martes, 11 de agosto de 2015

Recordando un viaje por la Toscana: Pisa

Nos encontramos en un mes que, al menos en nuestro país, es sinónimo de vacaciones y de peripecias en lugares diferentes a los que se transitan el resto del año. Siempre me ha parecido curiosa la querencia de muchos a irse a lugares de playa donde las temperaturas son tan altas como del lugar de donde provienen, a lo que hay que sumar la humedad que aumenta la sensación de calor y el gran número de turistas que convierten el lugar en una especie de parque temático, con lo que el relax es difícil de encontrar. Yo tengo la suerte de provenir de una ciudad costera del norte, así que en verano puedo escaparme unos días a la casa de mis padres para gozar de temperaturas más agradables y playas de agua fresca con un número soportable de visitantes, sin tener esa sensación de que nos hayamos encontrado todos los que hemos salido en el mismo sitio.
 
 
Desde hace unos años, para mí ese es el único modo de experimentar algo diferente en vacaciones, pues como sufriente del empeoramiento de las condiciones laborales ya no me dan los recursos para hacer los viajes que hacía a países del extranjero. A lo largo de 4 años pude pasarme por diversos rincones de Bélgica, Holanda, Alemania, Hungría, Austria, República Checa, Eslovaquia e Italia, a la que dedicaré las próximas entradas de este mes veraniego. En julio del año 2010 tuve la oportunidad de darme un garbeo de una semana por la Toscana, una región de gran fama internacional y cuyos encantos han sido alabados por propios y extraños. Aunque a veces el tópico se impone sobre la realidad y hace que nos llevemos decepciones con sitios que habían sido muy bien ponderados, debo decir que la fama toscana es bien merecida.
 
 
La primera parada de mi periplo fue en Pisa, donde arribé en avión, en un vuelo bastante curioso. Y es que viajé el 12 de julio, el día después de que España ganara el mundial de fútbol y varios pasajeros iban ataviados con los colores nacionales, felices de la vida y creyendo, infelices, que ese triunfo había acabado con los problemas endémicos de este país. Pero tal era el subidón en aquel momento, que hasta el propio piloto (que no debía ser precisamente de Valladolid, a tenor de su acento) chapurreó un "viva España" cuando informó de las condiciones del vuelo antes de despegar. Ya aterrizado del vuelo del amor e instalado en el hotel, acudí raudo a ver su famosa torre inclinada (Torre Pendente la llaman allí), así como el Duomo (la Catedral) y el Baptisterio, que se encuentran a su lado. Las tres construcciones forman un conjunto fascinante, allí erigidas sobre una gran extensión de césped, que te hacen sentir como si estuvieras viendo los decorados de una película. Ves esas construcciones de mármol blanco y dan ganas de tocarlas durante largo rato. Apenas pude tocarlas para no quedar como un tío pirado, pero me desquité tomando algunas fotografías aprovechando la luz del atardecer.
 






 


 
Hay muchos que aseguran que lo bonito de Pisa empieza y acaba con ese conjunto arquitectónico, pero no estoy de acuerdo. Cierto es que es lo más llamativo de la localidad, pero aún así merece la pena darse un paseo por sus calles y descubrir otros atractivos. Uno puede seguir el recorrido del río Arno, que corta la ciudad en dos, e ir apreciando las panorámicas de las casas y palacetes ubicadas junto al cauce.
 




 

 
Es muy corriente encontrarse con edificios que lucen descoloridos e incluso con desconchones en sus paredes, lo que tiene su atractivo. Te hace sentir como en una película neorrealista, que sólo falta la aparición de alguna "mamma" llamando a gritos al Tommaso o al Peppino de turno.
 

 
Entre sus numerosas plazas, las que más me gustaron fueron la Piazza del Cavalieri y la Piazza Garibaldi. Precisamente en esta última y sus alrededores, así como el margen del río, es donde se concentró la juventud de Pisa en las noches que allí estuve. Asimismo, también merecen destacarse las murallas que circundan la ciudad, en muchos de cuyos tramos crece la hiedra.
 
 

 
En definitiva, una ciudad interesante a la que merece la pena dedicar un día de paseo y observación. A Pisa va dedicada la entrada de hoy, con fotos sacadas por mí mismo con la cámara que tenía por aquel entonces y a lo largo de los próximos días haré lo propio con el resto de localidades toscanas que tuve la oportunidad de visitar. Y ustedes que lo vean.

4 comentarios:

  1. ¡A mí también me gusta tocar las piedras de las edificaciones! Reconozco que a veces lo hago, muy disimuladamente, porque es verdad que queda de locos… Y si no, pues miro con detenimiento la construcción, las formas de las piezas, las vetas u oquedades…
    He estado un par de veces en Italia (me flipó Florencia), pero nunca por la Toscana, así que me encantará seguir leyendo sobre esta región.
    Un saludo.

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    1. Hombre Suip, cuánto tiempo sin comentar. Siempre se agradece que vuelva la gente a pasar por aquí.

      La Toscana es una región que merece la fama que tiene, yo salí encantado de mi viaje. Florencia estupenda (en próximas entradas hablaré de ella), pero también vi otros parajes muy interesantes.

      Un saludo

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  2. Es bonito recordar los viajes. Algún día me gustaría visitar la Toscana. Aunque primero quisiera volver a Portugal, que estuve allí hace 10 años.

    Un abrazo!

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    1. En Portugal estuve en Oporto, Estoril y Lisboa. No lo recuerdo mucho, no me dejó mucha huella, aunque fui siendo más pequeño y entonces no apreciaba ciertas cosas como lo hago ahora. Y si puedes pasarte por la Toscana no lo dudes, yo ahora quiero algún día volver a Italia, esta vez al sur, la costa de Napóles y Sicilia.

      Un abrazo, Eowyn

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