lunes, 14 de mayo de 2012

Dicen por ahí




Dice la leyenda urbana que cada vez que alguien habla mal de nosotros nos pitan los oídos. Todos pensamos en otras personas y dejamos vagar nuestra imaginación de diversas maneras. A todo el mundo le pasa (a los tímidos mucho más) que no se atreve a decir todo lo que piensa a otras personas por temor a las reacciones que pudieran surgir en su contra o por resultar desafortunado. Todo ello me ha hecho pensar en como serían las cosas si cada de uno de nosotros tuviéramos la capacidad de saber que dicen de nosotros en todo momento.

Imagínense que pudiéramos tener conocimiento de todas esas veces en las que otras personas piensan en nosotros o hablan de nosotros, algo que siempre produce curiosidad. Saber si esta persona nos quiere o nos odia, si esa otra persona es de fiar o nos pone verdes y cuenta nuestros secretos a nuestras espaldas, saber en qué situaciones nos imaginan los demás cuando piensan en nosotros. Así expuesto suena fascinante, porque sabríamos a que atenernos con una perfección casi absoluta en nuestras relaciones con los demás. No existirían ni las dudas ni los dobles juegos: esa chica que nos gusta sabría enseguida que nos gusta y enseguida sabríamos si el sentimiento puede ser correspondido; sabríamos qué gente vale la pena viendo la honradez con la que hablen de nosotros cuando no estemos presentes; sabríamos las cosas que hacemos mal, esas cosas que los demás no se atreven a decirnos y que así podríamos rectificar. Es algo que ahorraría muchos malos tragos.


Pero bajo esta premisa, que suena a narración de ciencia ficción, se esconde la moraleja de muchas de esas narraciones: si en verdad queremos o necesitamos esa perfección en la imagen que transmitimos a los demás, si en verdad queremos saber todo lo que se dice de nosotros. Oiríamos halagos, claro está, pero también tendríamos que soportar muchos desaires e insultos de la gente que no nos quiere bien. Sabríamos qué gente nos conviene para confiar nuestros secretos y anhelos, pero nos llevaríamos grandes decepciones con aquellos que nos traicionasen. Veríamos las cosas que nos reprocha la gente que nos quiere, cosas que no nos dice porque son fruto de un calentón momentáneo y  que es mejor olvidarlas pasado el momento de enfado. Sabríamos que a esa persona que nos gusta no le gustamos del mismo modo, anulando la posibilidad de una momentánea felicidad pensando en que sí le gustamos y anulando la posibilidad de empezar a gustarle en un futuro. Porque al fin y al cabo, el carácter humano es mudable y donde se dijo "nunca" a veces se pasa a decir "tal vez" y finalmente se dice "sí". Toda esa posibilidad de cambio de parecer se iría al garete.

Todo ello da que pensar en si no será al final más interesante que no queramos saber tanto, si no será mejor dejar algo de ignorancia. Al fin y al cabo, de ilusión también se vive y esa ilusión siempre nace de la fe en algo, de creer en algo aunque no tengamos pruebas de ello. La verdad en ocasiones es muy dura y en esos momentos es mejor suavizarla con un poco de ilusión. Un tema sobre el que surgen muchas preguntas y muchas respuestas posibles.

4 comentarios:

  1. Yo voto que no... :)
    Primero, porque la opinión que de mí tengan los otros cada vez me importa menos; lo que me importa es la relación que yo siento que tengo con ellos... todos tenemos defectos, algunos tenemos muchos, y a mí qué más me da la percepción que tú tengas de los míos (no me estoy explicando nada bien...)
    Y segundo, porque creo que un mundo sin "sorpresa", en el que todo estuviera medido, nos quitaría emoción, contención, respeto... nos quitaría la alegría en muchos momentos. No creo que me compensara el hecho de saber qué piensan de mí con el de no tener ninguna capacidad de reacción al respecto.
    No, de todo se aprende y de los demás mucho. Prefiero las cosas así.

    Un besico, Garci!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, la verdad es que así expresado suena a premisa de ciencia ficción, de un futuro de esos donde todo funciona de forma articulada. A veces podemos tener curiosidad sobre qué se dice sobre nosotros, pero creo que es mejor dejarlo como está, enterarnos cuando se nos cuentan las cosas

      Eliminar
  2. Bueno ten en cuenta que si todos pudieramos saber lo que los demás dicen de nosotros ya no nos pondrían a parir en voz alta ¿no? Y si fuera un superpoder secreto...pues no no me gustaría tenerlo. El ignorante es más feliz. Aún así creo que todos somos capaces de intuir si alguien es de fiar o no otra cosa es que le hagamos caso a nuestra intuición...

    ResponderEliminar
  3. La intuición muchas veces acierta, aunque también falla a veces, a todos nos ha pasado que alguien en quien confiábamos nos defrauda, que nos ponía verde a nuestras espaldas. La verdad es que el ignorante es más feliz, sí

    ResponderEliminar