miércoles, 30 de septiembre de 2015

Recordando un viaje por la Toscana: Florencia

Me dispongo a dar fin a este monográfico sobre mi viaje a las ilustres tierras toscanas. Y quiero darle fin con Florencia, la joya de la corona de la región, una ciudad que merece muy mucho la gran fama que tiene. Florencia es una de esas ciudades, ya sea por su cercanía con España, ya sea por su indudable valor artístico y arquitectónico, que ha visitado todo quisque. Gente que apenas ha salido de su casa ha pasado por Florencia, en excursiones del instituto o en viajes familiares, así que decidí no ser menos y unirme a ese grupo. En muchas ocasiones el tópico supera la realidad y hay lugares que tienen una fama que sobrevalora sus verdaderos atributos, ese no es el caso de Florencia.

Tras llegar a la estación de Santa María Novella en un tren lleno de turistas de diversa procedencia (de hecho tuve que ir sentado en unas escaleras ante la imposibilidad de encontrar un asiento), a los pocos pasos me encontré con la iglesia del mismo nombre, de color y portada similares a las construcciones religiosas de la zona.


Callejeando por la ciudad enseguida me encontré con la principal edificación de la ciudad (y la más impresionante), su Catedral. Desde las callejuelas que la circundan ya se dejan ver partes de una enorme mole de mármol blanco con franjas verdes. Pero la mayor impresión se la lleva uno cuando llega a la plaza en la que está situada y se halla de bruces ante ella, la vista es de las que se te quedan grabadas. Por su gran tamaño, resulta imposible sacar una fotografía general por lo que el retratista tiene que conformarse con plasmar sus ángulos por separado. Algo digno de verse in situ.
 
 

 
 
 

Florencia es una ciudad que respira arte por los cuatro costados y por ello es difícil no dar dos pasos sin encontrarse con algún motivo de interés. Entre los más destacados tenemos la Iglesia de Santa Croce (en la cual se desmayó el novelista Stendhal en el siglo XIX, dando lugar al síndrome del mismo nombre que se produce cuando uno pierde la consciencia ante la exposición a una gran belleza), donde se encuentran las tumbas de Miguel Ángel, Galileo y Maquiavelo, o la Piazza Della Signoria, centro político florentino desde el siglo XIV.


En esta plaza se encuentra el Ayuntamiento de Florencia, situado en el Palazzo Vecchio. Desde la torre de la campana se convocaba a los ciudadanos a las asambleas y se les alertaba de ataques enemigos, incendios o riadas. En la plaza y la adyacente galería de los Uffizi también se hallan varias réplicas de estatuas del Renacimiento (siendo el David de Miguel Ángel la más famosa de ellas).
 










 
Pasando la citada galería uno se encuentra de bruces con el río Arno, que parte la ciudad en dos, y con otro de los grandes monumentos de la ciudad, el Ponte Vecchio. Este es el puente de piedra más antiguo de Europa y el único de Florencia que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día alberga varias joyerías, además de deparar unas vistas estupendas del río y la ciudad.
 











Dejando el puente y volviendo a la ciudad, nos encontraremos con la Florencia medieval, donde se ubica la casa de Dante Aligheri (autor de "La divina comedia"), así como diversas callejas empedradas que dan la impresión de ir a albergar de un momento a otro la emboscada de algún espadachín (especialmente si se visitan al anochecer). Al otro lado del río se encuentra el Palazzo Pitti (que ocupó la ilustre familia de los Medici durante generaciones) y la Florencia más reciente, con esas casas dignas de película neorrealista.
 










Y hablando de anocheceres, allí tuve la oportunidad de presenciar uno de los anocheceres más bonitos que nunca he visto. Me pilló en la zona del Ponte Vecchio y no dudé en acercarme al puente para captar esa sinfonía de colores rosáceos y anaranjados del crepúsculo. Fueron tan sólo unos instantes los que tardó el Sol en ocultarse tras las colinas toscanas, pero el efecto de la luz poniente sobre el cielo, el río Arno y las casas de alrededor fue bellísimo. No sólo yo, sino que muchos más sacaron unas cuantas fotografías del instante.
 





Y de esas fotografías quiero destacar una, por ser una imagen que la casualidad quiso que pudiese tomar. Se trata de una muchacha joven viendo el atardecer al borde del puente en una imagen que puede parecer un posado pero que fue una feliz coincidencia, ya que justo la zona en la que estaba quedó despejada de gente durante un momento y vi la ocasión de sacar una instantánea (sin que ella supiera que estaba siendo retratada) de esas que llenan tu pequeño orgullo de fotógrafo. No puedo negar que más de una vez he pensado qué habrá sido de la muchacha de la foto con el paso de los años, a qué habrá dedicado su vida y qué cosas le habrán sucedido, como si al salir en una foto hecha por mí yo empezara a estar concernido por su destino. Una sensación curiosa.
 

Y quiero concluir mi repaso a ese periplo toscano con alguna de las fotos que pude sacar aquella noche, de cosas que me llamaron la atención, como una estatua ecuestre que tenía una mirada inquietante, una escultura tapándose la nariz en un callejón que apestaba a orines y basura, una estatua del insigne pensador Nicolás Maquiavelo, un anuncio de comida para perros y gatos que aprovechaba para mostrar ciertos niveles de desnudez humana y el anuncio de una exposición dedicada al pintor Caravaggio, que aproveché para hacerme un selfie (años antes de que se pusiera de moda, así que no puedo negar que ya haya practicado esa costumbre) que potenciara ese ojo presa de una gran pasión con alguna expresión chorra por mi parte.









Al día siguiente regresé a Pisa y desde allí de regreso a España tras pasar una semana de lo más disfrutada, en el que ha sido hasta el momento mi último viaje al extranjero. Espero poder volver a hacerlo en breve, pues aunque admito que quizá no fuera capaz de vivir fuera de los españolismos, siempre se agradece cruzar la frontera y apreciar otras latitudes y otras formas de ver la vida.