En algunas ocasiones me
salen entradas demasiado oscuras y demasiado tristes y decido no publicarlas,
mantenerlas como borradores solo para mis ojos, incorporando el espíritu de
diario personal que se escribe para uno mismo y no se comparte con el resto. No
es por vergüenza ni apuro, simplemente hay algunas entradas que decido no
publicar porque su contenido seguramente me haría perder los seguidores que se
pasan por aquí, que quizá se sintieran involuntariamente heridos. El instinto
de supervivencia nos hace huir de lo muy dramático, incluso en aquellos que no
le tenemos miedo al drama y somos conscientes de que la vida en ocasiones es
muy perra, porque si algo oscuro puede atraernos una vez nos acaba produciendo
rechazo al final. Sé que el que escribe para un público debe ser audaz si
quiere ser realmente bueno y enfrentarse a todo lo que le rodea, incluso
ofreciendo puntos de vista poco esperanzadores. Pero como no quiero parecer una
plañidera que solo sabe cantar sus desgracias, pues mi vida tampoco es melodramática
(tiene los claroscuros de tantas otras), prefiero cortarme y no sacar a la luz
ciertas ideas que a veces me acometen con fuerza. Cuando la tentación de
ponerme en plan “destroyer” se apodera de mí, antes de publicar nada prefiero
pensar en aquel momento de la película “Little Nicky” (comedia tontorrona que
es de mis preferidas en el género) en el que el personaje de Adam Sandler, a la
sazón hijo del mismísimo Diablo, decide dejar atrás su faceta maligna y liberar
el bien, el súper bien y el mega bien.
La historia de la
creación artística está llena de ejemplos de gente que empezó a idear sus obras
para exorcizar sus demonios personales, para tratar de buscar un sentido a
aquellas ideas y sensaciones que les atosigaban en la cabeza. El Marqués de
Sade necesitaba escribir cosas soeces incluso cuando le internaron por
escándalo público y le prohibieron publicar para no perder la razón; Van Gogh
pintaba con ese estilo tan suyo a causa de los mismos desórdenes mentales que
le llevaron a cortarse la oreja y Hitchcock hizo un cine cargado de fetichismos
sexuales y actitudes perturbadas para sublimar sus deseos carnales y violentos.
En la música se han creado infinidad de canciones inspiradas por el surgimiento
del amor y sobre todo por su fin, porque a los desamores experimentados por los
artistas les debemos muchas y muy buenas producciones. Así de repente me viene
a la memoria el caso de Eric Clapton, que en "Cocaine" habló de la droga a la que fue adicto en su juventud, mientras que en “Layla” contó la atracción que
sentía por Pattie Boyd, la mujer de su amigo, el beatle George Harrison, con la que acabaría entablando una relación cuando ella se separó de Harrison, aunque el sueño no se hizo realidad y la convivencia entre ambos no fue muy fructífera. Y también compuso una canción, "Tears in Heaven" para recordar al
hijo que tuvo con otra mujer años después y que murió a los 4 años al caer por una
ventana.
Podría citar a muchos
más creadores influidos por su experiencia vital, pero por ponerme más pop
quiero centrarme en un caso que me ha llamado la atención por su precocidad e
insistencia. Uno de los ídolos del público joven de hoy día es la
estadounidense Taylor Swift, que a sus actuales 25 años ha producido un gran número
de canciones inspiradas por la peripecia vivida con sus parejas, casi siempre
personajes de la farándula, músicos y actores de edad similar a la suya. Y el
caso es que lo suyo ya viene de jovencita, pues en sus inicios ya dio cuenta de
lo ocurrido con un novio del instituto.
Con Joe Jonas, uno de
los Jonas Brothers, también compartió momentos la señorita Swift, cuya ruptura plasmó en canciones como "Last Kiss".
Taylor Lautner, el
hombre lobo de las películas de “Crepúsculo”, fue otro de los ligues de Taylor
Swift, que dio pie a no pocas bromas sobre su correspondencia de nombres y a
"Back to December".
Si lo suyo con Lautner
le dio para dos canciones, para unas cuantas más le inspiró Jake Gyllenhaal,
entre ellas la exitosa "We´re never getting back together" o la menos festiva "All Too Well".
Aquí en España no es
muy conocido, pero John Mayer es toda una celebridad al otro lado del océano,
no solo por su música, sino también por haber sido pareja de Swift y de Katy
Perry, Jennifer Aniston, Jennifer Love Hewitt o Jessica Simpson. La amiga Taylor tuvo a bien dedicarle "Dear John" y otro de sus temas más populares, "I knew you were trouble".
Otro ídolo de
jovencitas como es Harry Styles, cantante de “One Direction”, está en el origen
de algunas de las canciones del último álbum de Swift, como "Style".
Todas estas relaciones
no se extendieron más allá de unos pocos meses, pero sin duda le han dado buen
rédito a la carrera de Taylor Swift, que sigue con sus preferencias faranduleras
y ahora anda con el DJ y productor musical Calvin Harris, relación de la que
posiblemente ya andará recogiendo ideas y sensaciones para futuros álbumes.
Inspiraciones por las que de vez en cuando le hacen ser objetos de bromas, como
hizo Ellen DeGeneres en su programa.
Siempre se dice que si
quieres escribir y no sabes sobre qué, lo mejor es hacerlo de ti mismo y tus
circunstancias, de las que se pueden sacar conclusiones universales y válidas
para gente de épocas y orígenes opuestos al del creador. Y de este modo tenemos
una gran variedad artística para nuestro disfrute, gracias a que sus autores no
quisieron o no pudieron callarse y lo sacaron a la luz. Son este tipo de hechos
los que me dan ánimos para seguir escribiendo si pienso que lo que hago no le
interesará a nadie o a darle al botón de publicar cuando pienso que quizá se me
haya ido la mano. Sin embargo, creo que habrá entradas que seguiré quedándome
para mí, como esos enfados que nos entran de repente hacia algo o alguien. Esos
que, cuando se pasan y vemos que no valía la pena el disgusto, nos dejan
pensando que menos mal que no dijimos nada sobre lo que nos había enrabietado,
por la que podríamos haber organizado por una bobada.
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