viernes, 26 de junio de 2015

Historia de B... (2ª parte)

B… había actualizado su blog. En esta ocasión hablaba de unos días pasados en un complejo turístico junto a una amiga que celebraba su cumpleaños y mostraba fotos de ella misma en vestidos ligeros y bikini. Incluso en una de ellas aparecía con una máscara de cabeza de tigre que le cubría la suya propia y que le hacía parecer una extraña mixtura de mujer y criatura, al estilo de las divinidades antiguas.



Lo cierto es que ya era verano. Las calles despedían calor desde el asfalto recalentado por un persistente Sol y la gente trataba de aliviarse como podía en sus ropajes. A él no le gustaba presenciar ese espectáculo de hombres vestidos como si estuvieran en su casa, con camisetas, bermudas que semejaban calzoncillos largos y chancletas, que le traían a la mente imágenes asociadas a habitaciones mal ventiladas y sudorosas. Incluso en lo más insoportable de la canícula él llevaba pantalones largos y zapatos, porque era consciente de que hacía calor, pero no por ello había que perder cierto sentido de la elegancia. Sin embargo, era más indulgente en la indumentaria femenina y disfrutaba observando la cantidad de piel que quedaba al descubierto y las dos maneras de vestirse que ellas mantenían. Estaba la apretada (con tops ajustados y escotados y shorts, que podían dejar al descubierto un trozo de las nalgas de las menos vergonzosas) y la suelta, con camisetas holgadas que podían dejar un hombro al aire y disimular la ausencia de ropa interior y pantalones y vestidos anchos que estimulaban el movimiento de las carnes de los traseros, creando un ambiente de culos vibrantes y pechos bamboleantes. Ya le gustaría a él ir del brazo de alguna de ellas y tener la promesa de acceder a alguno de los encantos que se veían o que aún permanecían ocultos, pero se tenía que conformar con mirar. Y esa noche salía de fiesta con los compañeros del trabajo, así que el espectáculo sería aún mayor.

No le gustaba mucho salir con la gente con la que trabajaba, porque para alguien de sus convicciones compartimentadas suponía mezclar universos que podían no ser compatibles. Sabía de que muchos eran aficionados a liarse con sus colegas de profesión y de la gran cantidad de ligues que se producían entre aquellos que compartían el mismo espacio durante tantas horas al día, pero no era lo suyo. Alguna vez había notado interés por parte de compañeras, pero se había limitado a ser lo más correcto posible para no complicar las cosas y no verse envuelto en situaciones embarazosas que afectaran a su trabajo. La mejor manera para saber más de él era no trabajar con él.

El caso es que el ambiente veraniego le había seducido y había decidido unirse al grupo aquella noche, con la esperanza de pasar un rato agradable y, ¿quién sabe?, quizá encontrar a una mujer interesante entre aquel desfile de piel femenina. En su papel de verso libre del grupo, le tocó ser el que sacaba las fotos del resto en la discoteca, en esa maniobra sutil para dejar fuera de la imagen a aquel a quien no se tiene un gran deseo de retratar junto a los demás. Eso lo entendió, pero cuando todos empezaron con los selfies y nadie le invitó a unirse a ellos, decidió que era momento de irse discretamente, pues nadie lo iba a echar en falta. Pasó por el baño para soltar líquido sobrante antes de iniciar el viaje de vuelta a casa y en la cola del baño de mujeres se encontró con una chica que le pidió un cigarrillo. Él le dijo que no fumaba y ella le respondió: “¿por qué estás tan triste?”, que le dejó bastante descolocado. ¿Y eso? ¿A qué venía? “Por qué dices que estoy triste”, preguntó con curiosidad y ella se limitó a decir con indiferencia: “no sé, lo pareces”. Él quiso saber más de aquella pregunta y empezaron a hablar de lo que hacían ambos en aquella discoteca. Ella había ido sola a pasar el rato, se había quedado sin tabaco y tenía ganas de volver a casa, por lo que él no tardó en brindarse para acompañarla, a lo que ella respondió diciendo: “¿no serás un violador? Tienes toda la pinta”, en tono muy serio, poco antes de echarse a reír mientras le daba un golpe amistoso en el brazo, al tiempo que seguía la broma diciendo que por la cara que se le había quedado ya se lo debían haber dicho antes. La verdad es que no le habían dicho nunca algo así, pero había notado el rechazo en otras miradas femeninas cuando ponía sus ojos en ellas, como si emanara de él una sensación de peligro. No tenía un aspecto chistoso, pero era totalmente pacífico, simplemente tenía un semblante serio.

Ya fuera del local, ambos caminaron durante un rato hasta que estuvieron cerca de la casa de ella, que estaba en un lugar bastante céntrico y que le evitaba pasar una hora en transporte público cuando quería ir al meollo de la ciudad. El paseo había sido agradable y él había sabido que ella se llamaba Martina, que era de una ciudad del sur (como ya denotaba su acento) y que estaba estudiando Psicología y dando clases para mejorar su inglés. Martina era rubia y llevaba el pelo cortado al estilo de la actriz Jean Seberg, de hecho sus rasgos eran muy similares al de la intérprete de “Al final de la escapada”, aunque parecía un poco mayor para ser estudiante, él le echaba más o menos su edad, por encima de los 30. Al preguntarle por los años ella se había escabullido diciendo que si su madre no le había enseñado que era de mala educación preguntar la edad a las mujeres, con el mismo tono entre serio y burlón que había demostrado antes al acusarle de parecer un violador. Una vez que llegaron a su portal, de esos con barrotes de bruñido acero que buscan darle un toque más señorial al edificio, él creyó que era el momento de decirle adiós y pensaba en que igual podría pedirle su número de teléfono cuando ella volvió a dejarle descolocado cuando le preguntó: “¿Quieres subir?”. Y como le vio dudar, Martina sonrió mientras decía si tenía miedo de que le violaran a él. Antes de que pudiera reaccionar más que con una risa tonta, ella abrió la puerta y le cogió de la mano para llevarle adentro.
 
Mientras subían en el ascensor de estilo tan antiguo y similares barrotes a los del portal y ella le daba paso a su casa y se la enseñaba brevemente, él no sabía qué sentir. No temía que le violaran, pero le daba cierto reparo subir a la casa de alguien a quien acababa de conocer y encontrarse con alguien no deseado, al tiempo que le excitaba que aquella chica tan atractiva estuviera siendo tan simpática con él y le invitara a su casa, quizá con la promesa de un encuentro sexual. Los rollos de una noche no eran lo suyo, pero esos días de estío estaba bajo el influjo de Eros y le motivaba el cuerpo y la forma de actuar de Martina, así que se dejó llevar. Ella le invitó a una bebida y tras un rato de charla sobre las clases que cursaba decidió robarle un beso en el momento más inesperado, que a él le pilló casi en el momento en que tragaba un sorbo. “Qué bien sabes”, dijo antes de volver a cogerle de la mano y conducirle al dormitorio. Aunque toda la sangre se estuviera reuniendo urgentemente lejos de su cerebro, él fue consciente de lo que iba a pasar a continuación.
 
Y vaya si pasó. Ella se quitó rápidamente el top y la falda larga que llevaba, sin nada más debajo y salió de la habitación camino del baño diciendo "Ven, que te voy a limpiar". Él siguió sus órdenes, se quitó la ropa mientras oía el ruido de la ducha y pensó en que no estaría nada mal terminar la noche con un polvete en el baño, algo que no había hecho todavía. Ella le recibió en la ducha con un beso y pudo comprobar que Martina sabía a tabaco, un hecho menos agradable de lo que le había a él dedicado momentos antes, pero prefirió disimular su desagrado por lo que le estaba reservado. Sin embargo, estaba claro que el beso no era el fuerte de Martina, que abría mucho la boca y metía lucha lengua, cuando lo que le gustaba a él era lo contrario, así que sacó su boca de ahí y se dedicó a explorar su cuerpo bajo los efectos del agua caliente. Su torso, sus piernas y su culo estaban bastante bien torneados y fuertes, sin duda esa chica pasaba tiempo en el gimnasio, aunque la dureza no quitaba que su piel fuera muy suave y encontró placer en acariciarla. Su pecho tenía un tamaño interesante, ni grande ni pequeño, con unos pezones saltones que se endurecían con rapidez. Su pubis era peludo y eso le estimuló bastante, detestaba la falta de vello en esa zona que hacía que las mujeres parecieran muñecas, de modo que optó por agacharse y demostrar lo que él podía hacer con su lengua. Ella soltó un pequeño gemido de sorpresa que le dio ánimos para seguir adelante y no paró hasta que Martina empezó a temblar y tuvo que sentarse porque sus piernas ya no podían sostenerla. "¿De dónde has salido?" le dijo, con la respiración excitada, mientras que él se limitó a sonreír, como el perro recompensado por su dueño. Solo le faltaba mover el rabo, aunque en cierto modo ya había empezado a hacerlo. Martina le hizo tumbarse en la bañera y se sentó sobre su erección, haciéndole sentir el calor que le salía a borbotones del cuerpo. La pose no era la más cómoda para él y eso le hizo durar un poco más y permitir que ella tuviera tiempo de terminar a gusto antes de hacerlo él, que en ese mismo instante sintió inquietud por las consecuencias de eyacular dentro de una mujer sin usar protección, para él era su primera vez. Ella pareció leerle la mente: "Te dejo correrte dentro porque tomo la píldora, no te creas que ando buscando un hijo tuyo. Y estoy sana, no se te caerá el pito. Espero que tú también lo estés, aunque no tienes pinta de follar mucho por ahí". Esta vez él se rió abiertamente, ya empezaba a conocer el particular sentido del humor de la chica. Sin embargo, ella prefirió lavarse acto seguido sus partes en el bidé de al lado de la bañera. Ese fue el resorte que rompió la magia y que le hizo volver a la realidad, recordándole los mecanismos que venían después del sexo fortuito. Ahora ella empezaría a insinuarle que se fuera, que estaba cansada y tenía mucho que hacer al día siguiente y él se vestiría rápidamente sabiendo que seguramente no se verían más. Así fue, con la diferencia de que Martina le pidió su teléfono antes de que se marchara, para que se vieran otro día. "Mira, eso no estaba tan mal, había segunda oportunidad para un rato sexy", pensó.
"¿Sabes que eres más atractivo sin ropa? Tienes buen cuerpo, si entrenaras un poco estarías tremendo", así quiso zanjar Martina aquel primer encuentro mientras se dirigía a abrir la puerta. Ante el gesto orgulloso de él, ella le bajó un poco los humos: "Es verdad que pareces un violador. Es en lo primero que pensé antes cuando te vi, pero te vi esa mirada triste y sentí ternura, esa mezcla de tío peligroso y achuchable me pone. Pareces un loco, pero eres un osito". "Pues muchas gracias", mejor era eso que lo que le habían hecho sentir otras mujeres. Ninguna se lo había dicho, pero a muchas les resultaba desagradable, no había más que ver su forma de reaccionar ante él, dándole los besos de saludo con ganas de apartarse lo antes posible, la indiferencia en el trato y la falta de efusividad antes de despedirse. Quizá era esa sensación inquietante que le había transmitido a Martina y que a muchas les tira para atrás. Es verdad que no tenía el aspecto amigable de otros, que con su gesto ya te están recibiendo como si estuvieras en tu casa, pero él no era malo, solo quería que le quisieran. Con la puerta ya abierta, antes de cruzar el umbral, ella se estrechó contra él y le besó con el habitual uso desmesurado de lengua mientras le agarraba del culo, en la versión opuesta de esos chulos de discoteca que se las dan de macho alfa. A él no le importaba sentirse dominado en ese tipo de situaciones, más bien al contrario, le gustaba que tomaran la iniciativa para seguir él hacia adelante. Pero el orgasmo ya le había dejado relajado y no tenía ganas de más. "Hablamos", dijo él mientras abría el ascensor de barrotes. "Yo te llamo, violador", se despidió ella mientras sonreía.
De vuelta a la calle, la noche de verano continuaba. Unos cuantos se volvían a sus casas, algunos pletóricos, con la fiesta en el cuerpo y otros hechos polvo, arrastrando su cuerpo como podían. Algunas de las princesas enfundadas en sus bonitos vestidos habían optado por andar descalzas al no aguantar más los tacones y las más previsoras habían llevado las zapatillas de andar por casa para evitar llevarse en los pies toda la porquería del suelo. Todo tenía ya el aire de cumplir ese viejo adagio en latín que decía "post festum, pestum", así que optó por irse también a casa, mientras revivía una y otra vez los detalles de lo que acababa de pasar.
 
Esa Martina era una tía realmente sexy, tenía un cuerpo estupendo y además tenía ese punto pícaro y juguetón que le ponía tanto. No era hombre de rollos de una noche, pero ese había valido la pena. ¿De verdad ella querría volverle a ver? Esperaba que sí, al menos él estaba deseando volver a repetir aquello. Echó un vistazo al móvil, más por acto reflejo, por ver si ella le había dejado un mensaje para recordarle el buen rato que acababan de pasar. No había nada, pero mirar la pantalla le recordó esos mensajes que había recibido del gabinete de tarot, los que le decían que abriera los ojos pues alguien estaba a punto de entrar en su vida. ¿Sería esa chica que le encontraba triste?
(Continuará)

3 comentarios:

  1. Impresinante esta segunda parte! Esa tendencia a juzgar a primera vista.... nos hace luego tragarnos nuestras palabras. Pobre.... decirle que tien pinta de violador. Con lo buen chico que parece. Y encima se lo montan tan ricamente! A ver la tercera parte.... Escribes muy bien! Qué arte tienes!

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    1. Muchas gracias por tus comentarios Eowyn. Siempre se escribe mejor cuando sabes que alguien está leyendo, eso es lo que me impulsa, así como cuando leo me gustan las historias de la gente que sabe hablar de si misma y con la que puedes llegar a identificarte. Si tuviera que escribir para mi solo casi que preferiría dejar a las ideas dando vueltas y centrifugando en mi cabeza, cual lavadora

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    2. De nada! Un placer comentar. Sabes que tu blog me encanta! Siempre da gusto saber que cuando alguien escribe y es correspondido diciendo unas palabras sobre lo que le ha parecido lo escrito, es un gustazo! No dejes de escribir, que aquí tienes a una lectora empedernida!

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