que tenía en los jóvenes.


De todo ese fenómeno surgieron los megamixes, esos discos recopilatorios de éxitos de música dance con sesión de DJ incorporada. Aunque esta música ha sido adjudicada tradicionalmente a oligofrénicos vestidos de chándal y el pelo cortado al cepillo, otros que no nos asemejamos ni en estética ni en nivel intelectual a esos personajes también nos lo pasamos pipa con ella. Desde luego a mi me parece la mejor para bailar en una discoteca.


Todo comenzó a finales de los años setenta, cuando entre los discjockeys norteamericanos surge una nueva forma de crear musica. Basándose en lo que es un “Sound collage”, o collage sonoro, esta forma consistia en mezclar las canciones unas con otras, estéticamente y que fuera bailable, produciendo un disco de mezclas. Estos en un principio eran elaborados por los discjockeys para su uso personal, incluían temas de actualidad y se grababan en cinta magnetofónica, sin editarse en disco. Estos trabajos se oían sólo donde trabajaban los autores, y fueron trabajos de gran acogida y demanda por el público, comenzando a elaborarse lo que se le conocían como mixes piratas. Sin embargo las discográficas no empezaron a realizar estos discos hasta varios años después.

Como suele ser habitual, esta nueva moda estadounidense no tardó en llegar a nuestro país, surgiendo a mediados de los 80 “el primer megamix español”, como así indicaba su eslogan. El “Max Mix”, que así se llamaba en nombre de la discográfica que lo distribuía, Max Music, fue montado, mezclado y concebido por Mike Platinas y Javier Ussía en 1985, y supuso un nuevo concepto en lo que a disco de mezclas se refiere. Partiendo desde este trabajo, y aun mas definido desde el “Max Mix 2″, lo que hoy en día se conoce verdaderamente como un megamix.


Efectos como las repeticiones de fragmentos, los cambios de tono, todo respetando las estructuras de compases, entre otros muchos efectos, fue lo que llamó la atención de aquel que escuchaba estos trabajos. No fue hasta la aparición de trabajos como “Max Mix 3″ o “Bolero Mix”, cuando ya se disponían de los primeros y primitivos samplers digitales, los cuales solo permitían grabar unos pocos segundos de algún sonido. Sería en la década de los 90 cuando estos álbumes lograran su gran éxito popular. Por aquel entonces “la ruta del Bakalao” estaba en pleno auge y una gran parte de la chavalería gustaba de la música trallona, por lo que estos recopilatorios empezaron a surgir desde varias discográficas y con variados estilos.


El gran clásico es sin duda el “Bolero Mix”, editado por vez primera en 1986 y que a día de hoy, aún perdido su antiguo esplendor, sigue editándose. El primero es todo un documento de los temas bailables de los 80, con ese estilo inconfundible y fácilmente reconocible de la década prodigiosa. Posteriormente fue adaptándose a las nuevas formas musicales antes de entrar en decadencia a principios de nuestro siglo.



Otro gran representativo es el “Blanco y negro mix”, apadrinado por Quique Tejada (otro de los gurús de los megamixes en España junto a otros como Toni Peret y José María Castells, con los que formó el llamado "dream team" de estos discos) y surgido durante el boom de los 90. Este recopilatorio conoció hasta nueve ediciones hasta que dejó de ser editado en 2004 y recuerdo verlo anunciado en televisión año tras año, algo que siempre era resaltado en las carátulas, no sé por qué. No sé si creían que los anuncios en la televisión les daban más prestigio de cara al público o por darse importancia, pero la música no la hacía mejor.


Luego tenemos la especialidad de los discos de carácter veraniego, que siempre surgían en mayo o junio y recopilaban temas más pop, grandes éxitos de garrafón, con un cantante anónimo interpretando un tema famoso en lugar del artista original (por temas de derechos y costes) y hits de origen latino (como El Venao, El Tiburón, El Santo Cachón y más tarde King África y sus creaciones). De este ramo tenemos el “Ibiza Mix”, el “Caribe Mix” o el “Disco Estrella”, que escuchados hoy suenan más viejos que cualquier pieza de Bach, es lo que tiene que la música sea mala (aunque muy disfrutable en los momentos tontos, no nos engañemos).




Por otra parte, tenemos a los megamixes de carácter humorístico, inspirados en personajes cachondos de la actualidad. De este tipo surgieron productos como el ya citado “Rambo total”, el “Currupipi mix” (en homenaje al tigre que tenía de mascota el inefable Jesulín de Ubrique) o el “Hasta luego Lucas mix” (con el gran Chiquito de la Calzada). Estos solían intercalar frases del famoso en cuestión o y con imitaciones bastante bizarras, incrementando el nivel de casposidad.




Hasta el propio Aznar tuvo su spot televisivo con el "Bombazo Mix".


Más especializados en música trance o house estaban megamixes como “Megatron”, “Puzzletron” o “Máquina total”, dirigidos a aquellos que no buscaran únicamente el lado lúdico y cachondo y recuperando la esencia de unos álbumes que cada vez iban cayendo más en el humorismo, olvidando el estilo.




Por aquí sólo he citado los más famosos, pero tal fue el auge que durante esos años salieron megamixes de cualquier tipo y condición, siempre anunciados por la tele. Recuerdo aquellas pausas publicitarias en las que había un bloque dedicado únicamente a publicitar estos discos, la juventud los consumía y surgían de hasta debajo de las piedras. Programas televisivos, series o videojuegos llegaron a poner su nombre en este tipo de recopilatorios, por regla general bastante pobres. Hasta la famosa abuela que anunciaba la fabada “Litoral”, los "Power Rangers" o "Expediente X" tuvieron un megamix propio.





Pero ya se sabe que todo lo que sube tiene que bajar y con la llegada del siglo XXI los megamixes perdieron su pujanza. Los jóvenes fanáticos del dance iban madurando y pasándose a otros estilos, mientras que la nueva chavalería prefería música latina de nueva generación (reggaeton y demás inventos). Además el mercado del CD empezaba a flojear, con gran influencia de las descargas por Internet, por lo que esos añejos productos que se editaban en casette y compact disc fueron desapareciendo.


Algunos de los que crecimos con todo aquello nos resistimos a que se pierda este subgénero tan bizarro como disfrutable, haciendo estos pequeños homenajes de un estilo que creo que está llamado a ser reivindicado, como está sucediendo con los David Guetta y similares. No voy a caer en la tontería que decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, algo que el hombre repite desde que el mundo es mundo, simplemente quiero recordar unos tiempos que, buenos o malos, fueron nuestros tiempos. 

lunes, 12 de mayo de 2014

"Aprendiz de gigoló" y "La vida inesperada". Historias de Nueva York

Nueva York es una ciudad que ha sido retratada en infinidad de ocasiones por el cine, en su vertiente más idealizada y más sucia, mostrando los grandes rascacielos y los más sórdidos suburbios, la gente rica y la más pobre. Una ciudad tan retratada que cada vez que alguien la visita no puede evitar sentir que se encuentra en una especie de decorado de una película, de tan reconocibles que resultan sus rincones más emblemáticos. Una ciudad construida en base a la inmigración, llegada de los cinco continentes y que por ello es capaz de mostrar lo mejor y lo peor de la raza humana, de toda la mezcolanza social y cultural de la que ha surgido. Una ciudad que es escenario de las películas que voy a comentar a continuación.


"Aprendiz de gigoló" cuenta la peripecia de dos amigos (Woody Allen y John Turturro), que se encuentran ante una desesperada situación financiera tras tener que cerrar la librería en la que trabajaban. Por una casualidad deciden probar suerte con el negocio de la prostitución masculina, uno como gigoló y el otro como su "chulo", quedándose con una parte de las ganancias. Pero el asunto no será bien visto en la comunidad judía en la que viven y traerá consecuencias inesperadas para el aprendiz de gigoló cuando conozca a Avigal (Vanessa Paradis), la viuda de un rabino ortodoxo.


John Turturro es uno de esos actores "de carácter", que dificilmente veremos protagonizando una película y que se han hecho famosos por interpretar a secundarios de todo tipo, ya fuera como habitual en el cine de los hermanos Coen ("Barton Fink", uno de sus pocos protagonistas, "El Gran Lebowski", "O Brother!"), en comedias con Adam Sandler ("Mr. Deeds", "Ejecutivo agresivo", "Zohan: Licencia para peinar") o en películas megataquilleras como la saga "Transformers". Pero Turturro también tiene una carrera como director y "Aprendiz de gigoló" es su cuarta película tras la cámara, que aquí compagina con el papel principal.


El propio Turturro ha adimitido haber recibido el asesoramiento de Woody Allen para construir algunos gags de la película y eso se nota en el tono de la película, que a ratos recuerda al cine de su compañero de reparto (el personaje de Allen parece sacado de una de sus películas). También recuerda a Allen el ocasional tono de farsa y el cuestionamiento que se hace de algunos aspectos de la religión judía y de lo que pueden llegar a anular las religiones al individuo que no es capaz de gestionar sus creencias. El gigoló de Turturro no es un hombre guapo ni atractivo, pero triunfa en lo que hace por su capacidad de conocer lo que necesitan las mujeres que contratan sus servicios. Su personaje es un hombre reservado con sus sentimientos pero respetuoso y atento a las necesidades del otro sexo, lo que provoca un gran reconocimiento por parte de dos de sus clientas (Sofía Vergara y Sharon Stone) y que despertará sentimientos mucho tiempo reprimidos en la viuda de un rabino, que llevaba años sin ser tocada por nadie y que es pretendida secretamente por un oficial judío de policía (Liev Schreiber).



Tras un inicio cómico, en el que se muestran las primeras aventuras de este aprendiz de gigoló, la trama da un giro más romántico al mostrar la relación cada vez más cercana de él con la joven mujer dividida entre sus deberes religiosos y las sensaciones que surgen de su interior. Los que busquen una comedia de carcajadas probablemente se verán decepcionados por ese giro, en el que Turturro muestra sentirse más interesado por las motivaciones de sus personajes que por convertirlos en unos arquetipos para desatar la risa, esa mezcla de farsa y realismo se hace patente en la aparición de ese tribunal juicio que usa sus propias leyes para enjuiciar a las personas. Lástima que la parte final de la película no remate la buena impresión que estaba causando hasta ese momento y que tiene un final un poco precipitado que a uno le da la sensación de que ha habido alguna escena que se ha quedado por el camino.


Mucho se ha hablado de la aparición de "sex symbols" de ayer y de hoy, como Sharon Stone y Sofia Vergara (que los morbosos se vayan olvidando de verlas desnudas), pero si alguien destaca a mi parecer en esta película es la francesa Vanessa Paradis, cantante y actriz con más de 20 años de carrera a sus espaldas y que muchos conocerán por haber sido mujer de Johnny Depp durante varios años. Como actriz, Paradis siempre ha sido muy selectiva con sus papeles, a los que siempre da ese ángel especial que tiene, entre la fuerza y la ternura. Esa sensación queda patente en su Avigal, esa mujer que descubre que en la vida no todo son preceptos religiosos y que escandaliza a muchos de los vecinos de su barrio cuando osa recuperar la sonrisa, quitándos el luto perpetuo en el que parecía haberla sumergido su condición de viuda.


También en Nueva York se desarrolla la historia de "La vida inesperada", en este caso surgida de la pluma de la escritora Elvira Lindo, creadora de "Manolito Gafotas" entre muchas otras novelas y que ha residido durante largas temporadas en la Gran Manzana. Su guión habla de los casos de españoles que han ido a la considerada "capital del mundo" para tratar de hacer realidad el sueño americano, dejar de ser unos parias para ser alguien respetable, aunque la realidad vaya por otros derroteros.


Juanito (Javier Cámara) es un actor que fue a Nueva York a triunfar. Los años han pasado, no ha conseguido el éxito que esperaba, y ahora se gana la vida trabajando en lo que puede. Un día llega a visitarle su primo (Raúl Arévalo), aparentemente un triunfador que tiene todo lo que uno espera tener. Sin embargo, la convivencia entre ambos irá descubriendo la realidad que hay detrás de cada uno de ellos.


El alicantino Jorge Torregrossa dirige su segundo largometraje tras "Fin" y lo hace siendo también conocedor de lo que habla, pues pasó en Estados Unidos algunos años formándose como cineasta. Entre él y Elvira Lindo nos muestran un pequeño fresco de unos personajes que están lejos de sus países de origen y que pese a las dificultades no dudan en seguir persiguiendo sus sueños. Juanito llegó con la pretensión de salir en películas americanas y se limita a hacer papeles de todo tipo en un teatro especializado en obras españolas, con éxitos reconocibles de autores como Mihura o García Lorca, un teatro en el que conocerá a una misteriosa diseñadora de vestuario algo locuela (Tammy Blanchard). Habla con su madre a través de Skype y le va contando lo que hace de una manera interesada, ocultándole que tiene que trabajar de camarero y dando cursos de cocina española para poderse pagar un pequeño apartamento. Todo ello por orgullo y para que su madre no le diga que está perdiendo el tiempo allí en lugar de ocuparse de la tienda de ultramarinos de su padre en España.


Por el otro lado tenemos a su primo, que llega de España para pasar unos días de vacaciones y que responde perfectamente al arquetipo de tipo aparentemente triunfador, con su trabajo estable y una novia con la que está a punto de casarse. Juanito siempre ha mirado con recelo y envidiado a su primo, por creer que siempre se llevaba las cosas que le correspondían a él, sin saber que su primo hace buena la frase de "no es oro todo lo que reluce" y lo irá descubriendo durante su convivencia mutua.


Torregrossa y Lindo proponen una "dramedy" en toda regla, una historia en la que se mezclan el humor y el drama, en la que ambos extremos se suavizan con el contacto mutuo y el poso siempre es más bien agradable. Se hace alguna alusión a la situación económica de España y a la necesidad de emigración que ha creado en mucha gente, aunque el tema principal es más atemporal y más clásico, como es poner a unos personajes fuera de su contexto habitual y mostrar su desorientación vital.


El principal defecto de la película lo van a tener que aguantar la mayoría de los espectadores a causa del doblaje que se le ha efectuado a la película para su exhibición. Yo he tenido la oportunidad de verla en una sala que ofrece películas en versión original y he podido apreciar las connotaciones que hay en la relación entre los personajes españoles y los estadounidenses, algo que se corta por lo sano en la versión doblada, donde todos los neoyorkinos hablan un perfecto castellano.


Antes hablaba de Woody Allen, que hace unos años estrenaba "Vicky Cristina Barcelona", una película muy criticada por estos lares por algunos topicazos poco afortunados y por un doblaje muy discutido a Javier Bardem y Penélope Cruz, que hablaban con unas voces que no eran evidentemente las suyas, perdiéndose la riqueza del contraste linguistico y sacando al público de la película, pues ese tipo de doblajes a gente de las que conoces perfectamente su voz es como ver un micro colándose en el plano, algo que te hace ser consciente de que estás viendo una representación y que inconscientemente te dice que eso es falso. En esa película al menos estaba justificado, al estar hablada casi toda en inglés y a que aquí hay mucha gente que sigue prefiriendo que les doblen las cosas, no vaya a ser que lean demasiado. Sin embargo en "La vida inesperada" más de la mitad de la película está hablada en español y sólo hay algunos momentos en los que se habla en inglés, cuando se interacciona con los estadounidenses, con lo que creo que se podrían haber respetado las voces originales. Aunque esas cosas ya escapan al control de los que defendemos oír a los actores con sus voces reales para apreciar mejor su interpretación, que si a cualquiera de nosotros nos pusieran otra voz para nuestro día a día no sonaríamos igual, dejaríamos de ser un poco nosotros.


Por otra parte, la película se deja ver con agrado y está bien dirigida e interpretada, especialmente por un Javier Cámara que borda esos personajes cotidianos un poco patéticos en sus flaquezas. De este modo, "Aprendiz de gigoló" y "La vida inesperada" nos demuestran que la ambientación de las historias no tienen por qué determinar la trama, pues ambas películas, con elencos tan diferenciados, nos hablan de cosas universales que han pasado, pasan y pasarán. Y más si es en Nueva York, esa ciudad donde está representado todo el mundo.