Así que ya estaba con
otro. “Finalmente, se confirma que B… ha caído en los brazos de D… La actriz
fue sorprendida llegando al domicilio de D… por la noche y no salió hasta la
mañana siguiente, llevando la misma ropa y con el pelo más despeinado. No cabe
duda de que B… ya ha superado su última ruptura y tras unos meses de soledad ha
vuelto a encontrar el amor de nuevo”. Esa era la noticia, escrita con el
habitual tono relamido de cuento de hadas de baja estofa que usan la mayoría de
publicaciones cuando de relaciones de famosos se trata. Lo que estaba por
determinar era si aquello iba a alguna parte o si simplemente era un
divertimento para B… y D…, de esos que les gustaban a tantas personas y que él
no comprendía. ¿Cómo les podía resultar tan fácil? Él no era capaz de irse con
cualquiera para pasar una noche y luego seguir con su vida como si nada hubiera
sucedido, como si ese momento de pasión fuera un desahogo, como el de esos
animales que después de olfatearse los genitales y comprobar que hay necesidad,
se montan durante un rato y luego continúan con sus cosas. Si a él le gustaba
alguien lo suficiente no podía pensar en mantener ese tipo de relación, quería
algo más, quería que aquello fuera más allá. “¿Pero no hay mujeres que simplemente
te ponen y te cepillarías sin más?”, le habían dicho alguna vez al exponer sus
ideas y claro que las había, pero prefería no dar ese paso porque sabía que
luego se sentiría mal, sentiría que las estaba usando como mascotas sexuales,
que las quería fuera de su vida momentos después del orgasmo y eso no le daba
bienestar, más bien le daba la idea de que se comportaba como un cabrón. “Ellas
a veces solo quieren divertirse, no te creas que andan buscando matrimonio a la
primera de cambio”, le habían respondido a esta objeción, a lo que él había
replicado que tampoco le valía, que entonces el que se sentiría usado sería él.
Tenía convicciones de señorita tradicional, es posible, pero antes que recurrir
a los rollos de una noche prefería la prostitución, donde todo estaba más claro
desde el principio.
Lo cierto es que
parecía que B… estaba con D… Ese inicio tenía el sello de B…, que primero era
sorprendida saliendo de casa de otro y no pasaba mucho tiempo hasta que eran
pillados paseando de la mano por la calle. Y como el verano estaba a punto de
empezar, no tardarían mucho en ser fotografiados pasando un día en la playa,
como le había sucedido con otros de sus ligues. La decepción le recorrió el
cuerpo, una vez más ella había empezado a salir con un tontaina, en este caso
un cómico televisivo, de los que se habían forrado a base de hacer tonterías y
cuyos mensajes en las redes sociales eran comentados y repetidos como si fueran
palabra de Dios. Qué inmensa estupidez, ¿acaso tenía más razón el lugar común que
dijera alguien famoso como él que el razonamiento más elaborado de alguien
anónimo? Pero el cómico hacía reír a mucha gente y tenía más valor de cara al
público que lo que dijera un solitario corriente como él, aunque también él podía ser gracioso y hacer reír a otros, ya lo había hecho antes. Imaginaba que sería
eso lo que le habría seducido a ella, una chica que tendía a la melancolía y
que necesitaba a alguien que le diera un empujón vital. Eso era lo que le
gustaba de ella, ese espíritu apacible por fuera y tempestuoso por dentro que
tan atractivo le parecía por identificarse con ese modo de ser. También ayudaba
que la chica era muy guapa y tenía buen cuerpo, no lo podía negar, pero había
muchas bien parecidas que estaban vacías y que no le interesaban igual. Él la
entendía, sabía a qué se debían las cuitas que confesaba en entrevistas, que a veces le hacían ruborizarse y le daban un toque encantador, de
donde nacían sus inquietudes y que él podía ayudarle a superarlas. Aunque sus
mundos estaban muy distantes, él sentía que estaban destinados a encontrarse y
que ella ya no tendría que estar con lechuguinos que solo se le acercaban por
su físico y que la dejaban cuando descubrían que no podían hacer nada con esa
forma de ser tan cambiante y contradictoria.
Pero en ese momento le
asalta la duda. Al fin y al cabo, ¿quién era él para censurar a nadie? Un tipo
vulgar que pasaba por el mundo de puntillas, al que nadie hacía caso, de los
que podría morirse y tardarían semanas en localizarle, pues nadie le contactaba
si él no lo hacía antes. No siempre había sido así, él había sido popular en su
momento, sus años de juventud. Eran tiempos en los que estaba en el tiempo de
la despreocupación, con la gente tratando de descubrir quién era y buscando
metas ambiciosas. Un tiempo en el que todo parecía posible y en el que las
alegrías y las desgracias se sentían con el doble de intensidad, por pueriles
que fueran. Un tiempo en el que las mujeres le consideraban un hombre atractivo
y tuvo ocasión de intimar con alguna de ellas y de llegar a fantasear en cómo
sería su vida en común con los años, en hacer combinaciones del nombre de sus
hijos juntando sus apellidos. Pero, apenas una década más tarde, todo aquello
ya solo eran recuerdos. Esa gente de su generación había sido hecha presa del
abatimiento y la mediocridad y se había empezado a parecer a sus padres,
pensando en que se tenían que ir pronto a casa a ver el reality show o la serie
española de turno, que les anestesiara para poder dormirse y empezar un nuevo
día igualmente mediocre, soñando con unas vacaciones que les proporcionaran una
huida momentánea. ¿Qué había pasado con los espíritus inquietos que había conocido,
cuándo se los habían cambiado por esos esclavos resignados de los que se
burlaban en su momento? Las sociedades no degeneran, son sus miembros los que
lo hacen con los años.
Quizá por eso le
gustaba B..., porque estaba en esa franja de edad que él recordaba como el
paraíso terrenal, esa edad que invita a la búsqueda y la experimentación, al
inconformismo y a la caza de respuestas. Esa edad en la que no importa la
actualidad informativa, ni lo que den en televisión para entablar una
conversación, porque las fuentes del conocimiento están por otro lado. A ella
le gustaba mucho el cine y la lectura y pasar los domingos en casa pensando en
sus cosas, algunas de las cuales reflejaba en ocasiones en su blog,
patrocinado por una firma de moda que a veces le hacía pasar el peaje de
realizar glamurosos posados con ropa y complementos de las grandes marcas que
vestían sus bellas formas. Recordaba una entrada en la que ella había hablado
de una calurosa noche en la que salió con un vestido floreado de verano y había
estado en una de esas terrazas ubicadas en las azoteas de los edificios. Allí
arriba se deleitaba con las vistas mientras sentía el paso de la brisa por el
interior del vestido, haciéndola consciente de su cuerpo y erizándole la piel.
Le recordaba a aquella vez, años atrás, en la que él salió a cenar un día de
julio con aquella chica tan guapa que se había pintado las uñas de los pies del
color que él le había confesado que era su favorito. Aún conservaba la foto que
tomó de aquellos pies y sin embargo no tenía ninguna de la cara de la chica,
que siempre había sido reacia a posar con su rostro, un rostro hermosísimo que
mataría de envidia a la mayoría de sus compañeras de sexo. Hacía mucho tiempo
que había perdido su pista, un día dejó de saber de ella y ahora solo tenía
recuerdos y aquella foto de aires fetichistas. El caso es que se parecía mucho
a B…, hasta se ruborizaba de la misma manera tan adorable, que entraban ganas de besarla y no le costaba imaginarla con el mismo vestido de verano. Como le hubiera
gustado a él estar allí con ella, acariciándole el cabello y los brazos y
piernas llenos de lunares, alterados por el aire. Y luego ir a su casa y pasar
allí la noche, sentirse amado y olvidarse de todo lo demás, que no es más que
ruido que nos distrae de lo que de verdad importa. Pero él estaba fuera del
alcance de ella, no tendría la opción de hacerla feliz y tendría que
conformarse con fantasear en esas noches de verano que ya llegaban y que para
él iban a ser igual de intrascendentes que las de invierno.
Pero esos días estaba
sucediendo algo extraño. Él había empezado a recibir mensajes en su teléfono de
un servicio de tarot que le iban diciendo cosas que engarzaban perfectamente
con lo que iba sintiendo. No creía en esas chafarderías y tampoco sabía cómo
habían dado con su número, pero lo
cierto es que eran frases que le dejaban pensativo, sobre todo las dos últimas,
recibidas el mismo día con pocas horas de diferencia:
“Te confirmo que una
persona entra en tu vida y elimina para siempre esa soledad que llevas tanto
tiempo padeciendo”.
“La persona se acerca y
es demasiado importante para ignorarlo. Debes estar alerta. Abre los ojos, por
amor de Dios”.
Esos consultorios
siempre tiran de tópicos para hacer creer a la gente que hablan de ellos
mismos, pero lo cierto es que ese tono de voz de la conciencia que tenían los
mensajes recibidos le había intrigado. Esperaba no haberse vuelto loco, como
esa gente que pasa mucho tiempo sola y empieza a sentir que le llegan mensajes
por todos lados, pero en ese caso los enunciados eran tangibles. ¿Sería verdad?
¿Estaría cerca de conocer a alguien que aliviara su soledad? ¿Tendría la
ocasión de ser el D… de alguna B…?
(Continuará)
Me ha encantado el texto. Felicidades! Quién no se ha sentido alguna vez identificado con lo que dices? Porque yo sí. En la parte de la soledad, después de estar muchos años con un chico, pues a ver si encuentro de nuevo alguien que me haga reír.
ResponderEliminarLa soledad es una compañera muy traicionera, pues tan pronto te da algunas cosas como te las quita sin compasión, dejándote con unas necesidades tremendas. Espero que tengas suerte en esa búsqueda, yo siempre ando a la búsqueda de gente que me pueda aportar cosas, porque luego están aquellos que contaminan y que te hacen desear la soledad
ResponderEliminarLa soledad la llevo bien! Aunque me cuesta algo volver a confiar en alguien. Y si llega el día en que encuentro a un chico con el que pueda tener algo, pues no iré con prisas. Yo he encontrado a amigos estupendos que me aportan muchísimo. Sobretodo un amigo que conocí hace un par de meses. Yo salí escaldada de mi relación y muy contanimada!
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