martes, 4 de febrero de 2014

"La gran estafa americana" y "La venus de las pieles". Apariencias y realidades

"La gran estafa americana" es lo nuevo del director David O. Russell, un realizador que dio que hablar en los 90 con películas como "Flirteando con el desastre" y "Tres reyes" y que acabó siendo más conocido por su mal humor en los rodajes y sus peleas con los actores, hundiéndose en películas de difícil digestión como "Extrañas coincidencias". Con "The fighter" recuperó el favor de la industria y ahora es uno de los niños mimados como aseado director de propuestas comerciales con un cierto deje de película personal como fue el caso de "El lado bueno de las cosas", nominada el pasado año a varios Oscar (de forma injusta a mi parecer, porque la película estaba bien, pero no para tanto) y ésta que nos ocupa, un poco aquejada del mismo síndrome.
 
 

"La gran estafa americana" cuenta la historia de un brillante estafador, Irving Rosenfeld (Christian Bale), casado con Rosalyn (Jennifer Lawrence) y que al mismo tiempo mantiene una relación con su astuta y seductora compañera, Sydney Prosser (Amy Adams), junto a la que ejecuta sus pequeños timos. Todo va bien para ellos hasta que un día son sorprendidos en sus engaños y se ven obligados a trabajar para un tempestuoso agente del FBI, Richie DiMaso (Bradley Cooper). DiMaso les arrastra al mundo de la política y la mafia de Nueva Jersey, para tratar de desenmascarar ante la ley a una serie de personajes corruptos, como el populista Carmine Polito (Jeremy Renner).
 
 
Cuando uno ve esta película no puede dejar de pensar en la fascinación que Hollywood parece haber depositado en los años 70, una de las grandes épocas gloriosas del cine, donde se consumó lo que se veía venir desde finales de los 60, con una nueva forma de hacer cine y la aparición de una serie de directores y actores que venían a jubilar a los del Hollywood clásico. Muchos de aquellos jovencitos de los 70 hoy son ya los veteranos que van dejando su sitio a otros, en el imparable ciclo de la vida, mientras que sus sucesores se dedican a mirar a las cosas que hacían sus mayores en sus inicios. Muchas son las películas que se han hecho en los últimos años que dicen inspirarse en el cine de los 70, en el que las fronteras entre el Bien y el Mal eran difusas y se hacía un cine que buscara contentar al público al tiempo que intentara hacerle ir más allá de los tópicos y los lugares comunes que se esperan en una película. El año pasado ganó los Oscar "Argo", la película de Ben Affleck ambientada en los 70 y rodada a la manera en que la habría hecho un Sidney Lumet o un Alan J. Pakula en aquellos años. Y este año, una de las favoritas es "La gran estafa americana", que homenajea la estética de aquellos años y que no oculta cierta deuda con el cine de Martin Scorsese, uno de esos directores que revolucionaron el cine por aquel entonces y que en películas como "El lobo de Wall Street" demuestra que se resiste a abandonar, pues sigue superando a muchos alumnos.
 
 
 
David O. Russell vuelve a hacer lo mismo que con "El lado bueno de las cosas" y nos ofrece una película que parece mejor de lo que realmente es en función de darle un poco de chicha a lo que hemos visto tantas veces. En esta ocasión ha juntado a un reparto con actores que ya han trabajado previamente con él (Christian Bale y Amy Adams estuvieron en "The fighter" y Jennifer Lawrence y Bradley Cooper en "El lado bueno de las cosas") y hace una película para su lucimiento, con una trama de grandes estafas que a veces es lo de menos, porque lo que acaba siendo lo más interesante es la química entre los principales personajes, con las corrientes de amor y odio que acaban experimentando los unos por los otros.
 
 
 
Todos ellos rayan a buena altura, aunque la que de verdad destaca es una Amy Adams, que con David O. Russell ha conseguido dos de los mejores papeles de su carrera, el de una mujer con carácter en "The fighter" (lejos del arquetipo de chica buena en el que la habían encasillado) y el de otra mujer no menos fuerte en esta ocasión. Una mujer que siempre luces amplios escotes sin sujetador y que usa ese atractivo para lograr lo que quiere, al tiempo que no se distrae de sus verdaderas preferencias por mucho que se haga la guapa con pocas luces.
 
 
 
Por su parte, Christian Bale pone una nueva caracterización memorable en su ya amplio repertorio de cambios de registro, siendo un actor que suele hacer de su cuerpo un acordeón que amplía o reduce en función de sus papeles. Aquí le toca salir regordete y usando un bizarro método para disimular la calvicie, tal y como se describe en la estupenda secuencia de apertura de la película.
 
 
 
 
"La gran estafa americana" acaba siendo "El golpe" con unas gotas del cine de Scorsese, trufada de canciones y músicas de la época, aunque como todos los pastiches, acaba siendo inferior a sus originales. La propia película parece ser consciente de ello y curiosamente en una escena se habla de cuadros falsos y de su mérito para parecerse a los modelos reales, algo que Russell hace sin pudor y con una efectividad tampoco desdeñable. La película está bien y se deja ver, pero tampoco es nada memorable, con lo que los premios que le puedan dar resultan excesivos. Digamos que ese método del personaje de Bale para disimular su calvicie acaba siendo otra buena metáfora sobre la naturaleza de esta película, creada a base de juntar y maquillar retazos para dar cuerpo a algo que no aguanta un examen exhaustivo.
 
 
 
Y ya que hablo de cineastas que revolucionaron el cine hace décadas, la otra película de la que voy a hablar viene dirigida por Roman Polanski, un hombre que a sus 80 años continúa haciendo cine, habiendo dejado tras de sí una carrera que ya supera los 50 años y una vida que ha tenido sucesos para convertirse en varias películas (infancia en un guetto judío, pérdida de su madre en un campo de concentración, asesinato de su primera mujer por la banda de Charles Manson, huida tras ser acusado de violar a una menor y meses de reclusión en su propia casa por ese delito). Una vida que sin duda ha influido en su cine, que siempre ha tenido presente la sensación de peligro que acecha a la aparente normalidad, con películas como "Repulsión", "La semilla del diablo", "Chinatown", "Tess" o "El pianista", entre muchas otras.
 

 
En los últimos tiempos, Polanski parece sentirse atraído por las pequeñas piezas de cámara y tras haber hecho "Un Dios salvaje" en un decorado con un pequeño grupo de actores ha vuelto a emplear el mismo método en "La venus de las pieles", adaptación de la obra de teatro de David Ives que se desarrolla casi en su totalidad en un único escenario y con solo dos intérpretes.
 
 
 
Después de un día de audiciones de actores para la obra que va a presentar, Thomas (Mathieu Amalric) se lamenta de la mediocridad de los candidatos; ninguno tiene la talla necesaria para el papel principal. En ese momento llega Vanda (Emmanuelle Seigner), un torbellino de energía que encarna todo lo que Thomas detesta: es vulgar, atolondrada y no retrocedería ante nada para obtener el papel. Pero cuando Thomas la deja probar suerte, queda perplejo y cautivado por la metamorfosis que experimenta la mujer: comprende perfectamente el personaje y conoce el guión de memoria.
 
 
 
"La venus de las pieles" hace un juego metaliterario, pues la obra que quiere representarse en la película es la novela del mismo nombre que escribiera en el siglo XIX el escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch y que dio nombre al masoquismo, pues la novela proponía juegos de poder y sumisión entre sus protagonistas. Los mismos juegos de poder y sumisión en los que acabarán envueltos Thomas y Vanda, no en vano llamada igual que el personaje de la novela de Sacher-Masoch. Ambos empiezan a representar la obra y lo que en principio es un juego actoral en el que ellos hacen las cosas que les exigen sus personajes no tardará en volverse una confusión entre persona y personaje.
 
 
 
La mezcla entre cine y teatro no es algo nuevo y ha sido puesto en práctica en varias ocasiones, con resultados a veces muy satisfactorios, como "La soga" de Alfred Hitchcock o "La huella" de Joseph L. Mankiewicz. Precisamente, es inevitable pensar en "La huella" cuando se está viendo "La venus de las pieles", por el juego de representación y poder que hacen sus protagonistas y las confusiones de identidad entre ambos, donde el que parece llevar el mando acaba siendo superado por el otro y viceversa.
 
 
 
No obstante, este tipo de películas son las que gustan más a un público más entendido que al resto y eso ha ocurrido con esta última propuesta de Polanski, aplaudida por la crítica pero que a buen seguro no será ningún éxito de taquilla. A la sesión a la que yo acudí había poca gente y tampoco parecía muy satisfecha al terminar la película, quizá decepcionados por el giro final, que da para varias interpretaciones y que deja la duda de que si lo que hemos visto no ha sido más que una ensoñación del protagonista, un creador engreído y que cree saberlo todo que acaba fascinado por una mujer que no es tan ingenua como parece. Y es que la película es todo un guiño en sí misma, con un Mathieu Amalric que aparece caracterizado como un trasunto del propio Polanski de hace unos años y que tiene como rival dialéctico a la mujer del propio Polanski, la atractiva Emmanuelle Seigner, que aquí cuaja una gran interpretación como esa mujer adorable y diabólica al mismo tiempo.
 
 
Sea como fuere, "La venus de las pieles" me ha dejado una sensación parecida a la de "Un Dios salvaje", de ser una película interesante pero a la que le falta algo, que se queda un poco corta en su opción de (buen) teatro filmado. Esperemos que la salud le respete a Polanski y pueda seguir regalándonos muestras de su cine durante algunos años más.
 

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