jueves, 27 de junio de 2013

Historias del Metro

Una de las cosas que más me llaman la atención de las grandes ciudades es el Metro, esos trenes subterráneos que cada día transportan a cientos de miles de personas de aquí para allá. Es un lugar en el que uno puede ver cosas de lo más variopinto y en el que se mezclan gentes de toda clase y condición. En mi entrada de hoy hablaré de 3 historias de las que he sido testigo en ese medio de transporte.


El primero de ellos fue a primera hora de la tarde, hace cosa de año y medio. A esa hora solía viajar camino de mis obligaciones acompañado de varios estudiantes universitarios que acudían a sus clases y un grupo de ellos cercano a mí captó mi atención por la conversación que mantenían. Tres chavales hablaban de la película "Garganta profunda" (realizada a principios de los 70, fue la primera película pornográfica moderna, causando un gran revuelo social en su momento) y vacilaban con el tema a dos chavalas que iban con ellos. Una de ellas no había visto la peli y ni corta ni perezosa, la otra le contó con pelos y señales en qué consistía, como si repasara con ella la lección.

En ese momento pude ver como los chavales se quedaban patidifusos y algo acorbadados después de la explicación, en una reacción frecuente en el universo masculino. Acostumbrados a que las mujeres no hablen de sexo en público, nos gusta tratar de escandalizarlas con reflexiones subidas de tono, pero cuando aparece una que no tiene timidez que la refrene nos quedamos de vuelta y media, al menos al principio.

El segundo caso lo ví por la tarde-noche otro día cercano al anterior. En esta ocasión había un grupo de gente joven y estaban todos un poco mustios, a juego con el resto del pasaje del vagón, que volvía a casa sin mucha alegría. Pero entre ellos estaba una chica en silla de ruedas, una chica joven y bastante guapa que no paraba de sonreír en su conversación con los otros. Fue algo que me impactó, porque ella podía ser la que menos motivo tuviera para estar feliz y sin embargo era la más luminosa del vagón. Mientras tanto, el resto de la gente, con aparente buena salud, viajaba con aspecto aburrido. Fue una imagen que me dejó pensativo, sobre cómo a veces no apreciamos lo que tenemos, porque es algo que damos por sentado y hacemos un mundo por cosas que en muchas ocasiones no merecen la pena. Un poco como aquello de que los mendigos no tienen tiempo para ponerse metafísicos porque tienen que pensar cómo comerán o donde dormirán ese día.

Y la tercera situación curiosa ocurrió de noche, cuando volvía a mi casa después de dar un paseo por la ciudad. Enfrente mío iban dos chicas adolescentes, muy alegres y hablando en voz alta, con pinta de ir con una copa de más (y así era). Una de ellas combinaba las gracietas con momentos de inquietud, en los que decía que su madre no podía verla así al llegar a casa, que la iban a prohibir salir más. Me recordó mucho a esas primeras excursiones nocturnas de la adolescencia, cuando tienes que llegar pronto a casa, se sale a las 6 o 7 de la tarde y se vuelve borracho a las 12 o la 1, cuando a los que el alcohol les sienta mal dicen como excusa que han comido algo en mal estado y sus padres son libres de creerlos o no, aún viendo a esos chicos y chicas como hombres y mujeres solo en apariencia física.

Tres historias con su punto de curiosidad que son una pequeña parte de todas las cosas que pueden verse en un vagón del Metro (con pedigüeños con horario de oficina, que están todos los días en las mismas estaciones a la misma hora pidiendo dinero, los que amenizan los viajes con música de todo tipo, las personas concretas que viajan siempre a la misma hora que tú y que te encuentras cada dos por tres aunque vayas ese día más pronto o más tarde). Un mundo tan llamativo y fascinante como los personajes que pasamos por ahí debajo.


martes, 25 de junio de 2013

"El hombre de acero" o cuando la épica se confunde con ruido

Hace unos días llegó a los cines "El hombre de acero", la nueva versión de las aventuras de Superman, que desde su creación a finales de los años 30 por Jerry Siegel y Joe Schuster ha conocido varias adaptaciones (la más famosa la que protagonizó Christopher Reeve a finales de los 70) y se habla incluso de una maldición para los actores que han interpretado el papel. George Reeves, protagonista de una serie en los años 50, apareció muerto en extrañas circunstancias, Christopher Reeve se quedó parapléjico tras sufrir una caída de un caballo y Brandon Routh y Tom Welling, los últimos actores que le dieron vida en "Superman Returns" y "Smallville" están hoy día en el baúl de los recuerdos pese a su juventud. Y con estos antecedentes se presenta ahora "El hombre de acero".
 
 
 
"El hombre de acero" cuenta nuevamente la historia de Clark Kent (Henry Cavill), un joven que posee poderes sobrehumanos. Cuando era un bebé, fue enviado a la Tierra desde Krypton por su padres Jor-El (Russell Crowe) y Lara (Ayelet Zurer), cuando el planeta estaba a punto de ser destruido. Educado en los valores de sus padres adoptivos, Martha (Diane Lane) y Jonathan Kent (Kevin Costner), llega a la conclusión de que esos poderes le exigen grandes responsabilidades, y no duda entonces en transformarse en Superman, para proteger no sólo a los que quiere, sino también para representar una esperanza para el mundo.
 
 
 
Después de las 4 películas que protagonizó Christopher Reeve hubo un intento de renovar a Superman en "Superman Returns", una fallida visión posmoderna de Bryan Singer que convertía al héroe en protagonista de un drama romántico de escasos momentos heroicos que aburrió a muchos y que decepcionó a bastantes más, con unos actores intrascendentes (como Brandon Routh y Kate Bosworth) y otros interesantes sobreactuando sin medida (Kevin Spacey y Parker Posey). Ahora Zack Snyder ("Amanecer de los muertos", "300", "Watchmen") en la dirección y Christopher Nolan en la producción tras su trabajo en la última trilogía de Batman son los encargados de revitalizar a un personaje que haga frente a los de Marvel, que últimamente inundan la pantalla sin contestación. Curiosamente, las esposas de ambos, Deborah Snyder y Emma Thomas, habituales productoras de los proyectos de Snyder y Nolan, también están involucradas, así que entre ambas parejas han alumbrado a "El hombre de acero".
 
 
 
El príncipal problema es que si "Superman Returns" fallaba por falta de épica, "El hombre de acero" falla por acumulación. Snyder y Nolan deberían tener claro que por más escenas de acción y peleas que metas la película no tiene por qué ser necesariamente más épica, porque corres el peligro de convertirte en un Michael Bay o un Roland Emmerich, que encadenan secuencias de acción por la cara, agotando al espectador. Y esa es la sensación que me produjo la última parte de "El hombre de acero", agotamiento por una sucesión de clímax que parece que nunca van a terminarse y acabas mirando el reloj y calculando cuánto queda para que los muñequitos creados por ordenador dejen de pegarse, porque aquello hace rato que dejó de interesarte y ya estás pensando en lo que vas a hacer al día siguiente. Creo que en una película de este tipo no dice mucho bueno acerca de ella que las peleas y los efectos acaben produciendo hastío y más que una entrega de Superman parece que estás viendo "Transformers 4" o "Independence Day 2".
 
 
Uno esperaba más del tándem Snyder-Nolan, pero aquí todo está influido por un aire pocho, con escasísimas contribuciones humorísticas (quitar el humor de Superman creo que es como poner comedia en Batman, un paso hacia el fracaso) y un protagonista que parece en todo momento con más ganas de mandar a la porra a todo el mundo que en ser el héroe de nadie. Sin embargo, las actuaciones son buenas en la medida en que los personajes dejan respirar a sus actores, con un Henry Cavill que de momento no hace olvidar a Christopher Reeve aunque no cae en la sosería sin límites del olvidado Brandon Routh y una Amy Adams que hace lo que puede con una Lois Lane apenas esbozada. Quizá destacaría a Michael Shannon como el general Zod, un actor que fue toda una revelación en "Revolutionary Road"  y que se está especializando en personajes inquietantes. Russell Crowe también deja buenas sensaciones como Jor-El, el padre biológico de Superman y Kevin Costner y Diane Lane están pasables en sus intervenciones como padres adoptivos del héroe. La música, a cargo de Hans Zimmer, tampoco hace olvidar el magnífico tema principal de John Williams, aunque aquí la papeleta estaba perdida casi de antemano.
 
 
 
Una película que está interesante en su primera mitad, tratando la génesis del héroe, pero que acaba decepcionando al transformarse en un fuego de artificio con poca alma y que sigue manteniendo en el primer puesto a aquella primera "Superman" que dirigiera Richard Donner a finales de los 70.
 
 
 

jueves, 20 de junio de 2013

Imágenes y recuerdos

Hay muchas chicas que son como esas películas en las que sabes lo que va a pasar en todo momento. Ellas son intercambiables y se olvidan rápido mientras que ella es una película en la que no se sabe que sucederá a continuación, única e inolvidable, de las que quedan en la memoria después de mucho tiempo.
 
 
Era curioso como a pesar de todos los momentos vividos juntos solo conservaba dos imágenes de ella, una de su rostro y otra de sus pies, cuando tenía decenas de fotos con otras personas que le importaban mucho menos que ella. Miraba la foto de esos pies, enfundados en sandalias y con las uñas pintadas de azul oscuro. Unos pies lindos, preciosos, que daban ganas de acariciar. Aún recordaba la mezcla de extrañeza y de diversión en ella cuando le pidió que le dejara sacar una foto a sus pies aquella noche de verano en la que el aire estimulaba la sensación de abandono y las audacias. A ella nunca le había gustado esa parte de si misma y por eso él había insistido, para que superara su vergüenza, esa vergüenza que no le hacía ser consciente de que era una mujer preciosa, que atraía la atención de todos los hombres. Desde los más distinguidos, que la miraban con disimulo, a los más simples que se quedaban embobados, pasando por los ratoneros que husmeaban a ver si podían quedarse con un pedacito de sus favores.
 
Todos los días miraba su cara en la otra foto. Ella salía sonriendo a la cámara, con una sonrisa  tan sincera, que parecía ir dedicada solamente para él, para que la sintiera cerca cuando físicamente estuvieran lejos. Su pelo, sus ojos o sus labios componían una imagen que habia quedado retenida en su mente.

Pero no solo era su mente la que había retenido la imagen, sino todo su cuerpo, en lo más profundo de sus entrañas. Cada vez que la veía o cada vez que ella se manifestaba, antes de que su cerebro procesara la información, desde su interior venia esa sensacion de agradable angustia, de vulnerabilidad, de emocion intensa.

Una palabra suya bastaba para disipar todos los males, pensar en ella le servía para despejar el día más nuboso. La llevaba muy dentro del alma y la sentía constantemente. La imaginaba riendo, llorando, contenta, triste, ruborizada, con la mirada encendida, adormilada y adorable en su regazo y notaba como su corazón parecia hacerse mas grande, como si pareciera que fuera a salírsele del pecho.

Quería abrazarla, quería besarla, quería protegerla de todo lo que pudiera hacerle daño. Haría cualquier cosa por ella y con ella, cogidos de la mano, iría hasta el fin del mundo.

Junto a ella no había nada que temer.
 
 

martes, 18 de junio de 2013

"Un invierno en la playa" y "Con la pata quebrada", expectativas y realidades

Este pasado fin de semana fui a ver una película en la que tenía puestas bastantes esperanzas de que me gustase y lo hizo solamente a medias y un documental del que no conocía mucho y que me acabó dejando bastante más satisfecho. Hablo de "Un invierno en la playa" y "Con la pata quebrada".



 Años después de su divorcio, el veterano novelista Bill Borgens (Greg Kinnear) sigue obsesionado con Erica (Jennifer Connelly), la mujer que lo abandonó por otro hombre. A pesar de los esfuerzos de su vecina Tricia (Kristen Bell), él sólo tiene ojos para Erica. Cuando Bill descubre que su hija Samantha (Lily Collins) acaba de publicar su primera novela, se da cuenta de que él hace tiempo que no escribe. Al mismo tiempo, su hijo Rusty (Nat Wolff) intenta también encontrar su camino como escritor de ficción.



"Un invierno en la playa" es una de esas películas cuyas intenciones superan a los resultados, de esas películas que empiezan bien y parece que van a ser mejores de lo que acaban siendo. La trama de esa familia algo disfuncional (como la gran mayoría, por otra parte) resulta atractiva, con ese escritor que espera el regreso de su ex mujer y que la espía por la ventana en su nueva vida con otro hombre más joven y guaperas. Esos hijos que tratan de emular al padre en su manejo de la letra escrita, Samantha relacionándose con guaperas simplones y procurando no enamorarse para evitar el dolor que sufrió con el divorcio de sus padres (desde entonces no se habla con su madre), algo que cambiará con la llegada de Lou (Logan Lerman), un joven inteligente y sensible. Por su parte, Rusty escribe poesía inspirándose en lo que le hace sentir una compañera de clase de apariencia modélica y con oscuros secretos de la que se enamora.



Todo eso empieza a seguirse con interés y te llaman la atención las peripecias de sus personajes. Lo malo es cuando empiezan a ponerse de manifiesto algunos giros narrativos demasiado previsibles y por ello menos interesantes, a lo que hay que sumarle el sentimentalismo fácil que se impone en el útlimo tercio de la película. Cuando quieres darle a tu trama una pátina realista no puedes pretender que todo acabe como la clásica comedia romántica, porque ya no me acabo de creer ese cambio de perspectiva, no me resulta coherente con lo que había empezado a ver. El debutante Josh Boone ha optado por una historia autobiográfica y según dice, ha querido darle el final feliz que no tuvo en la vida real y ahí es precisamente donde flaquea la propuesta.



De cualquier modo, hay que destacar la labor de sus actores, en especial de un Greg Kinnear que demuestra su validez para papeles protagonistas, en un registro no muy alejado de lo que hiciera en "Pequeña Miss Sunshine", de trama similar y mucho mejor resuelta. Tampoco andan a la zaga Jennifer Connelly, Lily Collins (me parece interesante su elección como madre e hija, siendo ambas de lacia melena negra y pobladas cejas color carbón), Nat Wolff o Logan Lerman, además de una breve Kristen Bell como la vecina infiel que consuela sexualmente al personaje de Kinnear. La película es interesante, pero sin duda había mimbres para que saliera mejor de lo que acaba siendo.



Más satisfactorio fue el visionado de "Con la pata quebrada", un documental sobre el papel de la mujer en el cine español a través de los años. El título viene del dicho popular que asegura que "La mujer casada y honesta, con la pata quebrada y en casa” y refleja el rol de las mujeres en películas hechas durante la Segunda República, el franquismo y nuestros días. Todo ello con fragmentos de casi 200 películas en un trabajo coordinado por el crítico de cine Diego Galán (quien fuera durante años director del festival de San Sebastián) y narrado por Carlos Hipólito, también narrador de la serie "Cuéntame cómo pasó", con lo que le da ese aire añejo al documental.



De este modo, somos testigos de la evolución de la mujer, desde figura sensual y pícara, a amantísima esposa, madre y ama de casa, en función de las épocas en las que fuera retratada, siendo el franquismo el momento en que la mujer tuvo el rol más recatado y sumiso y la etapa del landismo y el destape de los 70 en el que fue más objeto sexual que otra cosa.



El documental habla de todas esas épocas con buen criterio, aunque se echa en falta una mayor profundización. Así como hay películas en las que sobra metraje, aquí se echa en falta un poco más, la escasa hora y media que dura se hace cortita y deja con ganas de más. Como pieza educativa para los poco iniciados en el cine español es modélica, pero los más versados echarán en falta algunos ejemplos más, sobre todo de cine más reciente (hay fragmentos de varias pelis de Almodóvar y pocas de otros, curiosamente su hermano Agustín es uno de los productores del documental). Con todo ello, es una pieza muy estimable y que aporta un punto de vista de indudable interés.


jueves, 13 de junio de 2013

Sabores diversos

Hay sabores que nos marcan y de sabores que nos conquistan con el tiempo. Así como hay libros, películas o actitudes vitales que no nos gustan o no entendemos en un determinado momento y que tiempo después vemos con otros ojos, también hay productos culinarios que nos acaban gustando tras un primer rechazo.

Cuando eres pequeño te gustan los sabores suaves y agradables y todo lo que se salga de ese molde es difícil de tragar. La pasta en todas sus modalidades se convierte en un caballo ganador ya sea en forma de espaguetis, macarrones, lasaña, pizza y un largo etcétera. Por contra, la fruta, la verdura o el pescado es lo que menos atrae, aunque siempre están las madres para hacernos comer esos productos a la fuerza, bajo pena de recibir algún que otro guantazo.


Yo he sido de esos niños que sólo comían con gusto la pasta (el resto porque no había otro remedio), en mi casa la dieta siempre ha sido algo espartana y poco dada a las exquisiteces que he podido comer en otras. En mi caso no oirán decir el tópico de que nadie cocina mejor que mi madre. No obstante, también agradezco que me introdujera en los entresijos de la comida sana, que también le hace falta al organismo.


Con todo ello, hay comidas y sabores que he sabido ir apreciando con el paso de los años después de que no me gustaran lo más mínimo en su día. Casos como el de los espárragos, los champiñones o los mejillones, que de pequeño me daban arcadas. Casos como el del gazpacho, que siempre me supo a rayos y que ahora me sabe mejor (siempre que esté bien hecho, que a muchos les sale muy ácido o muy salado). Casos como el del pimiento verde, que crudo siempre me pareció muy poco tragable y que ahora uso siempre como guarnición de las carnes tras asarlo en la sartén. Casos como el de la cerveza, que hasta que no probé las de Inglaterra, Bélgica o Alemania me disgustaba mucho (lo que prueba que aquí lo de hacer cerveza no se domina mucho). Casos como el del bonito, las sardinas, el salmón o la trucha, que son de los pocos pescados que me gustan. Y así varios casos más.


Sin embargo, aunque soy bastante omnívoro, tengo todavía sabores que siguen sin agradarme, como el del vino, demasiado amargo para mí. Tampoco verduras como la berenjena, la remolacha o los canónigos (donde esté una buena lechuga que se quiten esos ridículos brotes). Una gran mayoría de pescados (siempre he sido más de carne) siguen sin agradarme y tampoco me gustan los yogures azucarados, los prefiero con sabor ácido. Me acostumbré de pequeño a comerlos así y ya no me gustan de otra manera (el yogur griego es mi favorito).


Quiero acabar esta entrada de tintes gastronómicos con uno de esos sabores que descubrí en mis viajes al extranjero. Hablaba hace semanas de aquel verano que pasé en Inglaterra, pues bien, allí descubrí las "after eight" (pastillas de chocolate con menta), que se usaban mucho para acompañar el té. A mí siempre me ha gustado más el chocolate a la taza que en tableta, pero estas pastillas de chocolate mentolado me agradaron desde el primer momento. Cada vez que las veo en un supermercado me las llevo y tengo que ponerme freno, porque me pongo a comer una tras otra, que casi me acabo las cajas de una tacada. Me encanta ese sabor dulce y refrescante que tienen.


 

martes, 11 de junio de 2013

"Populaire", cine agradable que no engaña a nadie

Este fin de semana me acerqué a ver "Populaire", una película que alguien ha definido perezosamente como una mezcla entre "Mad Men" y "The Artist" y lo cierto es que aunque tiene detalles de ambas producciones, es demasiado simple definirla de ese modo, cuando lo cierto es que el espíritu es más un homenaje a las comedias rosa de los años 60.
 


"Populaire" cuenta la historia de Rose Pamphyle (Déborah François), una joven que vive en un pueblecito de Normandía con su padre, un tendero viudo y cascarrabias. Comprometida con un chico del pueblo, parece destinada a la vida tranquila y monótona de un ama de casa, pero no es eso lo que ella desea. Cuando viaja a la ciudad para una entrevista de trabajo en la agencia de seguros del señor Echard (Romain Duris), el resultado es desastroso. Pero Rose tiene un don especial, puede mecanografiar a una velocidad endiablada.


 
"Populaire" es el debut en la dirección del realizador galo Regis Roinsard y lo hace con una historia que es una especie de homenaje a las comedias románticas que protagonizaran Rock Hudson y Doris Day a principios de los 60, con un look muy colorista que trata de reproducir el Technicolor de la época, aunque afortunadamente no cae en el exceso de petardeo, no es todo tan rosa como parece. Todo es vitalista en esta película sobre las peripecias de una joven secretaria y su jefe, pero ésta es una película de finales de los 50 realizada en nuestros días, con lo que también se aprecia un poco de posmodernismo, con pequeñas gotas del realismo y el desencanto de "Mad Men" (el personaje de Romain Duris podría pasar por una especie de aprendiz provinciano de Don Draper) para rebajar los excesos de azúcar.
 
 
 
Roinsard sabe hacer partícipe al espectador de una historia en la que se narran las peripecias de un jefe y su secretaria en concursos de mecanografía que irán construyendo su relación. Una historia con aires de Pigmalión, donde ella es una joven ingenua (que no simple), que decora su cuarto con imágenes de Marilyn Monroe y Audrey Hepburn y va aprendiendo cosas al tiempo que se enamora de su mentor, un hombre al que en apariencia todo le va bien, pero que rechaza el amor y esconde frustraciones de perdedor acumuladas durante sus años como deportista, en los que siempre se quedó a las puertas de ganar algo importante.
 
 
 
Además de una impecable puesta en escena que refleja muy bien todo ese universo colorista de las cintas de la época, hay que resaltar la labor de su reparto, muy ajustado en sus papeles. La triunfadora es Déborah François, que ya había dejado patente su talento en películas como "Espías en la sombra" o "La última nota" y que aquí sabe ser encantadora sin ser ñoña (aparte de que tiene unos lunares preciosos y me gustó verla durante una parte de la película con las uñas de diversos colores para distinguir donde debe pulsar cada tecla, cosas de fetichismos).
 
 
 
Tampoco quiero olvidarme de Romain Duris, que ha evolucionado desde "Una casa de locos", que sabe mostrar siempre el lado torturado de los personajes que interpreta y aquí su química con François funciona perfectamente. Y también tenemos en un papel secundario a Berenice Bejo, la protagonista de "The Artist", que aquí interpreta el rol de antigua amante/mujer del mejor amigo del personaje de Duris, al que ayuda en sus momentos más difíciles por el cariño que ambos se siguen profesando.
 
 
 
Una película agradable que deja un buen sabor de boca, a pesar de un metraje algo excesivo y de seguir muy a rajatabla las convenciones del género. Que no engaña a nadie a la hora de mostrar una historia simpática para un amplio sector de público y sabe ofrecerla con elegancia, con ese toque de "qualité" tan francés. Digna de verse.
 
 

jueves, 6 de junio de 2013

Dar la llave a los demás



En los últimos días he estado reflexionando sobre nuestra capacidad para abrir el corazón a los demás. Un servidor siempre ha sido muy tímido, con reservas al contacto con otras personas por pura inseguridad, por pensar que me tomarán por alguien digno de ignorar. Reconozco que esta sensación la tenía más acentuada de pequeño, cuando aún no había madurado lo suficiente para darme cuenta de la estúpida burbuja en la que me hallaba.

Como ya he comentado alguna vez, cumplida la mayoría de edad salí de casa y por fuerza tuve que tratar con bastante más gente que la que había ocupado mi vida durante todos los años anteriores. De este modo aprendí a socializarme, a charlar con éste o aquel y a ir puliendo mi trato con los demás. El caso es que así he tenido la oportunidad de conocer a gente de todo tipo: buena gente, gente insustancial, gente fascinante, gente rara o gente despreciable.

Abrir tu alma a los demás nunca es fácil y hay gente que mantiene un gran hermetismo hasta con sus seres queridos. Prefieren seguir la corriente o tirar de lugares comunes antes que mostrarse como son realmente. Sólo el trato continuado y un poco de suerte puden darte acceso a su mundo, con resultados que en muchas ocasiones pueden ser sorprendentes por inesperados. No son pocas las personas en apariencia frías que esconden un volcán en su interior.

Luego tenemos el tipo de lo que se expresan como un libro abierto, mostrando varios aspectos de su personalidad. En este caso, puede esconderse también alguien hermético que usa esa sociabilidad como envoltorio y que esconde un montón de cosas en su interior, pero que las disfraza con banalidades y lugares comunes para no exponerse demasiado. Éstos también suelen darte sorpresas cuando escarbas un poco más y ves un dolor o una maldad oculta, según la subespecie.

¿Por qué tantas veces es más fácil abrirse y confesar cosas personales a un desconocido que a alguien que frecuentamos a menudo? Supongo que porque es más fácil contar determinadas cosas a alguien con quien no tienes nada que ver, que no te va a pasar factura de lo que hagas o digas. La parte triste es que eso demuestra que la gente con la que tratas no te merece la confianza suficiente como para confesarte con ellos.

Por todo ello siempre es una bendición tener a alguien a quien poder dar la llave de tus confidencias, sabiendo que nunca utilizará tus confesiones para hacerte daño. Al mismo tiempo, es estupendo cuando llegas a ser el confesor de alguien, eso demuestra que para esa persona tú mereces toda su confianza. Que es alguien que no tiene problemas en darte la llave de su mundo interior y eso siempre lo siento como un privilegio, porque ese es un lugar al que no todo el mundo llega.

martes, 4 de junio de 2013

"R3sacón". Masculinidades petardas

Los que me leen habitualmente saben que a mí, como espectador de cine, me gusta mezclar géneros y tipos de películas y no me importa ver de lo más comercial a lo más independiente siempre que me llame la atención. Así, este fin de este semana he ido a ver una de esas películas que los cinéfilos ponen de vuelta de y media y que suelen ser más apreciadas por el público masculino por su celebración del gamberrismo y la burrería, dando satisfacción a los instintos más petardos. Por así decirlo, este tipo de películas son una especie de "Pretty Woman" para hombres. Hoy les hablaré de "R3sacón".



Tras el trauma de la muerte de su padre, Alan (Zach Galifianakis) es llevado por sus amigos (Bradley Cooper, Ed Helms y Justin Bartha) a un centro especializado en tratamientos psicológicos. En el camino se toparán con Marshall (John Goodman), un delincuente que les obligará a encontrar al señor Chow (Ken Jeong), con el que tiene cuentas pendientes.


"R3sacón" es, como el juego de letras y números deja claro, la tercera parte de una saga que ha provocado carcajadas por todo el mundo, desde que en el verano de 2009 apareciera en cines "Resacón en Las Vegas", una película de presupuesto bajo, sin caras muy conocidas (Bradley Cooper aún era una promesa de segunda categoría) y que logró convertirse en la comedia más taquillera de la historia, mostrando la peripecia de un grupo de amigos de despedida de soltero en Las Vegas.


El responsable vuelve a ser Todd Phillips, un director que empezó a darse a conocer en el año 2000 con "Viaje de pirados", un filme que homenajeaba con acierto a la comedia gamberra de los 80 y que desde entonces ha trazado una senda especializada en el género. Suyas son cintas como "Aquellas juergas universitarias", "Starsky y Hutch" o "Escuela de pringaos", antes de embarcarse en la trilogía de resacones (entre medias hizo "Salidos de cuentas", una comedia más agridulce, colaboró en el guión de "Borat" y produjo "Project X", otra comedia sobre adolescentes fiesteros). Podemos decir que la filmografía que se ha construido es esencialmente masculina, sobre el lado más infantil y gamberro de los hombres y sus códigos de amistad. En su cine las mujeres suelen ser el objeto afectivo-sexual y en ocasiones el desencadenante de la madurez de sus protagonistas.



"R3sacón" vuelve a unir a Phil, Alan y Stu viviendo locas aventuras con el señor Chow mientras su colega Doug permanece alejado del resto (secuestrado en esta ocasión). La película se centra sobre todo en Alan, el más locuelo e infantil de todos ellos y el no menos imprevisible señor Chow, porque Ken Jeong y Zach Galifianakis han acabado siendo los motores cómicos de estas películas con su humor y sus excentricidades políticamente incorrectas. Ellos son lo mejor de la función (junto al siempre efectivo John Goodman), dejando al resto de mera comparsa y poniendo en evidencia el desgaste de una fórmula que ya ha dado de sí todo lo que podía dar. Si ya la segunda parte estaba menos conseguida que la primera, esta tercera es la más floja de todas a pesar de que sigue manteniendo algunos golpes felices.



Hay un dicho que afirma que "Nunca digas nunca" y que en Hollywood cumplen a rajatabla. Así que por mucho que sus responsables digan que esta es la última película de la saga, poderoso caballero es Don Dinero y si la cosa sigue dando réditos en taquilla no me extrañaría ver más secuelas, precuelas, reactualizaciones ("reboots" los llaman ahora) y similares. Sus protagonistas acaban madurando al final de esta tercera película, veremos a ver si les dura o su vena más ridícula y petarda vuelve a ser requerida para el servicio.