martes, 20 de marzo de 2012

La modelo


Ya está anocheciendo. El día ha sido soleado y caluroso y el Sol se ha ocultado dejando tras de sí su estela amarillenta y rosácea que da paso a la oscuridad. Una chica joven está de pie ante un amplio ventanal mirando el atardecer, por los que siempre se ha sentido fascinada por esa impresión que dan de detener el tiempo y por su paz. Nada malo puede ocurrir mientras oscurece, no existen los problemas, nada importa.

Está desnuda, su cuerpo mojado por la ducha y el pelo pegado a la espalda. Ella es modelo y se dedica a posar para otros, a ofrecer su cuerpo como soporte de ropas y adornos, como fundamento de esa belleza que buscan transmitir los que los confeccionan. Y eso que hasta hace no mucho no podía imaginarse que acabaría siendo eso. De pequeña era una chica regordeta que tardó en dar el estirón de la adolescencia, cambiando mucho su fisonomía cuando este proceso de la vida la alcanzó. Su tronco y sus piernas se alargaron mientras su talle se estabilizó, haciendo que sus caderas pasaran de insinuar gordura a insinuar una prominente sensualidad. Había dejado de parecerse a su madre para parecerse a una tía suya, que por su altura había sido modelo fotográfica y que fue la que la introdujo en ese mundo.

A través de sus contactos empezó a posar para fotógrafos y a hacer spots publicitarios en los que la doblaban la voz, pues no era más que una cara bonita. Su belleza la hizo subir en el escalafón y no tardó en atraer la atención de diversos artistas. Sobre todo se dedicaba a posar para reportajes fotográficos, pues le faltaba la agilidad necesaria para subirse a una pasarela. No obstante, se convirtió en alguien muy codiciado para campañas de ropa, perfumes, relojes o bolsos. Su rostro empezó a aparecer en revistas de moda y en carteles publicitarios. Todos apreciaban su rostro y su cuerpo. Y eso que ella nunca se había visto tan guapa, cada vez que veía fotos suyas se seguía viendo como la chica gordita que había sido, incluso después de dar el estirón. Se veía con mofletes, las orejas un poco salidas hacia afuera que tapaba con su pelo y seguía creyendo que tenía el culo gordo, no de mujer de verdad como tantos hombres le habían dicho.

Sí, había estado con algunos hombres, todos ellos relacionados con el negocio, ya fueran modelos o fotógrafos que habían querido llegar un poco más allá con ella. Incluso la habían ofrecido dinero por acostarse con algún que otro famoso, pero a eso se había negado en redondo, aunque sabía que otras compañeras lo hacían. Tampoco le gustaba ir a los saraos a dejarse ver, ni era adicta a las pastillas, al alcohol o a las drogas como tantas otras. No las despreciaba por ello, sabía que caían en esos vicios porque trataban de llenar su soledad de algún modo. La soledad, esa serpiente que lo envenenaba todo.

Esa mujer tan atractiva estaba allí sola en una lujosa habitación de hotel. Su familia y amigos estaban lejos. Su única compañía era un osito de peluche al que se abrazaba para dormir y que llevaba con ella a todas partes, pues le hacía sentirse como en casa. Muchas noches lloraba porque echaba de menos hacer las cosas que una chica de su edad haría, como ir a la universidad, salir con las amigas o amar y ser amada.

Ella había dejado sus estudios apenas cumplió los 18, desde entonces había viajado de aquí para allá, pero sin apenas tiempo de ver nada, entre sesiones de fotos y hoteles. Le gustaba leer y llevaba consigo un libro al que dedicaba un rato todos los días, incluso aprovechaba cuando la estaban maquillando. También tenía un diario de tapa roja en el que escribía sus ideas y sensaciones y pegaba fotos que ella misma se sacaba en sus ratos libres. No eran las fotos artísticas a las que estaba acostumbrada, eran fotos de sus manos, sus pies, sus brazos, los lunares que surcaban todo su cuerpo o de su cara poniendo diversos gestos. Era algo que le gustaba hacer para sentirse ella misma, no un simple maniquí con emociones dirigidas. Y ahora está pensando en el chico con el que ha quedado esa misma noche.

Le conoció en una sesión de fotos para una revista erótica, era el ayudante del fotógrafo. Durante horas tuvo que posar desnuda y sugerente, pese a que ese día se encontraba bastante baja de moral. El chico la habló por primera vez en un descanso, primero de banalidades y pronto de cosas más serias. El contacto había seguido desde entonces, ya fuera a través de llamadas telefónicas y de Internet, pero no se habían vuelto a ver en persona. Al menos hasta esa noche, en la que ella estaba en la ciudad en la que él vivía y habían quedado para salir a cenar. A ella le gustaba él porque sentía que la comprendía, que no la quería sólo por su cuerpo. Era curioso cómo se habían conocido estando ella sin ropa y a partir de ahí habían pasado a su interior.

Esa noche saldría sin maquillaje y con una simple camiseta de tirantes y un pantalón, nada de elegantes modelitos. Esa noche no sería un maniquí, esa noche sería una chica de veintipocos años.

4 comentarios:

  1. Pues no lo descarto, otro día que me venga la inspiración, jeje

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  2. Que se quede ahí, jajajajaja, me encantan los finales sin final. Ahí siempre empieza lo mejor, lo que no puede ser contado...

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  3. Sí, eso es verdad, lo que me gusta de los finales abiertos es que son un poco como la vida misma, no sabes cómo acabarán las cosas

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