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domingo, 3 de julio de 2016

Reencontrando a Pilar López de Ayala


¿Por qué gustan tanto las historias románticas con final feliz? Porque ofrecen una respuesta cómoda y agradable a las inquietudes de la vida, porque todo parece más fácil y más susceptible de acabar satisfactoriamente que en la vida real, donde la mediocridad y el gris suelen predominar. Todos somos conscientes de ello, pues en un momento dado todos hemos sido conscientes de vivir un momento “de película”, por estar dotado de ese encanto particular tan propio del cine y tan escaso en la vida. Y las historias románticas dan la ilusión de pensar en un amor sin final, que aguantará incólume como el primer día, porque en la vida la historia sigue y lo que en un momento dado sería un final “de película” a veces es el inicio de un desenlace triste o mediocre. Todos hemos jurado gran amor a alguien o alguien nos ha jurado gran amor, hemos dicho que no nos olviden o nos han dicho que no olvidemos y el olvido se ha acabado imponiendo, dejando un recuerdo digno de aquellas cintas VHS, que acababan desgastándose e inutilizando la imagen después de varios visionados y rebobinados. Sin embargo, hay recuerdos y sensaciones que se mantienen frescos a través de los años, sobre todo cuando se han mantenido bajo una cierta conserva, cuando no se ha abusado de ellos y eso me ha sucedido recordando a una persona, ajena a mi vida diaria, pero que fue objeto de admiración en su momento. Muchas veces he hablado en este blog de actrices, pero no lo he hecho de una actriz que fue motivo de mis anhelos juveniles hace cosa de unos 10/15 años. Me refiero a Pilar López de Ayala.

Pilar López de Ayala se dio a descubrir con la serie “Al salir de clase”, de la que formó parte en su reparto original. Ahí yo todavía desconocía su existencia a pesar de que por edad debería haber visto la serie, pues me encontraba en mi adolescencia y entre el público potencial. Sin embargo, las series españolas dirigidas a los jóvenes me parecían una tontería y pasé olímpicamente de ella, aunque muchos compañeros de colegio fueran seguidores asiduos y la comentaran día sí y día también. Fue acabando el año 2000, cuando yo acababa de empezar mi etapa universitaria, cuando acudí a ver una película llamada “Besos para todos” en la que salía una chica participando en un papel secundario de gaditana salerosa que trataba de enamorar al protagonista. La actriz que la interpretaba no era de Cádiz, pero me hizo creer que en verdad lo era y envidié mucho a ese protagonista que era reticente a estar con ella a pesar del entusiasmo mostrado por ésta.

Esa chica gaditana estaba interpretada por Pilar López de Ayala, que fue nominada por la frescura de su papel al Goya a actriz revelación. El trofeo no se lo llevó, pero sí que lo haría al año siguiente por su interpretación en “Juana la Loca”, donde con apenas 22 años demostró una entrega y un dominio del oficio que no tenía nada que envidiar al de intérpretes de más nombre o más edad. Si con “Besos para todos” ya me había quedado con el nombre de esa mujer, con “Juana la Loca” llegó el enamoramiento definitivo. Debo admitir que vi en el cine “Juana la Loca” unas 15 veces (llegó un momento en que perdí la cuenta), que compré el disco con la banda sonora (muy buena, por cierto) y hasta me leí un par de libros sobre Juana de Castilla, imbuido del amor que había empezado a profesar por esa chica que había hecho suya a la reina loca.




 

Por supuesto seguí todos los pasos de Pilar López de Ayala en los medios, de sus entrevistas y reportajes fotográficos y acudí con sumo deleite a ver las películas en las que participó, que a raíz del éxito de “Juana la Loca” no fueron demasiadas. Eso también me sorprendió, porque era curioso comprobar cómo una mujer que estaba en lo más alto renunciaba a los parabienes y de vez en cuando se tomaba un tiempo para que se olvidaran de ella.






Los años pasaron y otras actrices fueron llenando el vacío de las ausencias de Pilar López de Ayala, aunque de vez en cuando su recuerdo volvía a aparecer en mi interior y, como mucha otra gente, me preguntaba qué habría sido de ella. Pues hete aquí que hace poco acaba de estrenarse “Rumbos”, una película que la devuelve a la cartelera española tras mucho tiempo y por la que ha vuelto a aparecer en los medios, contando su experiencia en los últimos años.




Haciendo un repaso a sus interpretaciones, mis preferidas son las que hizo en las ya comentadas “Besos para todos” y “Juana la Loca” y también las de “Obaba” y “Medianeras”, con el nexo común de una mujer buscando el amor. Si en las dos primeras veíamos a una Pilar López de Ayala de personalidad potente, en las dos segundas daba rienda suelta a su faceta más vulnerable, con resultados igualmente estupendos. Y si en "Besos para todos" salió bien parada del acento gaditano, en el caso de “Medianeras” no fue a la zaga hablando con un convincente acento argentino.





Hay una entrevista que quiero destacar en esta entrada, porque me ha gustado especialmente a la hora de reflejar ese modo de ser introvertido con el que puedo identificarme en muchas cosas. Que me ha hecho recordar por qué he llegado a enamorarme de esta actriz, de ese algo especial que la destaca por encima de los petardeos y postureos, de la evidencia de que ella no juega si no le interesa, que es una actitud vital que siempre he compartido.

 

 

Pilar López de Ayala (Madrid, 1978) le gusta muy poco o nada hablar de ella. Prefiere vivir su vida que contarla. Mide sus palabras, le preocupa que puedan sonar arrogantes, y teme ser malinterpretada. "Es una mujer especial, profunda", dice un reputado director de casting. "Una persona noble, sin trampas", añade un solvente agente de actores. "Serena por fuera; no tanto por dentro", matiza ella. Una introvertida que, a veces, sube la barrera y deja que te asomes. Fue el caso.

Ha estado muy desaparecida unos cuantos años...

Cinco. Una barbaridad.

Desde 'Intruders' (Juan Carlos Frenadillo, 2011).

Sí.

Después de 'Juana la Loca' (2001), el formidable trabajo que le valió la Concha de Plata de San Sebastián, el Fotogramas de Plata y el Goya, también desapareció unos años.

Sí. 

¿Se quitó de en medio un tiempo?

No estoy segura. 

¿Entonces?

Cada trayectoria es diferente. Y la mía, por lo que sea, es de parones. O de pausas. 

Tiene una carrera bastante atípica. 

Bueno... No es que yo sea la persona más ortodoxa del mundo. 

¿Se paró o la pararon?

Pues no lo sé bien. 

¿Sus idas y venidas han sido por motivos profesionales o personales? 

Profesionales. Absolutamente. 

Ha estado viviendo en Los Ángeles dos años.

Me fui a estudiar. Quería aprovechar el tiempo, necesitaba hacer algo útil. Y he estudiado como si fuera la única cosa que podía hacer en el mundo. Desde COU, que lo compaginé con dos series ('Menudo es mi padre' y 'Al salir de clase'), no estudiaba. Antes intenté buscarme las castañas fuera, en otros países, pero no se dio fácil. 

 

ESCUDOS Y VISA ESTUDIANTIL

Tener ancestros con escudo, concretamente de la nobleza rural extremeña, como es su caso, no equivale a tener la vida resuelta. La heráldica es una cosa, y la interpretación, otra. Actuar es la pasión de esta mujer (tiene otra mayor: aprender) que, en 2009, el año en que la palabra clave para referirse a nuestro país era crisis, empezó un peregrinaje en busca de trabajo. Primero a Argentina, donde rodó 'Medianeras' (Gustavo Taretto, 2011) y volvió a demostrarnos que no hay acento que se le resista. ¿Recuerdan su gaditano en 'Besos para todos' (Jaime Chávarri, 2000) y su francés en 'Como los demás' (Vincent Garenq, 2008)? "No hablo francés. Podría volver a rodar en francés, pero me tendría que comunicar en inglés con el equipo."

De Buenos Aires, de la soledad de aquella arquitecta porteña reconvertida en decoradora de escaparates de 'Medianeras', saltó a Brasil, donde rodó 'Buenas noches, España' (Raya Martin, 2011), cuando todavía estaba reciente su trabajo en 'El extraño caso de Angélica' (2010) a las órdenes de Manoel de Oliveira. "Pensé que quizá tendría una posibilidad de quedarme allí, pero no surgió nada. Se me acabó el dinero y tenía que hacer algo con mi vida". Así que alquiló su vivienda de Madrid, desembarcó en Estados Unidos, concretamente en Los Ángeles, en casa de un amigo que se mudaba a Nueva York, y volvió a ocupar un pupitre como alumna, esta vez, de Historia del Arte, en una universidad pública californiana. "Es un sistema buenísimo por el que los dos primeros años puedes estudiar cualquier asignatura que quieras de cualquier carrera. Te permite picotear de aquí y de allá, teatro incluido. Tenía exámenes todas las semanas y todas las asignaturas en inglés. Me costó adaptarme, pero me ha sentado muy bien la experiencia; creo que ha sido una decisión acertada. He llevado una vida muy tranquila, muy rutinaria. Iba en bici a clase, con el viento dándome en la cara. Estaba feliz."

 

LA TÍMIDA PAYASA

Su travesía, conste, no la pagaron los blasones: "Pedí un crédito y me fui con un visado de estudiante. Y para rodar en Nueva York 'Night Has Settled' (Steve Clark, 2014) necesité un visado de trabajo temporal específico."

Me parece que su imagen la traiciona. 

Es mi timidez, que se confunde con otra cosa. 

Con frialdad. 

Sí, pero creo que soy una persona cálida. 

¿Suele mantener relación con los actores con los que trabaja una vez que acaba el rodaje?

Soy muy desapegada, en general, pero bastante receptiva a la gente que le gusta mantener el contacto. En ese caso, respondo, genero lazos, empatizo con facilidad.

'Rumbos' es la primera comedia que se pone en su camino en mucho tiempo. Comedia ma non troppo. 

La directora me dijo que quería que sacara la vena cómica que me había visto en 'Besos para todos'. Aunque luego me la rebajó muchísimo. Yo lo llevaba todo más arriba, a un registro más disparatado, pero Manuela (Burló Moreno) me lo bajó de ahí, y se lo agradezco, porque habría contrastado demasiado con la parte de Miki (Esparbé). Quería mucha verdad, y que no nos fuéramos a la caricatura, a la payasada. Es que aquí donde me ves soy una payasa. 

Su imagen corresponde más a una persona contenida, poco expansiva. Y el cine tampoco ha explotado nada esa vena que dice tener.

No, nada, en absoluto. Aunque, a decir verdad, tampoco es que sea muy interesante hacer el payaso. Es irse al arquetipo, al cliché. Y a mí lo que me interesa es que las emociones pasen por dentro. Si la interpretación se queda sólo en una caricatura, si no te pasa nada por dentro, carece de interés. En general, prefiero la contención. Creo que menos es más. Y sugerir es más interesante que mostrar. Personalmente, no soy nada exhibicionista. Pero sí, tengo ese lado payaso que saco a relucir muy poquitas veces porque soy muy introvertida. Lo saco cuando estoy cómoda, o entre gente a la que conozco mucho, y algunas veces actuando. Aunque, insisto, se corre el riesgo de caer en el estereotipo, de que no vivas las cosas y todo se quede en una máscara. 

¿Se considera una buena lectora de guiones?

Ni buena ni mala. Cuando leo un guión, me llega o no me llega. Es algo absolutamente personal. 

¿Y cuándo le llega?

Cuando me toca, me afecta, me estimula, me modifica, me provoca una reflexión, o un aprendizaje...  

¿Ha sido demasiado selectiva? ¿No recibe guiones que le lleguen?

Yo estoy deseando recibir ofertas y trabajar. Pero lo que me ha pasado en estos últimos años no tiene nada que ver con otras pausas de épocas anteriores. Desde que empezó la crisis, a mí me han llegado proyectos... ¿cómo decirlo?, un tanto turbios, acompañados de una actitud displicente muchas veces. 

¿A qué se refiere?  

Ha habido recortes, y todos nos hemos adaptado, pero se ha metido la tijera más de la cuenta. No sé cuántas cartas de compromiso he firmado (documento en el que el actor manifiesta su interés en participar en un proyecto). Muchísimas. Proyectos que nunca más volvieron a mí. 

¿Y que consiguieron financiación con su nombre dentro? 

Sí, y de los que nunca más supe. 

¿Y que se rodaron?

Se realizaron, sí. Pero nunca nadie volvió a preguntarme si seguía interesada en ellos o no. Supongo que porque encontraban actores que les eran más rentables. Y los pocos proyectos que han vuelto eran de dudoso rigor profesional. 

Pues sí que es turbio.

No recuerdo una oferta real, seria, que me haya planteado tomar una decisión, más allá de lo que he hecho ('Rumbos', que ahora estrena, e 'Il Manoscritto', que ha rodado en italiano a las órdenes de Alberto Rondalli en Roma). Ha habido actitudes de todo valismo y del tipo "te vamos a hacer un favor". Me gustaría saber qué tipo de conversaciones han tenido las cadenas de televisión con las productoras. ¿Qué se han dicho? ¿Que yo he pedido una cantidad desorbitada o qué? ¿Qué ha pasado con esos ofrecimientos que parecían reales y que después no han vuelto a mí? No pienses que yo estaba subida en ninguna montaña. Yo soy bastante fácil y accesible. Pero ha sido algo feo de ver. Ha habido abuso de poder. Y en esto que estoy diciendo se sentirá reconocida más gente. 

 

LIBRE COMO EL VIENTO

Ha sido madre unas cuantas veces en el cine ('Bienvenido a casa', 'Juana la Loca', 'Como los demás'...). A dos años de los 40, ¿le ronda la maternidad? ¿Tiene instinto maternal?

No. No tengo la necesidad de dejar nada para la posteridad. De momento, me gustaría seguir estudiando, que me da muchas satisfacciones.  

¿Qué le aporta esencialmente estudiar?

Libertad.

¿Qué personaje le ha dejado más marca? ¿De cuál le gustaría ser amiga?

¿Sabes qué pasa? Que borro totalmente el pasado. Nunca me voy hacia el pasado. 

¿Qué será lo próximo?

Una peli muy personal, en la Patagonia chilena, 'Blanco en blanco'. Un drama sobre el artista y el poder, de Théo Court. Y hay un proyecto con Julio Medem. Me gustaría también proseguir mis estudios en Francia. Me he currado una beca y podría transferir los dos cursos a una universidad americana allí. Pero me instalaré donde tenga trabajo. No me siento todavía con necesidad de echar raíces en ningún sitio. Es un momento raro. Mi vida todavía está en la maleta. 

 

viernes, 1 de enero de 2016

Mis películas favoritas de 2015

El año 2015 ha llegado a su fin y esta es época de listas que hacen balance de cómo han transcurrido estos 12 meses en diversos ámbitos. El cine es uno de ellos y, a la espera de que se entreguen los principales premios, los rankings que evalúan las mejores producciones ya se están dejando notar. Quiero aportar, como viene siendo habitual en este blog, mi granito de arena y dejar constancia de lo que más me ha gustado en el año ya finalizado, sin especial orden de preferencia, más bien por orden de estreno. Vamos allá.






La elección de Michael Keaton para interpretar a un actor que fue superhéroe y que se encuentra en horas bajas, tratando de demostrar su talento, no podía ser más acertada. Alejandro González Iñárritu sabe que buena parte del público conoce la peripecia de Keaton saboreando las mieles del éxito con las cintas de Batman que rodó a las órdenes de Tim Burton y eso ayuda a meterse en la historia, que parece hablar de la propia carrera del actor. El Riggan Thompson que encarna trata de sacar adelante una obra de teatro basada en un texto prestigioso que pruebe que puede defenderse en registros más ambiciosos que los del cine de superhéroes, aunque su voz interior, el superhéroe que le hizo famoso, crea lo contrario. Esa lucha entre lo que quiere ser y lo que realmente es le ocasionará no pocos disgustos y una percepción de la realidad cada vez más distorsionada, al tiempo que evidencia su incapacidad para ocuparse debidamente de los que tiene más cerca.


El juego metaficcional no se limita a Michael Keaton y también salpica a otros intérpretes como Edward Norton, quien interpreta a un actor del Método tan talentoso como problemático, un sosias del Norton real, conocido en el mundillo por su inmersión en los papeles a los que da vida y sus broncas con directores y productores por los acabados de las películas. Una ironía anclada en la realidad que se desarrolla a lo largo de todo el metraje, en el que vemos a actores inseguros, un público vulgar que solo busca la satisfacción inmediata y una crítica que califica las obras sin necesidad de verlas, únicamente por la simpatía que le generen los que participan en ella. Todo ello rodado en forma de un falso plano secuencia en el que suena constantemente una música de batería que nos ilustra el grado de intensidad emocional de su protagonista, un Don Quijote que no entiende el mundo en el que vive y que sueña con otro, en el que pueda sentirse más querido.

Se ha vendido ‘Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)’ como una comedia y ciertamente tiene algunos momentos humorísticos, pero creo que no deja de ser un drama existencial con ciertos instantes de alivio. En el fondo, Iñárritu no se ha alejado tanto de sus anteriores películas, pues aquí también hay una historia coral en la que se habla de gente golpeada por la vida, que se debate entre lo que es y lo que querría ser. Ha cambiado la forma de rodarla, sustituyendo los saltos temporales por una linealidad ininterrumpida, intercalando golpes de humor y sátira, pero mantiene la intensidad de sus otros dramas. Porque Riggan Thompson puede parecernos gracioso en su patetismo, pero no deja de ser un hombre al límite, capaz de suicidarse o de matar a alguien, un hombre que nos hace sentir pena por ver a donde ha llegado. Una estupenda propuesta que se convirtió en la ganadora de los Oscar el pasado año, sumando 4 estatuillas.





‘Foxcatcher’ es una de esas películas que genera mejores comentarios críticos que resultados de taquilla. Y eso es así porque Bennett Miller plantea un drama seco, de pocos agarres para el gran público y convierte la competición deportiva en un pretexto para plasmar la forma de ser y de interactuar de sus tres protagonistas. Por un lado tenemos a John du Pont (Steve Carell), heredero de una gran fortuna familiar, un hombre que siempre ha tenido a su alcance todo lo que ha querido y que quiere crear algo por su cuenta, demostrando su valía a su madre, convirtiéndose en un mecenas deportivo. Su beneficiario será Mark Schultz (Channing Tatum), un luchador que busca recuperar la gloria perdida y no convertirse en alguien limitado a dar charlas sobre lo que consiguió, sin posibilidades de hacer algo más y para ello necesita también la presencia de su hermano Dave (Mark Ruffalo), una suerte de figura paterna. Aunque Mark quiera independizarse de la figura de Dave lo necesita para seguir, pues él solo no deja de ser un cacho de carne con dificultad para canalizar sus emociones si no es a través de la lucha física. Esa necesidad de independencia de las figuras materna y paterna, de mostrar lo que pueden llegar a hacer, será lo que una a du Pont y a Mark.

Tal como se vio en sus anteriores obras, Bennett Miller está sobre todo interesado en la exploración psicológica de unos personajes al margen de lo convencional, que tratan de cerca con la excentricidad y la locura al tiempo que persiguen sus sueños. En el caso de ‘Foxcatcher’ todo ello se empapa de un drama freudiano en el que hay una mujer que apenas aparece y que ejerce una enorme influencia sobre su hijo. A la madre de John du Pont (interpretada con tino por Vanessa Redgrave) la vemos en muy pocas escenas, pero se deja notar su presencia en la inmensa finca en la que viven, en los caballos que corretean por allí y que ella adora, así como en la actitud ensimismada de su hijo, que en su madurez aún sigue viviendo con su madre y trata de impresionarla, como si fuera un crío pequeño. Y un crío pequeño necesitado de alguien que le guíe es Mark Schultz, porque a pesar de sus deseos de autonomía emocional es incapaz de guiarse por sí mismo.

Mención especial merece Steve Carell, un actor más popular por sus papeles cómicos en películas como ‘Virgen a los 40’ y series como ‘The Office’ y que aquí está magnífico como el controvertido John du Pont. Carell ya había dejado muestras de su potencial dramático en el rol del depresivo estudioso de Proust al que dio vida en ‘Pequeña Miss Sunshine’, pero el personaje de du Pont es toda una cima. Además de estar irreconocible bajo el maquillaje, Carell deja constancia del carácter inquietante del millonario en su forma de hablar y de moverse, como un animal agazapado a punto de saltar sobre su presa. Construye una de esas presencias perturbadoras ante las que uno es incapaz de sentirse confiado y seguro si te quedas a solas con ellas en una habitación.‘Foxcatcher’ es una película atmosférica y densa bajo su aparente sencillez, que te va impregnando y se mete dentro de ti como esos cielos grises que cubren la finca de los du Pont, creando un estado de ánimo incómodo que te prepara para su desasosegante final. Un espléndido filme que dignifica ese sentido involuntariamente cómico que se le da al cine basado en hechos reales.





Cuando se ve la película sueca ‘Fuerza mayor’ no pueden evitarse ciertas preguntas sobre el carácter humano y la influencia de la razón y del instinto en nuestras acciones. Somos animales, racionales pero animales y al fin y al cabo, con ciertos instintos que nos apremian desde dentro y a los que podemos hacer caso o ignorar y en función de lo que hagamos con ellos podemos ser vistos de una manera u otra a ojos de los demás. El protagonista de la película es un hombre que sabe repartirse las tareas familiares con su mujer, a la que trata como una igual y que parece actuar por las líneas de lo que la razón exige a un hombre moderno. Sin embargo, un suceso inesperado le hará quedar como un cobarde a los ojos de su mujer y sus hijos, que le reprochan que él no se quedara con ellos para brindarles apoyo y protección en vez de buscar su propia salvación. El padre no ha sido como esos padres de película, que arriesgan su vida por el bien de los suyos, sino que ha evidenciado su sentido individualista siguiendo las indicaciones del instinto que le decía que abandonara el lugar del peligro. En una visión moderna de la masculinidad esa actuación podría ser comprendida como una pequeña flaqueza entendible, sin embargo su familia y él mismo no pueden despegarse de esos valores tradicionales en los que el cabeza de familia es el que debe proteger al resto y todos sienten la culpabilidad de la huida.

A partir de ahí, lo que iban a ser unas plácidas vacaciones en la nieve se convierten en una especie de condena para esa familia que no puede olvidar esa huida momentánea del padre. El entorno privilegiado de los Alpes franceses acaba siendo un lugar hostil, donde las pequeñas explosiones para evitar la acumulación de nieve que suenan a lo lejos son el marco sonoro de una batalla sorda en la que la mujer siente que su marido le ha fallado y le hace replantearse su matrimonio, como si nada de lo vivido anteriormente tuviera sentido ante esa búsqueda de supervivencia. Por su parte, el marido sabe que ha hecho algo que no debería haber hecho como hombre, pero no por ello deja de apreciar menos a su familia y no cree que deba ser maltratado psicológicamente ni ser considerado menos hombre.

La película me ha recordado a ‘El desprecio’, la estupenda novela del italiano Alberto Moravia que inspiró la cinta homónima de Jean-Luc Godard. El libro se metía en la cabeza de un hombre que sentía que había perdido el cariño y el respeto de su mujer ante un acto de aceptación de las órdenes su jefe y que por haber sido más servicial que luchador la mujer le había dejado de querer. La historia dejaba en el aire cuestiones políticamente incorrectas sobre cómo se espera que se comporte un hombre y lo que las mujeres esperan del sector masculino, algo que también establece ‘Fuerza mayor’. Porque el filme de Östlund nos hace plantearnos que si en las relaciones modernas, hombres y mujeres comparten las responsabilidades como iguales que son, a la hora de verdad a los hombres se les exige llevar la voz cantante para no quedar como unos flojos.

‘Fuerza mayor’ nos viene a decir que seguramente, aunque no lo admitamos, quedan vestigios de esa educación tradicional que les ha dicho a ambos sexos cómo deben comportarse. Por eso la mujer del protagonista experimenta sensaciones contradictorias ante otra mujer que le confiesa que ella y su pareja mantienen relaciones extramatrimoniales con total aceptación. Y por eso el protagonista ve su masculinidad reforzada con los piropos que en un momento dado parecen lanzarle unas excursionistas y con el acto que lleva a cabo en el tramo final de le película, quién sabe si propiciado por su esposa para devolverle la confianza en sí mismo.

La película tiene la habitual pericia del cine escandinavo a la hora de hablar de cuestiones universales desde un entorno reducido en el que muchas emociones se interiorizan más de lo que se hablan. Una forma de narrar las historias que a algunos les produce gran aburrimiento y que a otros nos resulta siempre interesante y en ocasiones fascinante. Por ello, habrá quien desdeñe ‘Fuerza mayor’ por ser un filme en el que la acción es más psicológica que física, pero creo que precisamente por eso la cinta de Ruben Östlund es muy destacable, tan bien rodada como interpretada. Porque sabe hablar de esas pequeñas cosas que acaban martilleando de forma tan silenciosa como implacable las relaciones humanas.





La película no es la primera que establece algunas cuestiones sobre esa estimulante y/o inquietante correspondencia entre hombres y máquinas, pero no por ello deja de tener un indudable interés, porque, como toda buena cinta de ciencia ficción que se precie, deja en el aire no pocas reflexiones sobre lo que somos y lo que de nosotros se traslada al universo virtual. No faltan en ‘Ex Machina’ las metáforas religiosas, con esa casa donde se desarrolla la acción emplazada en un lugar en medio de la nada, lleno de vegetación, un Jardín del Edén donde se alumbra a esa mujer robot llamada Ava (cuya pronunciación en inglés es muy similar a Eva), creada como la primera inteligencia artificial capaz de desarrollar emociones humanas. Ava muestra su estructura robótica en todo momento, dejando al descubierto que es un montón de cables y engranajes y sin embargo en su forma de interactuar con Caleb descubrimos que tiene una gran capacidad de empatía, de conexión de con otra sensibilidad. Todo esto no le pasará desapercibido a un Caleb que empezará a desarrollar ciertos sentimientos hacia esa máquina que parece tan humana.

Ava muestra una mayor humanidad que su inventor, un hombre tan inteligente como frío, que vive aislado del mundo en una casa dotada de las últimas tecnologías y que juega a ser Dios, probando los efectos de una inteligencia artificial con capacidad de generar más emociones de las que él mismo llega a mostrar hacia lo que le rodea. Y en medio de esos dos seres se encuentra Caleb, que llegará como sorprendido testigo y acabará siendo conejillo de Indias de la relación entre creador y criatura. La película ofrece, en ese sentido, unas interesantes reflexiones sobre el papel de los hombres y las mujeres en el mundo, su forma de relacionarse y la forma de cada uno, ya sea por convicción o por necesidad, de lograr los objetivos que se propone. Y es que Ava no tardará en lo que debe hacer para mejorar su situación al darse cuenta de que le ha tocado vivir en un mundo dominado por la especie masculina.

Alex Garland construye una película de ambiente minimalista, desarrollada en casi su totalidad en la casa del inventor, donde renuncia a la pirotecnia fácil de mostrar a varios ingenios robóticos y apuesta más por el estilo teatral, con pocos personajes en un mismo espacio. No obstante, eso no quita para una magnífica puesta en escena, con esa mansión tan tecnificada como aséptica y unos espléndidos efectos visuales que dan vida a Ava en el cuerpo de la actriz sueca Alicia Vikander, que ha mostrado su saber hacer en películas como ‘Un asunto real’ y a la que merece seguirse la pista. Igualmente destacan Oscar Isaac como ese creador de aspecto “hipster”con ínfulas de grandeza y Domhnall Gleeson como el atribulado enlace entre humanos y máquinas. Una buena muestra de esa ciencia ficción que pone mayor énfasis en las ideas que en la acción.




‘Under the Skin’ recuerda por su trama a ‘Species’, aquella película noventera en la que una extraterrestre adoptaba las atractivas formas de Natasha Henstridge para seducir a los hombres y devorarlos, pero ahí acaban las similitudes, pues Glazer tiene intereses lejanos a los de la serie B. La extraterrestre de esta cinta tiene la piel de Scarlett Johansson, que conduce una furgoneta por las calles de Glasgow y alrededores mientras va entablando relación con hombres solitarios, a los que nadie va a echar en falta. Ellos caen en los encantos de la extraterrestre, que los conducirá a una casa abandonada en la que serán devorados por una sustancia oscura tras una breve ceremonia de seducción.


Así es como discurre la mayor parte de la primera mitad del filme, con esos hombres que se las prometen felices y acaban perdiendo la vida en un extraño universo paralelo sumido en la oscuridad, en una suerte de cuento clásico con moraleja sobre los peligros de seguir a desconocidos. Sin embargo, a raíz del encuentro de la alienígena con un hombre afectado por una neurofibromatosis, una enfermedad que le hace parecer el Hombre Elefante, todo cambiará. La extraterrestre, hasta entonces testigo impasible de la actividad de los seres humanos (como en la magnífica y perturbadora escena de la playa, donde la actuación humana es la que conduce a la catástrofe) y tan solo preocupada por conseguir su siguiente presa, siente cierta lástima por ese Hombre Elefante y lo deja escapar del triste destino que le esperaba. Tiene su primer gesto de humanidad y ese será el inicio de sus problemas, pasando de cazadora de hombres a ser perseguida por los de su especie.

La segunda parte de la película se dedica a ese proceso de autodescubrimiento de la extraterrestre, que empieza a volverse uno de aquellos a los que estaba sacrificando sin contemplaciones. Si hasta entonces solo había mostrado cierta empatía a la hora de seducir a sus presas, en ese momento trata de descubrir por qué los humanos hacen las cosas que hacen y por qué ella misma empieza a sentirse atraída por esas sensaciones, como si la piel de mujer que oculta su cuerpo extraterrestre hubiera empezado a crear efecto en su interior. A ese momento pertenecen esas imágenes que trascendieron rápidamente por Internet en las que Scarlett Johansson muestra su desnudez ante un espejo y que han hecho creer erróneamente que ‘Under the Skin’ es otra película de la que realmente es. Digamos que, en ese sentido, el realizador usa con el espectador la misma triquiñuela de la civilización extraterrestre del filme y nos pone a la estrella de Hollywood para que vayamos tras sus encantos, quizá sabedor de que con alguna intérprete desconocida el nivel de atención del público no sería el mismo.

La puesta en escena de Jonathan Glazer es fría y gris, a tono con las tierras escocesas en las que se ambienta la trama. El director se toma su tiempo para narrar los acontecimientos y deja que el espectador se haga preguntas y vaya rellenando los huecos de lo que no se cuenta explícitamente, en una narración lenta, que no morosa, aunque ponga a prueba la paciencia de algunos, con el fondo musical de una inquietante banda sonora de Mica Levi. Todo ello para una historia en la que una poderosa extraterrestre se convertirá en un ser vulnerable cuando descubra la humanidad que brota en su interior, al tiempo que se da cuenta de los peligros de ser mujer en un mundo dominado por hombres.

‘Under the Skin’ me ha parecido una de esas películas que merecen verse, por cómo está hecha y por las cuestiones que plantea, que dan pie a un rico debate. No pertenece a ese cine que se olvida tan fácilmente como se ve, sino a ese cine que necesita la atención del espectador, que se mete dentro y sigue ahí una vez terminado el metraje, planteando sensaciones y cuestiones diversas, ganas de volverlo a ver. Una película que guarda coherencia con la filmografía de su director y que es una “rara avis” en la de su actriz protagonista, demostrando que Scarlett Johansson no tiene miedo a desenvolverse por igual en este tipo de filmes que en las adaptaciones de cómics de Marvel.








Si bien el cine de los estudios Pixar (desde hace unos años en manos de Disney) está considerado universalmente como oro puro, debo admitir que, a falta de ver ‘Ratatouille’, hay algunas de sus películas que me dejaron un poco frío, caso de ‘Buscando a Nemo’, ‘Los increíbles’ o ‘Cars’. Sin embargo, las tres cintas de ‘Toy Story’, ‘Monstruos S.A.’ o ‘Up’ me parecen bastante buenas y me producen una emoción genuina, especialmente la última citada, que tiene la capacidad de condensar en pocos minutos una relación de pareja que saca las lágrimas del más pintado. ‘Up’ estaba dirigida por Pete Docter, al igual que ‘Monstruos S.A.’ y Docter está también al mando de ‘Del revés (Inside Out)’, en la que se habla de la influencia de ciertas emociones en nuestros actos y de la relación que debe establecerse entre ellas.

Uno podría pensar que en una película de animación la Alegría debería tener el papel preponderante y debería dejar a la Tristeza en ridículo, como la mala de la función, pues alegría es lo que buscaría transmitir un filme dirigido a un público familiar Y así sucede al principio de ‘Del revés (Inside Out)’, donde la Tristeza es esa criatura torpe y aburrida que es colocada en un rincón para que no empañe con su actitud los recuerdos de la niña Riley. Pero a medida que la acción avanza, la melancolía empieza a adueñarse de la trama, cuando Alegría y Tristeza se ven obligadas a compartir su peripecia y descubren el cambio que se está produciendo en esa jovencita que cada vez tiene más enterrado en su memoria a Bing Bong, el amigo imaginario con el que pasó tan buenos ratos, los castillos de galletas, las princesas de cuento y los peluches. Todo ello al tiempo que una mente gobernada por el Miedo, el Asco y la Ira lleva a Riley a romper muchas de las ataduras de su infancia, como reacción a un presente que no entiende.

Uno sabe que está ante algo bueno si ese algo hace parecer fácil lo difícil y este es el caso de ‘Del revés (Inside Out)’. A través de una historia aparentemente sencilla como es la de unos personajes que se pierden y deben volver al lugar del que partieron, la película de Pete Docter y su co-director Ronnie del Carmen desliza todo un tratado psicológico ante nuestros ojos. Habla sobre las emociones que gobiernan nuestros actos y toman el control de forma indiscriminada. Sobre la influencia del subconsciente en nuestros sueños. Sobre los lugares donde crece el sentido de la fantasía. Sobre cómo echamos al barranco del olvido todo aquello que no nos sirve para los pasos que vamos dando en la vida y sobre cómo vamos almacenando en los laberintos de la memoria recuerdos marcados por la ira, el miedo, el asco, la alegría y la tristeza. Unos recuerdos muchas veces mezclados por las emociones y que marcarán nuestro devenir en este mundo. Gusten más o menos, no se puede negar que las producciones de Pixar siempre son visualmente impecables y ‘Del revés (Inside Out)’ no se queda atrás a la hora de mostrar con todo lujo de detalles esa mente tan colorista de la niña Riley que se ve amenazada por un cambio vital.

Por su análisis psicológico, la película gustará mucho a los que hayan pasado por cierto número de experiencias vitales, pero creo que también puede ser disfrutada por los más pequeños, que también experimentan sus particulares renuncias. Salvando las distancias, en su capacidad de enseñar de forma entretenida los entresijos la mente humana, me ha recordado a ‘Érase una vez… la vida’, esa serie que muchos de los hoy adultos vimos de pequeños y que nos hizo comprobar que las Ciencias Naturales que estudiábamos en la escuela no eran tan aburridas como parecían en los libros de texto. ‘Del revés (Inside Out)’ es una película que se saborea con gusto y se hace incluso corta en su hora y media de metraje, pespunteado por una comedia que no cae en la nadería y un drama certero que analiza la necesidad de saber combinar ambos registros para seguir creciendo. Todos tenemos malos momentos en nuestro pasado y en el día a día, pero no por ello debemos ocultarlos en las tinieblas ni hacernos los felices a todas horas, porque ninguna vida es totalmente feliz ni totalmente triste.









‘Mientras seamos jóvenes’ es la penúltima película de Noah Baumbach (ya ha estrenado en Estados Unidos la más reciente ‘Mistress America’), un director curtido en la esfera independiente, con cintas como ‘Una historia de Brooklyn’, ‘Margot y la boda’, ‘Greenberg’ y ‘Frances Ha’ y que también ha trabajado con Wes Anderson como coguionista de ‘Life Aquatic’ y ‘Fantástico Sr.Fox’. Baumbach es uno de esos creadores que entran de pleno en la categoría de arquetipo de director del Festival de Sundance, autor de un cine con un punto “cultureta”, rayando en lo pretencioso pero interesante. Con los años parece haber ido modelando ese estilo y ahora resulta bastante más pulido (y más logrado) que en sus inicios, siendo su obra un tratado sobre la dificultad de establecer lazos emocionales auténticos, con unos personajes inmaduros que se ven obligados a dar un paso adelante para no quedarse atrás del resto del mundo.

‘Mientras seamos jóvenes’ comienza con una cita del dramaturgo noruego Henrik Ibsen sobre la necesidad y los peligros de dejar entrar a los jóvenes en la vida de un hombre maduro, antes de dar paso a una escena aparentemente familiar, donde los personajes de Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts) miran con ternura a un bebé y tratan de contarle un cuento. Inmediatamente pensamos que se trata de su hijo, hasta que el pequeño rompe a llorar y ambos muestran fastidio por no saber qué hacer, momento en el que entran en escena sus verdaderos padres, una pareja amiga de los protagonistas. Ambas situaciones nos dan una idea clara de lo que Baumbach va a contarnos durante la hora y media siguiente, la peripecia de unos cuarentones sin hijos que no se ajustan a “lo normal” y que afrontarán un reto vital al dejar entrar en sus vidas a unos veinteañeros con ganas de comerse el mundo.

Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried) son una pareja un tanto hipster, que viven en un loft, hacen su propio helado artesanal y tienen objetos vintage. Enseguida atraen la atención de los cuarentones, que encuentran en ellos un reflejo de lo que fueron en su día, cuando tenían grandes ambiciones que acabaron quedándose atrás cuando los años se fueron echando encima sin que casi se hayan dado cuenta. Los tiempos han cambiado y con el predominio de las nuevas tecnologías si Jamie y Darby no recuerdan algo, lo buscan inmediatamente en su teléfono móvil, mientras que, cada vez que puede, Jamie graba en vídeo lo que le parece interesante. Esa desenvoltura seducirá a Josh y Cornelia (él un documentalista incapaz de terminar su último trabajo y ella una mujer que ha renunciado a la maternidad), que empezarán a frecuentar su compañía y a ir dejando de lado a aquellos que con sus predecibles historias domésticas les recuerdan que son dos personas maduras que deberían ir resignándose a ciertos modos de actuar.

Otro de los temas que trata el filme de Baumbach es el de la representación, de las personas y los personajes. Josh es documentalista y trata de buscar el máximo rigor en su trabajo, tratando de no forzar el toque personal, algo que choca con las ideas de Jamie, más en sintonía de añadirle toques propios, en la línea de la frase de Jean-Luc Godard que se cita en el metraje y que asegura que el documental habla de otra persona y la ficción habla de uno mismo. Por ello, Jamie se ha construido un personaje, de joven muy emprendedor, que le hace más atractivo a ojos de los demás, incluidos los de Josh y su mujer, lastrados por ser demasiado ellos mismos. Porque la vida nos demuestra muchas veces (nos guste o no) que son los personajes atractivos los que llegan más lejos que las personas.

En ‘Mientras seamos jóvenes’ Noah Baumbach sabe aunar el cariño y la ironía en el retrato de sus personajes, de manera que al final todos son un poco miserables, pero cada uno cree que tiene sus motivos para serlo. Su visión cómica, con algunas notas de drama, de esa pareja cuarentona que asiste a rituales de limpieza espiritual, mientras él empieza a llevar sombrero y ella a bailar hip hop, no deja de tener un punto de ternura cuando se dan de bruces con esa juventud emprendedora que les devuelve la fe en el idealismo y que, con la misma energía, tampoco duda en llevarse todo por delante. Al buen acabado de la película ayuda su conjuntado cuarteto protagonista, sin olvidar a un solvente Charles Grodin (actor que siempre ha sido más conocido por sus papeles cómicos en ‘Huida a medianoche’ o las cintas del perro ‘Beethoven’), como documentalista veterano y padre del personaje de Naomi Watts, al que el de Ben Stiller no quiere acercarse mucho para demostrar que el solo es capaz de hacer su trabajo, demostrando que las luchas generacionales no entienden de edad. Porque aunque Baumbach no aporta mayor novedad en su mensaje, nos deja claro que juventud y madurez tienen sus brillos y sus partes oscuras. Y que el tiempo pasa y lo va alterando todo mientras tratamos de encontrar nuestro lugar en el caos permanente que es la vida.






Con películas como “Cronos”, “El espinazo del diablo”, “Hellboy”, “El laberinto del fauno” o “Pacific Rim”, el mexicano Guillermo Del Toro se ha construido una sólida carrera en el mundo de la fantasía cinematográfica. Una fantasía con una imaginería desbordante y siempre anclada en la realidad, mezclando lo cotidiano con seres y mundos maravillosos. Fiel a ese principio se mantiene en su más reciente filme, “La cumbre escarlata", donde nos cuenta la historia de la aspirante a escritora Edith Cushing (Mia Wasikowska), que decide casarse, a pesar de los consejos de su padre, con el misterioso Thomas Sharpe (Tom Hiddleston). Ambos se mudarán a la casa del forastero en Inglaterra, junto a su hermana Lucille (Jessica Chastain) y allí serán testigos de extraños fenómenos.

Del Toro bebe de películas como “Rebeca” y de historias góticas como “La caída de la casa Usher”, de Poe, “Cumbres borrascosas” y “Jane Eyre”, de las hermanas Brönte y del Dickens de “Grandes esperanzas” para hablar de amores desgarrados y casas con vida propia, cargadas de vestigios del pasado que siguen manifestándose como testimonio de malas conciencias. La puesta en escena es una delicia para la vista y tiene el inconfundible sello barroco de su director, que dota de todo detalle a esa decadente mansión que parece respirar cuando sopla el viento. Una residencia construida sobre una tierra de color sangre, en la que viven dos hermanos que se niegan a abandonarla, a pesar de que los mejores tiempos de su familia pertenecen al pasado. La fotografía nos muestra el contraste entre ese inmovilista y grisáceo Viejo Mundo al que la protagonista llega tras dejar atrás la luz brillante del emprendedor Nuevo Mundo, por seguir a su amado. El amor y la pasión son la fuente de todo el bien y el mal, causa de la alegría y la desdicha de sus personajes.

Aparte de la labor visual, destaca la labor de sus tres protagonistas: Mia Wasikowska como esa escritora de historias de miedo que ha aprendido a convivir con los fantasmas, Tom Hiddleston como ese ambiguo noble inglés venido a menos y especialmente una magnífica Jessica Chastain como la hermana del noble, una mujer de figura inquietante que incluso cuando quiere ser más simpática es aún más perturbadora. Aunque pueda parecer un relato de terror sobrenatural, “La cumbre escarlata” es una estupenda narración donde los espectros existen, pero el peligro anida en los seres que están vivos.








‘Victoria’ es una película que sabe crear sensación de agobio a pesar de desarrollar buena parte de su metraje en las calles semivacías del Berlín de madrugada. El agobio de verse arrastrado a la aventura en tiempo real de esa gente desconocida, a lo que contribuye esa cámara que parece decidida a no perderse nada y que convierte al espectador en un testigo que acompaña, silenciosamente y sin actuar, a los jóvenes protagonistas. No hay flashbacks ni explicaciones forzadas que nos hagan saber más de ellos, salvo las confesiones que deciden contarse dentro del nivel de las conversaciones que pueden mantener unas personas que han bebido más de la cuenta. Victoria es la más explícita mientras que de los chicos no sabemos ni sus nombres, solo sus apodos y que uno de ellos pasó por la cárcel. A partir de ahí tenemos que imaginarnos de dónde han salido y cuáles son sus circunstancias, esas que para Ortega y Gasset determinan quién es la persona y que, en esos chavales, no parecen ser demasiado buenas. Ella y ellos son personas que posiblemente no se habrían relacionado en otro contexto, pero a las que las circunstancias han unido con esos curiosos vínculos que establecemos con los extraños, con los que tantas veces somos más sinceros que con los que tenemos cerca.

La película se beneficia del buen hacer de la barcelonesa Laia Costa, vista en series como ‘Pulseras rojas’ o ‘Carlos, Rey Emperador’ y que ha tenido que revelarse como actriz de cine en una producción alemana, siendo incluso galardonada por su labor en los premios del cine germano, en los que ‘Victoria’ fue la gran triunfadora. Costa es esa Victoria que tendrá que pasar por una serie de peripecias no del todo recomendables para poder experimentar algo parecido a la sensación que indica su nombre. Porque Victoria ha dedicado buena parte de su vida a formarse como pianista, ensayando durante horas todos los días a lo largo de los años, para que finalmente la dijeran que eso no era lo suyo. Ahora, como tantos otros jóvenes españoles, está en Berlín y trabaja en una cafetería, comunicándose en inglés porque no conoce el alemán ni a nadie de aquel país. Por eso la encontramos al principio de la película bailando sola en una discoteca y a medida que sabemos más de ella entendemos por qué ha decidido seguir los pasos de esos jóvenes de aspecto no muy prometedor que le instan a que vaya con ellos a seguir la juerga en lugar de ir a acostarse. Al principio puede parecernos un poco inocente e imprudente, hasta que nos damos cuenta de que ellos son para ella la promesa de salirse de la rutina ya conocida, donde cada día es igual que el anterior.

‘Victoria’ no es una película hermética ya que en todo momento entendemos lo que está pasando pero, al final, uno termina tan exhausto como sus personajes. Confundido por lo que acaba de ver y por la fisicidad y la tensión que Schipper sabe mantener en todo momento, incluso en los aparentes tiempos muertos. Y es que Victoria ya no es la misma del principio y, mientras muchos otros dormían sin enterarse de nada, ha pasado en algo más de dos horas por una serie de ritos que la han hecho redescubrirse como persona y quizá sentirse más viva de lo que nunca había estado. El filme puede ser leído como una metáfora de la juventud europea de nuestros días, un thriller (que algunos no han tenido problema en destripar), una historia de amor y amistad o un relato sobre la iniciación a la vida de una Alicia que decide entrar en la madriguera del conejo. Pero eso, al igual que sus circunstancias previas, lo tendremos que deducir nosotros. Porque ‘Victoria’ se eleva por encima de su premisa argumental para brindarnos una de esas películas que te dejan pensativo y que una vez vistas dan lugar a ricos debates. De las que quizá no veamos más allá de un puñado de veces por la entrega que nos piden, pero que no por ello dejan de ser lecciones de lo que es el cine y de la capacidad que tiene para crear historias que, sin conocernos, saben hablarnos de lo que nos pasa.






"Langosta" es la primera película en inglés del director griego Yorgos Lanthimos, que ha llamado la atención de la comunidad cinéfila con "Canino" y "Alps", en las que incidió sobre las rarezas que hay en la condición humana, algo que mantiene en su última propuesta. "Langosta" está ambientada en un mundo distópico, en el que según las reglas establecidas, los solteros son arrestados y enviados a un lugar donde tienen que encontrar pareja en un plazo de 45 días. Si pasado ese tiempo no consiguen pareja serán convertidos en un animal a su elección, pues la sociedad en la que viven no tolera la soledad, como por ejemplo le sucede al protagonista (Colin Farrell). Tras romper una larga relación llega al hotel en compañía de su hermano, convertido en perro al no haber encontrado a nadie. En ese hotel será entrenado para no caer en las tentaciones de la masturbación, asistirá a seminarios sobre los beneficios de tener pareja y dispondrá de un amplio repertorio de mujeres con las que tratar de construir lazos antes de que su tiempo se acabe. Otra de las actividades programadas consisten en ir a los bosques cercanos, a cazar con dardos somníferos a los solteros que allí se ocultan de la sociedad que los desprecia. Sin embargo, esta sociedad de solteros tampoco es un ideal, pues rigen las reglas contrarias y aquellos que se emparejen serán los ajusticiados.

Lanthimos se sirve de esta premisa para hablar de la soledad, el temor a morir solo, a vivir solo, y también al temor a vivir con alguien. Todos somos conscientes de que siempre queda mejor socialmente el estar emparejado, porque si alguien anda solo por ahí es alguien extraño, poco de fiar y quizá homosexual reprimido. Sin embargo, la compañía tiene muchos desafíos y no suele ser tan fácil como en las historias romanticonas, donde dos personas parecen predispuestas a vivir juntas y una vez conseguido pasan toda su vida sin preocupaciones. La vida en pareja es un mecanismo que tiene que engrasarse continuamente para que siga funcionando y también supone algunas renuncias, pues los objetivos que se persiguen muchas veces no coinciden con los de la otra parte. A pesar de todo, quizá por influencia del instinto de supervivencia, es ese el estado que tanta gente considera "natural" en el ser humano, mientras que la individualidad es sospechosa, vista como algo propio de la gente que tiene cosas que esconder, una vida poco constructiva y que no quiere aportar a la supervivencia del grupo. De estas cuestiones nos habla el realizador griego, en una interesante metáfora sobre los resortes tan arbitrarios y ocasionalmente absurdos que nos imponemos para vivir en sociedad. Porque Lanthimos ironiza sobre ambos bandos, tanto a los que no saben estar solos, como a los que no quieren renunciar a estarlo y las conclusiones dan que pensar.

Precisamente, sobre la búsqueda de una pareja o la afirmación de la soledad, aunque en otro tono trata la película con la que quiero acabar este repaso a lo mejor que he visto en 2015. Un filme de 1991 que recuperé en DVD hace unos meses y que me dejó muy buenas sensaciones. Se trata de "Frankie & Johnny".







Johnny (Al Pacino) descubre su vocación de cocinero mientras cumple una condena de dieciocho meses por falsificar un cheque. Cuando sale de la cárcel, lo contrata el propietario de una cafetería (Hector Elizondo), un hombre brusco pero de gran corazón. En el mismo local trabaja Frankie (Michelle Pfeiffer), una bella camarera que mantiene las distancias. Una relación sentimental traumática la ha convertido en una mujer que desconfía de los hombres. Ese es el punto de partida de 'Frankie & Johnny', dirigida por el temible Garry Marshall, especializado en cine sensiblero ('Pretty Woman', 'Princesa por sorpresa', 'Novia a la fuga' o 'Historias de San Valentín', entre otras), que aquí me dio una agradable excepción. Había oído hablar bien de esta película y me interesaban sus dos protagonistas, pero me daba miedo la tendencia al almíbar barato de su realizador. Finalmente me decidí y la impresión que me dejó fue muy grata, al tratar con más sensibilidad que sensiblería el tema de las relaciones románticas y la predisposición de unos a querer y la reticencia de otros a ser queridos.

Los tópicos y las convenciones nos dicen que suelen ser las mujeres las que buscan el amor y los hombres los que buscamos sobre todo sexo, nada serio y ya si acaso a alguien que nos haga caso. El arquetipo se ha interiorizado precisamente en películas del estilo de las dirigidas por Marshall, pero muchas veces no se cumple o lo hace al revés. Frankie ha sufrido por amor y no quiere volver a pasar por ello, es de las que dicen que bastantes disgustos les han dado ya y que no están para esas cosas. Sin embargo aparecerá Johnny, un tipo que ha pasado por la cárcel y que sin embargo se muestra mucho más vitalista y que no duda en ir por el mundo aprovechando las oportunidades tal como le vienen, por lo que al ver la belleza de Frankie no tardará en ir detrás de ella. Frankie esconde sus inseguridades tras una ironía que le hace parecer distante y esa energía de Johnny le pone nerviosa, pero también le atrae, por esa capacidad de los que son diferentes de llamar nuestra atención con aquello de lo que carecemos o que no tenemos bien desarrollado. 

Hay cosas de Johnny con las que me identifico, pero en este caso me gusta mucho Frankie por notarme muy cercano a sus tribulaciones y su vulnerabilidad disfrazada de dureza y frialdad. Michelle Pfeiffer luce lo menos glamurosa posible, pero uno no puede evitar sentirse atraído ni enamorarse de su fragilidad, en un personaje al que le insufla autenticidad más allá del trazo grueso o la parodia en la que podía haber caído. Ella está encantadora y muestra una gran química con Pacino, en una cinta sobre gente corriente, algo perdedora, narrada con sentimiento y con estupendas escenas, como la que cierra el filme. Aquí aviso a los que no hayan visto 'Frankie & Johnny' para que dejen de leer si no quieren conocer el final. 

¿Siguen conmigo? Bien, pues al final, tras una serie de altibajos parece que no va a fructificar la relación entre los protagonistas. Es entonces cuando empieza a sonar el "Claro de luna" de Debussy, que Johnny había pedido a una emisora de radio para que se la dedicaran a ambos. La música empieza a sonar y antes de que Johnny se vaya Frankie le invita a que se lave los dientes con ella, su particular manera de dejarle pasar a su vida habitual. En ese momento se nos muestra qué ha sucedido con otros de los personajes de la trama y que Frankie sea testigo de cómo una vecina maltratada ha dejado finalmente a su pareja. Ella ha pasado por esa tesitura y le alegra que la mujer haya decidido pasar página, al igual que empieza a hacerlo ella misma. La música de Debussy es un gran acompañamiento para unos minutos que condensan a la perfección el tono de la cinta, sin forzar las tintas para llegar al espectador haciendo trampas. Una película bonita que les recomiendo.





Feliz año 2016, nos seguimos leyendo.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Mentores y mentoras

De un modo u otro, todos tenemos mentores, personas que, queriendo o sin querer, nos inician en muchos aspectos de la vida que desconocíamos o no habíamos frecuentado lo suficiente. Así, lo que terminamos siendo es el resultado de todas estas influencias y nuestro modo de enfrentarlas, porque al mundo llegamos sin saber nada de nada y los primeros mentores son nuestros familiares, pero una vez fuera de ese núcleo es deseable tener muchos más, para expandir nuestra mente y sensibilidad. Por ejemplo, citaré algunos de los mentores que he tenido hasta el momento y que me han hecho iniciarme en algunas disciplinas.


Cine: En este blog he comentado varias películas y hablar y escuchar de cine es uno de mis pasatiempos favoritos, pero no siempre fue así. Cuando era pequeño solo acudía a ver los grandes estrenos, las películas acontecimiento, principalmente a una gran sala ubicada a apenas 5 minutos de donde vivía, pero era un espectador muy corriente, de los que no reparan en los actores que salen ni quién dirige la cinta, tan sólo a la búsqueda de pasar un rato entretenido. Así, con 16 años a duras penas sabía quién era Steven Spielberg (por haber dirigido “Parque Jurásico”, que tanto me impactó a mis 11 años) y en nombres de actores (creo que solo conocía el de Macaulay Culkin por ser el niño de “Solo en casa”) mi ignorancia era supina, como mucho reconocía alguna cara de haberla visto antes. Sin embargo, uno de los cambios que trajo en mí la adolescencia fue un repentino interés por el cine. Un amigo del colegio al que le gustaba mucho el cine (junto a él, al ser aficionado al género, vi numerosas películas de terror, especialmente de Freddy Kruger, que me perturbaban mucho) compraba todos los meses la revista “Fotogramas” y en un día que me aburría mucho se la pedí prestada para hacer más llevadera la soporífera asignatura que nos estaban impartiendo. Yo entonces ya leía mucho (luego explicaré cómo surgió) y enseguida me llamó la atención aquella revista, fue el descubrimiento de un mundo nuevo. En unos minutos me hice consciente de que había una gran cantidad de películas estrenándose todas las semanas y otras muchas en proceso de creación, construidas todas ellas por gente que decían que era muy importante, una gente que yo ignoraba. Aquella lectura picó mucho mi curiosidad y compré el siguiente ejemplar de la revista, estimulado además por la presencia de una bella mujer morena en su portada. La mujer morena era Catherine Zeta-Jones y estrenaba “La trampa”, junto a Sean Connery, película que acudí a ver y que me pareció bastante entretenida, donde mi creciente calentura adolescente se deleitó con el físico de una actriz que no tardó mucho tiempo en dejar de interesarme, pero que recuerdo como parte de una experiencia iniciática.


Como cuando me da por hacer algo lo hago de forma compulsiva empecé a ir al cine dos o tres veces por semana, después de las clases. Sentí la necesidad de verme el mayor número de películas que se proyectaban y de visitar todos los cines de mi ciudad, como una aventura diferente en un lugar diferente. Como no salía de fiesta pude recurrir a la paga para pagar las entradas y, como es habitual en el principiante, vi cosas muy diferentes de forma muy desordenada, porque lo mismo iba a un gran estreno americano que a una película europea que a otra oriental y trataba de quedarme con los nombres de aquellos que salían en los créditos que antes ignoraba por completo. En muchas sesiones, al ser la primera de la tarde de un día de entre semana, estaba yo solo o acompañado por algunos viejitos con aire aburrido (más de uno aprovechaba para echarse la siesta, lo cual me ponía de los nervios porque no podía entender, sigo sin hacerlo, que la gente no vaya al cine a disfrutar del espectáculo) y devoraba todas aquellas producciones, algunas muy disfrutables y otras que no entendía o me sacaban de quicio, por no tener aún el conocimiento suficiente para apreciar sus virtudes.

Mi amigo del colegio tuvo una gran influencia en que hoy sea el aficionado al cine que soy, pero también he tenido otras influencias, ya de profesionales dedicados al medio, los críticos. De ellos fui aprendiendo las cosas que debían tenerse en cuenta viendo una película y por qué algo que era entretenido podía estar mal hecho y algo que podría parecer aburrido podía ser una maravilla, lo que aparentemente contradice el sentido común, aunque a veces sea cierto (todos hemos visto películas que nos han hecho pasar un buen rato, pero sabemos que son lo que son y otras menos asequibles que sin embargo tratan de aportar algo más). A veces los leía y pensaba “es verdad, qué razón tiene este tío”, otras “este tío es idiota” y de vez en cuando “es cierto lo que dices, pero aún así a mí no me gusta” y aprendí que cada uno tiene un gusto y unos intereses y juzga en función de ellos, con lo que tampoco hay que tomárselos como palabra de Dios. De todos estos opinadores recuerdo con cariño a Carlos Pumares, a cuyo programa de radio “Polvo de estrellas” me aficioné y me divertía viendo sus salidas de tono y sus particulares opiniones, no siempre positivas ante lo que para otros, eran obras maestras. Él fue uno de los que me enseñó que la subjetividad es siempre relativa y que las alabanzas de uno pueden ser las pegas de otro. Y me ayudó a descubrir la que para mí es la gran obra que ha dado el cine, “2001.Una odisea del espacio”.



Con el tiempo he conocido a más gente aficionada al cine, gente de a pie, de la que en algunos casos he sacado conocimientos interesantes, como la apreciación por los géneros más populares (por qué gustan tanto las comedias tontorronas cuando ya se tiene una cierta edad o por qué las historias románticas más facilonas triunfan tanto entre mujeres de diversa clase y educación). El saber nunca se detiene y aún sigo asimilando ideas y conceptos, descubriendo a cineastas de los que apenas había oído hablar y con clásicos pendientes de una visita por mi parte. Y encantado de seguir haciéndolo.

Música: En mi casa siempre se escuchó lo que ponía la radio mayoritaria, es decir, Los 40 Principales (sigo recordando todas las sintonías y jingles de hace años), lo que provocó que mi educación sobre música moderna fuera limitada a los grandes éxitos, dejando fuera a un montón de nombres relevantes. Ese es uno de los motivos por los que la música más popera de los 80 y los 90 me resulta tan entrañable y de por qué llegué a la universidad sabiendo quienes eran Madonna, las Spice Girls o los Backstreet Boys, pero sin tener una idea clara de quienes eran U2, Elvis o los Beatles, así que imaginen el resto. Gracias a mi amigo, el que me influyó en el cine, conocía a Bruce Springsteen, que a su vez él conocía por su hermano mayor, pero fuera de ahí mi conocimiento era un erial.

 
De música pop comercial y clásica (nunca faltaron en casa cintas y CD´s de Beethoven, Mozart y compañía) iba sobrado, así como de música dance, que tanto furor tuvo entonces, pero de rock y subsiguientes nada de nada. Mi gran salto fue en los años universitarios, donde di con varios aficionados que me hicieron ver todo lo que tenía por descubrir y fui consciente de estupendas creaciones que apuntaban directamente al alma y que me hicieron preguntarme dónde habían estado todos estos años sin que yo supiera de su existencia. Citar la lista de autores revelados sería largo y monótono, pero debo admitir que este es probablemente el campo en el que sigo descubriendo con mayor sorpresa y de forma más inesperada, en el que más sigo teniendo que aprender, pues incluso sigo sin conocer la obra completa de algunos de los más consagrados. Un mundo en el que los mentores anónimos me están ayudando mucho, porque en la música hay que separar mucho grano de la paja y lo mejor que se produce o se ha producido está lejos de lo que emiten las radiofórmulas.

Libros: Siempre se me dice en las reuniones familiares que yo aprendí a leer muy rápido y que el recuerdo que tienen todos de mí es verme leyendo “chistes” (apelativo que algunos les han a los tebeos españoles, tipo “Mortadelo y Filemón” o “Zipi y Zape”, imagino que por su tono humorístico) y durante años incrementé mi colección gracias a mi abuelo paterno, que me compraba todos los que encontraba en los kioskos cuando me sacaba a pasear. Los “chistes” fueron mi iniciación en la narrativa y me llamaban la atención por su costumbrismo, su reflejo de tantos actos sociales que yo apreciaba en la vida diaria (y también porque eran divertidos) y será por eso que los prefería a los cómics (los snobs dicen novelas gráficas, como si se avergonzaran se la palabra “cómic”, que me parece muy bonita) americanos de superhéroes, aparte de hacerme aprender varias palabras en desuso en nuestra lengua, que cuando decía en clase provocaban la risa de mis compañeros. Yo era el gafotas que decía “cáspita”, “zapateta”, “córcholis” y expresiones que ni dominan muchos adultos, tipo “recapitular”, “óbice”, “dilecto”, “progenitor” y otras muchas que agradezco que me inculcaran, aunque hoy en Twitter se siguen riendo de ti si intentas hablar bien y molas más por usar los signos de puntuación para hacer emoticonos que para usarlos correctamente en las frases. Los medios cambian, pero la esencia de la tontuna se mantiene.


Seguí leyendo “chistes” hasta que me dijeron que ya estaba bien y que ya tenía edad para otras cosas, así que a regañadientes me pusieron a leer los libros de Los Cinco, esa pandilla de chavales ideada por la británica Enid Blyton, que siempre estaban de aventuras por curiosos parajes y se daban unas cuchipandas que despertaban el hambre al más pintado (aunque cuchipandas típicamente british, tipo cordero hervido en salsa verde, y que me hacían interesarme por conocer el sabor del jengibre, que estaba presente en galletas, mermeladas y otros preparados). Eran libros entretenidos, aunque tampoco me cambiaron la vida, pero me ayudaron a leer texto sin el apoyo de los dibujos y me prepararon para meterme de lleno en la literatura de miras más altas.



Uno de los primeros libros “más sesudos” que me eché a la vista fue “Emma”, de Jane Austen, que por aquel entonces había descubierto gracias a mi naciente interés en el cine, pues la autora era noticia por las adaptaciones de sus libros a la gran pantalla. Llegaba “Mansfield Park” y se repasaban otras recientes, como “Sentido y sensibilidad” y la citada “Emma”, con una bella actriz rubia que usaban para la portada de las nuevas ediciones del libro. La actriz era Gwyneth Paltrow, que venía de gustarme mucho en “Shakespeare enamorado” y debo admitir que compré un poco el libro por ella y pensé en ella mientras leía la peripecia de Emma Woodhouse en su ansia de arreglar la vida amorosa de los que la rodean.




En “Emma” descubrí una historia sobre el amor y sus complicaciones, desde una perspectiva ligera y fue el primero contado desde el punto de vista de una mujer, un mundo entonces inexplorado para mí. Lo disfruté bastante y posteriormente tuve la ocasión de confirmar con la película protagonizada por Gwyneth Paltrow ese saber universal de que los libros son (casi) siempre mejores que las adaptaciones que se hacen de ellos. Desde entonces he leído toda la obra de Jane Austen y de otras muchas escritoras y he apreciado mucho sus puntos de vista, no solo a la hora de hablar de su sexo, sino de sus particulares visiones los hombres. Como comentaba en mi anterior entrada sobre lo que me han aportado las mujeres, no hay nada mejor que tratar de comprender a la otra parte, pues puede que incluso te identifiques con ella. Escritores y escritoras me han ayudado muchísimo a explicarme el mundo en el que vivimos y también a cuestionarme muchos aspectos. Lo cierto es que pienso en esta última conclusión y no puedo dejar de sentir que en cierto modo me han hecho más infeliz, al ser consciente de los errores y las miserias inevitables que hay en un mundo dominado por una raza imperfecta. Pero agradezco a los que me iniciaron a enterarme de todo este caudal de pensamiento, mientras me inquieto por no tener vidas suficientes para leer todo lo que me falta y que me gustaría.




Sexo: En este caso tengo que hablar de mentoras, ya que han sido las mujeres quienes me han enseñado la mayor parte de lo que sé actualmente. Hasta los 15 años no empecé a sentirme atraído por ellas y fantaseé con algunas de mis compañeras de clase y con otras ya mayores y lejos de mi área de influencia, que veía en revistas o películas. Recuerdo que mis primeros mitos eróticos fueron Sharon Stone o la citada Zeta-Jones y modelos como Inés Sastre, Judit Mascó, Vanessa Lorenzo o Adriana Sklenarikova, entre otras. Porque lo cierto es que en aquellos momentos cualquier mujer que enseñara más piel de la que cubría habitualmente la ropa ya contaba con toda mi atención. Llegué a tener una carpeta en la que iba acumulando fotos de mujeres en ropa interior, bikini o desnudas pero tapadas de forma estratégica para que no se viera nada, de fotos recortadas de las varias revistas de las llamadas para hombres, aunque ninguna porno, aún no podía afrontar los desnudos integrales. Y es que cuando tenía 12 años, un chaval con el que había estado de campamento de verano me dijo que fuéramos a ver una de las películas porno que guardaba su padre. Acepté con curiosidad aunque sin mucho deseo y fui consciente de que había cosas para las que aún no estaba preparado. Mientras vi aquella película no pude evitar sentir esa sensación de repugnancia que te produce aquello desagradable que no puedes dejar de mirar, como en las escenas sangrientas. Pensé que acabaría vomitando si seguía viendo esos primeros planos de penes erectos penetrando cavidades carnosas y peludas, ese contacto de las carnes me hacía sentir como si asistiera a una operación. Por entonces ya conocía el funcionamiento de las relaciones sexuales, pero verlo de primera mano me pareció tan agradable como ver cómo le extraen los órganos a alguien. Aún no tengo claro si ver aquella película cuando mi cuerpo no podía asimilar lo que vio influyó en mi tardía curiosidad sexual, pero durante unos años me negué a ver las partes de íntimas de cualquiera que no fuera yo (y las mías sin mucho afán).

A pesar de todo, la naturaleza siguió su curso y tras los primeros escarceos con los desnudos “artísticos” quise ver cómo funcionaba todo aquello en tiempo real y alquilé mis primeras películas eróticas, de “Emmanuelle” o de adaptaciones de cómics de Milo Manara. El olor del líquido que echaban a las cintas de VHS en el videoclub de mi barrio se convirtió para mí en el olor del pecado, el olor que despedían esos objetos que estimularon mis primeras exploraciones, aprovechando los momentos en que mi casa estaba vacía de gente, nada fácil viviendo con mis padres, mi hermano menor y mi abuelo materno (que una vez me pilló en uno de estos visionados de “películas de putas y cabrones”, como las llamó él, aunque afortunadamente yo no tenía aún las manos en la masa y evité que la vergüenza fuera mayor). Durante una temporada me nutrí de estas producciones, en las que el sexo era fingido, pero yo me creía que había penetración real a poco que se arrimaran los protagonistas.



Ahora no soy capaz de recordar cuando vi mi primera película porno en condiciones, no sé si incluso ya había empezado la universidad cuando me inicié definitivamente. Tardé en empezar, pero al igual que con los filmes convencionales me puse al día de forma compulsiva y lo que me había parecido una intervención quirúrgica ahora lo veía con sumo interés y sin perder detalle. Hoy día parece estar desapareciendo el estigma que durante años han tenido las cintas porno, que parecían reservadas a salidos y asquerosos sin remedio, mientras que ahora pueden dar hasta un toque de distinción (sobre todo si eres mujer, porque los hombres que vemos porno seguimos siendo unos salidos y asquerosos sin remedio a ojos de muchos, lo he experimentado de primera mano). La vida real se parece poco a la que muestra el porno, del mismo modo que tampoco se parece mucho a la que reflejan las películas normales, pero lo bueno en ambos casos está en saber quedarse con detalles que podamos aplicar a nuestra existencia y del porno he sacado algunos que luego me han rendido buenos frutos con mujeres de carne y hueso, como una formación teórica antes del examen práctico. Porque uno puede saber lo que le excita y le da placer, pero también hay que conocer las necesidades de la otra parte y, aunque cada persona es un mundo, hay detalles que son prácticamente universales y es bueno ir familiarizándose con ellos. Luego la experiencia personal me ha permitido conocer a algunas mentoras que han completado esa especie de educación sexual y a descubrir de qué manera me excita el placer de la otra persona, como si ese mirón que llevo dentro siguiera necesitando observar la estimulación del objeto de deseo. Al fin y al cabo, ese es el reto, ver hacia donde puedes llegar con otros, pues tú mismo ya sabes lo que tienes. Y ese es el espíritu de los mentores, hacernos ir más allá de lo que sabemos y descubrirnos todo lo que siempre ha estado así, pero que no hemos podido ver o apreciar.

Vivan los mentores y las mentoras y esperemos poder encontrar a muchos más en nuestro paso por la vida, para mantener esa ilusión que nace del aprendizaje.