viernes, 4 de julio de 2014

"El sueño de Ellis". La angustia de emigrar

En un día como hoy los Estados Unidos están de fiesta, celebrando el día en el que se independizaron del reino de Gran Bretaña, en 1776, cuando el país lo formaban únicamente 13 colonias ubicadas en la costa este y la mayoría del país apenas estaba explorado y lo habitaban tribus indias que fueron esquilmadas con el paso de las décadas en la conquista del territorio por parte de esos descendientes de colonos venidos de Europa. Y es que las películas del Oeste nos enseñaron muchas veces que los malos eran los indios, pero fueron los colonos los que les quitaron sus tierras, confinando a los supervivientes en reservas. Pero ya se sabe aquello de que la historia la cuentan los vencedores.



El caso es que Estados Unidos es un país construido en función de la inmigración desde su propio origen y durante su expansión hacia el Oeste. Gente llegada de todos los continentes fueron poblando las ciudades y los estados y aclimatándose a una nueva realidad lejana a lo que habían conocido, desde escandinavos llegados del frío y la nieve que se asentaron en llanuras resecas donde apenas caía una gota de agua a esclavos del África tropical sacados a la fuerza de sus poblados y que trabajaron durante décadas en plantaciones de todo tipo. Mientras tanto, las ciudades se estratificaban por nacionalidades, en función de aquellos que llegaban en masa huyendo de sus países, con viajes de semanas hacinados en barcos y buscando una nueva oportunidad en el Nuevo Mundo, tierra de promesas donde podían quitarse las cadenas que en el Viejo Mundo les obligaban a ser otra cosa.



Sin embargo no es oro todo lo que reluce y muchos de ellos sufrieron un sinfín de dificultades para empezar el sueño americano, viéndose postergados por otros que reclamaban más derechos por haber llegado antes y querer ser más americanos que ninguno. Gente analfabeta que en muchos casos desconocía el inglés y tuvo que abrirse paso como buenamente pudo y que dieron origen a sagas familiares que hoy habitan ese país de una forma muy diferente a como lo hicieron sus antepasados. Es esa capacidad de construir algo de la nada lo que siempre me ha llamado la atención del fenómeno de la inmigración, un fenómeno reflejado en algunas ocasiones en el cine, siendo una de las primeras de mano de un inmigrante que logró el éxito en su país de adopción tras una infancia pobre y una necesidad de poner humor en las tristezas del día a día, el británico Charles Chaplin.


Otro que reflejó aquel fenómeno fue otro hijo de inmigrantes, italianos en su caso, el director Francis Ford Coppola en la segunda parte de "El Padrino", donde se contaban los orígenes de Vito Corleone antes de convertirse en un temible mafioso.


Es de inmigración de lo que habla el director James Gray, descendiente de judíos rusos, en su quinta película, "El sueño de Ellis". Su cine trata siempre de gente fuera de su medio y de lazos familiares que pesan más que cualquier otra cosa. La familia y el crimen fueron el leitmotiv de sus tres anteriores películas ("Little Odessa", "The yards" y "La noche es nuestra") y que en su cuarto largometraje, "Two lovers", cambió el crimen por el amor, logrando su mejor película en una perturbadora historia de amor, como deben ser las historias de amor que realmente se precien.

 
"El sueño de Ellis" se ambienta en 1921, año en el que Ewa (Marion Cotillard) y su hermana Magda dejan su Polonia natal y emigran a Nueva York. Cuando llegan a Ellis Island, a Magda, enferma de tuberculosis, la ponen en cuarentena. Ewa, sola y desamparada, cae en manos de Bruno (Joaquin Phoenix), un hombre sin escrúpulos. Para salvar a su hermana, Ewa está dispuesta a aceptar todos los sacrificios y se entrega resignada a la prostitución. La llegada de Orlando (Jeremy Renner), ilusionista y primo de Bruno, le devuelve la confianza y la esperanza de alcanzar días mejores. Con lo que no cuenta es con los celos de Bruno.



En el cine de James Gray sus personajes se debaten entre lo que deben y lo que quieren hacer, entre aquello a lo que aspiran y el lugar que ocupan en un determinado entramado familiar o social. Sus deseos raramente se traducen en actos y la fuente de amor es al mismo tiempo fuente de dolor. Por eso, aunque el cine de Gray sea evidentemente cine por el cuidado de sus planos y su buen acabado técnico, es un cine tremendamente realista que sabe jugar con las convenciones para acabar ofreciendo un pedazo de realidad. La fotografía en tonos sepia y el uso dramático de claroscuros recuerda muy mucho a lo que hizo el recientemente fallecido Gordon Willis con la fotografía de la trilogía de “El padrino” (las secuencias en la oficina de recepción a emigrantes o los planos generales del barrio donde Bruno lleva a vivir al personaje de Ewa parecen salidos de la segunda parte de la trilogía mafiosa). Asimismo la interpretación de una excelente Marion Cotillard parece homenajear a las divas del cine mudo, con un rostro que expresa todo el sufrimiento que padece la protagonista, sin necesidad de verbalizarlo.




 
Si en “Two lovers” se nos hablaba de un hombre indeciso entre dos mujeres aquí el triángulo se produce a la inversa y con variaciones en las motivaciones de sus personajes. La mujer está dividida entre el sagaz Bruno, el hombre que le da cobijo pero que tampoco duda en involucrarla en la prostitución y el más prometedor Orlando, que desde el principio la trata como a toda una dama y que le ofrece la oportunidad de una vida nueva, alejada de las privaciones a las que la somete Bruno. Ella sin embargo guarda su amor para su hermana, por la que padece todo tipo de degradaciones a la espera de conseguir el dinero suficiente para pagar su tratamiento sanitario. En este sentido, la fe acaba teniendo un papel muy relevante, ya sea la fe religiosa de Ewa, que le da fuerzas en las dificultades y que al mismo tiempo le atrae hacia Orlando, cuya magia se inspira precisamente en la fe.




Gray sabe ofrecernos una vez más a personajes falibles, personajes que pueden ser buenos pero que acaban haciendo cosas malas según las circunstancias. Ewa es una buena mujer, pero deberá hacer algunas cosas que harán que se odie a sí misma, Orlando tiene alguna doblez más de lo que aparenta y Bruno tampoco es un monstruo, pues a pesar de esclavizar a Ewa acaba demostrándole el amor que le profesa. Para ello cuenta con un trío de intérpretes a la altura de las circunstancias, especialmente la francesa Marion Cotillard, una actriz que se revela como de lo mejorcito que se puede encontrar ahora en el cine mundial y que demuestra una vez más que es una sufridora nata en la pantalla, de las que hacen que suframos con ellas y que deseemos darles consuelo, siguiendo la estela de su compatriota Juliette Binoche.


De este modo, "El sueño de Ellis" es una película de indudable interés que sin embargo no llega al nivel de intensidad emocional de "Two lovers". Una película espléndida en su primer tercio, al mostrar la llegada de Ewa a Estados Unidos y la adaptación a su nueva vida, que decae algo en su parte central para remontar en su último tramo y dejar buen sabor de boca con un plano final en el que se pone de manifiesto que Gray es un cineasta de los que quieren hacer algo con la cámara, de los que quieren sumar su granito de arena a un séptimo arte en tantas ocasiones invadido por la rutina. Un placer para el espectador un poco exigente tener a cineastas de este calibre produciendo nuevas historias.


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