sábado, 14 de abril de 2012

Esclavitud tecnológica


El otro día fui testigo del comentario de una persona que mostraba su inquietud por no tener Whatsapp, el invento este de mensajería que viene a ser una especie de Messenger en el teléfono móvil y que permite tener conversaciones con tus contactos sin necesidad de SMS, una creación que ahora hace furor. El miedo venía por quedarse fuera del mundo, por sentirse desplazada de lo que hacía el resto, un miedo ancestral que se repite siempre en el ser humano más allá de toda época.

Este tema me hizo pensar sobre la dependencia tecnológica que se está generando en nuestros días, sobre cómo los avances están creando servidumbres y esclavitudes a la manera del "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury. Si en esa novela todo el mundo estaba obsesionado con tener el mayor número de pantallas en su casa para no quedarse fuera (el libro fue escrito en los años 50, cuando comenzó el auge de la televisión) y embobarse del mismo modo que los demás, hoy parece verse un fenómeno similar con las novedades cibernéticas. Parece que si no tienes Whatsapp, Facebook y Twitter estás muerto, no merece la pena nada de lo que hagas o digas.

He tenido la ocasión de comprobar cómo mucha gente no despega la vista de su portátil o de su teléfono móvil porque anda escribiendo tuits, leyendo otros y actualizando su Facebook, al tiempo que mantiene varias conversaciones simultáneas por Whatsapp. Gente abducida por su pantalla, que ni siente ni padece más allá de esos límites, que parece vivir en función de la batería de su dispositivo, que parece despreciar con su indiferencia a la gente que tiene a su alrededor.

No voy a ponerme en plan dinosaurio a decir que las novedades tecnológicas son el demonio y que deberíamos vivir como los amish. Yo también uso nuevas tecnologías y escribo estas líneas para que ustedes las vean gracias a uno de esos adelantos, que me permiten acceder a ese complejo mundo de la blogosfera. También escribo correos electrónicos y siento la punzada de alegría cuando recibo alguno especial, al modo en el que antes se celebraba la llegada de una carta de alguien apreciado y uso el móvil para llamar y mandar mensajes y fotos a la gente que me hace feliz. Pero al mismo tiempo no me gusta sentirme esclavo de la técnica, no me gusta que a veces tenga que ver a la gente únicamente en modo virtual, sigo siendo un gran defensor del cara a cara, del contacto directo. Por ello me fastidia esa tecnología que nos comunica y también nos aleja cuando dependemos mucho de ella, que nos hace hablar a una pantalla sin que iguale el placer de ver a alguien, de besar y abrazar a alguien, de disfrutar de los pequeños placeres del mundo con un ser humano a tu lado.

Los que hayan visto la película "La red social", esa (interesante pero sobrevalorada) crónica cinematográfica sobre los orígenes de Facebook quizá recuerden esa escena final con su fundador, Mark Zuckerberg, sólo delante de un ordenador mandando una petición de amistad a una antigua novia que le abandonó y esperando a que responda. Un hombre que ha creado algo que revoluciona el mundo de Internet y las relaciones humanas está preocupado por tratar de recuperar a esa muchacha que se fue hace tiempo. Una red social que pueda suplir la sensación de abandono con 300 amigos virtuales, un placebo para unas frustraciones que siguen estando ahí presentes. Todo cambia para seguir igual.

2 comentarios:

  1. Qué razón tienes, amigo. Y qué soledad siento.

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    1. Eso demuestra la necesidad de contacto real, algo que no pueden igualar tropecientas horas de Internet. Pero seguro que tienes cerca a gente con la que pasar un rato agradable, ese es el mejor remedio

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