jueves, 15 de enero de 2015

Sobre la felicidad

Cuando los padres de la patria estadounidense lograron la independencia de Gran Bretaña, en el último tercio del siglo XVIII, establecieron una Declaración en la que quedaba registrado un derecho bastante curioso, a la felicidad, que junto al de portar armas, instaurado poco después en la Segunda Enmienda de la Constitución del país recién creado, son hechos que siempre provocan la curiosidad del que no es natural de aquellas tierras. Dos derechos que definen muy bien esa mezcla de idealismo y pragmatismo que ha sido seña de identidad del pueblo yanqui. Por un lado, ese país joven defendía la necesidad de que sus ciudadanos fuesen felices, ya sin tener que depender de una rancia monarquía ubicada a miles de kilómetros y teniendo la capacidad de construir su propio destino (el llamado “sueño americano”). Y por otra parte, eran conscientes de ser una nación por construir, con la mayor parte del territorio aún en manos de tribus indias y sumida en luchas cruentas entre razas y también entre individuos de la misma raza que tenían otros intereses, por lo que el uso de las armas quedaba plenamente justificado. Mucho se ha hablado, especialmente cuando algún perturbado se pasa de la raya, de la necesidad de prohibir el uso masivo de las armas, pero en aquellos lares está tan institucionalizado que sería como quitarles el derecho a la felicidad, algo que no debería producirse porque está en el origen de Estados Unidos.
 
 

Estas cosas nos llaman mucho la atención en Europa y en España, donde a pesar de ser también del mismo mundo occidental, la cultura tiene algunas diferencias y peculiaridades que no nos hacen prestarle la misma importancia a determinados temas. Hay temas, como la superación personal para la construcción de una identidad individual y comunitaria, que cuando los vemos plasmados en ciertas películas nos hacen decir “es una americanada”, del mismo modo que “una españolada” es aquella obra protagonizada por gente ruidosa, zafia y pícara que busca su disfrute aún a costa de los demás. Historias de trazo grueso que toman los tópicos por bandera y que sin embargo consiguen plasmar algunos de los aspectos que nos caracterizan como pueblo y como cultura.
 
He leído un interesante estudio sobre los pueblos más felices del planeta, que evidencia que África es el continente donde sus ciudadanos se consideran más felices, a pesar de que tienen todas las circunstancias para estar deprimidos. Un continente afectado en su mayoría por todo tipo de injusticias sociales, hambrunas y enfermedades es el más feliz del planeta y Europa, donde la mayor parte de los ciudadanos tienen un nivel de vida mejor que el africano, es, por el contrario, donde menos felicidad existe. He aquí las conclusiones:


“¿En general, se siente usted muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz con su vida?”. Su respuesta seguramente sea un plato cocinado con muchos ingredientes, pero del que nadie sabe la receta perfecta. Quienes han intentado formular la ecuación se encuentran con resultados como los que ha deparado ese interrogante en una encuesta realizada a finales de 2014 a 64.000 personas en 65 países del mundo. Según el estudio de WinGallup International, una empresa de investigación de mercados, Fiyi y Colombia son las naciones en que más gente se declara feliz, Irak y Grecia son el extremo opuesto; Europa es el continente con más ciudadanos tristes, y España ha mejorado el ánimo respecto al año pasado.

El dinero no hace la felicidad; no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita... El lenguaje está lleno de sentencias sobre los elementos que provocan la satisfacción vital. Pero los caminos son infinitos. En India, por ejemplo, un país sumido en la pobreza, solo el 2% de sus habitantes se siente infeliz. Igual que en Colombia, Fiyi, Filipinas y Argentina. Solo en Finlandia y en Arabia Saudí hay menos insatisfechos con sus vidas. La clasificación de lamentos la encabeza Irak (el 31% de sus ciudadanos son infelices o muy infelices, la misma tasa de los que se sienten felices o muy felices), Líbano (28%), Grecia (24%, por un 25% de felices) y Rumania.

“Hay dos factores importantes alrededor de la felicidad”, explica Vicente Verdú, autor de varios libros sobre sociología. “Uno es la autoestima: estar bien consigo mismo, tener trabajo, la relación con los demás, sentirse valorado. Y la desigualdad. Lo que hace más infelices a las personas es ver a gente alrededor que disfruta de un estatus superior. La desigualdad lleva a la tristeza y a la criminalidad”.

Europa lidera la infelicidad entre los continentes. Entre los 10 países con más gente infeliz, seis son europeos (Italia, Francia, Rumania, Bulgaria, Letonia y Grecia). El continente más feliz es África (el 83% de los africanos le pone una sonrisa a sus vidas), por delante de Asia y de América. Entre las naciones, el 93% de los fiyianos y el 90% de los colombianos compiten por ser los pueblos más alegres. Nigeria (89%), Arabia Saudí (87%) y Filipinas (86%) completan esta ensalada de realidades. México pone el barómetro en un 74% de ciudadanos felices, Estados Unidos en un 61%, y España en un 55%.

“La felicidad no solo se explica desde el punto de vista individual, sino colectivo”, añade Verdú. “En EE UU hay gente que se deprime porque el vecino tiene un coche mejor. Y en India la autoestima es fuerte, no se sienten despreciados. Todo confluye finalmente en la autoestima”.

“Se ve en las calles, hay mucha más alegría”, dijo la vicepresidenta española, Soraya Sáenz de Santamaría. Y sí, hay más españoles alegres que hace un año, un 7% más, pero un 10% menos que en 2011. Solo el 8% de los encuestados dijo estar a disgusto con su vida.

La felicidad brota más en las mujeres españolas (60%) que en los hombres (50%), en el grupo de edad entre los 45 y 54 años que en el resto a partir de los 18, y en los estudiantes y amas de casa que en empleados a tiempo completo o parcial, desempleados y jubilados. Aunque las diferencias convergen en una voz casi unánime cuando el encuestador pregunta por políticos y banqueros. En ambos casos, el 93% de los españoles desconfían de ellos, y solo el 2% les dan un voto de fe. Policías, médicos, periodistas y profesores sí aprueban. Y son mayoría quienes esperan un 2015 de dificultad y no de prosperidad.


España es ahora mismo un país donde una parte importante de la población no tiene trabajo o está temeroso de perderlo, donde aquel con un poco de sesera muestra una comprensible inquietud ante un futuro incierto, en el que no sabemos si la situación se reconducirá para hacernos más parejos con nuestros vecinos del norte europeo o acabaremos más cercanos a nuestros vecinos del sur africano. Y a pesar de todo, ese estudio deduce que más de la mitad de la población española se declara feliz, más feliz que en otros pueblos europeos más asentados económicamente que el nuestro, algo que nos acerca más al optimismo africano que al pesimismo francés (hay quien dirá que no se podía esperar otra cosa de la patria que alumbró el existencialismo). Sea como fuere, me intriga cómo la felicidad puede depender de circunstancias que poco tienen que ver con la realidad económica de un país, algo que evidencia el caso africano. Allí pueden tener muy poco, pero deben disfrutarlo al máximo, quizá precisamente por eso, porque cuanto menos tiene uno que perder menos tiene de qué preocuparse. Hace poco leí otro artículo que venía a decir que muchos casos de contagios de ébola vinieron dados por la costumbre que tienen en algunos de los lugares afectados de besar y abrazar a los cadáveres para darles el último adiós, sin saber que eso los hacía tremendamente vulnerables al virus. Esto entroncaría también con ese viejo adagio que asegura que cuanto menos se sepa más feliz es uno. Personalmente, me he sentido más feliz cuando he podido aislarme de la mayor parte del mundo gracias a la satisfacción provocada en mí por otra persona. Cuando he tenido mi pequeño rincón, bien rodeado por la gente apreciada, que no me hacía necesitar nada ni nadie más. Porque querer abarcar de más siempre es el inicio de la infelicidad, algo que también está presente en mucha de la producción cultural estadounidense, la que habla de la ética del perdedor que ha fracasado en su busca de la felicidad.
 
Y en una entrada dedicada a la felicidad, no quiero dejar pasar la oportunidad de acabar con una de esas canciones que a todos nos suenan y que habla sobre el tema. Curiosamente, Al Bano y Romina Power acabaron sufriendo la desaparición de una hija y una posterior separación, lo que también hace cierto de que no siempre se puede ser feliz. Así que busquémosla, pero no creamos que la felicidad viene para siempre, pues es frágil y esquiva y de su marcha surge la nostalgia, una inquilina menos agradable y mucho más duradera, que nos recuerda que debemos disfrutar esa felicidad antes de que se acabe.

2 comentarios:

  1. Me ha parecido un post muy bonito y curioso. Sin duda pasaré más veces por aquí. ¡Espero que te guste mi post de hoy! Irene.

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  2. Pues gracias por pasarte, me alegro de que te haya gustado. Me daré un garbeíllo por tu blog

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