viernes, 26 de junio de 2015

Historia de B... (2ª parte)

B… había actualizado su blog. En esta ocasión hablaba de unos días pasados en un complejo turístico junto a una amiga que celebraba su cumpleaños y mostraba fotos de ella misma en vestidos ligeros y bikini. Incluso en una de ellas aparecía con una máscara de cabeza de tigre que le cubría la suya propia y que le hacía parecer una extraña mixtura de mujer y criatura, al estilo de las divinidades antiguas.



Lo cierto es que ya era verano. Las calles despedían calor desde el asfalto recalentado por un persistente Sol y la gente trataba de aliviarse como podía en sus ropajes. A él no le gustaba presenciar ese espectáculo de hombres vestidos como si estuvieran en su casa, con camisetas, bermudas que semejaban calzoncillos largos y chancletas, que le traían a la mente imágenes asociadas a habitaciones mal ventiladas y sudorosas. Incluso en lo más insoportable de la canícula él llevaba pantalones largos y zapatos, porque era consciente de que hacía calor, pero no por ello había que perder cierto sentido de la elegancia. Sin embargo, era más indulgente en la indumentaria femenina y disfrutaba observando la cantidad de piel que quedaba al descubierto y las dos maneras de vestirse que ellas mantenían. Estaba la apretada (con tops ajustados y escotados y shorts, que podían dejar al descubierto un trozo de las nalgas de las menos vergonzosas) y la suelta, con camisetas holgadas que podían dejar un hombro al aire y disimular la ausencia de ropa interior y pantalones y vestidos anchos que estimulaban el movimiento de las carnes de los traseros, creando un ambiente de culos vibrantes y pechos bamboleantes. Ya le gustaría a él ir del brazo de alguna de ellas y tener la promesa de acceder a alguno de los encantos que se veían o que aún permanecían ocultos, pero se tenía que conformar con mirar. Y esa noche salía de fiesta con los compañeros del trabajo, así que el espectáculo sería aún mayor.

No le gustaba mucho salir con la gente con la que trabajaba, porque para alguien de sus convicciones compartimentadas suponía mezclar universos que podían no ser compatibles. Sabía de que muchos eran aficionados a liarse con sus colegas de profesión y de la gran cantidad de ligues que se producían entre aquellos que compartían el mismo espacio durante tantas horas al día, pero no era lo suyo. Alguna vez había notado interés por parte de compañeras, pero se había limitado a ser lo más correcto posible para no complicar las cosas y no verse envuelto en situaciones embarazosas que afectaran a su trabajo. La mejor manera para saber más de él era no trabajar con él.

El caso es que el ambiente veraniego le había seducido y había decidido unirse al grupo aquella noche, con la esperanza de pasar un rato agradable y, ¿quién sabe?, quizá encontrar a una mujer interesante entre aquel desfile de piel femenina. En su papel de verso libre del grupo, le tocó ser el que sacaba las fotos del resto en la discoteca, en esa maniobra sutil para dejar fuera de la imagen a aquel a quien no se tiene un gran deseo de retratar junto a los demás. Eso lo entendió, pero cuando todos empezaron con los selfies y nadie le invitó a unirse a ellos, decidió que era momento de irse discretamente, pues nadie lo iba a echar en falta. Pasó por el baño para soltar líquido sobrante antes de iniciar el viaje de vuelta a casa y en la cola del baño de mujeres se encontró con una chica que le pidió un cigarrillo. Él le dijo que no fumaba y ella le respondió: “¿por qué estás tan triste?”, que le dejó bastante descolocado. ¿Y eso? ¿A qué venía? “Por qué dices que estoy triste”, preguntó con curiosidad y ella se limitó a decir con indiferencia: “no sé, lo pareces”. Él quiso saber más de aquella pregunta y empezaron a hablar de lo que hacían ambos en aquella discoteca. Ella había ido sola a pasar el rato, se había quedado sin tabaco y tenía ganas de volver a casa, por lo que él no tardó en brindarse para acompañarla, a lo que ella respondió diciendo: “¿no serás un violador? Tienes toda la pinta”, en tono muy serio, poco antes de echarse a reír mientras le daba un golpe amistoso en el brazo, al tiempo que seguía la broma diciendo que por la cara que se le había quedado ya se lo debían haber dicho antes. La verdad es que no le habían dicho nunca algo así, pero había notado el rechazo en otras miradas femeninas cuando ponía sus ojos en ellas, como si emanara de él una sensación de peligro. No tenía un aspecto chistoso, pero era totalmente pacífico, simplemente tenía un semblante serio.

Ya fuera del local, ambos caminaron durante un rato hasta que estuvieron cerca de la casa de ella, que estaba en un lugar bastante céntrico y que le evitaba pasar una hora en transporte público cuando quería ir al meollo de la ciudad. El paseo había sido agradable y él había sabido que ella se llamaba Martina, que era de una ciudad del sur (como ya denotaba su acento) y que estaba estudiando Psicología y dando clases para mejorar su inglés. Martina era rubia y llevaba el pelo cortado al estilo de la actriz Jean Seberg, de hecho sus rasgos eran muy similares al de la intérprete de “Al final de la escapada”, aunque parecía un poco mayor para ser estudiante, él le echaba más o menos su edad, por encima de los 30. Al preguntarle por los años ella se había escabullido diciendo que si su madre no le había enseñado que era de mala educación preguntar la edad a las mujeres, con el mismo tono entre serio y burlón que había demostrado antes al acusarle de parecer un violador. Una vez que llegaron a su portal, de esos con barrotes de bruñido acero que buscan darle un toque más señorial al edificio, él creyó que era el momento de decirle adiós y pensaba en que igual podría pedirle su número de teléfono cuando ella volvió a dejarle descolocado cuando le preguntó: “¿Quieres subir?”. Y como le vio dudar, Martina sonrió mientras decía si tenía miedo de que le violaran a él. Antes de que pudiera reaccionar más que con una risa tonta, ella abrió la puerta y le cogió de la mano para llevarle adentro.
 
Mientras subían en el ascensor de estilo tan antiguo y similares barrotes a los del portal y ella le daba paso a su casa y se la enseñaba brevemente, él no sabía qué sentir. No temía que le violaran, pero le daba cierto reparo subir a la casa de alguien a quien acababa de conocer y encontrarse con alguien no deseado, al tiempo que le excitaba que aquella chica tan atractiva estuviera siendo tan simpática con él y le invitara a su casa, quizá con la promesa de un encuentro sexual. Los rollos de una noche no eran lo suyo, pero esos días de estío estaba bajo el influjo de Eros y le motivaba el cuerpo y la forma de actuar de Martina, así que se dejó llevar. Ella le invitó a una bebida y tras un rato de charla sobre las clases que cursaba decidió robarle un beso en el momento más inesperado, que a él le pilló casi en el momento en que tragaba un sorbo. “Qué bien sabes”, dijo antes de volver a cogerle de la mano y conducirle al dormitorio. Aunque toda la sangre se estuviera reuniendo urgentemente lejos de su cerebro, él fue consciente de lo que iba a pasar a continuación.
 
Y vaya si pasó. Ella se quitó rápidamente el top y la falda larga que llevaba, sin nada más debajo y salió de la habitación camino del baño diciendo "Ven, que te voy a limpiar". Él siguió sus órdenes, se quitó la ropa mientras oía el ruido de la ducha y pensó en que no estaría nada mal terminar la noche con un polvete en el baño, algo que no había hecho todavía. Ella le recibió en la ducha con un beso y pudo comprobar que Martina sabía a tabaco, un hecho menos agradable de lo que le había a él dedicado momentos antes, pero prefirió disimular su desagrado por lo que le estaba reservado. Sin embargo, estaba claro que el beso no era el fuerte de Martina, que abría mucho la boca y metía lucha lengua, cuando lo que le gustaba a él era lo contrario, así que sacó su boca de ahí y se dedicó a explorar su cuerpo bajo los efectos del agua caliente. Su torso, sus piernas y su culo estaban bastante bien torneados y fuertes, sin duda esa chica pasaba tiempo en el gimnasio, aunque la dureza no quitaba que su piel fuera muy suave y encontró placer en acariciarla. Su pecho tenía un tamaño interesante, ni grande ni pequeño, con unos pezones saltones que se endurecían con rapidez. Su pubis era peludo y eso le estimuló bastante, detestaba la falta de vello en esa zona que hacía que las mujeres parecieran muñecas, de modo que optó por agacharse y demostrar lo que él podía hacer con su lengua. Ella soltó un pequeño gemido de sorpresa que le dio ánimos para seguir adelante y no paró hasta que Martina empezó a temblar y tuvo que sentarse porque sus piernas ya no podían sostenerla. "¿De dónde has salido?" le dijo, con la respiración excitada, mientras que él se limitó a sonreír, como el perro recompensado por su dueño. Solo le faltaba mover el rabo, aunque en cierto modo ya había empezado a hacerlo. Martina le hizo tumbarse en la bañera y se sentó sobre su erección, haciéndole sentir el calor que le salía a borbotones del cuerpo. La pose no era la más cómoda para él y eso le hizo durar un poco más y permitir que ella tuviera tiempo de terminar a gusto antes de hacerlo él, que en ese mismo instante sintió inquietud por las consecuencias de eyacular dentro de una mujer sin usar protección, para él era su primera vez. Ella pareció leerle la mente: "Te dejo correrte dentro porque tomo la píldora, no te creas que ando buscando un hijo tuyo. Y estoy sana, no se te caerá el pito. Espero que tú también lo estés, aunque no tienes pinta de follar mucho por ahí". Esta vez él se rió abiertamente, ya empezaba a conocer el particular sentido del humor de la chica. Sin embargo, ella prefirió lavarse acto seguido sus partes en el bidé de al lado de la bañera. Ese fue el resorte que rompió la magia y que le hizo volver a la realidad, recordándole los mecanismos que venían después del sexo fortuito. Ahora ella empezaría a insinuarle que se fuera, que estaba cansada y tenía mucho que hacer al día siguiente y él se vestiría rápidamente sabiendo que seguramente no se verían más. Así fue, con la diferencia de que Martina le pidió su teléfono antes de que se marchara, para que se vieran otro día. "Mira, eso no estaba tan mal, había segunda oportunidad para un rato sexy", pensó.
"¿Sabes que eres más atractivo sin ropa? Tienes buen cuerpo, si entrenaras un poco estarías tremendo", así quiso zanjar Martina aquel primer encuentro mientras se dirigía a abrir la puerta. Ante el gesto orgulloso de él, ella le bajó un poco los humos: "Es verdad que pareces un violador. Es en lo primero que pensé antes cuando te vi, pero te vi esa mirada triste y sentí ternura, esa mezcla de tío peligroso y achuchable me pone. Pareces un loco, pero eres un osito". "Pues muchas gracias", mejor era eso que lo que le habían hecho sentir otras mujeres. Ninguna se lo había dicho, pero a muchas les resultaba desagradable, no había más que ver su forma de reaccionar ante él, dándole los besos de saludo con ganas de apartarse lo antes posible, la indiferencia en el trato y la falta de efusividad antes de despedirse. Quizá era esa sensación inquietante que le había transmitido a Martina y que a muchas les tira para atrás. Es verdad que no tenía el aspecto amigable de otros, que con su gesto ya te están recibiendo como si estuvieras en tu casa, pero él no era malo, solo quería que le quisieran. Con la puerta ya abierta, antes de cruzar el umbral, ella se estrechó contra él y le besó con el habitual uso desmesurado de lengua mientras le agarraba del culo, en la versión opuesta de esos chulos de discoteca que se las dan de macho alfa. A él no le importaba sentirse dominado en ese tipo de situaciones, más bien al contrario, le gustaba que tomaran la iniciativa para seguir él hacia adelante. Pero el orgasmo ya le había dejado relajado y no tenía ganas de más. "Hablamos", dijo él mientras abría el ascensor de barrotes. "Yo te llamo, violador", se despidió ella mientras sonreía.
De vuelta a la calle, la noche de verano continuaba. Unos cuantos se volvían a sus casas, algunos pletóricos, con la fiesta en el cuerpo y otros hechos polvo, arrastrando su cuerpo como podían. Algunas de las princesas enfundadas en sus bonitos vestidos habían optado por andar descalzas al no aguantar más los tacones y las más previsoras habían llevado las zapatillas de andar por casa para evitar llevarse en los pies toda la porquería del suelo. Todo tenía ya el aire de cumplir ese viejo adagio en latín que decía "post festum, pestum", así que optó por irse también a casa, mientras revivía una y otra vez los detalles de lo que acababa de pasar.
 
Esa Martina era una tía realmente sexy, tenía un cuerpo estupendo y además tenía ese punto pícaro y juguetón que le ponía tanto. No era hombre de rollos de una noche, pero ese había valido la pena. ¿De verdad ella querría volverle a ver? Esperaba que sí, al menos él estaba deseando volver a repetir aquello. Echó un vistazo al móvil, más por acto reflejo, por ver si ella le había dejado un mensaje para recordarle el buen rato que acababan de pasar. No había nada, pero mirar la pantalla le recordó esos mensajes que había recibido del gabinete de tarot, los que le decían que abriera los ojos pues alguien estaba a punto de entrar en su vida. ¿Sería esa chica que le encontraba triste?
(Continuará)

viernes, 19 de junio de 2015

Historia de B... (1ªparte)

Así que ya estaba con otro. “Finalmente, se confirma que B… ha caído en los brazos de D… La actriz fue sorprendida llegando al domicilio de D… por la noche y no salió hasta la mañana siguiente, llevando la misma ropa y con el pelo más despeinado. No cabe duda de que B… ya ha superado su última ruptura y tras unos meses de soledad ha vuelto a encontrar el amor de nuevo”. Esa era la noticia, escrita con el habitual tono relamido de cuento de hadas de baja estofa que usan la mayoría de publicaciones cuando de relaciones de famosos se trata. Lo que estaba por determinar era si aquello iba a alguna parte o si simplemente era un divertimento para B… y D…, de esos que les gustaban a tantas personas y que él no comprendía. ¿Cómo les podía resultar tan fácil? Él no era capaz de irse con cualquiera para pasar una noche y luego seguir con su vida como si nada hubiera sucedido, como si ese momento de pasión fuera un desahogo, como el de esos animales que después de olfatearse los genitales y comprobar que hay necesidad, se montan durante un rato y luego continúan con sus cosas. Si a él le gustaba alguien lo suficiente no podía pensar en mantener ese tipo de relación, quería algo más, quería que aquello fuera más allá. “¿Pero no hay mujeres que simplemente te ponen y te cepillarías sin más?”, le habían dicho alguna vez al exponer sus ideas y claro que las había, pero prefería no dar ese paso porque sabía que luego se sentiría mal, sentiría que las estaba usando como mascotas sexuales, que las quería fuera de su vida momentos después del orgasmo y eso no le daba bienestar, más bien le daba la idea de que se comportaba como un cabrón. “Ellas a veces solo quieren divertirse, no te creas que andan buscando matrimonio a la primera de cambio”, le habían respondido a esta objeción, a lo que él había replicado que tampoco le valía, que entonces el que se sentiría usado sería él. Tenía convicciones de señorita tradicional, es posible, pero antes que recurrir a los rollos de una noche prefería la prostitución, donde todo estaba más claro desde el principio.

Lo cierto es que parecía que B… estaba con D… Ese inicio tenía el sello de B…, que primero era sorprendida saliendo de casa de otro y no pasaba mucho tiempo hasta que eran pillados paseando de la mano por la calle. Y como el verano estaba a punto de empezar, no tardarían mucho en ser fotografiados pasando un día en la playa, como le había sucedido con otros de sus ligues. La decepción le recorrió el cuerpo, una vez más ella había empezado a salir con un tontaina, en este caso un cómico televisivo, de los que se habían forrado a base de hacer tonterías y cuyos mensajes en las redes sociales eran comentados y repetidos como si fueran palabra de Dios. Qué inmensa estupidez, ¿acaso tenía más razón el lugar común que dijera alguien famoso como él que el razonamiento más elaborado de alguien anónimo? Pero el cómico hacía reír a mucha gente y tenía más valor de cara al público que lo que dijera un solitario corriente como él, aunque también él podía ser gracioso y hacer reír a otros, ya lo había hecho antes. Imaginaba que sería eso lo que le habría seducido a ella, una chica que tendía a la melancolía y que necesitaba a alguien que le diera un empujón vital. Eso era lo que le gustaba de ella, ese espíritu apacible por fuera y tempestuoso por dentro que tan atractivo le parecía por identificarse con ese modo de ser. También ayudaba que la chica era muy guapa y tenía buen cuerpo, no lo podía negar, pero había muchas bien parecidas que estaban vacías y que no le interesaban igual. Él la entendía, sabía a qué se debían las cuitas que confesaba en entrevistas, que a veces le hacían ruborizarse y le daban un toque encantador, de donde nacían sus inquietudes y que él podía ayudarle a superarlas. Aunque sus mundos estaban muy distantes, él sentía que estaban destinados a encontrarse y que ella ya no tendría que estar con lechuguinos que solo se le acercaban por su físico y que la dejaban cuando descubrían que no podían hacer nada con esa forma de ser tan cambiante y contradictoria.

Pero en ese momento le asalta la duda. Al fin y al cabo, ¿quién era él para censurar a nadie? Un tipo vulgar que pasaba por el mundo de puntillas, al que nadie hacía caso, de los que podría morirse y tardarían semanas en localizarle, pues nadie le contactaba si él no lo hacía antes. No siempre había sido así, él había sido popular en su momento, sus años de juventud. Eran tiempos en los que estaba en el tiempo de la despreocupación, con la gente tratando de descubrir quién era y buscando metas ambiciosas. Un tiempo en el que todo parecía posible y en el que las alegrías y las desgracias se sentían con el doble de intensidad, por pueriles que fueran. Un tiempo en el que las mujeres le consideraban un hombre atractivo y tuvo ocasión de intimar con alguna de ellas y de llegar a fantasear en cómo sería su vida en común con los años, en hacer combinaciones del nombre de sus hijos juntando sus apellidos. Pero, apenas una década más tarde, todo aquello ya solo eran recuerdos. Esa gente de su generación había sido hecha presa del abatimiento y la mediocridad y se había empezado a parecer a sus padres, pensando en que se tenían que ir pronto a casa a ver el reality show o la serie española de turno, que les anestesiara para poder dormirse y empezar un nuevo día igualmente mediocre, soñando con unas vacaciones que les proporcionaran una huida momentánea. ¿Qué había pasado con los espíritus inquietos que había conocido, cuándo se los habían cambiado por esos esclavos resignados de los que se burlaban en su momento? Las sociedades no degeneran, son sus miembros los que lo hacen con los años.

Quizá por eso le gustaba B..., porque estaba en esa franja de edad que él recordaba como el paraíso terrenal, esa edad que invita a la búsqueda y la experimentación, al inconformismo y a la caza de respuestas. Esa edad en la que no importa la actualidad informativa, ni lo que den en televisión para entablar una conversación, porque las fuentes del conocimiento están por otro lado. A ella le gustaba mucho el cine y la lectura y pasar los domingos en casa pensando en sus cosas, algunas de las cuales reflejaba en ocasiones en su blog, patrocinado por una firma de moda que a veces le hacía pasar el peaje de realizar glamurosos posados con ropa y complementos de las grandes marcas que vestían sus bellas formas. Recordaba una entrada en la que ella había hablado de una calurosa noche en la que salió con un vestido floreado de verano y había estado en una de esas terrazas ubicadas en las azoteas de los edificios. Allí arriba se deleitaba con las vistas mientras sentía el paso de la brisa por el interior del vestido, haciéndola consciente de su cuerpo y erizándole la piel. Le recordaba a aquella vez, años atrás, en la que él salió a cenar un día de julio con aquella chica tan guapa que se había pintado las uñas de los pies del color que él le había confesado que era su favorito. Aún conservaba la foto que tomó de aquellos pies y sin embargo no tenía ninguna de la cara de la chica, que siempre había sido reacia a posar con su rostro, un rostro hermosísimo que mataría de envidia a la mayoría de sus compañeras de sexo. Hacía mucho tiempo que había perdido su pista, un día dejó de saber de ella y ahora solo tenía recuerdos y aquella foto de aires fetichistas. El caso es que se parecía mucho a B…, hasta se ruborizaba de la misma manera tan adorable, que entraban ganas de besarla y no le costaba imaginarla con el mismo vestido de verano. Como le hubiera gustado a él estar allí con ella, acariciándole el cabello y los brazos y piernas llenos de lunares, alterados por el aire. Y luego ir a su casa y pasar allí la noche, sentirse amado y olvidarse de todo lo demás, que no es más que ruido que nos distrae de lo que de verdad importa. Pero él estaba fuera del alcance de ella, no tendría la opción de hacerla feliz y tendría que conformarse con fantasear en esas noches de verano que ya llegaban y que para él iban a ser igual de intrascendentes que las de invierno.






Pero esos días estaba sucediendo algo extraño. Él había empezado a recibir mensajes en su teléfono de un servicio de tarot que le iban diciendo cosas que engarzaban perfectamente con lo que iba sintiendo. No creía en esas chafarderías y tampoco sabía cómo habían dado con su número,  pero lo cierto es que eran frases que le dejaban pensativo, sobre todo las dos últimas, recibidas el mismo día con pocas horas de diferencia:

“Te confirmo que una persona entra en tu vida y elimina para siempre esa soledad que llevas tanto tiempo padeciendo”.
“La persona se acerca y es demasiado importante para ignorarlo. Debes estar alerta. Abre los ojos, por amor de Dios”.

Esos consultorios siempre tiran de tópicos para hacer creer a la gente que hablan de ellos mismos, pero lo cierto es que ese tono de voz de la conciencia que tenían los mensajes recibidos le había intrigado. Esperaba no haberse vuelto loco, como esa gente que pasa mucho tiempo sola y empieza a sentir que le llegan mensajes por todos lados, pero en ese caso los enunciados eran tangibles. ¿Sería verdad? ¿Estaría cerca de conocer a alguien que aliviara su soledad? ¿Tendría la ocasión de ser el D… de alguna B…?

(Continuará)


martes, 9 de junio de 2015

Escribir sobre nuestras oscuridades y el caso de Taylor Swift

En algunas ocasiones me salen entradas demasiado oscuras y demasiado tristes y decido no publicarlas, mantenerlas como borradores solo para mis ojos, incorporando el espíritu de diario personal que se escribe para uno mismo y no se comparte con el resto. No es por vergüenza ni apuro, simplemente hay algunas entradas que decido no publicar porque su contenido seguramente me haría perder los seguidores que se pasan por aquí, que quizá se sintieran involuntariamente heridos. El instinto de supervivencia nos hace huir de lo muy dramático, incluso en aquellos que no le tenemos miedo al drama y somos conscientes de que la vida en ocasiones es muy perra, porque si algo oscuro puede atraernos una vez nos acaba produciendo rechazo al final. Sé que el que escribe para un público debe ser audaz si quiere ser realmente bueno y enfrentarse a todo lo que le rodea, incluso ofreciendo puntos de vista poco esperanzadores. Pero como no quiero parecer una plañidera que solo sabe cantar sus desgracias, pues mi vida tampoco es melodramática (tiene los claroscuros de tantas otras), prefiero cortarme y no sacar a la luz ciertas ideas que a veces me acometen con fuerza. Cuando la tentación de ponerme en plan “destroyer” se apodera de mí, antes de publicar nada prefiero pensar en aquel momento de la película “Little Nicky” (comedia tontorrona que es de mis preferidas en el género) en el que el personaje de Adam Sandler, a la sazón hijo del mismísimo Diablo, decide dejar atrás su faceta maligna y liberar el bien, el súper bien y el mega bien.

 
La historia de la creación artística está llena de ejemplos de gente que empezó a idear sus obras para exorcizar sus demonios personales, para tratar de buscar un sentido a aquellas ideas y sensaciones que les atosigaban en la cabeza. El Marqués de Sade necesitaba escribir cosas soeces incluso cuando le internaron por escándalo público y le prohibieron publicar para no perder la razón; Van Gogh pintaba con ese estilo tan suyo a causa de los mismos desórdenes mentales que le llevaron a cortarse la oreja y Hitchcock hizo un cine cargado de fetichismos sexuales y actitudes perturbadas para sublimar sus deseos carnales y violentos. En la música se han creado infinidad de canciones inspiradas por el surgimiento del amor y sobre todo por su fin, porque a los desamores experimentados por los artistas les debemos muchas y muy buenas producciones. Así de repente me viene a la memoria el caso de Eric Clapton, que en "Cocaine" habló de la droga a la que fue adicto en su juventud, mientras que en “Layla” contó la atracción que sentía por Pattie Boyd, la mujer de su amigo, el beatle George Harrison, con la que acabaría entablando una relación cuando ella se separó de Harrison, aunque el sueño no se hizo realidad y la convivencia entre ambos no fue muy fructífera. Y también compuso una canción, "Tears in Heaven" para recordar al hijo que tuvo con otra mujer años después y que murió a los 4 años al caer por una ventana.
 
 
 
 
Podría citar a muchos más creadores influidos por su experiencia vital, pero por ponerme más pop quiero centrarme en un caso que me ha llamado la atención por su precocidad e insistencia. Uno de los ídolos del público joven de hoy día es la estadounidense Taylor Swift, que a sus actuales 25 años ha producido un gran número de canciones inspiradas por la peripecia vivida con sus parejas, casi siempre personajes de la farándula, músicos y actores de edad similar a la suya. Y el caso es que lo suyo ya viene de jovencita, pues en sus inicios ya dio cuenta de lo ocurrido con un novio del instituto.

Con Joe Jonas, uno de los Jonas Brothers, también compartió momentos la señorita Swift, cuya ruptura plasmó en canciones como "Last Kiss".

 
Taylor Lautner, el hombre lobo de las películas de “Crepúsculo”, fue otro de los ligues de Taylor Swift, que dio pie a no pocas bromas sobre su correspondencia de nombres y a "Back to December".



 
Si lo suyo con Lautner le dio para dos canciones, para unas cuantas más le inspiró Jake Gyllenhaal, entre ellas la exitosa "We´re never getting back together" o la menos festiva "All Too Well".

 
 
 
Aquí en España no es muy conocido, pero John Mayer es toda una celebridad al otro lado del océano, no solo por su música, sino también por haber sido pareja de Swift y de Katy Perry, Jennifer Aniston, Jennifer Love Hewitt o Jessica Simpson. La amiga Taylor tuvo a bien dedicarle "Dear John" y otro de sus temas más populares, "I knew you were trouble".

 



Otro ídolo de jovencitas como es Harry Styles, cantante de “One Direction”, está en el origen de algunas de las canciones del último álbum de Swift, como "Style".


 
Todas estas relaciones no se extendieron más allá de unos pocos meses, pero sin duda le han dado buen rédito a la carrera de Taylor Swift, que sigue con sus preferencias faranduleras y ahora anda con el DJ y productor musical Calvin Harris, relación de la que posiblemente ya andará recogiendo ideas y sensaciones para futuros álbumes. Inspiraciones por las que de vez en cuando le hacen ser objetos de bromas, como hizo Ellen DeGeneres en su programa.


Siempre se dice que si quieres escribir y no sabes sobre qué, lo mejor es hacerlo de ti mismo y tus circunstancias, de las que se pueden sacar conclusiones universales y válidas para gente de épocas y orígenes opuestos al del creador. Y de este modo tenemos una gran variedad artística para nuestro disfrute, gracias a que sus autores no quisieron o no pudieron callarse y lo sacaron a la luz. Son este tipo de hechos los que me dan ánimos para seguir escribiendo si pienso que lo que hago no le interesará a nadie o a darle al botón de publicar cuando pienso que quizá se me haya ido la mano. Sin embargo, creo que habrá entradas que seguiré quedándome para mí, como esos enfados que nos entran de repente hacia algo o alguien. Esos que, cuando se pasan y vemos que no valía la pena el disgusto, nos dejan pensando que menos mal que no dijimos nada sobre lo que nos había enrabietado, por la que podríamos haber organizado por una bobada.