domingo, 5 de julio de 2015

Historia de B... (3ª parte)



No tardó en volver a saber de ella. Apenas 24 horas después le hizo la llamada prometida. Él acababa de regresar a casa después de una noche en el cine, viendo una película de superhéroes que le habían ponderado como una maravilla de humor y acción y lo cierto es que no era más que una sucesión de chistes malos que solo harían reír a un colegial y una acumulación de escenas de acción que se reducían a salvar al típico niño que se queda atrapado en una dificultad. ¿Cuántas veces se podía abusar de ese recurso que ya conocían hasta en los lugares donde no llegaba el cine? Además la proyección había sido sazonada con diversas luces provenientes de pantallas de teléfonos móviles que la gente miraba todo el rato, incapaces de resistir la tentación de ver lo que Fulanito o Menganita tenían que decirles durante las dos horas de proyección. Imaginaba que algunos de ellos serían  de los que cuando comen las palomitas se dan sonoras palmadas en las manos para limpiarse y que de paso se entere todo el mundo de que lo están haciendo. Lo cierto es que muchas veces coinciden con los que se quejan del precio del cine y las palomitas y dejan enormes cubos a medio terminar o casi llenos. En fin, cosas de acercarse a los espectáculos de masas, en esas ocasiones agradecía llegar a casa y poder olvidarse de las tonterías que le rodeaban. Allí solo en su propio mundo podía atenerse a sus propias reglas y sentirse cómodo, un universo solo para él que en los días menos felices tan agobiante resultaba cuando echaba de menos el contacto humano.

Ya estaba pensando en qué cenaría antes de acostarse cuando su teléfono empezó a vibrar, algo que le asustó. Nunca nadie le llamaba a esas horas de la noche y sabía que las llamadas telefónicas nocturnas eran sinónimo de alguna desgracia que le había pasado a un ser cercano, pero resultó ser la otra posibilidad cuando de conversaciones nocturnas se trata. Era Martina, que le hablaba con voz achispada por los efectos del alcohol. Le decía que acababa de volver de una cena, que había pensado en él y que le gustaría que fuese a verla. Y por si no fuera suficiente reclamo, recalcó su petición diciendo que se había quitado la ropa del calor que hacía y estaba deseando darse una ducha. Esto de la ducha fue el interruptor que le trajo a la mente imágenes del día anterior y no tardó en sentirse excitado. Vaya que sí iría. Le dijo que en unos minutos estaría allí y se puso en marcha. Como a esas horas el transporte público era lento para la distancia que tenía que cubrir, decidió coger un taxi y llegar lo antes posible, no fuera a ser que se le pasara el capricho a Martina.

En 20 minutos se plantó en el piso de ella, después de decirle al taxista que le parara unos números antes de su portal, como temiendo que el conductor le viera llamar a una casa a esas horas y le tomara por una suerte de pervertido que iba a visitar a una prostituta. En cierto modo había algo de eso, pues todo parecía indicar que iba a producirse un encuentro sexual y le dio pudor que unos extraños le vieran y le pudieran juzgar. Andó con mucha prisa los metros que le separaban del portal, sintiéndose como los protagonistas de esas películas a los que la chica les está esperando con ansias y con ese sentimiento llamó al timbre de abajo, abrió el portal de barrotes cuando le dieron la señal, subió en el ascensor con más barrotes y con una sensación reforzada, que ya había pasado de película romántica a película porno, vio como Martina le esperaba con la puerta abierta, apoyada en el quicio sin nada de ropa encima. Sin decirle nada al pasar, cerró la puerta, se lanzó sobre él con el mismo entusiasmo con el que lo había despedido el día anterior y esta vez ella no le dejó escapar del recibidor y después de unos lametones con su inconfundible estilo, le bajó los pantalones y se introdujo su pene sin más preámbulos. Él notó que ella ya estaba húmeda y allí, los dos de pie apoyados contra la pared, consumaron el arrebato de pasión.

Un rato después, después de pasar por la ducha (esta vez solo para asearse), Martina y él estaban desnudos sobre la cama de ella, hablando de todo y de nada. Esta vez ella no pareció mostrar prisa en que él se marchara y le ofreció una copa de un brandy que tenía el nombre de un cardenal antiguo, quizá inexistente, para darle un aura de altura espiritual. Él era poco dado al alcohol, pero aquella bebida le supo bien en el chispazo de calor y el sabor a madera que notó en cuanto se tragó el primer sorbo. “Eres como una de esas mujeres del cine negro clásico, que fumaban, bebían alcohol fino y follaban cuando querían”, le dijo él, algo que despertó la curiosidad de ella y le preguntó por aquellas mujeres de esos filmes en blanco y negro que le sonaban pero que apenas había visto. Él le habló sobre las Barbara Stanwyck, Rita Hayworth y Lana Turner que habían conseguido meterse en la cabeza de hombres rectos con la fuerza del deseo hasta obligarles a hacer actos de lo más peligroso. Martina le escuchó con atención y dijo que ver más películas era una de sus asignaturas pendientes, al igual que la literatura que había descubierto hacía poco tiempo. Él le comentó que existía un libro llamado “Son de mar”, en el que la protagonista se llamaba como ella y vivía una intensa historia de amor con un hombre misterioso. Le prometió que la próxima vez se lo traería para que lo leyera y ella le contestó con una amplia sonrisa y un beso con sabor a tabaco que le hizo soltar una mueca de desagrado. Ella lo notó y le preguntó qué le pasaba. Él tuvo que admitir que no le gustaba el tabaco, que se le hacía difícil soportar el humo de los cigarrillos y que en boca aún le resultaba más desagradable. Martina no pareció inmutarse ante esta afirmación y siguió fumando mientras decía que otro de sus proyectos era dejarlo, algo que había intentado en varias ocasiones, pero siempre había encontrado motivos para volver, especialmente por su trabajo.  Así que ella ya había trabajado, ya le parecía raro que tuviera apenas 20 años, no los aparentaba. Él, ingenuo de lo que le esperaba, preguntó en qué había trabajado y ella le dijo, con el mismo gesto inmutable y burlón: “¿Yo? He sido una de las mujeres que fuman. He sido puta”.

Él ya se había sentido descolocado desde que la conoció y se había empezado a preparar a que Martina le diera una sorpresa tras otra, pero aquello superó todas las expectativas que se pudiera haber formado. Se quedó mudo, sin saber qué hacer ni qué decir y sintiéndose ridículo allí desnudo. Ella volvió a leerle a fondo y con semblante impasible respondió a una pregunta que no había sido formulada, un "¿cómo dices?" que estaba en el aire. “Sí, he sido puta, pero ya no. No te voy a cobrar, si eso es lo que piensas. No estoy contando las horas y los polvos para pasarte la cuenta. Al final sí que es verdad que soy como esas mujeres de las pelis antiguas, ¿eh?, pero sin obligarte a matar a nadie”. Él sacó fuerzas para preguntarle de forma estúpida cómo fue aquello y ella optó por contarlo todo, sin perturbarse, como si hablara de otra persona. Martina era hija de un holandés y una alemana asentados en el sur, como tantos extranjeros, en busca de un buen clima y ella había dejado aquello antes de cumplir los 18 para venirse a la gran ciudad en busca de desafíos. Tras una serie de trabajos de poca monta para pagarse una habitación de alquiler, en uno de los pisos coincidió con una chica que se pagaba los estudios trabajando de prostituta, recibiendo a sus citas en casa. Le dijo a Martina que alguien con esa melena rubia y ese cuerpo podría tener éxito en el mundillo, especialmente si se hacía pasar por europea, que le daría más prestigio de cara al cliente. Ella nunca había sido una puritana en temas sexuales, acostumbrada desde pequeña a ver desnudos a sus padres por casa, a sorprenderles en la cama en más de una ocasión y a haber perdido la virginidad con apenas 14 años y haber probado a otros chicos, mayores que ella y siempre dispuestos a ir lejos con “la guiri”, como la llamaban en el barrio y en la escuela. Decidió poner un anuncio en Internet y no tardó en tener el éxito prometido haciéndose pasar como oriunda del centro de Europa, hablando español con acento y chapurreando palabras en holandés y alemán, idiomas que había aprendido en sus primeros años de vida. Lo normal era que no bajara de 5 clientes al día, con picos de 10 o 12 personas, que le dejaban agotada física y mentalmente y que le hicieron cambiar de tercio. 

Empezó a anunciarse en el mundo de la prostitución de lujo, donde podía ganar con un cliente lo mismo o más que con 10 en el formato "low cost" y también le fue bien. Si en su primera etapa había conocido a un montón de hombres de clase media que se gastaban los pocos ahorros que tenían en revolcones ocasionales para saciar sus necesidades de morbo, ahora los clientes eran tipos con la luz pagada hasta que les llamara el de Arriba, que se dejaban cantidades ingentes de dinero en ella. Algunos eran ejecutivos de paso por la ciudad que buscaban un capricho, otros eran ejecutivos locales que necesitaban a alguna mujer bonita como pareja para una cena o una recepción y los restantes la contrataban como acompañante para clubes liberales y pasar fines de semana y vacaciones con ellos en lugares distinguidos, como si ella fuera su pareja. Al cabo de un tiempo había reunido una bonita suma que le permitía tener un piso en el centro de la ciudad y no tener que preocuparse en trabajar en unos añitos. Viéndose con dinero en el banco y cansada del sexo a la hora en que querían otros, un día decidió que dejaba aquello. Cerró la web que se había montado para anunciarse, dio de baja el teléfono que había usado para las citas y se rapó la cabeza, dejando atrás esa melena rubia que le había dado tanto éxito.

Ya llevaba dos años fuera de todo aquello y mantenía su pelo corto, como una demostración de que la etapa anterior estaba superada. Ahora estudiaba Psicología, porque siempre le había llamado mucho la atención lo que pasaba en la parta del cuerpo y creía tener buen tino para apreciar lo que les pasaba a otros. Siendo puta había tenido que ser psicóloga improvisada en más de una ocasión. “Hay mucha soledad ahí fuera, ¿sabes? Incluso gente que lo tiene todo vive muy jodida. Yo he pasado vacaciones de una semana o quince días con tíos que ni me tocaron, que solo querían a alguien con quien hablar y olvidarse de la cantidad de mierda y de hijos de puta que tenían que soportar a diario”, añadió Martina a modo de conclusión.

Él no sabía que decir. Debía de haber escuchado la narración con gesto imbécil, puede que incluso con la boca abierta. “¿Qué te parece?”, le había dicho Martina, al verle tan embobado. A pesar de sus sensaciones cruzadas, él solo acertó a decir: “Qué fuerte. Me dejas de piedra”. Porque lo cierto era que no sabía que decir, no sabía cómo sentirse. A ella no le resultó difícil descifrarle y le pidió que se tumbara, se acurrucó junto a él, rodeándole el pecho con un brazo y la cintura con una pierna y le dijo que se quedaran así un rato, sin decir nada.

Aquello parecía un sueño, no podía estar sucediendo de verdad. No negaba que en cierto modo la situación era atrayente, que una mujer que había sido prostituta se sintiera atraída por él y él hubiera tenido acceso a su cuerpo sin pagar un céntimo. Las veía como una suerte de diosas del sexo, conocedoras de unos secretos al alcance de pocos y capaces de llevarte a los rincones más ocultos del placer. Una visión un tanto pueril del que nunca había probado esos servicios y los percibía de forma idealizada Por otro lado, de forma instintiva, se sintió sucio, por haber compartido fluidos con una mujer que habría estado con decenas, cientos de hombres. Podría tener alguna enfermedad y contagiarle, no habían tomado ninguna clase de protección, aunque imaginó que ella ya se cuidaría de hacerlo en su pasado, parecía sana. Aún así, ese sentimiento de cuerpo compartido mil veces que ahora le llegaba a él en último lugar le repugnó de forma inconsciente. 

Sintió deseos de irse de allí, aunque fuera solo para pensar en lo que había oído, pero ella le tenía atrapado con su brazo y su pierna y la sensación era agradable. De hecho, pasados unos minutos el contacto de la piel suave y caliente de Martina empezó a excitarlo. Una vez más, ella pareció saber lo que le pasaba por la cabeza y empezó a acariciarle el cuerpo y a darle besos, primero en la mejilla y luego en los labios. Quisiera o no, él no tardó mucho en conseguir una erección considerable y ella no iba a dejarla escapar, así que se montó sobre él y mojada como estaba (no se podía negar la capacidad de Martina para humedecerse rápidamente, sería deformación de su antiguo oficio) le cabalgó con cariño. Si el encuentro del día anterior en la bañera o el de un rato atrás en el recibidor habían sido urgentes y ansiosos, éste de ahora, ya en la cama, fue lento y tierno y se extendió durante largo rato. Él perdió la noción del tiempo, ocupado como estaba en no soltar los labios de Martina de los suyos y en sentir el poder de su lengua, ya sin hacer ascos de sus lametones y su sabor a nicotina, en una perfecta comunión de carnes y cuerpos entrelazados, finalmente unidos por los temblores de sus orgasmos. Cuando terminaron, las luces del día ya despuntaban por la ventana del cuarto y Martina se levantó para apagar la luz y cerrar la persiana. Durante estas operaciones, él observó su cuerpo en movimiento y el efecto de las luces sobre su piel, le sentaba francamente bien la luz del alba. Notó cómo al andar un hilillo de esperma empezaba a deslizarse por su pierna, pero ella esta vez no se ocupó de ir al baño a asearse. Eso le podría haber dado asco en condiciones normales, pero con el aura de emoción que se había apoderado del cuarto, le pareció un gesto adorable y un detalle hacia él. Ninguno dijo nada más, simplemente se acostaron y enseguida se habían dormido.

(Continuará)


3 comentarios:

  1. Ay, esos arrebatos! Cómo son, jijijij. Historia tremenda la de Martina. Me has dejado con ganas de más. Esperando la cuarta parte.
    Saludos!

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    1. Pues la cuarta parte ya está lista y con más arrebatos de esos, jajaja. Me alegro de que lo leas y te esté gustando.

      Un saludete

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    2. Ya te he comentado en la cuarta parte! Ay, esos arrebatos, mmmmmmmm!!

      Un saludo!

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