jueves, 13 de septiembre de 2012

45 años de "El graduado"

Este año se cumplen 45 años del estreno del film “El Graduado”, una película que contribuyó en gran manera a un cambio en ciertos modos cinematográficos en la segunda mitad de los años 60. En ese momento, las comedias que facturaba Hollywood eran los inefables productos de Rock Hudson y Doris Day, mientras en el mundo pasaban cosas que el cine no acababa de reflejar, aún estancado en los modelos de un cine clásico que estaba decayendo a marchas forzadas. Los Rolling Stones, Bob Dylan o los Beatles venían a cambiar el panorama musical, la guerra de Vietnam mandaba a muchos estadounidenses al matadero y los nacidos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial estaban iniciándose en la contracultura. Valores como el amor libre y el pacifismo comenzaban a hacer furor y la “nouvelle vague” francesa estaba cambiando los cimientos del cine mundial. En ese contexto nació “El Graduado”.




Antes de su salto a la gran pantalla la historia de “El Graduado” salió en letra impresa. El joven Charles Webb publicó una novela en la que contaba una historia que por lo visto tenía tintes autobiográficos y los productores de Hollywood no tardaron en interesarse por la historia para la pertinente adaptación. La trama versaba sobre un chico recién salido de la universidad que se ve presa de la incertidumbre tan propia de esas edades. Entonces aparecerá en su vida la señora Robinson, una cuarentona alcohólica y aburrida de su matrimonio. Esa desorientación vital de ambos será el principal nexo de unión para el inicio de una relación. No obstante, la mediocridad lo acabará inundando todo y el protagonista tratará de continuar su huida hacia adelante con Elaine, la hija de la señora Robinson.

En el momento de llevar el libro a la gran pantalla se planteó un problema. En la novela, el protagonista era de una familia de blancos protestantes. Por ese motivo le ofrecieron el papel a Robert Redford, que ya empezaba a hacerse un nombre por aquel entonces. Pero el director elegido, el americano de origen alemán Mike Nichols, no lo acababa de ver. Es famosa la anécdota que sucedió cuando Nichols le preguntó a Redford sobre si alguna vez había tenido problemas para conseguir a alguna chica. Redford le dijo que no sabía lo que él entendía por problemas. El director supo entonces que no estaba ante un tipo creíble como perdedor.



Fue entonces cuando apareció Dustin Hoffman, un actor que estaba empezando en el cine tras unos años en el teatro y que venía de compartir piso con futuros intérpretes como Gene Hackman y Robert Duvall. A todos les pareció que daba la talla para el personaje y se adjudicó el papel, Anne Bancroft fue la torturada señora Robinson (aparentando más edad de la que realmente tenía, pues por entonces tenía 36 años y Dustin Hoffman 29, aunque le ayudó su apariencia más juvenil) y la bella Katherine Ross su hija Elaine. El resto es historia.

Para un servidor “El Graduado” es una de mis películas de cabecera. Me identifico una barbaridad con ese Benjamin Braddock hastiado de muchas cosas sin saber por qué y que a través de la señora Robinson y su hija tratará de encontrar un sentido, sin mucho éxito. Vi la película por primera vez en mis años universitarios y me impresionó profundamente, lo bien que definía muchas de las emociones que yo sentía y no sabía cómo explicar o entender. Desde entonces, la he visto varias veces y la sigo disfrutando como el primer día.



La película consiguió hipnotizarme desde el primer momento, con ese inicio en el que vemos a un Braddock aposentado en su asiento, concluyendo un viaje en avión y con gesto taciturno, encerrado en si mismo. Es un comienzo en el que se nos introduce al personaje sin necesidad de palabras, vemos que es alguien solitario, estancado, que se deja llevar (como simboliza su paso por la cinta de pasajeros mientras otra gente le pasa por uno y otro lado) y cuya vida familiar no parece gustarle del todo.



En esta escena vemos la seducción que la señora Robinson ejerce sobre Benjamin, un Benjamin que sigue dejándose llevar y que acaba sientiéndose tentado por la amiga de sus padres, aceptando esa seducción. Siempre me ha intrigado mucho la relación de ambos personajes, entre los que considero que no existe una gran atracción, simplemente son un pasatiempo el uno para el otro, un divertimento con el que quitarse las penas de lo cotidiano. Algo que se verá trastocado cuando Benjamin se fije en su hija Elaine.


Tras diversas circunstancias, Braddock decide que la mujer que le gusta de verdad es Elaine, la hija de la señora Robinson y toma la decisión de casarse con ella, sin que la otra sepa nada de sus intenciones. Se puede decir que es la primera decisión de un personaje que hasta ahora se había dejado llevar por las circunstancias, la primera vez que quiere tomar las riendas de su vida y toma una decisión bastante bizarra.


Y todo ello desemboca en el final de la cinta, uno de los más populares de la historia del cine, imitado y parodiado en diversas ocasiones (yo lo reconocí cuando vi la película de haberlo visto años atrás en "Los Simpson"). Un final que me encanta, por el cúmulo de emociones que contiene y transmite: la alegría de transgredir las normas escapándose de la boda y marchándose en autobús, saltándose las prohibiciones paternas para vivir en libertad y esa sensación de decepción final que sigue a la escapada, cuando ambos se empiezan a preguntar qué es lo que han hecho. Es curioso lo que puede cambiar el sentido del filme alargando el plano final unos segundos más, donde Benjamin y Elaine pasan de la excitación inicial a la duda sobre lo que han hecho, cómo ambos dejan de mirarse a los ojos y empiezan a mirar al horizonte, preguntándose si han hecho bien, quizá arrepentidos de la decisión tomada. Hay quien podrá ver la decepción de una generación, la de los 60, que quiso cambiar las reglas de sus padres y no lo consiguió, hay quien querrá verlo como una metáfora del hastío vital, que siempre persigue a las personas por mucho que tratemos de evitarlo, de hacer algo nuevo para no caer en ello. Un final que da para mucho y que por ello se merece un lugar de honor en la historia del séptimo arte.


En definitiva, que aquellos que no hayan visto el filme ya tardan en hacerlo, que esta es una peli de las que se siguen manteniendo tan vivas como el primer día. El trío de actores lo hace estupendamente en sus roles y las inmortales canciones de Simon & Garfunkel le vienen como un guante a la trama. Entre esta y “Bonnie & Clyde”, otra gran película de 1967, vinieron a iniciar una reforma en el agarrotado panorama hollywoodiense de entonces, cuyos mayores frutos se vivirían en los años 70, con la llegada de los Coppola, Scorsese o Spielberg, entre otros muchos nuevos creadores.

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