viernes, 19 de septiembre de 2014

"El niño", "Amigos de más", "Boyhood" y "Jersey Boys". Popurrí cinéfilo

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de ver algunas películas en las que estaba interesado y al no tener mucho tiempo para hablar de ellas a medida que las veía y por no ir desperdigando las críticas de forma cansina, he optado por hacer una entrada tamaño XXL en la que recopilo mis impresiones de todas ellas. Hoy les hablaré de “El niño, “Amigos de más”, “Boyhood” y “Jersey Boys”.

Siempre se dice que un crítico de cine es un cineasta frustrado, del mismo modo que existe el dicho de que quien no sabe hacer se dedica a enseñar. A veces es un dicho injusto, pero en otras ocasiones es muy real y existen varios ejemplos de críticos de cine que en su momento aspiraron a hacer películas y que al no tener el talento o la disposición de hacerlas, se conformaron con hablar de otros y ejercer una profesión en la que podían disfrutar de su pasión por el séptimo arte desde el lado del espectador. Por eso los críticos critican, valga la redundancia, porque a la hora de analizarla ellos ven la película como les gustaría que fuese, como lo que ellos harían de ser el director, yo mismo siento esa sensación cuando hablo por aquí de películas a pesar de no dedicarme a la crítica de cine. Por eso creo que no hay que santificar al crítico, porque todo acaba siendo cuestión de gustos y opiniones y te puede pasar que al crítico le guste un tipo de cine que a ti no y vayas a ver alguna de las películas que recomienda y te sientas cabreado por perder el tiempo y el dinero o estúpido por no saber apreciarla del mismo modo. Así, hay gente flipada con el terror y el fantástico que pondera con entusiasmo cualquier película de ese género aunque luego las veas y compruebes que muchas son deleznables y otros que no pueden ver las comedias americanas o las películas de época y nunca hablarán bien de filmes destacables en ambos ámbitos. Yo pequé de esa inocencia en mis arranques como cinéfilo y vi películas que decía este y aquel que eran maravillosas y a mí me parecían lo peor, antes de comprender de que lo que realmente necesitaba era formarme un criterio sólido y saber de quién fiarme y de quién no, sabiendo de qué pie cojea cada uno.



A pesar de todo, hay críticos que han conseguido saltar la barrera y convertirse en cineastas. En Francia, la famosa “nouvelle vague” apareció a través de una serie de personas como François Truffaut, Jean Luc Godard, Claude Chabrol o Eric Rohmer, que empezaron escribiendo sobre cine y acabaron renovándolo usando códigos ya conocidos junto a otros que ellos creían convenientes, en el sueño del crítico pudiendo rehacer las películas a su antojo. En España tenemos como caso más destacado el del mallorquín Daniel Monzón, que en los 90 fue crítico en revistas como “Fotogramas” y programas como “Días de cine” antes de dar el salto tras la cámara con “El corazón de guerrero” y seguir su carrera como director con “El robo más grande jamás contado”, “La caja Kovak” y “Celda 211”, que le consolidó con un gran éxito de crítica y público. Ahora promete dar que hablar de nuevo con “El niño”.


Dos jóvenes, El Niño (Jesús Castro) y El Compi (Jesús Carroza), quieren iniciarse en el mundo del narcotráfico en el estrecho de Gibraltar. Riesgo, adrenalina y dinero al alcance de cualquiera capaz de atravesar esa distancia en una lancha cargada de hachís volando sobre las olas. Por su parte Jesús (Luis Tosar) y Eva (Bárbara Lennie) son dos agentes de Policía antidroga que llevan años tratando de demostrar que la ruta del hachís es ahora uno de los principales coladeros de la cocaína en Europa. Su objetivo es El Inglés (Ian McShane), el hombre que mueve los hilos desde Gibraltar, su base de operaciones. Los destinos de estos personajes a ambos lados de la ley terminan por cruzarse para descubrir que el enfrentamiento de sus respectivos mundos era más peligroso, complejo y moralmente ambiguo de lo que hubieran imaginado.



Cuando el estrecho de Gibraltar ocupa las portadas de los medios informativos suele ser por temas de inmigración ilegal y de africanos que tratan de cruzar como sea los kilómetros que separan su continente de Europa, para ellos tierra de abundancia y donde empezar una nueva vida. Sin embargo, como puerta de Europa, el estrecho también es lugar de tráfico de mercancías de todo tipo, entre ellas de drogas. Un escenario en el que muchos se ponen las botas gracias a la audacia de tipos que no dudan en jugarse la vida pasando las sustancias ilegales a pesar de la persecución de la que son objeto por parte de los policías. 

 

El dinero rápido y el espíritu de aventura es lo que mueve a jóvenes como El Niño y El Compi. Los dos pasan de ser unos parias del escalafón social a triunfar gracias a la pericia de El Niño conduciendo lanchas motoras para transportar la droga. Por el otro lado están los agentes de la autoridad que luchan contra algo que, como muestra la película, es como el mito de Sísifo, una labor condenada a tener que repetirse hasta el infinito porque el crimen siempre está ahí presente, incluso contaminando a algunos de sus miembros, que optan por el camino fácil y al no poder vencer al enemigo se unen a él. Los personajes luchan contra algo más grande que ellos, que es un mar de corrupción tan inabarcable como el océano que todos ellos pueden contemplar desde ambos lados del Estrecho.


Monzón dirige con pulso esta historia que mantiene el interés durante las dos horas largas que dura, uniendo adecuadamente los momentos de acción con la exploración psicológica de sus protagonistas. Sin embargo, a veces la atención se centra demasiado en los chavales y se puede echar en falta algo más de introspección en algunos de los policías, como el que interpreta Bárbara Lennie, de la que no sabemos mucho más aparte de que es la compañera de fatigas del personaje de Tosar (que aquí luce un bisoñé que tampoco tiene mucho sentido). Todos los actores cumplen en su labor y la película nos deja el descubrimiento de Jesús Castro, debutante en el mundo del cine y que muestra presencia aunque se le nota algo verde a la hora de interpretar. Mucho mejor está Jesús Carroza, que interpreta a su compañero de fatigas y que con este papel supera los años de olvido, haciendo papeles de poco fuste, en los que se había sumido tras ganar el Goya al actor revelación por su intervención en “Siete vírgenes” junto a Juan José Ballesta (otro semiolvidado que parecía que se iba a comer el mundo).



El niño” es una película que ha logrado un gran éxito de taquilla gracias a la promoción del Grupo Mediaset, productora de la película que este año se ha coronado como una gran maquinaria de publicidad, ayudada por el alto número de canales televisivos que posee y que en su momento ya contribuyó al éxito de “Ocho apellidos vascos”. Si aquella no dejaba de ser una comedia que apostaba por el sainete más populachero para agradar a todo el mundo, “El niño” es un thriller donde se usan códigos del cine americano aplicados a realidades que nos son más cercanas, algo que Monzón ya hizo con acierto en la celebrada “Celda 211”. Los casos de ambas películas demuestran que la gente está dispuesta a ir al cine si el producto les atrae y está dispuesta a ver cine español, un cine que produce películas buenas, regulares y horrorosas, pero que no merece la crítica gratuita de aquellos que demuestran con orgullo su ignorancia diciendo que solo vive de la Guerra Civil y los desnudos.


Me van a permitir que ahora cruce el Atlántico y me vaya a la ciudad canadiense de Toronto, esa Nueva York en versión reducida y que uno de esos lugares que alguna vez me gustaría visitar. En Toronto se desarrolla la acción de “Amigos de más”, una nueva aproximación a las historias de dos personas que se conocen y que se gustan, pero que por diversas circunstancias no pueden ser nada más que amigos.


Wallace (Daniel Radcliffe) y Chantry (Zoe Kazan) se conocen en una fiesta mientras leen poesía escrita con imanes de nevera y descubren que poseen una química excelente... como amigos. Entre ellos se crea una relación en la que hablan de todo, desde películas a enfermedades o regalos de Navidad decepcionantes. Parece la amistad perfecta, pero hay un problema: Chantry tiene novio formal y Wallace está locamente enamorado de ella.


Amigos de más” viene dirigida por el canadiense Michael Dowse y supone un nuevo modo de ver a Daniel Radcliffe, que siempre estará unido a su rol de Harry Potter en las películas que se hicieron del niño mago y que sin embargo ya ha crecido y es un hombre hecho y derecho, aquejado de problemas amorosos. A simple vista, su personaje de Wallace es un perdedor de libro, que renunció a su vocación como médico por un desengaño sentimental, aguanta con resignación las numerosas conquistas de su amigo Allan, vive con su hermana , se sienta en el tejado de casa a pensar sobre sus frustraciones vitales y aunque se muestra resentido con el sentimiento amoroso va al cine a ver historias románticas como “La princesa prometida”, algo que le convierte en un “fracasado total”, en palabras de Chantry, su nuevo objeto de interés. Ella es una joven que se dedica al mundo de la ilustración y que en ocasiones proyecta sus pensamientos a través de un trasunto de ella misma en versión animada. Tiene un novio de hace años y empieza apreciando su nueva amistad con Wallace, al que conoce en una fiesta. Una amistad que será puesta a prueba cuando su novio se traslade a Dublín por cuestiones de trabajo y Wallace acabe siendo una especie de sustituto que le dé el cariño que le falta en su día a día.


En la película se habla de esos sentimientos tan universales de las fronteras entre amistad y amor entre hombres y mujeres, de cuando el amor más candoroso empieza a tomar un cariz diferente y una de las partes no puede dejar de ver a la otra como una amistad. Siempre se habla de la imposibilidad de la amistad entre gente de distinto sexo porque la atracción siempre va a surgir, algo en lo que no estoy de acuerdo, pues he experimentado relaciones amistosas con otras mujeres por las que no he sentido la necesidad de convertirme en su novio, de quererlas pero no de verme como su pareja. Creo que la clave es no engañarse, saber distinguir los sentimientos, el modo en que te atrae la otra persona y saber que si quieres algo más que amistad no te engañes tratando de ser su amigo, porque lo que deseas es otra cosa y la frustración solo te traerá dolor.


En “Amigos de más” me sorprende para bien el buen trabajo de Daniel Radcliffe, que muestra que más allá de ser Potter para los restos, puede desenvolverse bien en otros roles y compone con acierto su papel de perdedor con buen fondo. Zoe Kazan muestra una vez más su encanto algo naif, tal como hizo en sus intervenciones en “Revolutionary Road” o “Ruby Sparks” y Adam Driver pone el contrapunto extravagante, algo en lo que se ha especializado desde su revelación en la serie “Girls”. Una película agradable de ver y que nos habla de esas pequeñas cosas que forman finalmente nuestra vida.




De las pequeñas grandes cosas sabe bastante Richard Linklater, uno de esos directores que se ha construido una carrera mucho más apreciada por el público cinéfilo que por las grandes masas. Su cine nunca ha sido experimental ni especialmente arriesgado, pero sin embargo sus películas han estado lejos de ser grandes éxitos de taquilla y han tenido un toque personal. Por ejemplo, su obra más famosa es la trilogía “Antes de…”, en la que Ethan Hawke y Julie Delpy se enamoran y se desenamoran en el amanecer, el atardecer y el anochecer, una obra de tono romántico que está lejos del calado popular de tantas comedias románticas protagonizadas por las Julia Roberts, Sandra Bullock y Jennifer Aniston de turno, a pesar de que su calidad y su realismo es mucho mayor. Quizá sea por eso mismo, que hay no poca gente que busca las películas lo más pastelosas posible para no pensar en sus problemas y en que otro mundo es posible.

 
Mientras tanto, Linklater sigue a lo suyo y ahora ha estrenado “Boyhood”, una película de apariencia convencional que tiene mucho de experimental en su elaboración. Y es que a lo largo de 12 años el director ha ido filmando a un pequeño grupo de actores durante unos días cada año para mostrar el crecimiento y la evolución de un joven, desde los 6 a los 18 años.


Uno de los problemas que suele tener el aficionado al cine es la creación de expectativas, cuando los trailers de las películas o los comentarios de las primeras personas que las han visto generan un gran entusiasmo y uno cree que se va a encontrar con una de esas películas acontecimiento que le llegarán muy dentro y le cambiarán la vida. En varias ocasiones se cumple ese refrán que asegura que “vísperas de mucho, días de nada” y las ilusiones que se habían puesto se ven decepcionadas, como en tantos aspectos de la vida. Algo así ocurre con esta “Boyhood”, que desde su estreno en el festival de Berlín hace unos meses generó un gran revuelo y muchos hablaban de la película definitiva a la hora de mostrar el crecimiento humano y que era una obra maestra como no había habido otra en el cine. Lo que da la experiencia es que la piel se endurece y las ilusiones se controlan mejor cuando se ha experimentado la decepción, así que yo cojo con pinzas los comentarios entusiastas y me dejo influir lo justo por ellos, a sabiendas de las otras veces que muchos han visto una maravilla donde yo no veía gran cosa. Porque “Boyhood” tiene la cosa novedosa de mostrar al mismo personaje creciendo año a año, sin tener que usar a otros actores para darle vida a lo largo de sus diversas etapas, pero más allá de eso no deja de ser la clásica historia de aprendizaje vital que el cine nos ha contado tantas veces, así que nada nuevo bajo el Sol.

Linklater nos va mostrando el crecimiento del pequeño Mason a través de sus vivencias junto a su madre, su hermana mayor, sus amigos, sus primeros amores, su padre y los diversos padres políticos que va teniendo, que nunca hacen feliz a su madre. Uno de los problemas de la historia es focalizar demasiado la atención en Mason, que, como le dicen en un momento de la película, es “un muermo” y cualquiera que comparta plano con él tiene un mayor interés. Mason puede ser interesante como un trasunto del espectador, que va observando lo que le rodea, pero no resulta tan convincente cuando se trata de sus propias aventuras. En ello influye también que Ellar Coltrane, el joven protagonista, no se dedique a la actuación y su relación con la cámara se limita a haber interpretado a Mason durante unos días cada año, al igual que sucede con Lorelei Linklater, hija del director, que pasa de ser una niña pizpireta e inquieta a una adolescente callada y reconcentrada que va perdiendo protagonismo a medida que avanza el metraje porque estaba harta de grabar la película, según ha confesado Linklater. Por eso la película sube muchos enteros cuando están en pantalla Patricia Arquette o Ethan Hawke, para mí el verdadero sostén de esta película. Cuando Hawke aparece la película sube enteros y cuando no, se le echa en falta en su papel de padre que aparece de forma eventual en la vida de Mason. El otro gran problema de “Boyhood” es su ritmo, a veces irregular y que hace que sus 165 minutos de duración se hagan largos y que se mire el reloj de vez en cuando (en este sentido, no pude dejar de pensar en “La vida de Adele”, otra historia de aprendizaje vital que duraba 3 horas y hasta se me hizo corta, ya se sabe que el tiempo es relativo).
 

Pero más allá de estos problemas, “Boyhood” es una buena película, ambientada en el estado de Texas, del cual son nativos Linklater y Hawke y que representa con ironía a esos Estados Unidos tradicionales que tenemos en mente en Europa, con sus gentes jurando lealtad a la bandera de Texas, con el conservadurismo político y social o las armas y la Biblia como regalos para el cumpleaños de un chaval de 15 años. El mayor acierto del filme es mostrar la fugacidad y el descolocamiento de la experiencia vital, lo rápido que pasa todo y lo poco que se ajustan nuestras aspiraciones a nuestras realidades, siempre sujetas a una serie de vaivenes que muchas veces escapan a nuestro control. Mason se pregunta en un momento dado cuál es el sentido de la vida y su madre llora cuando Mason se va a la universidad porque considera que una vez criados sus hijos ya no le queda otra cosa que esperar la muerte y siente que el tiempo se le ha escapado entre los dedos.

Con todo ello, a pesar de que “Boyhood” me deja buenas sensaciones, no deja de ser una de estas películas-río en las que pasan muchas cosas a lo largo de los años y unas interesan más y otras menos, con un resultado desigual. Yo me sigo quedando con la trilogía “Antes de…”, que me parece más redonda en su conjunción de cine arriesgado y comercial.

Y si “Boyhood” habla del paso del tiempo y del cambio en las relaciones humanas, también lo hace “Jersey Boys”, la penúltima película de Clint Eastwood como director (porque ya tiene otra en fase de montaje), en el que es su regreso tras la cámara tres años después de “J.Edgar”, su biografía sobre la controvertida personalidad del fundador del FBI, Edgar Hoover, que pasó injustamente sin pena ni gloria. Ahora, el veterano Eastwood adapta el musical “Jersey Boys”, inspirado en la vida de Frankie Valli y los Four Seasons, un grupo surgido en los 60 y que hizo canciones aún hoy recordadas como “Big girls don´t cry” o “Can´t take my eyes off you”




Eastwood hace gala una vez más de su clasicismo a la hora de plantear la historia y nos ofrece un musical en el que, salvo al final, no hay grandes coreografías de gente que se arranca a bailar y todos conocen los pasos y los bailan al mismo tiempo. Aquí son las canciones de Frankie Valli y los Four Seasons las que copan la atención y se interpretan a su debido tiempo, en grabaciones o conciertos, mientras entre medias vamos conociendo las entretelas de los miembros del grupo, surgidos de la comunidad italoamericana de Nueva Jersey y que hacen gala de los fuertes códigos de amistad y familiaridad con los que siempre se ha retratado a ese grupo social y no en vano tuvieron sus relaciones con la mafia de la zona, con el gangster Gyp de Carlo, que fue una especie de Padrino para ellos.


El gran defecto que podemos achacar a “Jersey Boys” es similar al que podíamos encontrar en “Boyhood”, el hecho de ir narrando varias cosas que se van sucediendo con los años y que por su ocasional superficialidad a veces no calan en el espectador. El problema con las películas biográficas es que sus protagonistas tengan que seguir la habitual senda de iniciación-éxito-fracaso-redención y condensar una vida en unas dos horas de metraje, algo que se queda muy corto y que deja fuera muchos hechos destacables y a eso no es ajeno “Jersey Boys”. Así, vemos a personajes que parece que van a tener su importancia y desaparecen del mapa y otros que están más tiempo en pantalla pero de los que desconocemos muchos detalles. Un caso bien claro se comprueba en la relación de Frankie Valli con su familia, a la que apenas vemos y en un momento dado Eastwood nos muestra que tiene a 3 hijas bien crecidas que casi dan susto porque no sabemos de dónde han salido, ni se ha mostrado su nacimiento ni se habla de ellas. Será con una de ellas con la que Valli tendrá una relación especial que en la película queda muy impostada, mostrando a la muchacha de golpe y porrazo y sacándola con igual rapidez, sin que el espectador sienta lo más mínimo. Puede ser válido como metáfora de lo poco que Valli veía a su familia a causa de su exitosa carrera, pero aún pensando eso no deja de haber cierta torpeza narrativa, algo raro siendo el tema de la relación paterno-filial un asunto recurrente en la filmografía de Eastwood.



Lo que es de agradecer es que el director no se haya dejado llevar por la corriente de poner a grandes estrellas como protagonistas y haya optado por un reparto de nombres anónimos para el gran público, siendo Christopher Walken el único conocido. Todos ellos cumplen con su papel sin grandes alardes, en conjunción con una película que se deja ver pero que tampoco será recordada como una de las mejores de su director. Un director que a sus 84 años se niega a jubilarse y que sigue haciendo las historias que le interesan a su manera, porque ya no tiene que andar demostrando nada al resto del mundo.

4 comentarios:

  1. Ninguna me llama especialmente, pero rechazar sólo rechazo de entrada la de Eastwood, que no me interesa nada y parece que está decepcionando en general.
    De las otras igual elegiría la española, aunque con pocas expectativas. Me gustó Celda 211, pero El niño se me da un aire a Grupo 8 y no me moló demasiado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A "Grupo 7" imagino que te referirás, le has añadido otro miembro, jajaja. Pues mira, tanto esa como "El niño" me parecen dos thrillers a la española muy sólidos, que saben combinar el modelo americano con la realidad del entorno en el que tienen lugar. La promoción de "El niño" ha hecho que vaya a verla mucho público de Telecinco que ha salido espantado de la película, esperando quizá encontrarse con algo telefilmero de chulazos y tremendillas estilo "Sin tetas no hay paraíso", pero es una película destacable

      Eliminar
  2. En la que más interés tengo es e "Amigos de más". Me encanta Daniel Radcliffe y no suelo perderme ninguno de sus proyectos.
    un saludo :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí Radcliffe nunca me gustó mucho, ni siquiera en los tiempos de Harry Potter, saga que abandoné a la quinta película, cuando ya me noté demasiado mayor para interesarme mucho por sus aventuras. Aquí su físico se adapta bien a ese papel de pringadillo y demuestra que puede ser un actor a tener en cuenta.

      Un saludete

      Eliminar