jueves, 21 de junio de 2012

La coleta



Algo se había movido entre las sábanas. Él se despertó y miró asustado a su alrededor, buscando el origen del movimiento. Vio una figura de espaldas sentada sobre la cama, la de una mujer que se recogía el pelo con una goma y se hacía una coleta antes de levantarse y meterse en el baño. Estaba claro, era ella. Era imposible no reconocer aún medio dormido ese gesto tan suyo de rebuscarse todo el pelo y amagar tres o cuatro veces antes de hacerse la coleta definitiva, no reconocer ese arqueo de los hombros, de los omóplatos. Pero ella había cambiado, su cuerpo antes blando y suave ahora era duro y algo áspero, con músculos desarrollados en zonas que antes no lo estaban. Sus manos y sus pies estaban sarmentosos, con las venas muy marcadas y sus hombros se habían ensanchado. El tiempo había pasado y había hecho su efecto.

Llevaban diez años sin verse. El reencuentro había venido a través de una reunión de antiguos alumnos de su promoción en la universidad. Las vidas los habían alterado, pocos se mantenían con la apariencia de la juventud de aquellos años locos. Había calvas, kilos de más, paternidades y maternidades, gestos de responsabilidad, de haber recibido unos cuantos golpes de la vida. Pero todos ellos olvidaron sus nuevos disfraces para volver a ser quienes fueron, todos se conocían, ya no tenían nada que demostrar. Y allí estaba ella, con un vestido negro de tirantes que le llegaba hasta la rodilla, tan guapa como siempre aunque con un aspecto más severo, más imponente.

Tras un momento de titubeo, él se decide a dirigirle la palabra sin evitar sentirse como aquel joven despistado que la conoció. Ella le recibe con una sonrisa y empiezan a hablar, primero de lugares comunes y banalidades y a medida que pasa el tiempo la conversación se va haciendo más profunda. Él se entera de que ella vive en otro país, que tiene un buen trabajo y está contenta con su vida y él trata de disimular con eufemismos que todavía tiene muchos deseos que cumplir, que en una década no ha avanzado demasiado. La velada trasncurre y ellos siguen hablando, recordando muchas anécdotas de la universidad, de cuando ella era una chica que se mordía las uñas a todas horas, que odiaba los vestidos, los tacones y el maquillaje y a la que le encantaba juguetear con su estupenda melena castaña, hacerse coletas y moños, recogerse el pelo y soltárselo a los pocos minutos. La chica de la que él se enamoró y de la que se despidió sin haberle dicho nada ni haberle dado un beso.

En un momento dado, ella le dice que se vayan a pasear a la calle para tomar el aire. Andando y andando llegan hasta el hotel en el que ella se queda y le invita a subir. Ya en el ascensor ella le besa y a ese beso le sigue otro y otro y muchos más dentro de la habitación. Él es testigo de lo que ha cambiado su cuerpo, un cuerpo que diez años atrás parecía tan frágil y que ahora es más poderoso que el suyo. Lo pasa bien, pero no siente esa sensación de amor de antaño.

De repente ella vuelve junto a él, entonces se decide a decir lo que nunca había dicho:

-Tú me gustabas ¿sabes? En la universidad.
-Lo sé -dice ella-.
-¿Y cómo lo sabías? Nunca te lo dije.
-No hacía falta, ya se notaba.
-Pero tú nunca quisiste nada conmigo.
-No.
-¿Por qué?

Ella calla un momento antes de responder:

-Porque siempre has sido muy manso.
-¿Cómo?
- Muy buenillo para mí.
-¿Y eso es malo?
-No, pero siempre he preferido el camino difícil.
-¿Por qué?
- No lo sé.

Los dos se callan y él vuelve a quedarse dormido. Cuando se despierta ya es de día y no tarda en darse cuenta de la cama vacía y lo recogido que está todo. Sin moverse de ahí ya sabe que ella se ha ido. Ha dejado una nota, como en las películas, en la que pone: "Te lo debía. No te olvides de pensar en mí. Cuídate". Él siente ganas de llorar, como la anterior vez que se marchó, pero sabe que no hay remedio. Que quizá no vuelva a verla.

Han pasado los años y él conserva la nota. No se olvida de pensar en ella, en la chica para la que era muy manso, la que siempre prefirió el camino difícil. La recuerda cada vez que ve a alguna mujer recogerse el pelo. Cada vez que ve una coleta.

3 comentarios:

  1. A veces es mejor idealizar que confirmar. Tuvo una muestra la disfruto y la idealiza. A veces al realidad el día a día... no deja que nos fijemos en detalles como el de la coleta , si no en los defectos.
    Besos

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    1. Muy cierto. Además el tiempo y la distancia hacen que se minimicen las cosas malas y se revaloricen las buenas

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  2. Sin duda, las relaciones personales hay que cuidarlas día a día porque el paso del tiempo siempre hace mella

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