lunes, 24 de septiembre de 2012

Abrazos

 
 
 
"El contacto físico no es sólo agradable, es necesario para nuestro bienestar psicológico, emocional y corporal; acrecienta la alegría y la salud del individuo y de la sociedad.
Todos funcionaríamos mejor durante el día, si abrazáramos o nos dejáramos abrazar. Si bien es cierto que dar o recibir un abrazo es algo simple y cotidiano, casi todos desconocemos la dimensión de plenitud que nos proporciona. Los expertos en la materia, tienen mucha razón al decir que "en su forma más elevada, abrazar es también un arte". Una de las formas más naturales y espontáneas de demostrar afectos es a través del abrazo. Si bien hay muchas formas de tocar, el abrazo es una muy especial y que contribuye de un modo muy importante, a la curación y la salud."
 
 
 
Debo decir que me encantan los abrazos, esa forma de demostrar cariño que puede ser tan simple y tan compleja, que puede ser un acto mecánico de aprecio o puede contener todo el amor de una persona, un amor que no se atreve a expresarse de otra forma. Puede haber abrazos amistosos, con un breve contacto y algunas palmaditas en la espalda y abrazos más intensos, entre personas que sienten algo especial por la persona a la que abrazan.
 
A mí me gusta mucho mandar abrazos a la gente que quiero cuando están lejos y darlos en persona cuando están presentes porque creo en el poder que tienen de expresar las emociones, hay abrazos que pueden ser como besos en los labios, por eso tampoco me gusta malgastarlos. No hay que ir abrazando a diestro y siniestro, como tampoco vamos besando a todo el mundo, pero resulta encantador darse un abrazo con alguien a quien aprecias, puede ser un momento precioso si esa otra persona responde a tu abrazo. El mismo placer que cuando te devuelven un beso
 
Al igual que hay besos que te hacen perder la noción del tiempo, hay abrazos que consiguen el mismo efecto. Abrazos en los que sientes el contacto con el cuerpo y con la piel de la otra persona, en los que te aferras a esa persona como si nunca quisieras soltarla y ella se aferra a ti con la misma idea, en los que cuando te vas a separar notas como sus brazos te aprietan con más fuerza. Esos son abrazos que te hacen olvidarte de todo lo que te rodea y de ti mismo, que te hacen cerrar los ojos y fundirte con la otra persona durante unos segundos que son un verdadero placer. Un momento precioso.
 
Si no se hace mucho hay que abrazarse un poco más, que nos hace bien a nosotros y a los que abrazamos.

martes, 18 de septiembre de 2012

Atardecer



Aunque la mayoría de la gente habla siempre del poder evocador de los amaneceres, un servidor se declara más fan de los atardeceres, esos momentos en los que el tiempo parece detenerse mientras el Sol cae para ocultarse de nuestra vista, pintando el cielo con tonos amarillentos, anaranjados, violáceos y rojizos en escasos minutos.

Uno de los atardeceres más bonitos que recuerdo es el que presencié en Florencia hace poco más de dos años. Durante unos minutos, el Ponte Vecchio de la ciudad se llenó de gente que trataba de inmortalizar el maravilloso crepúsculo (una bella palabra que hoy todo el mundo identifica con esa saga de películas para teenagers) del que fuimos testigos.

Es difícil retratar lo que nos está haciendo sentir una determinada imagen, al menos eso es lo que yo creo. La fotografía transmite sensaciones y te puede hacer una idea de lo que es contemplar determinadas cosas, pero en ocasiones como ésta la sensación que tienes viendo el momento en directo es muy complicada de reproducir.

Veo las fotos y me parecen muy hermosas, pero no llegan a transmitirme todo lo que ese atardecer me hizo sentir. Las mejores fotos de todo aquello las llevo dentro de mí, como tantas veces nos pasa. Recuerdo las aguas del río tiñéndose con los colores del cielo, que también salpicaban las ventanas de las casas colindantes. La inmensa belleza de todo aquel momento suspendido en el tiempo, una de esas bellezas que de tan bellas te emocionan profundamente. Uno de esos momentos en los que te sientes feliz por estar vivo, por poder ver instantes tan preciosos como ése.

Y es que los atardeceres, aparte de deleitarme con su belleza, siempre me traen a la cabeza una serie de sensaciones, una serie de emociones muy intensas. Me acuerdo siempre de alguien, que por lejos que esté en esos momentos se hace muy presente dentro de mí.

Una evocación tan vívida que parece que esa persona esté a mi lado en ese instante, compartiendo ese momento tan bonito conmigo, los dos sin decir nada, simplemente disfrutando de la imagen. Uno de esos momentos que te hacen creer en todo lo bello que tiene la vida

jueves, 13 de septiembre de 2012

45 años de "El graduado"

Este año se cumplen 45 años del estreno del film “El Graduado”, una película que contribuyó en gran manera a un cambio en ciertos modos cinematográficos en la segunda mitad de los años 60. En ese momento, las comedias que facturaba Hollywood eran los inefables productos de Rock Hudson y Doris Day, mientras en el mundo pasaban cosas que el cine no acababa de reflejar, aún estancado en los modelos de un cine clásico que estaba decayendo a marchas forzadas. Los Rolling Stones, Bob Dylan o los Beatles venían a cambiar el panorama musical, la guerra de Vietnam mandaba a muchos estadounidenses al matadero y los nacidos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial estaban iniciándose en la contracultura. Valores como el amor libre y el pacifismo comenzaban a hacer furor y la “nouvelle vague” francesa estaba cambiando los cimientos del cine mundial. En ese contexto nació “El Graduado”.




Antes de su salto a la gran pantalla la historia de “El Graduado” salió en letra impresa. El joven Charles Webb publicó una novela en la que contaba una historia que por lo visto tenía tintes autobiográficos y los productores de Hollywood no tardaron en interesarse por la historia para la pertinente adaptación. La trama versaba sobre un chico recién salido de la universidad que se ve presa de la incertidumbre tan propia de esas edades. Entonces aparecerá en su vida la señora Robinson, una cuarentona alcohólica y aburrida de su matrimonio. Esa desorientación vital de ambos será el principal nexo de unión para el inicio de una relación. No obstante, la mediocridad lo acabará inundando todo y el protagonista tratará de continuar su huida hacia adelante con Elaine, la hija de la señora Robinson.

En el momento de llevar el libro a la gran pantalla se planteó un problema. En la novela, el protagonista era de una familia de blancos protestantes. Por ese motivo le ofrecieron el papel a Robert Redford, que ya empezaba a hacerse un nombre por aquel entonces. Pero el director elegido, el americano de origen alemán Mike Nichols, no lo acababa de ver. Es famosa la anécdota que sucedió cuando Nichols le preguntó a Redford sobre si alguna vez había tenido problemas para conseguir a alguna chica. Redford le dijo que no sabía lo que él entendía por problemas. El director supo entonces que no estaba ante un tipo creíble como perdedor.



Fue entonces cuando apareció Dustin Hoffman, un actor que estaba empezando en el cine tras unos años en el teatro y que venía de compartir piso con futuros intérpretes como Gene Hackman y Robert Duvall. A todos les pareció que daba la talla para el personaje y se adjudicó el papel, Anne Bancroft fue la torturada señora Robinson (aparentando más edad de la que realmente tenía, pues por entonces tenía 36 años y Dustin Hoffman 29, aunque le ayudó su apariencia más juvenil) y la bella Katherine Ross su hija Elaine. El resto es historia.

Para un servidor “El Graduado” es una de mis películas de cabecera. Me identifico una barbaridad con ese Benjamin Braddock hastiado de muchas cosas sin saber por qué y que a través de la señora Robinson y su hija tratará de encontrar un sentido, sin mucho éxito. Vi la película por primera vez en mis años universitarios y me impresionó profundamente, lo bien que definía muchas de las emociones que yo sentía y no sabía cómo explicar o entender. Desde entonces, la he visto varias veces y la sigo disfrutando como el primer día.



La película consiguió hipnotizarme desde el primer momento, con ese inicio en el que vemos a un Braddock aposentado en su asiento, concluyendo un viaje en avión y con gesto taciturno, encerrado en si mismo. Es un comienzo en el que se nos introduce al personaje sin necesidad de palabras, vemos que es alguien solitario, estancado, que se deja llevar (como simboliza su paso por la cinta de pasajeros mientras otra gente le pasa por uno y otro lado) y cuya vida familiar no parece gustarle del todo.



En esta escena vemos la seducción que la señora Robinson ejerce sobre Benjamin, un Benjamin que sigue dejándose llevar y que acaba sientiéndose tentado por la amiga de sus padres, aceptando esa seducción. Siempre me ha intrigado mucho la relación de ambos personajes, entre los que considero que no existe una gran atracción, simplemente son un pasatiempo el uno para el otro, un divertimento con el que quitarse las penas de lo cotidiano. Algo que se verá trastocado cuando Benjamin se fije en su hija Elaine.


Tras diversas circunstancias, Braddock decide que la mujer que le gusta de verdad es Elaine, la hija de la señora Robinson y toma la decisión de casarse con ella, sin que la otra sepa nada de sus intenciones. Se puede decir que es la primera decisión de un personaje que hasta ahora se había dejado llevar por las circunstancias, la primera vez que quiere tomar las riendas de su vida y toma una decisión bastante bizarra.


Y todo ello desemboca en el final de la cinta, uno de los más populares de la historia del cine, imitado y parodiado en diversas ocasiones (yo lo reconocí cuando vi la película de haberlo visto años atrás en "Los Simpson"). Un final que me encanta, por el cúmulo de emociones que contiene y transmite: la alegría de transgredir las normas escapándose de la boda y marchándose en autobús, saltándose las prohibiciones paternas para vivir en libertad y esa sensación de decepción final que sigue a la escapada, cuando ambos se empiezan a preguntar qué es lo que han hecho. Es curioso lo que puede cambiar el sentido del filme alargando el plano final unos segundos más, donde Benjamin y Elaine pasan de la excitación inicial a la duda sobre lo que han hecho, cómo ambos dejan de mirarse a los ojos y empiezan a mirar al horizonte, preguntándose si han hecho bien, quizá arrepentidos de la decisión tomada. Hay quien podrá ver la decepción de una generación, la de los 60, que quiso cambiar las reglas de sus padres y no lo consiguió, hay quien querrá verlo como una metáfora del hastío vital, que siempre persigue a las personas por mucho que tratemos de evitarlo, de hacer algo nuevo para no caer en ello. Un final que da para mucho y que por ello se merece un lugar de honor en la historia del séptimo arte.


En definitiva, que aquellos que no hayan visto el filme ya tardan en hacerlo, que esta es una peli de las que se siguen manteniendo tan vivas como el primer día. El trío de actores lo hace estupendamente en sus roles y las inmortales canciones de Simon & Garfunkel le vienen como un guante a la trama. Entre esta y “Bonnie & Clyde”, otra gran película de 1967, vinieron a iniciar una reforma en el agarrotado panorama hollywoodiense de entonces, cuyos mayores frutos se vivirían en los años 70, con la llegada de los Coppola, Scorsese o Spielberg, entre otros muchos nuevos creadores.

lunes, 10 de septiembre de 2012

A little crazy




"But we're never gonna survive unless, we get a little crazy. No we're never gonna to survive unless we are a little... crazy."


De pequeño yo era un niño tímido y reservado que no hablaba mucho con la gente y me dedicaba a leer casi todo lo que caía en mis manos. Eso me valió en el colegio el apelativo de "empollón", a pesar de que mis notas no eran sobresalientes, pero ese era el calificativo para los raritos y los gafotas, antes de que se pusiera de moda el término "friki".

La experiencia me ha enseñado que la gente es más interesante cuando tiene excentricidades y rarezas en su carácter o en su comportamiento. Aquellos que quieren ser siempre perfectamente normales, suelen ser personas grises e insustanciales que merecen poco la pena. Muchas veces he deseado tener esa "normalidad", cuando me hacían ver que salirse de ese camino me llevaría a la ruina. Pero afortunadamente, he podido conocer a muchas personas con ese puntillo de locura que yo también tengo y que me han hecho sentirme bien siendo como soy. Cuando puedo expresarme de la manera que realmente soy, cuando no tengo que interpretar un papel de "persona normal" y noto esa complicidad en la otra persona, soy feliz. Son esas personas a las que más aprecio les tengo.

Me pasa lo mismo con las chicas. No negaré que la belleza exterior me atrae, pero con el paso de los años cada vez me interesa más lo que tienen dentro, que es lo que acaba enamorándome. Me interesa mucho la chica callada que te saluda con timidez y se ruboriza al hacerlo, me gusta saber qué es lo que piensa y siente, porque sé que tiene mucho que decir. La experiencia me ha enseñado que las personas tímidas son todo un mundo por descubrir. Si entras en su mundo nunca dejan de descubrirte cosas nuevas, resulta fascinante.

El universo multimedia ha dado un espacio a todas estas personas tímidas para que puedan expresarse y que otros tímidos podamos leer sus pequeñas locuras y, al mismo tiempo, compartir las nuestras. Me encanta leer a esa gente que expresa sus ideas y sentimientos, sus inseguridades y sus obsesiones, que en muchas ocasiones me hacen sentir identificado.

Y me hacen sentir que no estoy sólo, que no es verdad eso que me decían de pequeño de que me iba a quedar fuera de la sociedad. En realidad, hay muchos pequeños locuelos por ahí sueltos y esa es la gente que a mí me gusta. Mucha normalidad siempre es aburrida.

Precisamente por eso he querido encabezar esta entrada con un par de frases de la canción "Crazy", que compuso Seal y que hace unos años versionó Alanis Morrisette.




Porque no podemos sobrevivir a menos que estemos un poco locos.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Salir del nido




Soy de la opinión de que nadie se desarrolla del todo hasta que sale de casa de sus padres a buscarse la vida por ahí. Puedes creer que ya eres una persona hecha y derecha y que ya te has desarrollado lo suficiente, pero todo eso no sucede hasta que no te independizas.

Yo salí de casa a los 18 años, aunque por mí me hubiera ido a los 16, cuando la llegada de la adolescencia me hizo darme cuenta de que mi sitio estaba fuera de allí. Han pasado 12 años de todo aquello y agradezco mucho haber dado ese paso, si no lo hubiera hecho hoy sería muy diferente y no precisamente para bien. Sería como esos treintañeros atontados que van de la mano de sus madres, estoy seguro de ello.

Conozco a gente de mi edad o cercana a ella y que nunca han salido de casa de sus padres y que no han sentido la necesidad de hacerlo. Se sienten a gusto así, quizás a veces tengan alguna trifulca en busca de su espacio vital, pero no cambian su modo de vida, no tienen prisa en independizarse. Y les digo que hasta que no se independicen, hasta que no vivan lejos de la influencia de los progenitores, por independientes que se crean, por desarrollados mental y emocionalmente que se consideren, aún les falta para llegar a su cénit. Cosas tan comunes como hacer tu compra, tu comida, limpiar tu casa, llevarte mil bofetadas y no tener a nadie familiar que te reciba en casa, hacerte valer por ti mismo ante mil trámites que te exige el mundo, todo eso curte. Yo he tenido algunos momentos en especial, ya fueran buenos o malos, que me han curtido y me han hecho ser como soy y me siento satisfecho de ello.

Yo pienso que si tuviera que volver a vivir en mi casa no dejaría de ir hacia atrás, empezaría a estancarme y a retroceder mental y emocionalmente hasta convertirme (por mucho que no quiera) en un niño de mamá frustrado y con odio, alguien mucho peor de lo que ahora soy.

Habrá gente que me lea y que considere que quizás exagero, pero sé de gente ya con una edad que pierde a sus padres y se siente perdida, como si les hubieran movido el suelo bajo los pies. Creo que salir fuera del nido totalmente hace que te desarrolles a la fuerza, que aprendas cosas de ti mismo que no sabías o que creías no tener.