lunes, 30 de marzo de 2015

"Perdiendo el Norte": La lágrima tras la sonrisa

Estos días está en los cines de todo el país la película “Perdiendo el Norte”, una comedia sobre unos españoles que tratan de buscarse la vida en Berlín ante la falta de oportunidades laborales que sufren en nuestro país. Una película que satiriza el fenómeno de programas tipo “Españoles por el mundo” que muestran siempre la cara más amable de la inmigración al extranjero, con gente que cuenta las excelencias de estar en tal o cual país, obviando las dificultades de ser un inmigrante obligado a empezar de cero en un lugar en el que no tiene por qué ser bien recibido y casi siempre obligado a tragar mucha mierda, mientras en el fondo desea volver a su lugar de origen.







La película no deja de ser una comedia para llegar al mayor público posible, así que se liman las aristas más incómodas y se da mayor espacio a las humoradas y las relaciones sentimentales. Sin embargo, sí que se apunta a ciertas actitudes sobre la inmigración, las buenistas y las negativas, las de aquellos que enseguida se tragan que en otros países se vive mejor que en España y las de los que piensan que como en casa en ningún sitio, que por ahí fuera se nos considera una raza inferior, quizá porque así hemos visto a los inmigrantes de otros países. Con motivo del estreno de la película, han aparecido nuevos reportajes sobre los españoles que se han ido a vivir a Alemania y algunos siguen cayendo en el modelo de que si sales y te esfuerzas lo tienes todo hecho

http://www.finanzas.com/xl-semanal/magazine/20150308/generacion-1960-generacion-2015-8204.html

El tema de la inmigración española ha sido tocado previamente por otras películas que se han convertido en cintas muy populares. Una de ellas es "Un Franco, 14 pesetas", dirigida y protagonizada por Carlos Iglesias, en la que contaba la inmigración de muchos españoles a Europa en los primeros años 60, en una de las muchas crisis que ha tenido este país.


Y probablemente la más popular de las películas españolas sobre inmigración sea "Vente a Alemania, Pepe", dirigida por Pedro Lazaga (responsable de buena parte de lo que hoy llamamos "españoladas", esas cintas de humor cañí producidas en el franquismo) a principios de los 70 con Alfredo Landa, José Sacristán o Antonio Ferrandis en el reparto. Allí se hablaba también de alguien que deja el pueblo fascinado por el relato que le hace un paisano que ha emigrado a Alemania


A pesar de su carácter de comedia popular, también aquí hay ciertos apuntes críticos sobre la situación del país, algo que sorprende más si tenemos en cuenta que por aquel entonces España seguía bajo el régimen franquista y la crítica política estaba prohibida. Sin embargo, se desliza alguna que otra puyita a un régimen que se vanagloriaba y hacía propaganda de haber levantado el país mientras muchos de sus habitantes pasaban necesidad. Vamos, lo que sigue pasando hoy día.


Yo ya las pasé canutas para encontrar un trabajo antes de empezar la crisis mientras era testigo de cómo otros menos preparados, pero que caían más en gracia, se quedaban con ellos, en una metáfora aplicable a la vida en general. Y el vivir ciertas cosas te hace ser escéptico cuando ves esos postureos que suelen emprender otros para hacerse propaganda y disimular sus miserias, como muchos que emigran para fregar suelos y aparecen en estos reportajes de "de donde seas por el mundo" aparentando que han cumplido su sueño. Porque lo más triste del caso es que muchas veces tiene mayor importancia la imagen que des, más allá de lo que seas, transmitir triunfo conecta con ese instinto de supervivencia de la especie y te hace ser más deseado por los otros. Yo eso lo entiendo, nuestro instinto nos hace despreciar la sobredosis de drama, pero a pesar de todo el drama forma parte de la vida. No hay que regodearse en ello, pero tampoco ocultarlo como si no existiera y en el caso de estas películas citadas tienen el atractivo de dejarlo caer en medio de las sonrisas.

sábado, 21 de marzo de 2015

Gracias, Alanis

Corría el año 1995 cuando saltó a la fama mundial una chica canadiense llamada Alanis Morisette, una jovencita de apenas 21 años que a pesar de la edad ya publicaba su tercer disco, tras debutar en el mundo de la música en la adolescencia. El álbum se titulaba "Jagged Little Pill", hablaba sobre amores, desamores, esperanzas y desesperanzas y vendió más de 30 millones de copias por todo el mundo, una cifra impensable hoy día, si bien es cierto que por aquel entonces Internet no era lo que es hoy día y tampoco lo eran las posibilidades de acceder a un disco sin comprarlo.


"Jagged Little Pill" fue todo un triunfo y contenía la gran mayoría de los éxitos que la gente recuerda de Alanis, quizá el que más "Ironic", una canción que hablaba sobre la ironía que encierra muchas veces la vida y las situaciones en las que nos vemos envueltos.


Sin embargo, además de "Ironic" ese disco contenía otras canciones conocidas de la artista, algunas de las cuales reproduzco a continuación.






A mediados de los 90, Alanis se había convertido en un fenómeno mundial con sus canciones que se preguntaban tantas cosas de la vida y el mundo, pero ella no tenía la personalidad de una estrella pop, deseosa de la aprobación de la grandes masas. Ya en la adolescencia había sufrido anorexia y bulimia y todo el revuelo causado con las canciones de "Jagged Little Pill" superó su estabilidad emocional y se alejó un tiempo del foco público, pasando una temporada en la India. Fue en 1998 cuando regresó con un nuevo y esperadísimo álbum, "Supposed Former Infatuation Junkie", que batió récord de ventas en sus inicios, pero sufrió el síndrome del segundo álbum, aquel que viene después de un gran éxito y que suele decepcionar a la audiencia. Yo lo he escuchado y está bastante bien, pero no suena igual que "Jagged Little Pill" y eso es lo que debió desconcertar a muchos, del mismo modo que les debió resultar desconcertante ver el videoclip del primer single. Un videoclip en el que Alanis aparecía desnuda, tapando de forma estratégica sus partes íntimas y en el que daba gracias por todo, lo bueno y lo malo.


El vídeo sorprendió a propios y extraños, no solo por la desnudez, sino por quién la representaba. Que lo hiciera una artista pop en busca de notoriedad era más o menos esperable, pero sin embargo lo hizo una mujer que no tenía que llamar la atención, pues todos esperaban su regreso y además había dado más relevancia a sus letras que a sus atributos físicos. La propia artista explicó que la idea del vídeo la había tenido al contemplar su vulnerabilidad a pesar de ser una mujer admirada por el público, de lo desnuda que se sentía en medio de todo ese aprecio. 


Más allá de desnudeces, esta es una de las canciones de Alanis que me gusta escuchar de vez en cuando, especialmente si me siento melancólico. La cantante ha seguido publicando discos, en los que ha mantenido sus coordenadas de hablar de sufrimientos y decepciones, pero también de esperanza, de que puedes sangrar y también puedes aprender. Y esa creo que es una gran lección vital, de las que merecen agradecerse. Gracias, Alanis.


jueves, 12 de marzo de 2015

La elegancia según Marc Giró

Ya he hecho notar alguna vez las consecuencias del paso del tiempo en nuestros caracteres, desde lo más importante a lo más banal, de manera que hay tantas cosas que en su momento nos parecían un mundo y tiempo después se nos antojan irrelevantes. Y en mi caso una de ellas es la televisión, de la que fui gran consumidor en mis años de infancia y adolescencia y que a día de hoy no representa más que un mueble al que rara vez recurro, tan solo cuando quiero ver algún DVD. De más pequeño, al no tener actividades extraescolares y unos deberes que tampoco me llevaban mucho tiempo, podía ver la televisión durante buena parte de la tarde y principios de la noche, tragándome programas de todo tipo, ya fueran informativos, concursos, series, partidos, películas o incluso anuncios, de los que me aprendía las músicas y los eslóganes. Todo eso cambio en mi primer año universitario, cuando recalé en un colegio mayor religioso que prohibía la televisión y la tenía cerrada bajo llave para abrirla únicamente en las horas del telediario o cuando había un partido de fútbol de cierta relevancia, para que no nos distrajéramos de nuestros estudios ni viéramos contenidos “inapropiados” (tal era así que la apagaban en las pausas publicitarias para evitar los anuncios donde se vieran besos o actitudes sensuales, del mismo modo que hacían con las páginas del periódico, cortando las zonas donde debía aparecer alguna modelo en pose sugerente), tan ridículo como se pueden imaginar para unos chavales de 18 años en los albores del siglo XXI, me pregunto cómo harán ahora para censurar tal cantidad de ventanas como las que hay (móviles, tabletas y derivados) para ver esos contenidos “inapropiados”.

El caso es que de todo lo malo se puede sacar algo bueno y de aquella censura absurda saqué la capacidad de aprender a vivir sin mis horas diarias de televisión y noté que tampoco se estaba tan mal, tenía más tiempo para leer o pensar en mis cosas. Tras el año en aquella residencia me fui a un piso y recuperé la oportunidad de ver la televisión, pero aquello ya no era tan absorbente y no sentía la misma necesidad de antaño, era una especie de adicto rehabilitado. Con los años fui reduciendo cada vez más la dosis hasta el punto actual, en el que solo enciendo el aparato para ver películas o series en discos, sin aguantar anuncios. Sin embargo, alguna vez me asomo a algún programa que puede interesarme por algún contenido, aunque ahora lo hago a través de Internet, donde es fácil encontrar las emisiones de las grandes cadenas y puedes verlas a tu gusto, marchando directamente a lo que quieres ver y cuando te apetezca verlo. 

Y en esas emisiones a veces se encuentra uno con algún feliz descubrimiento, como el que me ha pasado a mí con un colaborador habitual del programa “En el aire”, que presenta Andreu Buenafuente en La Sexta. De ese programa suelo ver las entrevistas y hete aquí que un día, hace poco, en el apartado de vídeos relacionados aparecía uno de un tal Marc Giró que ponía a caldo el fenómeno “50 sombras de Grey” y allí que fui a verlo, encontrándome esto.


El tal Marc Giró es uno de los colaboradores del programa y por lo que he podido ver, se dedica a analizar los aspectos de la elegancia en nuestra sociedad, a la vez que comenta con desenfado los fenómenos de la cultura pop. El caso es que Giró me ha gustado con su tono verborreico y petardo y ha conectado con esa parte mía a la que le gusta una patochada bien hecha. Así que me he visto algunos vídeos más y aquí les dejo algunos ejemplos.







Estas intervenciones no van a cambiar el pensamiento de la civilización occidental, pero cumplen muy bien su labor de hacer pasar un rato divertido hablando de esas pequeñas cosas que encontramos en nuestro día a día, ensalzado por esa manera inquieta de expresarse que tiene Giró, al que se le agolpan las palabras en la boca y ya está empezando la siguiente antes de terminar la anterior. Uno de esos estilos que puede llegar a saturar, pero que a mí me divierte.

lunes, 2 de marzo de 2015

La vida de los otros

Hace unos años se estrenó con gran éxito una película alemana llamada "La vida de los otros", que contaba una historia ambientada en la Alemania comunista (irónicamente llamada República Democrática de Alemania) en los tiempos de la Guerra Fría. Un gris funcionario de la Stasi (el servicio secreto) debía vigilar a un escritor sospechoso de realizar actividades contrarias al régimen, algo que en el caso de las dictaduras, sean del signo que sean, siempre ha sido cualquier cosa que mostrara un mínimo desacuerdo con lo que los ciudadanos deben pensar. El vigilante es un hombre respetado en su trabajo, pero también un inadaptado social que solamente vive para su labor de espía, lo que hace que su vida personal sea muy triste. Lo destacable de la película es que vaya más allá de las estructuras del thriller de espionaje para ofrecernos un magnífico retrato psicológico de este hombre que solo sabe vivir las vidas de otros.
 
 
Hay quien podrá pensar que este hecho solo afecta a los pocos que puedan dedicarse al espionaje, pero lo cierto es que vivir las vidas de otros es un fenómeno cada vez más extendido con el auge de las nuevas tecnologías y formatos televisivos. Hace poco oí comentar que una gran cantidad de jubilados se habían quejado de que pudiera llegarse a suprimir el programa "Sálvame", ese programa que habla de lo venga en gana en horario infantil y que parece ser que es fuente de entretenimiento para personas de edad avanzada que no tienen otra cosa mejor que hacer o que no pueden salir de casa y recurren a ese tipo de divertimentos. Y jubilados son parte del público que devora con fruición los reality shows de turno, aunque para esos programas la franja de edad se amplía a otros sectores. Yo conozco gente de mi edad que no se pierde un reality y se defiende argumentando que le interesan las historias que puedan vivir los participantes, más allá de que puedan estar provocadas y bien guionizadas.
 
 
 
Tradicionalmente, la literatura ha sido la fuente de entretenimiento para esas almas deseosas de conocer otras historias que les distrajeran de su poco interesante realidad o para conocer otros puntos de vista con los que llegar a identificarse si los sucesos de ficción eran los mismos que padecían. Pero ahora mucha gente ha cambiado la lectura por la visión de estos programas que montan su propia novela, algo que también se ha extendido al mundo del deporte, especialmente el fútbol, donde cada día es un capítulo más en un folletín de pasiones, éxitos, fracasos y envidias que no parece tener fin.
 
Las nuevas tecnologías también han puesto algo de su parte en ello y ahora mismo es facilísimo ser observador de la vida de otras personas, o al menos de la vida que nos ofrecen, que no siempre se corresponde con la real. Del mismo modo que los espiados fingían en función de los espías, muchos fingen en función de su público en las redes sociales y así vemos perfiles de gente donde solo la sonrisa tiene cabida, queriendo parecer personas positivas aunque haya días en los que se mueren por dentro. Un hecho que a mí me pone de mala leche, porque no deja de ser una forma de publicidad, de vender algo que no es del todo cierto porque no hay nadie en el mundo que sonría a todas horas y el que lo hace está trampeando.
 
 
Por todo ello, cualquiera de nosotros puede ser ese espía que sea testigo de las experiencias ajenas y que al mismo tiempo no mantenga ningún vínculo con ellas. Yo mismo tengo de contactos a personas a las que hace años que no veo y que no estoy seguro de si algún día volveré a ver, a otras a las que nunca he visto y a las que probablemente nunca conozca más allá del entorno digital y también a aquellas a las que quiero ver y las que me tengo que conformar con tratar digitalmente a salto de mata, cuando las voluntades se aúnan. Y sinceramente, me produce mucho vacío sentirme a veces como el protagonista de "La vida de los otros", limitándome a observar a otros como si fueran personajes de una historia ajena a mí, en la que yo no participo o solo lo hago de forma limitada y ocasional. Para ello trato de no demorarme mucho en navegaciones poco fructíferas, pero a veces no queda otro remedio si quieres hablar con alguien que no te contesta el teléfono y que indirectamente te culpa por no ser parte de ese sistema que nos permite tener 100 conversaciones simultáneas por mensajería instantánea. Conversaciones de nada, pues no se puede hablar de forma auténtica con varias personas al unísono por mucho que algunos crean que pueden hacerlo, como se ven capaces de estar contigo cara a cara mientras mandan mensajes a otros que no están ahí presentes, manera magnífica de faltar al respeto y cumplir de ese refrán que dice que "no se puede estar en misa y repicando".
 
 
Por ese mal uso de los avances muchos tenemos la sensación de estar en un mundo cada vez más comunicado y más solitario, donde las conversaciones cara a cara, sin hacer nada más, empiezan a ser vistas por otros como una antigualla y una forma de perder el tiempo, pudiendo estar hablando con 100 personas en vez de solo con una. Será por eso que se den esos casos paradójicos de gente que busca los realities por tratar de buscar una conexión con otros al tiempo que desdeña el contacto con ese pesado que le está llamando por teléfono. Un modo de construirse una realidad a la carta alejándose de la realidad cercana, viviendo la vida de los otros mientras cree estar construyendo una vida propia.