sábado, 10 de marzo de 2012

Al borde de un abismo


"—Ha muerto sin dolor —murmuró Iturrioz—. Este muchacho no tenía fuerza para
vivir. Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo creía.
—Pero había en él algo de precursor —murmuró el otro médico".
En días como hoy, en los que me siento lejos de todo y con una soledad muy grande en muy interior, me acuerdo de estas frases que cierran "El árbol de la ciencia", de Pío Baroja. Unas frases que siento muy próximas a mi propio ser cuando estoy triste.
En un mundo en el que tenemos infinitas opciones de conectar con personas a través de Internet, me siento solo como un perro abandonado. Es una confusa sensación de que sólo les rozo, de que el contacto no es real, es una ilusión. Ahora mismo, en el momento de escribir estas líneas, no puedo evitar la sensación de que me estoy escribiendo a mí mismo, como un náufrago escribiendo un mensaje que va a lanzar al mar esperando que alguien lo recoja.
Sé que son dientes de sierra que me dan en ocasiones y que a buen seguro pasarán, pero en ocasiones así siempre me pregunto una cosa: ¿si desapareciera en este instante cuánto tiempo tardaría alguien en darse cuenta? Es una pregunta que no me gusta hacerme, pues a veces me vienen respuestas que me hacen sentir un escalofrío, como si estuviera al borde de un abismo.