jueves, 28 de febrero de 2013

Ensoñaciones


Cada vez que veía a una mujer de espaldas recordaba sus tiempos de estudiante, cuando sentado en clase si la materia le aburría se ponía a observar a las chicas que tenía sentadas delante suyo. Y no es que se pusiera a observar lo evidente en esos casos, buscando que a alguna el pantalón se le bajara un poco más de lo normal y se vislumbrara la ropa interior. A él le gustaba más observar sus cabellos, su nuca y sus hombros, si éstos estaban al aire.

Había oído decir que a muchas mujeres les gusta que les toquen el pelo y se preguntaba cómo sería juguetear con los cabellos de la muchacha que tenía delante. Había visto a otras chicas acariciando el pelo o haciendo trenzas a las que estaban sentadas delante suyo, dejando ambas que ese impulso las dominara. Que por un momento dejaban de pretender ser mujeres, tan habitual en esos tiempos de adolescencia y se conformaban con ser las pequeñuelas que habían sido hasta hace poco.

Él era un chico y no podía hacer esas cosas, si osara poner una sola mano en el pelo de la chica que estaba sentada delante suyo le iba a caer una buena por atrevido. Por ello, se limitaba a fantasear en cómo sería acariciar sus cabellos, pasar la mano por esa mata frondosa de pelo, a veces morena, a veces rubia, otras veces castaña. Cómo sería recogerle el pelo hacia atrás con sus manos, cómo sería pasar los nudillos por su nuca, cómo sería rozar la piel que había dejado al descubierto con la yema de sus dedos y verla erizada por el efecto del roce.

También gustaba de ver los hombros de las chicas cuando estaban al descubierto. De piel blanca, de piel morena, huesudos o carnosos, con lunares o sin ellos, dejando ver a veces las tiras del sujetador. También se sentía tentado a acariciar esa parte, le gustaba esa suavidad de la piel en la zona.

Era curioso como podía efectuar diversas ensoñaciones sólo con esa pequeña parte del cuerpo, sin necesidad de ver la cara de la chica. Pero al fin y al cabo eran sólo ensoñaciones que no iban a pasar de ahí, porque para la mayoría de esas chicas él no era nadie.

Pasado ese recuerdo de sus años más jóvenes su pensamiento se iba hacia ella, hacia esa chica tan hermosa en la que pensaba todos los días. Esa chica a la que no podía dejar de mirar, que le hacía sentirse tan bien, que le abstraía de todos los males, le hacía ver que había algo precioso en la vida. A esa chica la había tenido siempre cara a cara, nunca la había estado observando desde atrás y había podido sentir el contacto de su pelo, había podido besar uno de sus hombros y sentido el roce de la piel de ella en las yemas de sus dedos.

Por fin le podía poner cara a sus ensoñaciones, esa cara que tanto tiempo había estado esperando.

lunes, 25 de febrero de 2013

"Blue Valentine" y "Dos días en Nueva York". Dos formas de ver la vida


"-¿Es que no te das cuenta de que todo lo he hecho por ti?
-Yo no te pedí que lo hicieras"


En los últimos días he tenido la oportunidad de ver dos películas que hablan de las relaciones de pareja desde una perspectiva diferente, bastante incómoda en un caso, quizá más aproximada a la realidad y de una manera más lúdica por otro lado, aunque sin caer en el petardeo de tantas romanticonadas de Julia Roberts, Sandra Bullock, Jennifer Aniston, Katherine Heigl y un largo etcétera. Hay quien dice que prefiere las petardadas porque la realidad ya es muy dura de por sí como para andar martirizándose viendo películas dramáticas sobre el tema. Entiendo su punto de vista, pero no lo comparto, porque a mí siempre me gusta rastrear sobre las cosas que me interesan, que me afectan y por ello tienden a gustarme más las que más se aproximan a la realidad, al menos como yo la percibo. Dicho esto, hoy les voy a hablar de "Blue Valentine" y "Dos días en Nueva York".
 
 

En "Blue Valentine", después de convivir durante seis años y tener una hija, Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams) no parecen pasar por su mejor momento. Intentando salvar la relación, Dean propone ir a pasar la noche a un hotel temático, donde eligen la “habitación del futuro”. A partir del futuro, se narra la historia de la pareja desde el momento de su encuentro hasta la irremediable crisis de su matrimonio.

"Blue Valentine", dirigida por el desconocido Derek Cianfrance, es una película que se ha estrenado aquí con más de dos años de retraso, así que el que haya querido verla imagino que ya lo habrá hecho en Internet, para que luego se quejen de piratería con estos fallos de distribución. Yo le seguía la pista a la película desde hacía tiempo y quise esperar a su estreno antes de verme obligado a verla en el ordenador (que es un formato que no me gusta, en el que me cuesta mantener la atención). Finalmente he podido verla y debo decir que no es la película más adecuada para parejitas que van al cine, que se verán desazonados viendo las miserias del dúo Gosling-Williams, quizá reconociendo con terror algunos de los dramas de los protagonistas.
 
 

Al modo de "Revolutionary Road" en un ambiente más actual, somos testigos del deterioro de la convivencia entre la pareja tras algunos años en común, al tiempo que la trama de se ve salpicada de flsahbacks de cuando ambos se conocieron y todo parecía ser maravilloso, antes de que la cotidianeidad empezara a torcerlo todo. Lo más inquietante de la película es que la relación no se viene abajo por alguna infidelidad o porque el hombre o la mujer actúen incorrectamente, lo que un día es amor empieza a convertirse en algo más cercano al odio sin motivo aparente, por la pura erosión del tiempo y una chispa que se apaga sin remedio. Él sigue queriendo a su mujer como el primer día, pero ella parece no sentir lo mismo, nota que aquello ha llegado a su fin aunque no está muy segura de cómo dejarlo todo atrás. Un caso claro de que dos no se aman si uno no quiere.
 
 
 
He leído por ahí críticas porque la película parece mostrar al personaje de Gosling como mejor persona que al de Williams, que parece más preocupada en ella misma que en su pareja. Buscar dobles sentidos misóginos me parece un absurdo, porque la vida real nos recuerda cada día que hay gente que hiere y es herida a diario en ambos sexos y también se dan muchos casos de mujeres que dejan a sus parejas aunque éstos no se comporten como unos capullos que lo merecen. Simplemente, se han dejado llevar durante un tiempo y ahora ya no les interesa. Tan simple y desconsolador como la frase que encabeza esta entrada (que no es de la película, pero se adapta a lo que viene a ser).
 
 

Ryan Gosling y Michelle Williams dan vida con convicción a estos personajes, aunque a Gosling le vuelvo a notar una vez más sobreactuado, siempre haciendo dos o tres gestos más de los necesarios, siempre más intenso de lo que su personaje requiere. El día que controle eso, conseguirá ser un gran actor. Michelle Williams me pareció más acertada y demuestra que es una actriz con un gran talento para expresar dolor y melancolía (imagino que los sucesos de su vida real le habrán cincelado esa capacidad). Y todo ello con una puesta en escena realista y opresiva por parte de su director, que no duda en mostrar una imagen feísta, llena de espacios cerrados, que simbolizan el estancamiento y el agobio de sus personajes.
 

 

Una película para que ellos que estén interesados en la naturaleza del amor y en cómo un buen día esas personas que se aman tanto dejan de ser relevantes en la vida de cada uno. Los que estén más interesados en algo más ligero y divertido, pueden echar un vistazo a "Dos días en Nueva York", simpática secuela de la no menos simpática "Dos días en París", ambas dirigidas por la actriz francesa Julie Delpy.
 


En esta ocasión Marion (Julie Delpy) se ha separado de Jack, su novio en "Dos días en París", pero su nuevo novio (Chris Rock) tendrá que vérselas con el excéntrico padre, su hermana y el novio de ésta durante una visita de dos días en Nueva York.

Conocida por su participación en las películas "Antes del amanecer" y "Antes del atardecer" (y la tercera parte, de próximo estreno), Julie Delpy está centrándose en los últimos años en su faceta de directora, con películas como las ya citadas o la estupenda "El Skylab", todas ellas caracterizadas por sus apuntes autobiográficos y la presencia de familiares reales como familiares en la ficción. Sus padres fueron sus progenitores en "Dos días en París" y tras la muerte de su madre, su padre Albert (inconfundibles sus ojos y su parecido) ha seguido saliendo en las películas de la hija, siempre con personajes muy divertidos.
 

 
En esta ocasión, Delpy parece ser consciente de estar haciendo una comedia y por ello sus personajes son un poco caricaturescos, como si fueran gags andantes. Marion es neurótica e insegura y piensa vender su alma como parte de su próxima exposición artística, su padre es un hombre bonachón y mujeriego, su hermana (Alexia Landeau, también coguionista de la historia) es promiscua y despreocupada y al novio que lleva consigo, que en su día fue novio de Marion, solo le interesa el sexo y los porros. Mientras tanto, el personaje de Chris Rock (muy contenido, bastante bien) es un locutor de radio divorciado y padre de una niña y quizá el más equilibrado de todos, a pesar de sus diálogos a solas con una estatua de cartón de Barack Obama, ante el que suelta sus frustraciones.
 

 
Como se ve, todo es bastante proclive al humorismo y no faltan situaciones de enredo con el contraste entre esos franceses anárquicos y el racionalismo americano, en una especie de adopción/parodia de tópicos sobre las características nacionales y el choque de culturas. De esta manera, Delpy nos ofrece una comedia, a ratos disparatada y a ratos reflexiva, sobre las relaciones humanas que no será recordada como su mejor trabajo tras la cámara, pero que se deja ver con agrado. No deja mucha huella, pero tampoco molesta.
 
 
 
Dos películas sobre la vida en pareja con un tono muy diferente, ya que mientras "Blue Valentine" es de las que desgarra por dentro y deja tocado después de verla, "Dos días en Nueva York" es un ejemplo de "feel good movie", de esas que te hacen salir contento del cine. Dos formas de ver la vida, que tantas veces suele cambiar de la comedia al drama y viceversa.
 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Un verano en Inglaterra (II)

Como lo prometido es deuda, voy a continuar con la narración de mis peripecias en Inglaterra en aquel verano de 2004, así que vamos allá con esta segunda entrega.

Una de las cosas que más me llamaron la atención de la casa en la que estaba era que la ropa la tenía que poner en sillas porque el armario que tenía era en realidad un receptáculo para la caldera, que hacía bastante ruido cada vez que alguien hacía algún movimiento de agua en grifos, duchas o cisternas. Además, como suele ser habitual en el extranjero, las ventanas no tienen persianas y una fina cortina era toda la celosía que tenía para tapar la claridad exterior. Habida cuenta de que allí amanece muy pronto, a las 5 de la mañana la habitación tenía la misma luz que si fueran ya las 10, lo cual para alguien poco dado a madrugar y trabajando en el turno de tarde-noche, era una "alegría" inmensa.
 
 
Los domingos y los lunes solían ser los días en los que acostumbraba a tener libranzas y aprovechaba para salir de la casa a conocer el país. Tiré de ferrocarril y así pude visitar algunas de las ciudades que no me quedaban muy lejos, como es el caso de Manchester o Liverpool y también otras menos importantes como Leicester o Leeds. Ninguna de ellas me convenció mucho, todas me parecieron grises y tristonas, con sus casas de ladrillo visto y buena parte de la población vestida de chándal (la realidad social de buena parte de ese país se parece más a como la muestran las películas de Ken Loach que al arquetipo de lord que se usa como tópico). 
 
 
Lo que más me gustó fue Londres, que visité en dos ocasiones, a mediados de mi estancia y justo antes de marcharme. Se nota que es una de las grandes capitales del mundo y ahí se aprecia una mayor diversidad e interés que en las grises urbes del centro del país, allí se podía ver gente y sitios abiertos más allá de las 7 de la tarde, la verdad es que da gusto callejear por Oxford Street, Picadilly, la zona del palacio de Buckingham, el Soho, la zona de los teatros, el curso del Támesis, el Big Ben, el Tower Bridge y un largo etcétera. Casi todo el mundo ha estado en Londres y ya sabe donde están las cosas y tienen sus lugares favoritos. Los míos son Hyde Park, Trafalgar Square y las orillas del Támesis.
 
 
Un cinéfago como yo no iba a estar todo ese tiempo sin ver películas y también fui al cine, en unas multisalas de Nottingham en las que vi "Spiderman 2" y "Shrek 2". Ya había visto algunas películas en versión original, pero siempre con subtítulos en español, así que verlas a pelo en inglés era todo un reto, del que no salí mal parado. Aunque hubo cosas que se me escaparon, entendí lo esencial para ir enterándome de lo que pasaba. Y en los periódicos de allí me enteré de que a no muchos kilómetros de donde yo estaba, se rodaba "Orgullo y prejuicio", en la excelente versión protagonizada por Keira Knightley, en los parajes boscosos de Lincolnshire, el condado vecino. También Woody Allen estaba por Inglaterra aquel verano, rodando "Match point" en Londres.
 
 
 
Como ya he comentado, mi situación laboral no era envidiable y le puse final pasado un mes, cuando le dije al director del hotel que me iba, que no tenía por qué pasar por todo aquello y fue cuando me enteré de las cosas de que me habían acusado injustamente. Creo que no me creyó mucho, porque no puso pegas en que me fuera de allí lo antes posible. Decidí irme al sur del país, a un pueblecito cercano a Brighton, donde trabajaba un compañero mío de colegio, que tuvo el detalle de hospedarme en la semana que me quedaba para coger el vuelo de vuelta que me saqué por Internet (ahí fue la primera vez que volé con Ryanair, que apenas llegaba a España por entonces y me llevó de Londres a Biarritz, donde cogí un tren hasta la frontera española y allí un bus hasta mi casa).
 
Si en el hotelito rural me había sentido como un inmigrante de segunda, con mi compañero ya estuve de ilegal, porque como en teoría no podía estar en su habitación al ser solo para el personal, cuando él se iba a trabajar yo tenía que estar fuera del hotel por si entraba alguien al cuarto y me pillaba allí. Así recorrí los parajes de la zona, de campo abierto amarillento por el verano y pequeñas colinas desde las que se dominaba el horizonte y se veían los blancos acantilados y el mar, como si estuviera en una novela de Thomas Hardy, similares a los parajes de mi tierra natal y algo diferentes a los de mi primer hotel. Las dos primeras noche dormí en el suelo al no haber cama para mí y al tercer día compré una colchoneta de piscina en una tienda, que para mí y mis castigados huesos fue el paraíso. Para comer, mi compañero me traía sobras de la cocina y cuando íbamos al pueblo robaba latas de conservas, metiéndolas en la mochila, aprovechando que no había chivato electrónico que pitara al salir. No tenía ducha porque los baños para el servicio en el hotel donde me hospedaba ilegalmente eran públicos y tenía que asearme como podía en un lavabo que había en el cuarto y hacer mis necesidades en el campo o en un bar que pillara a mano, según la importancia de las mismas.
 
 
La última noche la pasé en Londres, que me salía el avión a primera hora de la mañana y decidí quedarme en un albergue, en el que me tocó quedarme en la habitación del servicio. Pregunté si quedaban cuartos libres y tras decirme que sí, el recepcionista abrió una puerta detrás del mostrador y me metió en habitáculo amplio, con varias camas y me quedé con la más cercana a la puerta. Pensé que sería una habitación que no se ocuparía y cuando volví a dormir me encontré con varias personas roncando a pierna suelta allí dentro, incluido el recepcionista que me había atendido. 
 
Aquella noche quise salir para celebrar mi última noche en las islas británicas y fui a un sitio llamado Walkabout, aún recuerdo el nombre porque me llamó la atención que era una discoteca que usaba las instalaciones de lo que había sido una iglesia. Pagué 2 libras para entrar y allí me contagié del ambiente festivo, con gente guapa y buen hilo musical, sin pachangueo y con clásicos de pop rock. Como estaba en mi último día, decidí ir a por todas y después de que 3 o 4 chicas no me dieran mucha bola, acabé trabando conversación con otra, con la que apenas me entendí, pero como ella iba algo bebida y yo estaba por la labor, no tardamos en liarnos durante un rato en la pista hasta que ella se fue con sus amigas y me deseó buena suerte. Curiosamente era morena, al igual que la chica del baño, que con el tópico de que las inglesas son rubias y pelirrojas y yo justo estuve con dos morenas, las dos con despedida algo tristona y apagada.
 
 
Y así terminé mi periplo, con unas ganas tremendas de volver a casa y de no volver a pisar las islas británicas en mi vida, que cuando llegué a España me dieron ganas de besar el suelo por todo lo que había echado de menos. El tiempo dulcifica los recuerdos y prefiero quedarme con lo bueno que saqué de aquello, lo que aprendí a valerme por mi mismo y a sobrevivir en un entorno desagradable y poco afectuoso. Este viaje siempre lo he considerado una de esas experiencias que moldean el carácter y no me arrepiento de ello, aunque no lo repetiría. 
 
Así que cuando en estos días muchos jóvenes se plantean cambiar de país por la falta de oportunidades que hay aquí por la crisis, me da un poco de miedo acabar viéndome en esa situación, por repetir una experiencia de ese calibre. Bien es cierto que yo he cambiado en algunas cosas respecto a ese chaval de 22 años y que hay cosas que haría de otra manera, pero si algo me ha dejado claro ese viaje y otros que he hecho después por placer turístico, es que mi forma de ver la vida está habituada a la española. Llevo muy mal lo de que a las 7 de la tarde no haya gente por las calles aún siendo de día y tampoco me identifico con el carácter frío y distante que se da mucha gente por ahí fuera. Quizás me pase como me ha pasado con Madrid, que hace años era una ciudad que odiaba y trataba de evitar y ahora me acoge y me hace sentir a gusto. 
 
Como digo tantas veces, quién sabe lo que traerá el futuro.

lunes, 18 de febrero de 2013

Un verano en Inglaterra

El otro día hablaba sobre "Las ventajas de ser un marginado" y sobre las cosas de mi propia vida que me hizo revivir y una de las cosas en las que he estado pensando en estos días es sobre el verano que pasé en Inglaterra cuando tenía 22 años. Un verano que me hizo crecer en varios aspectos y que quiero rememorar aquí.

En el verano de 2004 yo tenía 22 años y decidí ir a Inglaterra a trabajar y a aprender inglés y a vivir la experiencia de hacerme valer por mí mismo en otro país. Ya llevaba unos años fuera de casa en la universidad, pero allí volvía casi todos los fines de semana por la cercanía, aún no me había bregado en lo de estar solo y lejos de los míos durante semanas. El proyecto nació unos meses antes cuando compañeros de la época del colegio comentaron que querían probar la experiencia y a mí se me metió el gusanillo y así lo hice. Me apunté a una academia de esas que te buscan trabajo en el país al que quieres ir y vas allí con todo en regla.



Allí me iba a tocar trabajar en la hostelería y el destino asignado fue un hotel rural situado en pleno condado de Nottinghamshire, a unos 15 kilómetros de Nottingham, en una zona llena de bosques como los que ambientaron las andanzas de Robin Hood. La primera noche la pasé en el propio hotel, bastante cuco, situado junto a un río y rodeado de árboles, un lugar ideal para desconectar del mundanal ruido.



Ya al día siguiente me llevaron a la que iba a ser mi casa y como era fin de semana, aún me quedaban un par de días para empezar a trabajar, por lo que me dediqué a conocer la zona. Así fui testigo de que en ese país los negocios cierran sus puertas entre las 5 y las 6 de la tarde y a las 7 de la tarde, aún siendo de día y pleno mes de julio, apenas se ve ya gente por la calle. Vi que Nottingham es una ciudad que salvo por el castillo que hospedara al sheriff al que hacía la pascua Robin Hood es un lugar gris y de poco interés (aunque veo fotos actuales y parece que la han debido remodelar en los últimos años, porque hay parajes que ni reconozco) y que los alrededores son un grupo de poblados con casitas donde apenas pasan los coches. Lugares donde se puede ver crecer la hierba.



Y es que me aburrí bastante por allí. Mi trabajo diario consistía en secar y dar brillo a la cubertería que salía del lavadero durante horas, todo ello sin salir de las cocinas. Mi inglés me daba para entender el intríngulis de las conversaciones pero no para expresarme con claridad y entre eso y mi natural timidez, más de uno y más de dos se pensaron que debía ser un poco tonto y por eso me tocó la labor menos agradecida. La única novedad tenía lugar los sábados o domingos en los que había bodas en el hotel y donde me tocaba ayudar a montar un montón de mesas en los salones.

En esas ocasiones contrataban por horas a chavales de la zona para reforzar la plantilla y ahí tuve una experiencia curiosa. Preparando una de esas bodas, una de las chicas contratadas me tocó el trasero y al principo pensé que había sido una broma o un tropiezo, pero la ví que reía con otras compañeras y repitió la operación dos o tres veces más, cada vez que se acercaba a mí. Cuando estuvo todo montado y podíamos descansar me acerqué a comentarle el tema y ella me dio un beso y me llevó a los baños, donde me lié con ella en uno de los privados. Fue todo muy absurdo porque apenas cambiamos palabra y cuando salimos de allí no volvió a dirigirme la palabra el resto de la tarde y nunca más volví a verla. Aún sigo pensando en esa situación y nunca sabré si le gustó o le parecí un pobre imbécil. Ni siquiera sé su nombre o no recuerdo si me lo llegó a decir. Cosas que pasan.



Por otro lado, mi relación con los demás compañeros no fue demasiado buena. Yo tengo la capacidad de caer muy bien o muy mal desde el primer momento, según como entre en el grupo. Si noto buena acogida me suelto y doy rienda suelta a la simpatía, pero si noto extrañeza o una cierta reserva por parte de los demás, me pongo a la defensiva y puedo parecer muy huraño, en este caso sucedió lo último. Los que allí estaban eran chavales ingleses más o menos de mi edad, que tenían más responsabilidades que yo y algunos fardaban mucho con el tema, dándose unos aires como si fueran lores y tratándonos a gente como yo como sus esclavos, aprovechando que eran los supervisores.

Así supe que uno de ellos iba hablando mal de mí, diciendo que me llevaba cubiertos y comida a casa y que cuando no estaba delante era el "fucking spanish". Un auténtico hijo de perra que un día lo soltó en público y dí parte al director, que le soltó una buena bronca y me pidió disculpas, incluso el cabroncete vino a disculparse aunque apenas podía disimular como le jodía hacerlo. Creo que por eso me da un poco de tirria el actor Benedict Cumberbatch, se parece mucho a ese tipo. Ahí descubrí que la famosa doble moral americana viene de las islas británicas, que sueltan los "sorry" cada vez que te rozan y se disculpan mucho, pero de la misma te están clavando el puñal. Pero bueno, no hay más que leer a Jane Austen y Charles Dickens para ver que Inglaterra puede cultivar buenos ejemplares de hijos de perra con piel de cordero. Como en todo el mundo, por otra parte.



El caso es que allí era un bicho raro que no caía bien a casi nadie, ni siquiera a la española que estaba conmigo, también estudiante universitaria. Con ella empecé bien, comentándonos las cosas que pasaban, pero viendo como mi imagen el hotel se deterioraba, hizo eso tan animal de apartar de la manada al ser enfermizo y fue dejando de hablarme sin motivo aparente, no quería que la relacionaran con el "fucking spanish" y la metieran en el mismo saco. Recuerdo lo mal que hablaba inglés, diciendo "I think that yes" para decír "creo que sí" (lo correcto sería "I think so") y lo cachondos que ponía a todos los chavales que trabajaban en el hotel, que la deseaban sin mucho disimulo. Me consta, por estar en la habitación de al lado suyo, que un par de ellos pasaron la noche con ella. Los dos vivíamos en la misma casa, donde también vivía uno de los cocineros del hotel, al que nunca veía y que por las noches gustaba de reunirse con sus colegas para ver la televisión a todo volumen, fumar porros y dar voces, lo que provocaba mis protestas y que también me cogiera manía. El único al que parecía caer bien era a un negrito llamado Ali y que decía ser de Zimbawe, al que tenían fregando los cacharros y con el que hablaba cuando iba a recoger una nueva remesa de cubiertos, que siempre me recibía con una sonrisa. Allí éramos los inmigrantes de los que nadie quería saber nada.

Veo que me voy extendiendo y que aún hay muchas cosas que quiero contar, así que voy a terminar aquí por hoy y prometo una segunda entrega de esta peripecia inglesa en la siguiente entrada que haga. Prometido queda.

jueves, 14 de febrero de 2013

"Las ventajas de ser un marginado" y "Gangster Squad"

En mi crítica semanal y con la habitual mezcla de géneros, le toca el turno a un drama adolescente, "Las ventajas de ser un marginado" y una película gangsteril, "Gangster Squad".




Charlie (Logan Lerman), un joven tímido y marginado, escribe una serie de cartas a una persona sin identificar en las que aborda asuntos como la amistad, los conflictos familiares, las primeras citas, el sexo o las drogas. El protagonista tendrá que afrontar el primer amor hacia Sam (Emma Watson), el suicidio de su primer amigo y su propia enfermedad mental. Al mismo tiempo, lucha por encontrar un grupo de personas con las que pueda encajar y sentirse a gusto.

"Las ventajas de ser un marginado" es una película que recurre a la nostalgia del espectador mostrando lo que sucede en esos años de instituto en los que la infancia se está marchando y la madurez llega casi sin avisar. Debo confesar que me sentí identificado en muchas cosas con ese protagonista que empieza a descubrir los resortes del mundo adulto, a plantearse cosas, a creer en el amor, en la amistad como el lazo imborrable, el aprendizaje de que la pérdida es inevitable y de que pocas cosas duran para siempre. De la música que empiezas a conocer a través de otros, de lo que te sugiere, del conocimiento y las sensaciones compartidas, las pequeñas locuras donde cada momento es un mundo. Momentos que dejan muchos y variados recuerdos, que en mi caso viví más en la universidad que en el colegio.



El filme es la adaptación de su propia novela por parte de Stephen Chbosky, publicada a finales de los 90 y que se ha convertido en pieza de estudio en colegios e institutos de Estados Unidos al tratar muchas de las inquietudes adolescentes de un personaje de esos que no llaman la atención, que suele ser arrinconado con sus peculiaridades y que consigue la integración social en un grupo de otros inadaptados, que no se mueven necesariamente con la corriente.



A todo ello ayuda un planteamiento comprensivo con sus personajes sin caer en sentimentalismos, así como el buen trabajo de su trío protagonista, en una ambientación que remite a principios/mediados de los años 90 (los protagonistas tiran  de cassettes, apenas hay CDs y hay poco rastro de ordenadores, aparte de alguno toques de moda) y que tiene una alcance universal, porque es inevitable identificarse con algunas de las cuitas de los protagonistas.




"Gangster squad" es lo nuevo de Ruben Fleischer, director que debutó con la exitosa "Bienvenidos a Zombieland" y pasó de puntillas con "30 minutos o menos" antes de afrontar una trama inspirada en hechos reales y que remite a "Los intocables de Elliott Ness" que dirigiera Brian DePalma en los años 80, con ese grupo de agentes de la ley tratando de fastidiar los planes del mafioso, en aquel caso Al Capone, aquí Mickey Cohen.



Los Angeles, 1949. El despiadado rey de la mafia Mickey Cohen (Sean Penn) lleva la batuta en su ciudad, cosechando los sucios beneficios de las drogas, las armas, la prostitución y de todas las apuestas que se hagan al oeste de Chicago. Y todo esto lo hace bajo la protección, no sólo de sus matones a sueldo, sino de la policía y de los políticos bajo su control. Por ello se pondrá en marcha un operativo de policías encabezado por el Sargento John O’Mara (Josh Brolin) y Jerry Wooters (Ryan Gosling), que aunarán sus fuerzas para intentar desestabilizar el mundo de Cohen, mientras Wooters se interesará más por Grace (Emma Stone), la chica de Cohen.



La película tiene una ambientación impecable, aunque su estilo se aproxima más a lo que haría Tarantino con una trama de este tipo que a una película de cine negro clásico con Humphrey Bogart o James Cagney. Aquí hay ralentizados para resaltar los tiroteos y los momentos de violencia y el director no se muestra tacaño con la sangre que se ve en pantalla, algo que deja claro en la primera secuencia del filme, en la que un sicario es partido en dos en primer plano. Todo ello aderezado con un cínico sentido del humor, como corresponde a una cinta protagonizada por un grupo de tipos duros.



El reparto está lleno de nombres interesantes y en este sentido no decepciona, destacando especialmente Josh Brolin haciendo gala de su habitual hieratismo con gran convicción y los papeles más secundarios de actores veteranos como Robert Patrick o Nick Nolte, que piden a gritos una mayor intervención. Algo similar sucede con Emma Stone y Ryan Gosling, cuya relación se construye en varias elipsis en las que el espectador se tiene que hacer la idea de lo que pasa entre medias con ellos, que pasan de flirtear a ser amantes entregados sin mucho preámbulo. Lo malo de las elipsis es que tan malo es explicar mucho como no contar nada y en el caso de ellos se echan en falta páginas de guión que desarrollen su relación. El que más desentona es un Sean Penn, que aquí muestra su histrionismo más paródico y su Mickey Cohen es un poco villano de tebeo, con un rostro maquillado que lejos de dar un aspecto más amenazador le hace simplemente desagradable.



Una película bastante interesante y muy entretenida, que se sigue con interés y deja un buen sabor de boca. Merece la pena echarle un vistazo.


lunes, 11 de febrero de 2013

Retratos, pinceladas y percepciones

 
 
Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es la idea que los demás se hacen de cada uno de nosotros y de la idea que nos hacemos nosotros de los demás. Cómo siendo de la manera que somos, parecemos a veces tan diferentes a los ojos de los demás.

La cosa vendría a ser como si nos pusiéramos a posar delante de una serie de pintores para que nos hicieran un retrato. Cada uno nos pintaría de forma distinta, según como nos percibiera. En algunos casos podrían coincidir determinados rasgos, pero a buen seguro que ningún retrato sería igual a otro. Y eso es lo que nos sucede también en las relaciones que mantenemos con los demás.

A mí me ha pasado de considerar a una persona de una manera, para bien o para mal y que llegara una tercera persona y pensara todo lo contrario. Y yo mismo he sido percibido por otros de maneras muy dispares, hay gente a la que caigo bien y gente a la que caigo mal sin que haya hecho nada especial, sólo por como me perciben.

Asimismo, esa opinión siempre puede variar y a veces sucede que gente que nos caía bien deje de hacerlo y por contra, gente a la que no tragábamos empieza a simpatizar con nosotros. O cuando descubrimos en otras personas algún rasgo nuevo del que no teníamos conocimiento o ni siquiera sospechábamos.

Todo ello vendría a componer un retrato que nunca se termina, al que se le van añadiendo nuevas pinceladas, porque al fin y al cabo nosotros también cambiamos. Cambiamos en algunas cosas de nuestro carácter, que nos transforman un poco y a la vez nos hacen ver de forma diferente a los demás.

De este modo, es difícil llegar a tener un retrato definitivo de nadie, por eso hay tantas discrepancias a la hora de calificar a personajes de la vida pública cuando fallecen. Porque cada uno los ve de una manera distinta, porque cada uno ha percibido los actos que ha hecho la otra persona en base a sus propias ideas y convicciones.

Por ello, si se hiciera un único retrato de cada uno de nosotros, todos vendríamos a ser una especie de retrato inacabado, un retrato en el que cada pintor que nos trata pondría su pincelada y en el que habría que ir cambiando rasgos de forma continua, según la visión del pintor en cuestión.

Yo creo que esa es una de las riquezas que tenemos como seres humanos, la de ser percibidos de forma distinta por el resto de personas, que no haya una única versión de nosotros mismos.
 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Contraposición, atracción y publicidad. El curioso beso de Bar Refaeli

Una de las muchas anécdotas que suelo recordar de la época universitaria es aquella en la que en cierto día, en una de esas clases aburridas de las asignaturas que no suelen servir para mucho, unos compañeros nos pusimos a bromear sobre con quién se estaría dispuesto a mantener relaciones sexuales a cambio de dinero, todo ello por el escaso atractivo que sugiere esa persona. Tras especular con las alumnas que menos nos atraían, empezamos con gente famosa y eso derivó a lo bizarro, de resultas que uno de los allí presentes llegó a decir que se lo montaría con Fernando Fernán Gómez por un millón de pesetas (aún no había llegado el euro y yo no era quién confesó esa querencia por Fernán Gómez, que conste).

Me he acordado de este hecho por las tragaderas que puede llegar a tener la gente si hay recompensa de por medio. Un ejemplo claro es el polémico anuncio que se emitió el pasado domingo en la Superbowl estadounidense, uno de esos anuncios que suelen ser algo controvertidos y que son descubiertos por millones de personas al unísono, creando todo tipo de reacciones. El anuncio al que me refiero lo protagoniza la bella modelo israelí Bar Refaeli y aparece besándose con entrega con un muchacho que responde en apariencia al tópico de empollón, friki o nerd, alguien muy contrapuesto a ella. Y la controversia ha nacido del asco de alguna gente por ese morreo con alguien poco agraciado, del deseo que transmite y que atenta contra la beatería de muchos, sin olvidar la envidia de tantos (yo entre ellos) por un tipo que ha llegado donde nos gustaría llegar. Aquí van las dos versiones del anuncio, la emitida y la censurada, a causa de la intervención de la lengua en el beso.





Sea como fuere, se ha producido el efecto deseado por el anunciante, que se hable de su anuncio aunque no sea por el producto. Por su parte, la modelo se ha llevado un buen golpe de celebridad, a la que no hace ascos de por sí (recordemos su relación con Leonardo DiCaprio, que la puso en el mapa y sus declaraciones de admiración y sus fotos con futbolistas del Barcelona, que le hicieron ganarse la recriminación de la novia/mujer de alguno de ellos, por considerarla una buscavidas). Y el chaval, llamado Jesse Heiman, que hasta ahora no había pasado de extra con frase en varias películas, puede que consiga papeles más vistosos y que por efecto contagio incluso consiga que lo vean más atractivo. Como él mismo ha reconocido, es el campeón de los hombres, habiendo rodado hasta 45 tomas de un beso con una de las mujeres más deseadas. Un claro caso de lo que los yanquis llaman "win win", un caso en el que ganan todos.

Y es que el sexo vende, por eso la publicidad suele tirar de ello. Por la capacidad que tiene de atraer la atención del público y de hacer realidad algunas de nuestras fantasías.

lunes, 4 de febrero de 2013

"Hitchcock". Historia de una obsesión

Hoy les voy a hablar de "Hitchcock", uno de los estrenos más esperados por parte de la parroquia cinéfila al ocuparse del retrato de uno de los grandes directores que ha dado la historia del cine, el llamado "maestro del suspense", Alfred Hitchcock.



En la cima de su carrera como director, Alfred Hitchcock (Anthony Hopkins) decide filmar "Psicosis", una película de terror aparentemente de baja categoría. Ningún estudio apoya el proyecto, así que Hitchcock decide financiarlo él mismo y con estrellas modestas como Janet Leigh (Scarlett Johansson) y Vera Miles (Jessica Biel) o actores desconocidos, como Anthony Perkins (James D´Arcy). El resultado fue un fenómeno internacional y una de las películas más famosas e influyentes de la historia, en la que Hitchcock contó con la inestimable ayuda de su mujer, Alma Reville (Helen Mirren), un talento en la sombra.

"Hitchcock" es el debut en la dirección cinematográfica del británico Sacha Gervasi con una película especialmente centrada en cómo surgió "Psicosis" y en la relación entre Hitchcock y su mujer, no siempre sencilla. Aquí somos testigos de las excentricidades de un hombre que siempre retrató el lado oscuro de la naturaleza humana y que respondía a la sublimación, a la proyección de una serie de traumas y obsesiones del orondo director inglés.



La película se inclina por la teoría de que Alma no fue solamente una compañera sentimental, sino que también fue la que dio varias ideas a Hitchcock de lo que debía hacer con su cine. Una mujer que pasaba desapercibida en la vida pública, pero que era de gran importancia a la hora de asesorar al director de "Psicosis" en algunas decisiones artísticas. Es su relación la que centra el metraje, para que el filme no parezca una especie de "making of" interpretado.



De este modo, asistimos a un retrato de un Hitchcock mirón, que fantasea con sus actrices y envidia a los galanes por llegar donde él no puede por su físico, de humor irónico y bromista, que siente celos de la relación de su mujer con otro guionista y escritor, todo ello sin hacer demasiada sangre. No es que sea un retrato especialmente amable, pero la película no quiere ir más allá retratando los claroscuros del alma de Hitchcock, aunque algunos de ellos están bien personificados en sus conversaciones imaginarias con Ed Gein (Michael Wincott), el criminal que inspiró el Norman Bates de "Psicosis".



Con todo ello, lo mejor de la película son las interpretaciones de su reparto, con un Anthony Hopkins que se sobrepone a los kilos de maquillaje para lograr el parecido y da vida con convicción al mítico realizador. También hay que destacar a Helen Mirren, como la esposa del director, una actriz que en los últimos años y gracias al éxito de "The Queen", está viviendo una segunda juventud, mostrando su capacidad para hacer casi cualquier tipo de papel. Su Alma Reville hace suyo el dicho de que "detrás de cada gran hombre hay una gran mujer". Scarlett Johansson y Jessica Biel tienen papeles más breves, pero también cumplen con creces como las mujeres inalcanzables que siempre ansió Hitchcock.



Nos encontramos ante una buena película, con varios momentos de humor a cargo de la curiosa pareja que formaron Hitchcock y Alma, que quizá no aporte mucho a los que busquen una visión más audaz de la vida de Hitchcock a través de su cine y que permitirá saber un poco más a los que no estén muy familiarizados con la obra del autor. Y puede que muchos les entre el interés por acercarse a "Psicosis", una película excelente y de las que te deja tocado un tiempo, no tanto por la famosa escena del apuñalamiento en la ducha, que de tan imitada y parodiada da casi una risa cómplice, sino por la inquietante personalidad de ese Norman Bates obsesionado con la figura de su madre. Porque el cine de Hitchcock siempre fue un cine de obsesión, más allá del suspense