lunes, 2 de abril de 2012

Sensaciones


"El frío encoge el corazón; el calor lo dilata y afloja los lazos opresores, libera el pensamiento. Se es uno mismo, se atreve a serlo, sin que se lo impidan cien mil consideraciones inculcadas"
(Hans Christian Andersen)



Ella vestía una camisa blanca, semitransparente, con encaje en el cuello y las muñecas. Era una blusa que dejaba ver un sujetador blanco, que se confundía con el color de la tela. Su pelo era castaño, más clareado en esa época por el efecto del Sol. Durante un rato lo tuvo suelto, pero al cabo de unos minutos se lo recogió en una coleta y se le quedó fino y tirante. De este modo él descubrió que aquella camisa tenía los botones por detrás y estaban abrochados casi en su totalidad. El último, que era el que hacía desembocar la camisa en la nuca, estaba abierto, dejando al descubierto la suave piel que la coleta había dejado al aire.

Las formas de su cuerpo se intuían bajo la camisa: el arco de los hombros, los delgados brazos, algunos lunares que salpicaban su espalda. Ella empezó a juguetear con los pelillos de la nuca que no habían sido recogidos por la coleta. Los enrollaba entre sus dedos y les daba pequeños tirones. Al tiempo que hacía eso se quitó una de sus zapatillas de bailarina y acarició con el pie desnudo el que había quedado calzado. Al poco sacó el otro y dejó sus pies sobre el mármol del suelo. La estancia estaba calurosa y apenas corría el aire.

De pronto, él empezó a desabrochar los botones de la camisa de ella. Uno a uno y lentamente fue descubriendo jirones de piel, piel blanca surcada de lunares. Le descubrió hasta los hombros y los besó, besó sus omóplatos y fue bajando por la espalda hasta las tiras del sujetador. Lo desabrochó y lo dejó suelto, sin moverlo, sin descubrir ese pecho que estaba a punto de asomarse.

Pasó el dedo por la marca que había dejado el enganche del sostén en la piel, subió por la espalda y llegó hasta la nuca, donde se entretuvo con esos pelillos que habían quedado fuera de la coleta. Quitó la goma de un tirón y el pelo color miel se liberó. La suavidad que aparentaba era irresistible y él metió sus dedos entre el cabello, acariciándolo, hasta que notó el contacto de la mano de ella, que acariciaba la suya y guiaba sus movimientos. Ella fue a darse la vuelta.

Ella se dio la vuelta, pero ni su pelo estaba suelto ni su camisa desabrochada y volvió a calzarse cuando comprobó que él la miraba. Él la había deseado por mucho tiempo, era la chica más guapa de la clase y todos los días fantaseaba viendo su espalda y su nuca. Le gustaba y había querido decírselo, le gustaría llegar un día y besarla así sin más, un beso largo y apasionado, como en las películas. Pero ella ya estaba con otro, que había tenido más arrestos que él y se había lanzado a la piscina, llevándose el triunfo.

Mientras tanto, ella se preguntaba qué era lo que quería ese chico que la miraba todos los días, ella se hacía la tonta pero sabía que la miraba. Por una parte le gustaba sentirse observada y deseada, pero por otro lado quería que aquello se acabara. Ahora estaba con ese chico tan majo y que la hacía sentirse tan bien. Pero seguía sin saber por qué se había descalzado si sabía que él vigilaba sus movimientos, por qué jugueteaba con su pelo sabiendo que los ojos de él estaban fijos en su nuca, por qué se había ruborizado cuando miró hacia atrás y le sorprendió en actitud ensoñadora.
Y seguía sin saber por qué no se había cambiado de sitio hacía tiempo ni por qué a veces se sentía tan complacida cuando veía el reflejo de él en el cristal de la ventana que tenían enfrente. No lo sabría explicar. O quizás sí.

2 comentarios:

  1. Ummm que bien escrito!!!!
    jo como se nota la profesión eee, caray. Lo he visualizado perfectamente. y me ha encantado.
    De ella diría que a todos nos gusta gustar... aunque no proceda

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    1. Gracias a ti por leerlo, no siempre es fácil expresar con palabras ciertas sensaciones.

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