viernes, 23 de mayo de 2014

"10.000 km" y "Nueva vida en Nueva York". Vivencias personales y gente que se queda por el camino

En una entrada anterior cité la frase de un antiguo compañero de estudios que decía que él nunca mantenía contacto con la gente que no viera en su día a día y que por eso lo más probable es que no volviéramos a saber de él una vez que nuestro destino común llegara a su fin. A todos les parecía un poco salvaje esa actitud, pero lo cierto es que he comprobado que es bastante honesta, pues ninguno de nosotros es capaz de mantener un contacto fluido con todo el mundo que ha pasado por su vida. Algunos se van y otros quedan en segundo plano sin que medie ninguna discusión, simplemente porque el tiempo ha pasado y la importancia que tenían en nuestras vidas deja de ser tanta. Estos días de cumpleaños lo he experimentado con personas que en su día me dedicaron cariñosas felicitaciones y que hace años que ni recuerdan cuando cumplo los años. Porque todos recordamos los cumpleaños de la gente que nos importa, en los que estamos ya días antes pensando en qué decirles o incluso regalarles y por contra, nos tienen que recordar aquellos en los que felicitamos más por compromiso que por otra cosa, con unas breves frases hechas deprisa y corriendo.




Hay un viejo dicho que afirma que del roce nace el cariño y ese sería el resumen más acertado de “10.000 km”, el debut en el largometraje de Carlos Marqués-Marcet, crónica del distanciamiento de una pareja al no ser capaces de afrontar su nueva vida, con varios miles de kilómetros de distancia entre ellos. Alex (Natalia Tena) y Sergi (David Verdaguer), son pareja desde hace años, viven en Barcelona y acarician la idea de tener un hijo. Pero, inesperadamente, Alex consigue una beca de un año en Los Ángeles para desarrollar sus estudios de fotografía, lo que supondría un año de relación a 10.000 Km de distancia.

 
Las nuevas tecnologías permiten mantener el contacto entre ambos y al principio acogen este nuevo orden con ilusión, hablando durante largos ratos durante todos los días e incluso compartiendo momentos íntimos en la medida de lo posible. Pero el paso del tiempo hará su natural erosión y les irá distanciando, ya que su día a día depende mucho menos del otro y ambos empiezan a aceptar que la otra persona está lejos y que no forma parte de su rutina cotidiana. Cada uno, especialmente en el caso de ella, acaba por organizar su vida en su nuevo entorno y eso supone otra construcción de su espacio vital, otro modo de pasar el tiempo y otras personas en el entorno más cercano.



El director ha hablado de una analogía de su película con la “Odisea” de Homero que es bastante acertada. Para Sergi, Alex supone el final de un largo camino, un largo camino con final feliz. Alex, en cambio, necesita un compañero de viaje en el continuo navegar de su vida, una vida que nunca se detiene. De este modo, Alex sería Ulises y se repite a sí misma que necesita una Ítaca, pero lo que realmente le interesa es el viaje. Por su parte, Sergi sería Penélope, esperando pacientemente que Alex se canse de aventuras y quiera volver a disfrutar de su reino, sin darse cuenta de que lo que le enamora de ella es precisamente lo que les impide estar juntos. Es curioso también el cambio de roles que se hace, siendo el chico el que tiene comportamientos tradicionalmente asociados a la mujer y viceversa, pues mientras ella es la que se aleja de casa y busca su destino por ahí es él el que espera y el primero que empieza a tener dudas de que aquello vaya a salir bien.



Carlos Marqués-Marcet dirige con interés una historia a la se le pueden reprochar algunos tics de director debutante, empeñado en demostrar lo bueno que es a través de diversas virguerías, como el plano secuencia del inicio en el que se nos muestra la intimidad de la pareja y el planteamiento de la historia de una manera un poco forzada o el final, que tiene un buscado aire cíclico para la historia que se ve venir desde minutos antes. Tampoco me convenció del todo una Natalia Tena (británica de origen español que ha aparecido en películas de Harry Potter y en la serie “Juego de Tronos”) a la que no se le ve cómoda hablando en español y que solo transmite a ratos ese aire misterioso, entre fuerte y frágil, que requiere su personaje. Bastante mejor está su compañero de reparto, el desconocido David Verdaguer, como ese hombre imperfecto, de buen corazón aunque algo egoísta, que está dividido entre no cortar las alas a las aspiraciones de su novia y el miedo a perderla cuando se aleja de él. Ambos son los únicos actores de una historia ambientada en interiores, algo claustrofóbica, con los dos encerrados en sus hogares, apartados del resto del mundo, con la pantalla de un ordenador como ventana al exterior. Muestra de una sociedad que usa de las nuevas tecnologías para creerse más conectada, olvidando lo indescifrable del factor humano y que un día cara a cara pesa mucho más en el ánimo de quienes lo viven que meses de charlas por Skype, algo que yo siempre defiendo.



Y si la semana pasada hablaba de la cantidad de historias cinematográficas ambientadas en Nueva York, hoy lo hago con otra más, en este caso la película francesa “Nueva vida en Nueva York”, tercera parte de una saga iniciada con “Una casa de locos” y continuada con “Las muñecas rusas” 



El galo Cedric Klapisch dirige por tercera vez las aventuras de Xavier (Romain Duris) y los jóvenes que fueron presentados viviendo la peripecia Erasmus en Barcelona en “Una casa de locos”, aunque en ésta ocasión con un poso un poco más amargo y dejando por el camino a la mayoría de aquellos. De hecho, en esta tercera entrega solo tenemos a Xavier, Wendy (Kelly Reilly) la inglesa con la que Xavier tiene a sus dos hijos, Isabelle (Cecile de France) la belga lesbiana y Martine (Audrey Tautou), su novia de antes de irse de Erasmus. Xavier ya no es un jovencito, ahora tiene dos hijos y una edad en la que tomar determinadas responsabilidades, aunque su desconcierto vital sigue ahí, sin cambiar con la edad. Ahora es escritor y ha escrito dos libros (llamados como las anteriores películas), en los que habla de sus experiencias juveniles. Cuando Wendy le deja para irse a Nueva York con los niños, él decide hacer lo mismo y empezar una nueva vida en la Gran Manzana con lo puesto, trabajando de lo que sea para pagarse un piso en Chinatown y arreglando una boda con una chica china para conseguir el permiso de residencia. 

 
Será en Nueva York donde coincida con Isabelle, que una vez más será su confidente para temas amorosos y de paso le pedirá el “pequeño favor” de que les done su esperma a ella y su pareja para que puedan ser madres. Y también en Nueva York se encontrará a Martine, a la que no ve desde hace años y que también ha cambiado mucho.


 
Además de estos encuentros con antiguas compañeras de fatigas, Xavier tiene otros con su padre y ensoñaciones con Schopenhauer o Hegel, que le dicen cual puede ser el destino de su vida, aún por descubrir pese a que se encuentra en una edad donde ya debería tenerlo claro. O al menos eso se dice, porque lo único claro son los fracasos y los sueños perdidos.

 

La película es posiblemente la más conseguida de las tres que se han hecho con estos personajes, después de una interesante primera parte lastrada por el buenismo, una olvidable segunda parte de la que ahora solo recuerdo la curiosa (y gratuita) carrera de Romain Duris e Irene Montalá, desnudos por las calles de París. Las aventuras de esta tercera película son a su vez un nuevo libro de Xavier, que le va presentando a su editor, el cual va calificando los pasajes en un juego de metalenguaje en el que el personaje del editor es el propio espectador. De hecho, como dice el propio editor, el final de la película es atroz y se carga buena parte del encanto tragicómico que había tenido la película hasta ese momento, aunque por otra parte quizá sea coherente con lo que ha sido la historia de los tres filmes hasta ese instante. Y es que parece ser que lo que Xavier necesita es una combinación de esas tres mujeres que siguen presentes en su vida pasados los años. 

 
Una película bien dirigida e interpretada, que merece verse en VO (como sucedía con “Una casa de locos”, lastrada por un doblaje infame) por los ocasionales equívocos lingüísticos entre franceses, estadounidenses y chinos y que gustará especialmente a los que ya hayan seguido las aventuras de sus protagonistas. Unas aventuras en las que algunos personajes han desaparecido y solo son un recuerdo, como muestra de ese ciclo de la vida que nunca se detiene y que hace que tanta gente que se creía cercana se va quedando por el camino.




4 comentarios:

  1. He leído que 10.000 km está muy bien, algunos dicen que es la mejor peli de lo que va de año, pero no me va mucho este tipo de cine y además no me gusta Natalia Tena.

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    1. Bueno, lo de mejor película del año es un poco exagerado, yo creo que le pasa un poco como le pasó a "Stockholm" el pasado año, que gana el Festival de Málaga viniendo de la nada y acaba siendo de lo mejorcito con su planteamiento honesto de las relaciones humanas. A mí de hecho los dos personajes de "10.000 km" me acaban cayendo mal, pero entiendo sus motivaciones y Natalia Tena está bien a ratos, no me acaba de convencer, yo no la había visto en acción hasta ahora

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  2. Pues las relaciones románticas, digamos, a distancia… no sé si creérmelas. Son difíciles. Faltan cosas importantes. Además, yo no soy mujer de virtualidades, así que mis breves experiencias al respecto no han acabado muy allá.
    En cuanto al resto de relaciones, como tú dices, prefiero el "cara a cara", claro. Pero si no puede ser, y de verdad quieres mantenerlas, toca currárselo bien. En estos casos sí que he tenido más éxito.
    La segunda peli tiene una pinta chula.
    Un saludo

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    1. Igual que dos no discuten si uno no quiere, dos no se aman si uno no está por la labor. Ya puede ser la distancia de miles de kilómetros o de unos bloques de pisos, que si se da la situación de que una de las partes empieza a alejarse emocionalmente, la cosa pinta mal. La comunicación se espacia y se acaba pensando "dónde estabas cuando estaba mal y te necesitaba", porque la otra parte ha empezado a pensar en otras cosas y a tener otras preocupaciones y la persona que era el centro de los pensamientos y que parecía tan importante ha pasado a ser algo secundario, a lo que se dedica tiempo si lo hay.

      Creo que ese es el principio del fin de las relaciones, incluso entre gente que vive junta, el hecho de que la otra persona deje der lo primero en lo que piensas al levantarte y lo último antes de acostarte.

      Un saludete

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