martes, 26 de agosto de 2014

"Belle" y "Chef". Alternativas de verano

Estamos acostumbrados a ver en los cuadros antiguos a gentes de alto copete posando con sus mejores galas, pues eran los más pudientes quienes podían permitirse el capricho de ser retratados en una pintura, para dejar testimonio de su importancia y su paso por la vida, para dejar su imagen como referencia para las generaciones siguientes. De vez en cuando también fueron retratados los más pobres como un modo indirecto de denuncia de la vida más penosa que debían pasar, siempre encogidos, lejos de los posados autosuficientes de los poderosos, en una clara metáfora social. Y obviamente se trataba siempre de gente de raza blanca, pues en siglos pasados otras razas no tenían ningún tipo de preeminencia en el mundo occidental y en el caso de los negros su destino era la esclavitud. Pero héte aquí que en Gran Bretaña fue pintado un cuadro en el siglo XVIII en el que aparecían dos mujeres de diferentes razas, una negra y otra blanca, ambas en igualdad de condiciones, sin sumisión de la una hacia la otra y con la chica blanca alargando su brazo hacia la negra, en clara muestra de afecto. Ese es el punto de partida de la película "Belle".
 
 
Dido Elizabeth Belle (Mbatha-Raw), una joven mestiza, la hija ilegítima de un Almirante de la Marina Real (Matthew Goode), es criada por su tío abuelo Lord Mansfield (Tom Wilkinson) y su esposa (Emily Watson), compartiendo sus años de infancia y juventud con su prima lejana Lady Elizabeth Murray (Sarah Gadon), a quien su padre dejó también al cuidado de Lord y Lady Mansfield tras la muerte de su madre. Al mismo tiempo que su linaje le permite disfrutar de ciertos privilegios, su presencia provoca también problemas sociales, pues en Inglaterra aún sigue vigente la esclavitud.
 
 
Dido Elizabeth Belle fue quizás el único ejemplo de una dama mestiza en la sociedad inglesa de aquellos años, cuando los negros eran esclavos o vivían pobremente al servicio de señores blancos. El nacimiento de Dido estuvo envuelto en controversia, por ser hija de un almirante inglés que mantuvo relaciones con una mujer africana y que al contrario que muchos otros que engendraron bastardos y se desentendieron de ellos, reconoció a su hija y la convirtió en su heredera, dotándola de todos los privilegios de una clase acomodada. No en vano, el tío abuelo que la acoge es el Presidente de la Corte Suprema, que tendrá bastante que decir cuando estalla el caso de una matanza indiscriminada de esclavos negros, que cuestiona el modo de vida de muchos comerciantes ingleses de la época y los ideales del juez, más abiertos de miras.
 
 
 
Todo eso sucede al tiempo que Dido es presentada en sociedad y sufre el rechazo de los grandes herederos, que simplemente la ven como una esclava con trajes de señorita respetable. Pero no todo serán rechazos para Dido, que encontrará apoyo en su prima (que a pesar de ser blanca y bella es también rechazada por carecer de una herencia que la haga más "respetable"), que la trata como si fuera su propia hermana y en un joven aspirante a abogado que lucha por los derechos de los negros, John Davinier (Sam Reid). Por todo ello, si quisiéramos encasillar fácilmente a "Belle", podríamos decir que es una mezcla entre el "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen y la "Amistad" de Steven Spielberg, por su mezcla de historia de época en la que dos mujeres buscan el amor en una sociedad donde los casamientos se hacen por intereses económicos y por su exposición de un juicio en contra del esclavismo que aún imperaba décadas antes de que fuera prohibido.
 
 
La película ha sido dirigida por la británica Amma Asante, que de niña se hizo muy popular en aquellos lares por su participación en el drama colegial "Grange Hill" y que después encauzó sus pasos a la escritura de guiones y la dirección de películas, recibiendo varios premios por su debut tras la cámara en "Un modo de vida". Ahora ha dirigido esta "Belle", que cuenta con el buen acabado de las producciones de época británicas, aunque también adolece de cierto convencionalismo que hace a la historia un poco más intrascendente de lo que merece. Es una cinta que sigue a rajatabla los códigos esperados en este tipo de películas y eso acaba siendo su mayor virtud y su mayor defecto.
 
 
 
Sin embargo, como también es habitual en estas producciones, los actores están a la altura de las circunstancias y hacen un buen trabajo con sus personajes, ya sean solventes veteranos como Tom Wilkinson, Emily Watson o Miranda Richardson o jóvenes como la desconocida Gugu Mbtaha-Raw, Tom Felton (el Draco Malfoy de la saga Harry Potter, siempre en papeles de tipo antipático y malvado) y la prometedora Sarah Gadon, actriz que descubrió David Cronenberg en "Un método peligroso" y que ha mostrado su belleza y talento en películas como "Cosmopolis" y "Enemy". Ella y Gugu Mbata-Raw muestran una gran química como esas primas lejanas que desarrollan un fuerte vínculo entre ellas para soportar mejor su condición de mujeres que no terminan de encajar en la sociedad de su tiempo, una por su raza y la otra por el abandono de sus padres.
 
 
"Belle" es una película que deja con un buen sabor de boca, al igual que otra que también he visto en los últimos días y que también habla sobre la necesidad de reiventarse para sobrevivir, aunque en este caso pasamos del siglo XVIII a la actualidad, cambiando los miriñaques, los corsés y las pelucas empolvadas por las redes sociales, que tienen una gran importancia en "Chef".
 
 
Carl Casper (Jon Favreau) es un chef que pierde su trabajo por negarse a aceptar las exigencias del propietario (Dustin Hoffman) del restaurante para el que trabaja cuando trata de ofrecer un menú diferente para contentar a un crítico culinario tan prestigioso como exigente (Oliver Platt). Es en ese momento cuando, con el consejo de su exmujer, (Sofia Vergara) emprende un proyecto de venta de comida en un camión junto a su mejor amigo (John Leguizamo) y su hijo (Emjay Anthony), con el que ha pasado tanto tiempo como le hubiera gustado.
 
 
Jon Favreau es uno de esos actores de los que la gran mayoría desconoce su nombre pero que posiblemente conozca cuando ve su cara, tras verle en papeles secundarios en un montón de películas en las que casi siempre le ha tocado ser el amigo graciosete del protagonista. Así lo ha hecho en cintas como "Very bad things", "Daredevil", "Separados", "Cuando menos te lo esperas" o "Todo incluido". Pero ha sido la dirección lo que le ha hecho convertirse en un nombre popular en la industria de Hollywood, pues tras escribir "Swingers", que coprotagonizó con su amigo Vince Vaughn, ha dirigido filmes como "Elf", "Zathura" y sobre todo, las dos primeras partes de "Iron Man", todo un éxito a nivel mundial y donde se reservaba el papel de asistente del Tony Stark que tan bien ha encarnado Robert Downey Jr. Su penúltima película, "Cowboys & Aliens" fue sin embargo un fracaso y ahora ha querido volver a un cine más modesto, alejado de los efectos especiales en "Chef".
 
 
Cuando uno ve la película no puede dejar de pensar en la historia del propio Favreau, pues el chef que encarna tras unos orígenes humildes consigue la fama y es un tropiezo con un crítico por seguir las instrucciones de los jefes lo le lleva a replantearse su modo de vida y la necesidad de volver a los inicios montando un pequeño camión de comidas. De este modo, el filme se hace preguntas sobre el papel de los críticos (en este caso gastronómicos) y su capacidad para hundir carreras con sus comentarios negativos, que hacen daño a una serie de gente que ha tratado de hacer su trabajo. Al mismo tiempo se establece que al público puede gustarle algo que no es lo más exquisito a los ojos del paladar más exigente, pues el restaurante marcha bien con el menú habitual y es por ello que el dueño no quiere que el chef cambie nada del menú. Toda una metáfora que muy bien podría ser aplicable al cine de Hollywood de hoy día, que no hace mucho caso de las ideas originales, acomodado en sagas y secuelas a sabiendas de que es lo que más suele funcionar entre el gran público, más allá de las malas críticas que pueda haber. Porque al fin y al cabo una mala crítica no es más que un arañazo que se cura pronto cuando la película recauda cientos de millones de dólares a nivel mundial, por eso la mejor protesta contra las películas más ramplonas es no verlas, no hay argumento más poderoso contra una gran producción que una taquilla pobre.
 
 
Pero más allá de todo ello, "Chef" no deja de ser una cinta de tono amable sobre un hombre que ha perdido un poco el norte y que quiere recuperar sus esencias dejando de lado su cocina de diseño y metiéndose en una camioneta a preparar comidas por varios puntos de Estados Unidos al tiempo que busca estrechar lazos con su hijo, al que ha dejado un poco de lado por su trabajo. Nada nuevo bajo el Sol, pero la mayoría de las veces no se trata de lo original que pueda ser el argumento, sino del enfoque que se le dé. Así, Favreau consigue darle el tono adecuado y construye una fábula sencilla y agradable de digerir, como varios de los platos que prepara durante el metraje (esta es una de esas películas que hay que ver después de haber comido o con una buena provisión de víveres porque es de las que despiertan el apetito). Una historia tradicional en la que se pone también de relevancia la importancia de las nuevas formas de comunicación, con la influencia que generan en nosotros las redes sociales y los portales de vídeos en streaming. Es el hijo del protagonista el que con sus 10 años descubre al padre todo lo que se cuece en Twitter y la importancia del boca a boca en esos soportes para conseguir más popularidad, aparte del peligro de aparecer en un vídeo en el que el protagonista sale poco favorecido y que se convierte en viral.
 
 
Favreau sabe que con actores de cierto renombre la cosa entra mejor y por ello se rodea de un reparto con muchas caras conocidas, algunas en papeles muy breves, como es el caso de Dustin Hoffman y Robert Downey Jr. y Scarlett Johansson, conocidos del actor/director de las películas de Iron Man. De este modo es el propio Favreau, John Leguizamo y Sofia Vergara los que tienen más tiempo en pantalla en una historia muy americana (los protagonistas recorren el país de costa a costa, con paradas en Nueva Orleans y Texas) con mucha influencia latina, pues el protagonista vuelve a Miami para recuperar las sensaciones de sus inicios y los colombianos Leguizamo y Vergara interpretan a dos personajes de origen latino (cubanos en este caso), aparte de varias canciones en español sazonando la historia.
 
 

 
 
De este modo, "Belle" y "Chef" pertenecen a ese grupo de películas que quizá no cambien la vida del que las vea, pero que son una buena alternativa a las grandes producciones que suelen estrenarse en verano y que dejan aún más frío que el aire acondicionado que hay que aguantar en ciertas salas.

jueves, 14 de agosto de 2014

Gente cansina



El trato humano siempre implica cansancios e insatisfacciones de algún tipo. Por muy bien que estemos con alguien podemos tener el resquemor de saber que es un momento que se acabará o de que no pueda ser tan brillante como el anterior ya vivido, de sentir que la cosa va en retroceso o que no se va poder llegar al esplendor anterior. Y si los momentos son malos, el mal trago queda con la posibilidad de volver a ser vivido si la otra parte es cercana a nosotros por ser un familiar, una amistad o una compañía de trabajo a la que vemos todos los días.

Digo esto al hilo de una experiencia que me ha sucedido recientemente en el trabajo, donde he tenido que soportar la burla poco disimulada de unos estudiantes en prácticas. Yo he sido becario y sé lo que es pasar por una redacción donde los habituales te miran como si fueras un lerdo que vienes a perturbar su equilibrio natural, por eso trato de evitar esa actitud hacia otros becarios. Este verano estoy colaborando con dos chicas y un chico a los que trato de asesorar ante cosas que para mí son una rutina que haría con los ojos cerrados y que ellos están aprendiendo a hacer. Pues bien, ayudando a una de las chicas, ésta de repente se fue al baño sin decir nada por lo que me volví a mi sitio, con algo de extrañeza. Ya cuando he vuelto a estar enfrascado en mis cosas, veo que vuelve la chica del baño y dirige una mirada cómplice con los otros dos becarios, que empiezan a sonreír, mientras ella dice sin disimulo “ay señor, llévame pronto”. Creo que no hay que ser una lumbrera para ver que todo ese tinglado iba dirigido a mí, que la chica en cuestión debe estar bastante harta de mi solicitud y que ya deben haberlo comentado entre ellos, imagino que acompañado con alguna que otra puya hacia mí. Todo eso me hizo sentir una indignación inmediata, de las que te hacen subir la mala leche a toda velocidad, por el desprecio poco disimulado que me estaban haciendo y por descubrir que allí donde creía estar ayudando en el fondo estaba creando mofa, befa y escarnio hacia mí. Que volvíamos a los años del colegio y yo era el pardillo.


Siempre se dice que los niños son crueles y todos hemos visto en nuestra etapa en el colegio/instituto como entre ellos se dicen sin sonrojo las peores cosas que se les pasan por la cabeza, a veces acompañadas de golpes (puede que alguno que lo haya hecho  esté ahora leyendo estas líneas), amenazas y descalificaciones. Y siempre castigando lo que se considera diferencia, el que más estudia, el que tiene más peso, el que tiene menos, el más alto, el más bajo, el que tiene más nariz, cabeza u orejas o el que tiene menos. Lo mejor que se puede ser a esa edad para encajar es ser común y mediocre, curiosa moraleja. Por no hablar de los casos de chicas que son insultadas por desarrollarse antes de tiempo o por tener más masa corporal, que no necesariamente gordura y que se sienten feas y gordas como si fueran monstruos cuando los monstruos verdaderos son los que las acosan. Una época en la que hay que lidiar también con los propios cambios del cuerpo y las exigencias académicas, como una serie de superación de dificultades a las que hay de tratar de llegar vivo hasta el final, aunque sientas que nadie te comprenda y apoye sino que quiere meterte palos en las ruedas para que caigas. Un aprendizaje de la mierda y los gilipollas que nos encontraremos en los años siguientes.

 
Y digo todo esto con la suerte de no haber sufrido acosos en el colegio, porque aunque era gafotas y enclenque tuve la suerte de caer bien a los que llevaban la voz cantante y me dejaron bastante en paz, pero vi todo lo que pasaba y en alguna que otra ocasión experimenté la burla de las chicas, a las que temía por su capacidad de dejarte en ridículo sin mover un músculo. Recuerdo aquella vez que empezó a correr el bulo de que me gustaba una chica y ésta cuando se enteró expresó en voz bien alta ante todo el mundo el asco que yo le inspiraban. Un lío en el que me metieron sin que yo tuviera nada que ver pero que sin embargo me causó una gran indignación porque aquella chica no tenía ningún derecho de hablarme así, como el caso que ahora comento.

No ha sido ésta la primera vez que queriendo ser amable con alguien siento el desprecio, es algo que me ha pasado algunas veces, cuando la gente con la que he tratado me ha visto como alguien atontado y dócil al que se le podía hacer de todo. Ahora me vienen, por ejemplo, recuerdos de mujeres que no me han mirado a los ojos mientras las he hablado, de pobres excusas para huir de mi lado y de llamadas nunca atendidas ni respondidas. Mujeres por las que en algunos casos sentía interés amoroso o simplemente amistoso y que con esa actitud maleducada que ellas creían conveniente me estaban diciendo que no les interesaba mi compañía. No me considero una persona pesada y cada vez que he notado estas actitudes me he apartado de en medio, pero con el cabreo y la impotencia de sentirme tratado como un pedazo de basura cuando creía poder darles algo bueno. Lo cierto es que siempre es mejor decir las cosas abiertamente antes que hacer la táctica de la avestruz y esconder la cabeza hasta que todo se arregle, porque la verdad puede ser incómoda pero es un trago rápido y más digerible que una indiferencia eterna y que solo origina veneno.


Ahora me he visto con este caso, a medio camino de la verdad incómoda y la indiferencia venenosa y tras un instante de cabreo y de ganas de soltar cuatro frescas, recriminando un comportamiento tan lamentable hacia alguien que va de buenas y trata de ayudar, he decidido no hacer nada, dejarlos a su bola y no dirigirles más que los saludos de cortesía. Así tendrán lo que quieren hasta que se marchen a finales de mes y probablemente no les vea nunca más. En Internet se usa mucho el término de “no alimentar al troll”, de no andar a la gresca con aquellos que busquen bronca y de ignorarlos y creo que es la mejor solución para evitar peleas que no van a solucionar nada y que pueden incluso empeorar las cosas. Todos cometemos gilipolleces o nos comportamos de forma injusta con alguien y no es sino con la edad cuando se va reduciendo la crueldad hacia los extraños, cuando vamos comprendiendo nuestras propias debilidades y acusamos menos a los otros por ellas. Estos chavales tienen una década para llegar a donde estoy ahora y bastante mierda que tragar por el camino, para que vayan entendiendo ciertas cosas y quizá algún día se vean en la misma situación, tratando de ser buenos con alguien que les desprecia sin merecerlo. Quizá en ese momento se acuerden de esas miradas cómplices que un día celebraron el desprecio al gafotas friki que les daba tanto el coñazo y que tanta gracia les hacía. Quizá entonces comprendan este momento de la película "El indomable Will Hunting", que ayudó a que el recién fallecido Robin Williams se llevara el Oscar.

miércoles, 6 de agosto de 2014

"Begin again". Música para elevar espíritus



Conocido es el dicho que asegura que la música es capaz de amansar a las fieras, como muestra del poder de la música para conectar con nuestras emociones de una forma más profunda e intensa que las palabras. Eso es algo que ha aprovechado el cine para reforzar con la música lo que cuentan las imágenes de las películas, desde los tiempos del cine mudo con el acompañamiento musical como único apoyo de lo que se veía en pantalla hasta los actuales, donde se siguen usando músicas alegres, tristes o intrigantes según lo que se quiera transmitir.


El irlandés John Carney, tras unos años como bajista en un grupo,  debutó en el cine hace unos años con “Once”, una película que hizo las delicias de muchos a la hora de retratar a una pareja de músicos  que sobreviven en las calles de Dublín, llegando incluso a ganar el Oscar a la mejor canción. Ahora ha cambiado Dublín por Nueva York a la hora de ambientar su nueva historia, también marcada por el poder de la música, que habla de las rupturas y reconstrucciones que tienen lugar en nuestra vida.


Novios desde el instituto, la pasión por la música lleva a la británica Gretta (Keira Knightley) y a su novio Dave (Adam Levine) hasta Nueva York. Pero cuando él, una vez alcanzado el éxito y la fama, la abandona, ella se queda completamente desolada. Una noche, un productor de discos (Mark Ruffalo) recién despedido, la ve actuar en un bar de Manhattan y queda cautivado por su talento y la propone grabar un disco, algo que ella, aún dolida por la ruptura, no se había planteado.


Si en “Once”, Carney hablaba del enamoramiento de dos músicos callejeros, en “Begin again” habla, entre otras cosas, del distanciamiento de los músicos al llegar al éxito (seguramente inspirado por la realidad, ya que la pareja de “Once”, que también lo fueron en la vida real, se separaron al no poder digerir el éxito de la película). Dave y Gretta parecen la pareja perfecta, son jóvenes, guapos, se entienden a la perfección y él canta las canciones que ella le escribe, lo que lleva a firmar un jugoso contrato con una discográfica. El inicio del éxito de Dave y el progresivo arrinconamiento de Gretta será lo que les separe. Por su parte, Dan es un productor musical que ha perdido la fe en lo que hace, incapaz de encontrar un sonido que le inspire hasta que la casualidad le pone ante las narices el talento de Gretta, acostumbrada a estar en la sombra y que con Dan tendrá la opción de llevar a cabo algunos de sus sueños. A ambos les une la inspiración artística y la desesperación, que irá construyendo una amistad que les hará replantearse muchas cosas.


“Begin again” es una película musical, aunque no un musical al uso, pues aquí los actores no se ponen a bailar de repente ni les siguen decenas de extras que casualmente interpretan la misma coreografía con gran precisión. Lo que sí hay es varios momentos de interpretación de las canciones que Gretta compone y canta para el disco que Dan le produce y que son interpretadas en varios rincones de Nueva York, grabadas al aire libre, con los ruidos  y el ritmo de la ciudad como fondo sonoro. Y es la propia Keira Knightley quien canta las canciones, sin dobles, defendiéndose bastante bien y con una voz bonita.



Además de cantar, Knightley deja por un momento los personajes de época en los que se ha especializado y aunque aquí se lleva su parte de drama, tiene la oportunidad de interpretar a un personaje más luminoso y relajado que la mayoría de los roles que ha hecho hasta ahora. Así que cambia corpiños y enaguas por pantalones anchos y vestidos veraniegos para lucir un aspecto acorde con la chica tímida de inquietudes artísticas que trata de encontrar su hueco. Ella y Mark Ruffalo (un buen actor muchas veces relegado a papeles secundarios de los que saca todo lo posible por mala que sea la película y que ahora tiene la oportunidad de ser al fin reconocido por el gran público por su intervención como Hulk en “Los vengadores”) hacen un buen trabajo y logran una gran química entre sus personajes, dos seres heridos que tienen la oportunidad de empezar de nuevo y de crecer gracias al otro. Pero además de Knightley y Ruffalo, el resto del elenco está a la altura de las circunstancias, incluido un Adam Levine en el que yo no confiaba mucho y que sabe componer con acierto un personaje que podría haber sido el capullo de manual, pero que tiene más aristas.




Sin embargo, a la película se le puede reprochar no dar un poco más de relevancia a la mujer e hija del personaje de Ruffalo (bien defendidas por Catherine Keener y Hailee Steinfeld), de las que se echa en falta saber un poco más y acaban definidas en pocos trazos. Un defecto que sin embargo no acaba afectando a que la película deje un buen sabor de boca con una historia que mezcla con acierto comedia y drama y suena auténtica, sin que las emociones parezcan recalentadas. Un problema éste de muchas películas que al querer ponerse emocionales acaban siendo tópicas. 


“Begin again” es una buena película para degustar en un verano marcado siempre por las superproducciones que tanto se parecen entre sí y que además tiene una banda sonora para escuchar más de una vez. Yo, de hecho, la he estado escuchando mientras escribía esta entrada, reviviendo escenas y sensaciones según la canción. Cosas de ese poder inefable que tiene la música.