B… había colgado en sus
redes sociales una foto en la que aparecía haciendo el muerto en una piscina,
aprovechando el descanso de un rodaje en el que tenía la complicada tarea de
lucir pesados y calurosos trajes de época en las semanas de canícula. Él besaba
siempre las fotos en las que aparecía B…, como si pensara que así transmitiría
algún tipo de energía hacia ella allá donde estuviese. El caso es que se
confirmaba que B… andaba liada con D…, ya les habían hecho la pertinente foto
paseando por la calle, aunque sin darse la mano, lo que daba lugar a
variopintos debates en la prensa del corazón sobre si aquello era un lío o era
algo más.
Sin embargo, él no
prestaba mucha atención a esos debates porque esos días su interés estaba puesto en Martina. Tras la revelación de su
pasado como prostituta él había pensado en no verla más, pero ella había
conseguido retenerle aquella noche. No se podía negar que Martina ejercía un
poderoso influjo sobre él y le hacía hacer cosas a las que se habría negado
poco antes. Él era poco amigo de dormir con otra gente por una cuestión de
comodidad y con Martina había dormido como un bendito en la noche de su
revelación. Tampoco le gustaba la desnudez innecesaria, consideraba que incluso
dentro de casa, por mucho calor que hiciera, había que llevar un mínimo de
ropa, pero ella estuvo sin vestimenta alguna al día siguiente y sin decirle
nada, le hizo partícipe de su decisión. Ese día habría sido un aburrido domingo
de verano en el que en otras ocasiones él se habría sentido solo y desdichado
por no estar haciendo algo mejor, pero con Martina fue un domingo inolvidable.
En la luz tenue de las persianas medio bajadas compartieron confidencias de
todo tipo, en las que ella le contó más cosas sobre su antiguo oficio y algunas
anécdotas curiosas, como la del tipo que solo la contrataba para ver películas
de risa en su casa mientras la madre del cliente (un hombre maduro, muy torpe
socialmente, que nunca había salido de las faldas maternas) dormía en el cuarto
de al lado. Ser prostituta le había permitido a Martina explorar su propia
sexualidad y cruzar sus límites, de modo que menos sexo con animales había
hecho de todo. En ese sentido, no tuvo problemas en contarle que además de lo
habitual, había dado y recibido servicios de sadomasoquismo, lluvia dorada e
incluso coprofilia en alguna ocasión, algo que a él le dio un asco enorme y le
hizo sentirse revuelto, por estar digiriendo tanta información audaz en tan
poco tiempo.
Ella lo explicaba todo con su tono pícaro y se reía cuando él se
escandalizaba. Lo consideraba parte del juego, no lo recordaba con asco y en
muchas ocasiones había disfrutado, le había producido morbo. Del mismo modo, le
comentó que tenía dos zonas que él no había explorado aún y que a ella le
excitaban mucho, que eran la nuca y las axilas. Lo de la nuca él no lo vio con
malos ojos, pero lo de las axilas también le llamó la atención y contribuyó a
su mezcla de sentimientos, pues no concebía que tales fuentes de sudoración
pudieran ser atractivas. Martina dijo que ella pensaba lo mismo hasta que
encontró a un cliente al que le iban las cosas “fuera de carta”. Fue uno con
los que practicó los fetichismos antes mencionados y también tenía la costumbre
de lamer las axilas de las mujeres, algo que ella acabó encontrando muy
placentero. “Si me lames la nuca y los sobacos es como si me estuvieras
lamiendo ahí abajo”, remató ella. Estimulados por la conversación, no tardaron
en ponerse manos a la obra y ella le pidió que explorara todo su cuerpo, asegurando
que los hombres estaban equivocados al creer que con ocuparse del pecho y la
vagina ya estaba todo hecho. Todo el cuerpo era susceptible de ser zona erógena
y ella quiso enseñarle a él, tumbándose en la cama y diciéndole donde debía
poner sus manos y su boca. Él se comportó como un aplicado sirviente y recorrió
todos los poros de su piel, descubriendo lunares ocultos.
La puso boca abajo y
la recorrió de abajo arriba hasta llegar a la nuca, que besó y acarició
mientras veía como ella permanecía con los ojos cerrados mientras respiraba
pesadamente y se aferraba a las sábanas. Le hizo darse la vuelta y él se
entregó al curioso placer de probar por vez primera el sabor de una axila, que
tenía la textura áspera de un lugar en el que el pelo tiende a crecer por mucho
que se corte. Comprobó que efectivamente Martina disfrutaba mucho la estimulación
en esa zona, porque le pidió que continuara mientras se retorcía y gemía y su
piel se erizaba de forma muy evidente, como si le estuvieran descargando una
sacudida eléctrica. Cuando ella ya no pudo aguantar más empezó a masturbarse y
en pocos segundos tuvo un violento orgasmo, acompañado de una serie de espasmos
que se prolongaron durante cosa de un minuto.
“¿Has visto?”, le
preguntó ella mientras recuperaba el control. “Me tocas en esas zonas y me
pongo orgásmica. Ahora tú”. Le hizo tumbarse y le preguntó si tenía algún lugar
donde quería que le tocara, a lo que él respondió que no había ninguno en
especial, aparte del obvio y lo cierto es que era así. De sus relaciones
pasadas y de sus masturbaciones no recordaba haberse encontrado más lugares que
le dieran placer. Martina le besó todo el cuerpo, también de abajo arriba y él
notó una sensación agradable cuando pasó por el abdomen y el pecho y llegó
hasta el cuello. Cuando buscó sus labios él se atrevió a decirle “sin lengua” y
ella le hizo caso, así que por fin consiguió que Martina no pareciera un
perrito a la hora de besar y lo disfrutó más. Ella volvió a bajar y se encaminó
a lamer su pene, algo que no le gustó. Ya se lo habían hecho en otras ocasiones
y no le agradaba, le producía unas cosquillas desagradables, como si se rascara
una herida. Al igual que en aquellas ocasiones, su erección se fue al garete y
Martina se sorprendió. “¿No te gusta?”, le preguntó. “No, lo siento, es que
siempre me da malas sensaciones, lo siento”, se disculpó él, a lo que ella
afirmó que era el primer hombre que conocía al que no le gustaba que se la
chupasen. “He tenido clientes que han preferido que se la chupara a follar,
pero esto es nuevo”, apostilló. Él se sintió avergonzado, como si hubiera hecho
algo malo y otra vez le vinieron las ganas de estar en otro lugar, un sitio
donde estuviera solo y no le pudieran juzgar.
Ella volvió a juguetear con su
abdomen como si tal cosa y la excitación apareció de nuevo. Colocada sobre él,
ella empezó a rozar su sexo contra el suyo y él notó de nuevo su humedad, que
le llamaba a entrar. Ella le facilitó la entrada ubicándolo con su mano y al
igual que la noche anterior Martina le cabalgó mientras le besaba. Sin embargo,
al cabo de unos minutos le propuso cambiar de postura y ella se situó de lado,
dándole la espalda y le pidió que la penetrara desde ahí. A él le parecía la
clásica postura de peli porno, donde los actores levantaban mucho la pierna
para dejar ver el proceso de penetración, pero en este caso, ambos
permanecieron con las piernas juntas mientras él trataba de abrazarla
torpemente desde detrás. Como aquello no funcionaba mucho, pasaron a la
tradicional postura del misionero, que curiosamente era la primera vez que
practicaban. Se besaron mucho y ella se abrazaba a él con fuerza, como
haciéndole preso. Martina le pidió que le follara más despacio, para sentirlo
más y aquello fue una decisión muy acertada. Ella le marcó el ritmo cogiéndole
de las caderas y él notó con más intensidad el cuerpo de ella y los tirones de
su vagina completamente empapada al entrar y salir, que dejaban escapar un
sonido crujiente y untuoso. Ella le ofreció nuevamente sus axilas y él las
lamió con furia, sin perder el ritmo. Pasaron unos minutos que parecieron horas
en los que Martina se corrió después de unos temblores y unos chillidos en los
que más que un orgasmo parecía que se le escapaba la vida. Había sido tan
sostenido que no quedaba claro si había tenido un orgasmo muy largo o uno
detrás de otro. Lo que estaba a la vista es que se había quedado exhausta, sin
poder decir nada, con el rostro sudoroso, al igual que el resto del cuerpo. Él se
mantuvo dentro de ella y Martina le abrazó y le acarició la espalda mientras
ambos recuperaban la respiración. “¿Qué tal”, preguntó esta vez él,
arrancándola una sincera carcajada. “Casi me matas, cabrón. Yo creo que hasta
me debo haber hecho pis, lo he echado todo fuera”, dijo entre risas. Y lo
cierto es que tenía razón, porque se incorporaron y en la cama se había formado
un charco con un olor inconfundible. Ella seguía riendo y acompañándolo de
palmadas y le bromeó con que lo probara, a ver a qué sabía. Él se sentía feliz
tras el polvo y apenas sintió escrúpulos en que los orines de Martina hubieran
entrado en contacto con su pene.
“Tú mismo. No sabes lo que te pierdes”, dijo
ella en el mismo tono de chanza, mientras le hacía levantarse de la cama y
quitaba las sábanas para meterlas en la lavadora. Ya estaba anocheciendo y la
luz escaseaba cada vez más, resaltando el efecto abrillantador del sudor en el
cuerpo de Martina. Ella le dijo que se iba a duchar y le invitaba a cenar a
algún sitio. Tras los pertinentes aseos, ella cubrió su piel con un floreado
vestido de tirantes y se calzó unas zapatillas deportivas, y él recuperó las ropas que se había quitado casi 24 horas
antes. Ella le llevó a un restaurante belga que conocía bien, un local no muy
grande en una calleja cercana a la gran avenida del centro. Cuando llegaron,
uno de los camareros saludó con una sonrisa a Martina y tras una breve charla
los sentó en una mesa situada en el lugar más recogido del local, que estaba
decorado con motivos belgas, como ilustraciones de Tintín, pósters de Audrey
Hepburn o fotografías de la Grande Place de Bruselas y de bellos parajes de
Brujas y Gante. No tardó mucho en aparecer el dueño del establecimiento, un belga
de Flandes llamado Erik que sin embargo parecía más español que Martina y con
el que ella habló animadamente en neerlandés durante unos instantes; estaba
claro que allí la conocían bien. El lugar estaba animado y se notaba una gran
presencia de extranjeros en las mesas, lo que sumado a la charla entre Martina y el
dueño en ese idioma que sonaba a alemán le hacía sentir que había salido del país por
unos instantes.
Cuando Erik se marchó, Martina le explicó que iba allí muy a
menudo y que todos la conocían porque era un pequeño negocio familiar y los
habituales eran como parte de esa familia. “Como ves, aquí sobre todo vienen
guiris. Los españoles no saben lo que se pierden, igual que tú”, le dijo con
una sonrisa burlona, recordando la conversación sobre fetichismos de antes.
Como de cocina belga él no tenía ni idea, se dejó guiar por ella, haciendo
notar que los nombres de algunos platos, como el “waterzooi” sí que le sonaban
de haberlos leído en uno de los cómics de Astérix, en el que sus protagonistas
iban a Bélgica. Ella soltó una carcajada ante esa ocurrencia, que según la
decía a él mismo ya le parecía friki, y le dio un beso. Sin duda ella era una
chica especial, porque con otras con las que había estado esa clase de
ocurrencias le habían deparado miradas de extrañeza y de desprecio disimulado. “¿Sabes
lo qué es un waterzooi?”, le preguntó. Él dijo que no y ella le explicó que era un guiso de
verdura con pollo o pescado que se tomaba bien caliente, de ahí el nombre, que
significa “agua que hierve”. “¿Con este calor te tomarías un guiso?”, inquirió
ella, a lo que él respondió que él tomaba alubias o lentejas todo el año,
hiciera calor o frío. Así que se pidió un “waterzooi” y ambos compartieron una
ración de mejillones al vapor con patatas fritas y conejo con mostaza a la
cerveza, antes de un postre de 3 chocolates que comieron con muy buen apetito
después de tanto desgaste sexual. A él le pareció todo delicioso, al igual que
la cerveza que bebieron, una especialidad de color marrón y sabor a regaliz que le supo mucho mejor que la habitual cerveza rubia que tan poco le gustaba.
El “waterzooi” fue el
punto de partida para la charla que mantuvieron durante buena parte de la cena,
en la que hablaron sobre palabras holandesas y alemanas y los orígenes
centroeuropeos de Martina. Ella le dijo que una vez que se sabe alemán aprender
neerlandés está chupado, porque es parecido, pero mucho más fácil. Le habló de
la pronunciación de su apellido holandés Van Heeswijk (Fan Jesvoik) y le
comentó palabras curiosas en alemán, como “brustwarze”, que significaba pezón y
que etimológicamente era “verruga del pecho” o “mutterkuchen”, que era “pastel
de madre” y que se usaba para denominar a la placenta. Decía que ahora que
estaba estudiando inglés había descubierto que ese idioma tiene sus parecidos con
el alemán, que por ejemplo “kindergarten” había sido adoptada tal cual y
significaba lo mismo, jardín de infancia o parvulario. Le encantaban los idiomas y para el futuro quería aprender también francés e italiano. También habló sobre sus
padres, que se habían conocido en el sur de España, él como representante de
una corporación industrial que hacía sus negocios por aquellos lares y ella
como profesora de alemán que se había establecido allí en busca de un buen
clima. “En contra de lo que puedas creer, los animados en mi familia son los
alemanes, no los holandeses”, le informó ella. “La familia de mi madre es judía
y aunque hace generaciones que no pisamos una sinagoga eso no le libró a mi
bisabuelo de estar en un campo de concentración en la guerra. Pero todos tienen
la alegría en el cuerpo, no como los Fan Jesvoik, todos igual de rubios y de
siesos. Cada vez que voy a casa de mis abuelos en Holanda me muero del asco,
viven en una de esas urbanizaciones de las que salen luego asesinos y
acosadores de niños y no me extraña, porque son un coñazo que te vuelve loco.
Me gusta más cuando voy a Frankfurt y veo a mis tíos y mis primos. Yo he salido
más a mi madre, menos en el pelo, mira te voy a enseñar una foto de cuando era joven” y le mostró
en su teléfono a una mujer que era el vivo retrato de Martina, con los mismos
ojos curiosos y el gesto bonachón, pero con una melena de color azabache. “¿Has
visto qué morena? Yo tengo el rubio de los Fan Jesvoik y los ojos oscuros de
los Goldberg. Y su alegría de vivir, gracias a Dios”, concluyó riendo. Se
sentía muy bien en ese momento, con esa chica rubia tan guapa que le dejaba
entrar en su mundo mientras procuraba hacerle estar cómodo. No creía mucho en
misticismos, pero esos mensajes de tarot que había recibido tenían razón,
alguien importante iba a entrar en su vida y vaya si lo había hecho.
Al salir del
restaurante ella le informó que se volvía a casa, que al día siguiente le
tocaba levantarse pronto para viajar, pues bajaba al sur a visitar precisamente a sus padres, a los
que veía muy poco durante el año y quería estar con ellos unos días. A él se le
ocurrió preguntarle si papá Fan Jesvoik y mamá Goldberg conocían su historial
como prostituta y ella negó rotundamente. “Para nada, si se enteran se mueren
del susto, no se lo imaginan. Yo les he contado que he estado trabajando de
secretaria para un directivo de una empresa grande y así explico
cómo me mantengo con este nivel de vida. Pobrecillos, si descubren lo que ha
estado haciendo su Martina les mato del disgusto. No, eso no se lo diré nunca,
mejor se queda entre tú y yo, violador”, sonrió mientras decía esto último.
Él la acompañó hasta su
puerta y se despidieron con un beso (ya sin lengua, ella había aprendido la
lección). Ella le propuso que fuera al sur a visitarla algún día, que sus
padres enseguida se irían a Europa a ver a la familia y ella se quedaría sola
en la casa, que además tiene unas vistas maravillosas al mar. Ni un anuncio le habría vendido tan bien la mercancía, pero no hacía falta, la perspectiva de repetir unos días como los que había pasado con esa chica ya era suficiente estímulo. Fijaron la fecha de la visita para dentro de dos semanas, aunque ella dijo que le llamaría antes algún día para hablar con él. Cruzó el portal de barrotes y él volvió a su casa en un estado pletórico. Así que era eso lo que se sentía cuando lo pasabas tan estupendamente con alguien, que todo lo demás no importaba y lo mismo daba que fuera domingo, que los termómetros estuviesen por encima de los 30 grados o que en ese momento hubiera gente muriéndose en alguna parte del mundo. Él se sentía feliz de estar vivo y libre de preocupaciones, deseando que pasaran las dos semanas para ver de nuevo a Martina y repetir unos días tan maravillosos.
Llegó a un semáforo cuando estaba a punto de ponerse en rojo para los peatones y en verde para los coches. Decidió esperar al siguiente verde y se fijó en un taxi que estaba parado antes de volver a arrancar. Dentro del taxi había una chica morena muy guapa que le miró y sonrió antes de apartar la vista. ¿Sería verdad eso de que las mujeres le encuentran a uno más atractivo cuando está con otra? ¿O simplemente le había visto la pinta de violador friki y le había entrado la risa? Sin pensarlo, con un gesto mecánico, él se llevó la mano a los labios y le lanzó un beso segundos antes de que el taxi siguiera su camino. Le pareció apreciar un gesto de complicidad en la cara de ella antes de perderla de vista. O quizá fue sorpresa ante una acción de un desconocido, que en otra ocasión él no se habría atrevido a hacer. Eran sus días de suerte, así que prefirió pensar que en cierto modo había seducido también a la chica del taxi y continuó andando hasta su casa en la noche de verano, haciendo planes en su mente.
(Continuará)
Esas zonas del cuerpo que le ponen a Martina, son curiosas. Me ha sorprendido que a él no le gustase que se la chuparan. Siempre he pensado a los tíos esa zona es la que más les mola que le hagan. Pero él es la excepción. Aunque también pienso que nunca se lo han hecho bien, porque de lo contrario, le encantaría. Jajajaja, mira lo que me haces decir, eh? Esa mirada a la chica morena.... me ha dejado intrigada.
ResponderEliminarJajajaja, la verdad es que hay gustos muy variados por ahí fuera en el tema sexual, desde cosas poco frecuentes que encantan a otras más tópicas que repelen y he querido reflejarlo. La mirada ahí queda, como detalle de las cosas que nos llegan por casualidad.
EliminarGracias por tus comentarios y por seguir leyéndome. Un saludete
El tema sexual da mucho juego y desde luego como dices muy variado. Desde luego lo has reflejado bien y por eso me encanta como escribes!
ResponderEliminarNo hay que agradecer nada, yo encantada de leerte y comentar!
Un saludo!