martes, 9 de septiembre de 2014

Necesidad de compañía

Una cosa que siempre me ha llamado la atención es la capacidad de algunas personas para los extremismos sentimentales/amorosos, es decir, para cambiar de pareja con la misma rapidez que se cambian de ropa o para engancharse a una media naranja de la que no se separan nunca aunque no les falten motivos. En ambos casos me parece que hay algo de engaño, a la otra persona y a uno mismo. En el caso de la gente que deja una relación y enseguida está con otra hay un engaño en esa rapidez en encontrar de nuevo el amor, algo dificil de creer, porque si lo encuentra tan rápido es porque realmente no quería tanto a su anterior pareja o porque quiere engañarse y autoconvencerse de que lo que nuevo que consigue es mucho mejor que lo que tenía. Y si hablamos de la gente que no está a gusto con su pareja pero no la deja por miedo a la soledad o al qué dirán los que los rodean (algo habitual en las relaciones largas, donde se ha creado un vínculo con personas cercanas al otro miembro de la pareja), con lo que también se engañan a sí mismas, asumiendo su relación como una condena que hay que aguantar y engañan a los demás fingiendo un amor que no existe del modo en que se cree.


Está claro que yo veo las cosas desde un punto de vista que no es el mismo de los que están implicados, porque desde dentro siempre se ven las cosas de otro modo y los sentimientos llevan a cometer ciertas locuras, porque la madre del hombre más malo del mundo siempre le seguirá queriendo como su hijo. Y será por eso por lo que me llama la atención mucho el fenómeno de la gente que no puede o no sabe estar sola, un hecho que me ha venido a la cabeza al leer un artículo aparecido en la revista "Mujer Hoy" y que reza del modo que sigue.

"Ser soltera en el año 2014 no es un problema, sino un estado civil. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 27,3% de los españoles lo son y la cifra no ha parado de aumentar en las dos últimas décadas. Según la Encuesta de Población Activa, de los 15 millones de solteros, separados, divorciados y viudos que existían en 2005 hemos pasado a poco más de 17 millones. Y los que han roto con la pareja han aumentado un 54% y representan ya al 5,5% de la población española (2,1 millones de personas). 

La situación arrastra, además, un boyante negocio para dar respuesta a las necesidades de los que viven solos. Ni siquiera el lenguaje es el mismo: se llaman “singles” o impares; ya no hay solterones. Pero las cosas no siempre fueron así. Seguro que todavía muchas hemos escuchado expresiones como “quedarse para vestir santos”, “se le ha pasado el arroz”, “es una solterona”… Hubo un tiempo en que no casarse era una maldición para las mujeres. Hoy hablamos del reloj biológico, el de la maternidad, precisamente porque las mujeres hacen muchas cosas antes de pensar en casarse o tener hijos: estudiar, viajar, desarrollar su carrera profesional, tener muchas relaciones…  
La salvaguarda del matrimonio 

Pero en la época de nuestras abuelas –e incluso de nuestras madres— una mujer sin novio a los 25 años era un caso perdido. Las solteras no solo no tenían futuro como mujeres –sin hijos, en un tiempo en el que la maternidad era imprescindible–, tampoco capacidad de supervivencia: era frecuente que dependieran económicamente de otros parientes, porque nadie educaba a las chicas para que tuvieran una profesión. El matrimonio era una salvaguarda. Lo más a lo que podían aspirar era a ser institutrices, maestras o subalternas en el servicio doméstico. Y en otras ocasiones, su papel era de cuidadoras de todos los miembros de la familia que envejecían o enfermeban. Las novelas de Jane Austen, las hermanas Bronté, Clarín o Benito Pérez Galdós están pobladas de estos personajes llenos de patetismo, descritos a menudos con crueldad, que inspiran conmiseración y simbolizan lo que ninguna mujer quería ser. 

Sin embargo, la presión por encontrar pareja ha quedado marcada a fuego en la identidad de muchas mujeres: la idea de que las solteras eran pobres y feas, que tenían algo de criaturas desnaturalizadas, poco femeninas, sumidas en una existencia gris alejada del placer, la sensualidad y la atención masculina, siguen aterrorizando a muchas chicas. “Para algunas mujeres, su identidad femenina depende aún de la mirada masculina. Si un hombre no mira, es como si ellas no existieran”, asegura la psicóloga Mariela Michelena, autora de Me cuesta tanto olvidarte (Temas de Hoy). 

La independencia es soledad y la temen más que a la muerte. Por eso, buscan como sea, evitar, primero, la ruptura, y luego estar sin pareja. Enlazan una relación con otra. O soportan relaciones inanes, dañinas; se engañan con una atracción que, en realidad, no sienten, con tal de no deambular por ahí por sí mismas. 

Sin embargo, hay varios tipos de alérgicas a la soltería y esta incapacidad, supuestamente una decisión voluntaria, para ser “single”, esconde gran número de matices y conflictos, a veces difíciles de sacar a la luz sin un análisis profesional. Están, en primer lugar, las que comenzaron su relación siendo adolescentes con el compañero de colegio y, 20 años y varios hijos después, siguen aparentemente igual de enamoradas. Aparentemente. Porque, sí, hay parejas que evolucionan al mismo ritmo, seres que encuentran esa “media naranja” a la primera y llegan a los 90 con ella. 

Pero, en general, cabría preguntarse si un novio adolescente se transforma con tanta facilidad en una pareja adulta y compenetrada cuando la niña que éramos se ha convertido en una mujer hecha y derecha. Y si ambos caminan por el mismo carril, al mismo ritmo y con los mismos objetivos. El segundo prototipo es el de aquellas chicas que afirman que “tienen una necesidad enorme de afecto” y no se recuerdan solas salvo un corto intervalo de unos meses. “En cuanto siento que mi relación se tambalea, me pongo manos a la obra, casi de manera inconsciente, para encontrar otra”, confiesa Natalia, de 32 años. Muchas presumen, además, de conservar lazos estrechos (incluso con derecho a roce) con sus ex. Más que encadenar, acumulan relaciones. ¿Cómo si necesitaran estar rodeadas de una cohorte de admiradores? 

¿O porque solo se sienten a gusto en plena efervescencia pasional, y cuando esta desaparece, huyen? Hay un tercer tipo basado en la permanente relación “ni contigo, ni sin ti”, que nunca acaba, nunca mejora, pero siempre sobrevive a lo largo de los años. Y, por fin, un cuarto, quizá el más problemático: las mujeres que tienen pavor a estar solas. “Este miedo tiene un nombre incluso: los expertos lo llaman “anuptafobia”, explica el psicólogo Yvon Dallaire. Más allá de la soledad, temen el abandono. Por eso, permanecen en pareja por defecto o se lanzan a los brazos del primero que aparece, para huir de una situación que no pueden soportar. En el origen de estos miedos puede haber una ruptura familiar o una separación vivida de forma traumática. En estos casos es necesario ayuda profesional, para objetivar ese miedo y salir de la dependencia. 

Necesidad de seguridad 

Es cierto que nos movemos en un mundo de parejas. Parece que vivir solo no tiene buena fama. Los expertos le atribuyen a la pareja ventajas sobre la salud, la felicidad, la estabilidad emocional y la esperanza de vida. Vivir en pareja es también más “barato”, aunque este no sea un argumento romántico y no funcione como motor de una relación, pero es posible que sí otorgue cierta tranquilidad en el trasfondo de nuestra mente, conectada con una necesidad de seguridad más profunda. La clave, una vez más, está en elegir libremente. Nada hay más dañino para la salud y la felicidad que una relación aburrida, agresiva o llena de hipócritas convencionalismos. Vamos, aquello que nuestras abuelas, abocadas al matrimonio sí o sí, expresaban con el clásico “más vale solo que mal acompañado”.

¿Por qué siguen unidas las parejas? 

“Para que el amor se produzca hay que haber recorrido un proceso determinado y tener una maduración psicológica que no se da de entrada”, dice la psicoanalista Isabel Menéndez, en su libro La construcción del amor (Espasa). Estos son algunos elementos necesarios para mantener una relación de largo aliento: Que una pareja dure no es cuestión suerte. Se trata de sacar adelante un proyecto común, basado en una misma filosofía de vida. Son necesarias cualidades relacionadas con la madurez emocional: sentido de responsabilidad y cierta inteligencia emocional. La pareja genera crisis y nos enfrenta a problemas que tienen que ver con la forma de ser del otro. La convivencia a lo largo plazo es un desafío y es necesario tener destreza y capacidad para superar las pruebas: perdonar, transigir, ceder… Hay que tener sentido de equipo y saber negociar. 

De la depresión al sentido del humor 

Existe un grupo especialmente vulnerable a la depresión entre las mujeres mayores de 40 años, en ocasiones con hijos pero sin pareja estable, aunque sean independientes económicamente y hayan desarrollado una carrera profesional con éxito, según aseguran desde la Asociación de Mujeres para la Salud, especializada en la atención psicológica desde la perspectiva de género. Muchas de esas mujeres son profesionales que postergaron la creación de una familia, pero otras muchas son divorciadas o separadas, que tomaron la iniciativa en romper con su pareja y viven solas por primera vez. 

La presión social sigue funcionando en este aspecto: separadas o solteras suscitan cierta admiración por su independencia, pero no pueden librarse de su propia autocrítica, en un caso por no haber sido capaces de fundar una familia y tener hijos (“tenerlo todo”) y en el otro, por una sobrecarga de responsabilidades familiares, al ocuparse de sus sus hijos y sus padres. Además, aunque hayan tomado la decisión de romper un matrimonio que no les satisfacía, siguen considerando la soledad como fracaso. Muchas tienden a encadenar relaciones poco enriquecedoras para su autoestima, sin tener tiempo de pararse a pensar y cuidarse. Junto a esta realidad, surge un tipo de mujeres cuya arma es el sentido del humor. 

Es el caso de la empresaria y conferenciante estadounidense Melanie Notkin, de 50 años. Su blog, publicado en el Huffingtonpost norteamericano, ha dado la vuelta al mundo. “Sé lo que estás pensando –escribe–, puedo leerlo en tu cara… Estás tratando de averiguar si hay algo malo en mí. La pregunta que te has hecho cuando has descubierto que era soltera y que no tenía hijos es: ¿Qué problema tendrá?”.


Este es un artículo que a pesar de salir publicado en una revista dirigida en principio a un público femenino también nos puede dar pistas de esos hombres que tampoco saben estar solos, que sin duda los hay. No pocos hombres son niños grandes que necesitan a una "mami" a la que recurrir cuando lo necesitan, aún en el caso de que sean infieles por naturaleza y convicción. Todos hemos visto a hombres con novia a la que le ponen los cuernos cada dos por tres y en algunos casos hasta de forma consentida por la otra parte, como un acuerdo tácito en el que el hombre (y a veces también la mujer) tiene sus aventurillas por ahí y al final del día vuelve al hogar donde le espera la doncella que le dé su descanso del guerrero. Esos son los casos más flagrantes de hombres temerosos de la soledad, que necesitan atrapar toda la compañía que surge a su alrededor para llenar un vacío que apenas puede ser consolado porque nace de algo mucho más profundo, de un sentimiento de desamparo imposible de ocupar, de una falta de adaptación a la vida. Una vez más vuelvo a acordarme del Don Draper de la serie "Mad Men", ese personaje egoísta y aparentemente triunfador que en el fondo no tiene nada y que es de lo más fascinante que ha parido la ficción reciente.


Ya he comentado alguna vez que la soledad forzosa es una de las peores condenas que pueden caerle a cualquier persona, pero la soledad es algo con lo que tenemos que aprender a convivir, aprender a lidiar con nosotros mismos y saber qué es lo que somos en lugar de huir de ello buscando la compañía de forma desesperada y fastidiando a terceras personas. Porque es cuando sabemos estar solos cuando de verdad podemos encontrar y disfrutar una buena compañía y cuando también nos convertimos en buena compañía para los demás, cuando sabemos lo que nos gusta que nos den y lo que no, así como lo que podemos dar y lo que no.

2 comentarios:

  1. Una entrada completísima y concienzuda, haces un análisis psicológico de las mujeres y de la sociedad en general.
    A mí me cuesta mucho entender la mente humana y se me hace difícil buscar los motivos de porque las personas hacen una cosa o hacen otras. En ocasiones me cuesta entenderme hasta a mí misma jajaj pero me encanta leer este tipo de artículos.
    Un saludo :)
    Te sigo leyendo.

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    1. Muchas gracias, siempre son bienvenidos los nuevos visitantes. Aunque nunca ejercería de ello, tengo una parte de mí vivamente interesada por la psicología y me llaman mucho la atención las reacciones de la gente ante diversas circunstancias. Cuando era pequeño, crecí en un entorno muy conservador con los sentimientos, donde no era plan hablar de lo que se sentía y solo a través de la literatura o el cine fui conociendo que había otra gente que sentía cosas parecidas a las que yo percibía. Luego ya he conocido a más gente y me ha interesado saber que piensan y sienten, quizá tratando de buscar una explicación para mí mismo, que también me cuesta explicarme en muchas ocasiones.

      Un saludo, pasa cuando quieras

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