jueves, 25 de septiembre de 2014

Quién sabe lo que traerá la marea



Estos días ha llegado a los cines “El hombre más buscado”, la penúltima película que rodó el actor Philip Seymour Hoffman antes de morir por sobredosis de drogas mientras todavía no había acabado su participación en la saga de “Los juegos del hambre”. No he visto aún la película, pero he leído comentarios acerca del mal aspecto que luce Seymour Hoffman, más gordo que nunca, con la voz rota y aspecto demacrado y tristón, en parte por exigencias del personaje y en parte porque ya se intuía el infierno que atravesaba el intérprete y que le llevó a la muerte unos meses más tarde.


Este verano conocíamos también el suicidio de otro actor, Robin Williams, que se ahorcaba con un cinturón al no poder superar una depresión que le había carcomido el alma y le había dejado sin fuerzas para vivir. Un actor que fue muy conocido por sus papeles cómicos en varias películas y al que la mayoría del público identificaba como un payasete muy eficaz. Un actor que sin embargo también supo brillar en papeles dramáticos y mostró que el payaso podía estar más triste de lo que parecía.

 
Y no acaba aquí la cosa en lo que respecta al mundo actoral, pues hace pocas semanas salía publicada una entrevista con George Clooney (un actor que siempre ha hecho gala del humor en muchos de sus papeles y apariciones públicas) en la que hablaba de las veces que se había planteado el suicidio a causa de una insatisfacción vital que no se le iba.


Ni Seymour Hoffman, ni Williams ni Clooney han sido unos fracasados, si acaso Williams ya había dejado atrás sus años de gloria, pero aún seguía haciendo cine. Los tres han sido intérpretes de fama, cada uno en su estilo, algo que no parece haberles llenado del todo, algo que a la gente de a pie le cuesta entender porque no conciben que gente que lo tiene todo pueda llegar a sufrir, porque si lo pasan mal los que parecen tenerlo todo qué se supone que deben hacer los menos favorecidos. Y esa es una pregunta entendible, pero el carácter humano siempre se caracteriza por buscar algo más y esa búsqueda, unida a un carácter con una mayor sensibilidad, común a las profesiones artísticas, puede producir resultados nefastos de descontento, que tratan de ahogarse con cosas que produzcan bienestar. Seymour Hoffman y Williams ya habían estado implicados en casos de adicción al alcohol y las drogas, algo que dejaron atrás por un tiempo y en lo que volvieron a recaer para tratar de buscar un consuelo a unas penurias que habían reaparecido con fuerza y que les costaron la vida, porque decidieron huir en lugar de enfrentarse a todo ello.

Yo tengo una personalidad que tiende a la melancolía y suelo pasar por ocasionales dientes de sierra emocionales, por etapas donde lo veo todo bastante mal y sin solución satisfactoria. Etapas en la que pienso que soy un fraude, un pobre idiota que no hará nada con su vida y que morirá solo y sin tener donde caerse, sin que a nadie le importe. Estos momentos suelen ser temporales, de pocos días y suelen ser superados a través de la resistencia propia y la que me da la gente a la que quiero y que me gusta sentir cerca, especialmente en esos malos tragos. Pero ha habido ocasiones donde esos dientes de sierra se han convertido en oscuros pozos negros en los que creía que me iba a volver loco y de los que he salido de milagro, quizá por puro instinto de supervivencia. Recuerdo mis 16,17 años y lo cabreado que estaba con todo, cuando me vino el pavo de la adolescencia y empecé a suspender en el colegio, a discutir con todo el mundo y la de veces que me asomaba a la ventana de mi cuarto pensando en lo fácil que sería dar un saltito y acabar con todo. En mis años universitarios, cuando aún no había cumplido los 20, tuve otra de esas crisis a causa de un cruel desengaño amoroso y la ansiedad que aquello generó me llegó a repercutir incluso a nivel físico, con ataques de pánico que me hicieron ingresar en urgencias con un amago de infarto. Aún recuerdo las palabras del médico que me atendió, que me hizo de improvisado psicólogo pues fue el primero al que conté aquel problema que me ahogaba, recomendándome que me tomara la vida con más calma o no iba a llegar muy lejos. 


Bien sabe Dios que aquello fue un punto de inflexión en mi vida y aunque me dejó cierto miedo a querer por temor a sufrir daños así, aprendí a tomarme las cosas con más filosofía. Sin embargo, esos fantasmas siempre están al acecho esperando colarse por alguna rendija que les abras y recuerdo la última vez que me pasó, hará cosa de unos 4 años, cuando el trabajo que entonces tenía había empezado a parecerme lo peor y detestaba las dobleces y el carácter falsario de muchos de mis compañeros. Una parte de mí estaba pidiéndome salir de allí, pero sin saber a dónde dirigirme, que es la peor de las situaciones. Empecé a dormir poco y a descuidar mi aspecto, engordé y perdí pelo y fue viéndome un día en el espejo donde comprobé a donde estaba llegando y fue mi instinto de conservación el que me avisó de que saliera de ahí. Afortunadamente, la crisis ya había llegado y perdí mi trabajo por un recorte de plantilla, de modo que ese fue el impulso para dejar aquella ciudad y aquel entorno y empezar de cero en la gran ciudad donde ahora me encuentro, sin que haya vuelto a poner los pies en la ciudad que dejé ni haya hablado con nadie de los que quedaron atrás, que mostraron su verdadera catadura al no mostrar el más mínimo interés de hacia donde me iba. Yo no soy un pejiguero que necesite que me pasen la mano por la cabeza todo el día, de hecho nunca me ha gustado, pero sé que soy inseguro y demasiado autocrítico y necesito que de vez en cuando me echen un capote por encima y que me digan que todo está bien, algo que trato de hacer con la gente a la que quiero cuando ellos están mal, porque me ha ayudado a salir de esos malos momentos. En el momento de escribir estas líneas pienso en ellos y debo admitir que si sigo aquí es gracias a su contribución, a veces sin que ellos lo supieran me estaban dando la vida. Como ese "With a little help of my friends" que compusieron los Beatles y versionó Joe Cocker y que hizo famosa por su uso como sintonía de la serie "Aquellos maravillosos años".


Imagino que un consuelo así es lo que les faltó a Seymour Hoffman o Williams, que buscaron refugio en unas sustancias que solo dan un placer pasajero antes  que pasen sus efectos y te devuelvan con intereses la mierda que creías haber dejado atrás, por eso los alcohólicos y drogadictos necesitan siempre la siguiente dosis. No obstante, ante el drama cotidiano existe la posibilidad de penar hasta purgar todo lo que te hace daño o seguir la vía inconsciente y engañosa de tirar hacia adelante y no dejar espacio para el dolor, algo en lo que la vida también nos da ejemplos en todos sus estratos. Por ejemplo, me acuerdo ahora de la presentadora televisiva Raquel Sánchez Silva, que hace menos de año y medio perdió a su marido después de que este se suicidara y tras el dolor de la pérdida y de una serie de acusaciones en las que se especulaba sobre su culpabilidad en el caso ahora vuelve a estar emparejada y “con nuevo amor” si parafraseamos los melosos (y absurdos) adjetivos con que las revistas del corazón empaquetan a todas las relaciones que surgen, aunque no se trate más que de cuatro polvos que duran una temporada. 


El caso de Sánchez Silva siempre me ha interesado, por esa capacidad de sobreponerse con tanta rapidez y ha sido a través de entrevistas suyas donde he visto que ella es de esas personas que prefieren pasar tres días encerradas llorando y al cuarto salen a la calle y tratan de esconder los restos para empezar de nuevo, como si nada hubiera pasado para no dejar más espacio al dolor, aunque este siga ahí. Algo parecido está sucediendo con la actriz María Valverde, que ha roto su relación con el actor Mario Casas años después de empezarla con la película juvenil aquella de “A tres metros sobre el cielo”, que hizo que mucha gente conociera a la actriz, a pesar de que esta llevaba ya años haciendo cine y había ganado incluso un Goya por “La flaqueza del bolchevique”. Cosas del público masivo, que hasta que un actor no sale en un taquillazo o una serie de televisión parece que no existe. 

 
El caso es que la relación de Casas y Valverde parece ser que se había acabado hacía meses aunque se haya dado a conocer ahora y no por ello la actriz ha dejado de colgar en sus redes sociales fotos de lugares donde ha estado en verano y asegura que ha sido el mejor verano de su vida. Todo ello mientras en algunas de esas instantáneas quedaba claro que su aspecto había empeorado y se la veía más delgada y demacrada, producto seguramente de muchos momentos de dolor que quedaban fuera de las fotos, por esa función de marketing de uno mismo que parecen haber ganado las redes sociales, donde siempre hay que vender marca e imagen positiva para que no te consideren un muermo.


 
La forma de actuar de Sánchez Silva y Valverde desde el punto de vista del melancólico da un poco de rabia por su falsedad, pues la pena no es como una basura de la que te desprendes y a otra cosa mariposa, porque sigue ahí, pero quizá es más inteligente que la de rumiar la pena hasta que esta te haya devorado. Yo siempre siento esa contradicción ante aquellos que actúan ante los problemas como si no existieran, les acuso y a la vez les admiro porque nunca he sido capaz de actuar así, de hecho la única vez que he podido esconder el dolor de la vista de los otros y fingir que todo iba bien ha sido en la crisis de los años universitarios que comentaba párrafos atrás y ya ven como terminó.

Sea como fuere, parece claro que estas mujeres, como tantas otras personas que ven las cosas de ese modo, luchan por salir adelante aunque sea a costa de engañarse a sí mismas, en una huida incesante hasta el momento donde todo lo negativo deje de perseguirlas y se quede atrás. Quizá es lo que hice yo mismo en ocasiones pasadas, lo que habrá tratado de hacer George Clooney y lo que debieron hacer Philip Seymour Hoffman y Robin Williams y tantos otros que decidieron acabar con su vida cuando les pareció insoportable. Al final se trata de salir adelante, de la manera que sea, como muy bien quedaba reflejado en la excelente película “Náufrago” (que tantas veces he visto en los momentos bajos), donde el personaje de Tom Hanks regresaba a casa tras años de soledad en una isla desierta y se encontraba con que, tras el sufrimiento pasado, había perdido su vida anterior y debía recomponerse para seguir respirando y afrontar lo que traiga la marea. Toda una metáfora vital de la que siempre se puede aprender.


4 comentarios:

  1. Cuando era pequeña mi padre me decía que el suicidio era de cobardes y nunca lo entendí. Para mí entonces quitarse la vida era un acto que conllevaba mucho valor. Con el tiempo aprendí que a veces quitarse la vida es la salida más fácil y lo que supone valor realmente es seguir viviendo.

    Sí que cuesta aceptar que esta gente que lo tiene todo en teoría no le compense la vida, pero muchas veces el éxito y la felicidad no van de la mano.

    ¿La mejor solución para sobrellevar los bajones?. No la hay, lo único es mantenerse ocupado y no pensar mucho, pero es difícil.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La vida no deja de ser un juego y el suicidio es una forma de retirada, de decir que ya está bien, ya se acabó, algo que sin embargo solo afecta muchos menos de los que piensan en ello, porque el instinto de supervivencia y la esperanza de que todo pueda mejorar nos retienen aquí. Y eso le pasa al hombre más forrado y al mendigo que duerme en la calle.

      Creo que la solución que comentas es la más adecuada, tiene algo de hipócrita y de negación de la realidad, pero es el único modo de cambiarla

      Eliminar
  2. ¡Buenas!
    Buena entrada, bien escrita.
    Aunque en los momentos bajos nunca ves venir lo que va a pasar ni el grado en que te va a afectar, yo creo que lo importante es saber manejar la situación. En tu caso, vives ese decaimiento hasta que consigues superarlo. Pero bueno, eso es lo que yo pienso, que tengo una mentalidad muy funcional, a veces demasiado. Por ello, no tengo paciencia para las desgracias; sí, suceden, es inevitable, y te marcan, por supuesto, pero yo las vivo y enseguida he de pasar a otra cosa, sobre todo, a la normalidad. Sí, las penas siguen revoloteando por dentro, y no es que las esconda, si me preguntan, hablaré de ello, pero no me regodeo, no puedo. Por ello entiendo un poco a Sánchez Silva y a Valverde, si es que sus historias son tal cual las conocemos, que, como dices, de lo que se vende como imagen no se sabe muy bien lo que es verdad. Yo creo que las relaciones de ambas estaban enfriándose.
    Hasta donde yo sé, lo malo de la impaciencia con los momentos bajos es cuando te estancas personalmente en uno de ellos y no puedes seguir adelante, y entonces lo más normal es que tires para atrás a un estado anterior, más cómodo, supongo. Eso te hace un poco miedica.
    Y que conste que respeto a la gente que se lo toma con calma para seguir adelante, es muy comprensible.
    ¡Hale, toma rollo sobre la tristeza! Me pregunto si sobre la alegría escribiría tanto, jejeje.
    ¡Saludicos alegres!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, ya se sabe que la tristeza es una de las mayores fuentes de la creatividad, la alegría anestesia nuestro ánimo y nos hace ver que, simplemente, todo está bien, no hay más vueltas que dar. Sin embargo, la tristeza tiene muchas más aristas y detalles en los que pensar. Si gente como Nietzsche o Camus hubiera llevado una vida plena nos habríamos quedado sin sus obras y su conocimiento del género humano. Aunque de todos modos creo que hay formas de ser que tienden a la melancolía de forma natural, no pueden evitarlo por bien que se encuentren, siempre surgirá la sombra de la pena en momentos puntuales. La clave es que solo sea una visita breve, que no venga a quedarse.

      Saludicos alegres para ti también

      Eliminar