miércoles, 30 de julio de 2014

Mujeres lectoras

Estos días de verano me ha dado por acordarme de lo que decía una antigua compañera de estudios, que siempre llegaba a clase haciendo la broma de que se había enamorado en el metro, algo que sucedía cada dos por tres y a los que tenían la suerte de ser metidos en esa categoría les llamaba "mi amor del metro". Estos amores eran hombres que le seducían por algún motivo concreto de su apariencia o su actitud, ya que no entablaba ningún tipo de conversación con ellos, simplemente le daban distracción para los viajes en tiempos en los que todavía no existían los teléfonos móviles inteligentes que ahora dan acceso al mundo entero y que ha facilitado que muchos ya no se vean obligados a recurrir a estas pequeñas fantasías para matar el tiempo.


Yo suelo ir leyendo durante los viajes pero aún así a veces captan mi atención algunas mujeres que suben al transporte y les echo un ojo por su apariencia atractiva. En una gran ciudad tienes siempre mucho de todo y así he visto a chicas que se meten al metro con una camiseta blanca y sin ropa interior debajo, dejando muy poco a la imaginación, así como a otras que llevan shorts cada vez más cortos que dejan al descubierto parte de su trasero y de su celulitis, sin que parezcan sentirse incómodas por ello. Pero aparte de estos atractivos básicos me suelo fijar en detalles, como aquellas que se atusan el pelo de forma nerviosa al sentirse observadas o los colores de las uñas, pues me gusta mirar las manos de aquellas que las llevan de colores variados. Algunas de esas manos sostienen a veces libros de lo más diverso que también captan mi atención y consiguen producirme un vivo interés cuando son libros que he leído y que me han gustado o libros que aún no he descubierto pero que me atraen. Y cuanto más interesante es el libro que llevan, más siento ese "amor del metro" del que hablaba mi compañera, porque las mujeres que leen y especialmente las que leen cosas interesantes siempre me resultan más atractivas. Por ello quiero reproducir un escrito que leí hace un tiempo en Internet y que hablaba sobre los atractivos de las mujeres que leen y de las que no lo hacen. El que más me gustó fue el que se refería a las mujeres lectoras y es éste.


Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba. 

http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=2&size=n


Lo que tiene el interés cultural es que puede volver más interesante a una persona, sea hombre o mujer, dependiendo de cuánto valore el saber y el conocimiento la parte que observa. Así hay gente que si ve a otra gente con un libro ya les parece un bicho raro que juega fuera de sus límites y gente que si habla con alguien que apenas ha leído nada en su vida pierde el interés con rapidez. En un término medio de ambas opciones se hallaba Marilyn Monroe, que fue vista por muchos como un símbolo de belleza y sexualidad y que al parecer tenía unas inquietudes lectoras que nunca explotó en sus papeles en el cine, pero que quedó reflejado en una serie de fotografías en las que se la veía en compañía de libros. O quizá simplemente alguien quiso mostrarla un poco más allá de su rol de niña bonita para interesar a una audiencia más exigente que nunca vería sus películas solamente por su atractivo. Sea como fuere, uno de los maridos de Marilyn fue el escritor Arthur Miller, que a pesar de su aspecto de erudito logró a una de las mujeres más atractivas del momento y que vino dado por el interés de Marilyn en un hombre lector. Por la excitación intelectual, que tantas veces es más poderosa que la física.


martes, 22 de julio de 2014

Bellezas en el tiempo

Hace 13 años, a estas alturas más o menos del mes de julio aparecía en los kioskos, como todas las semanas, la revista Interviú, esa fuente de inspiración para las fantasías masculinas de todas las edades. Una revista de esas que los adolescentes podíamos mirar pero no tocar, sin posibilidad de tener en tus manos a la atractiva chica de portada a menos que la comprases para guardarla a escondidas sin que la descubrieran tus padres. Ahora, con Internet uno tiene acceso inmediato a cualquier cosa que se le ocurra y con imágenes de buena calidad, pero los que crecimos con la única presencia del papel siempre sentimos esa extraña sensación de invasión de terreno prohibido y atrayente cuando el olor del papel de esas revistas erótico-festivas llegaba a nuestras narices o cuando alquilábamos en el videoclub las VHS más picantonas y el líquido de conservación de las cintas quedaba grabado como el olor del pecado.

 

Decía pues, que hace 13 julios una Interviú me llamó especialmente la atención y era por tener en su portada unas fotos robadas de Inés Sastre con el pecho al descubierto en la playa. Sastre era por aquel entonces uno de mis mitos eróticos y me gustaba conservar todo lo que veía sobre ella, así que esa vez dejé de mirar la revista y la compré, con mucho cuidado de que no me la descubrieran. Para más curiosidad, en aquel número también aparecía un desnudo robado de la actriz Lola Baldrich, que me había gustado desde que la vi en "Médico de familia" y en páginas interiores descubrí que había un reportaje sobre la vida del cómico Miguel Gila, uno de los rostros que más me gustaba ver en la tele durante mi infancia y que había fallecido unos días atrás. Muchos recuerdos y muchas sensaciones, infantiles y adolescentes, unidas en una sola revista que aún hoy conservo en estado impecable (hay pocas cosas que me den más pena que el papel deteriorado).


Viene esto a colación porque 13 años más tarde de aquel robado, estos días he vuelto a ver a Inés Sastre en la playa, más tapada y con algunas variaciones en ese cuerpo, igualmente mojado pero con un aspecto que deja en evidencia los años transcurridos. Aquella mujer de 27 años ha dejado paso a una de 40 que muestra que quien tuvo retuvo, pero que el tiempo tampoco pasa en balde.




Y esta madurez de Inés Sastre me ha hecho pensar en aquello que los clásicos ya entendieron siglos antes del nacimiento de Cristo, que el tiempo huye y la juventud con él y que esto no dejan de ser etapas en la vida que deben saber negociarse y aceptar porque a todos nos va a llegar. Pienso por ejemplo en algunas actrices de cine de hace décadas, que podemos ver en su estado de máxima lozanía y belleza si ponemos alguna de las película en las que participaron. Voy a aprovechar para citar a mis favoritas.

Jane Birkin: Una mujer guapa y que además tenía ese "algo" especial para ser tremendamente actractiva hiciera lo que hiciera, para ser una fantasía con ropa o sin ella. Probablemente ese "algo" fue lo que la llevó siempre a sentirse atraída por los hombres feúchos pero con temperamento artístico, siendo los más destacados el compositor musical John Barry, el cantautor Serge Gainsbourg y el director de cine y ocasional actor Jacques Doillon. La carrera de Birkin en cine siempre ha sido un tanto errática, pero siempre dejando constancia de su encanto en películas como "Blow up", "La piscina" o "La miel".









Julie Christie: También británica es Julie Christie, que hipnotizó a propios y extraños con su melena rubia y sus ojos claros. Al igual que Birkin fue una chica que representó muy bien el espíritu de los 60, una época de cambios y de mayores libertades, de chicas que no se conformaban con quedarse en casa a la sombra de sus novios/maridos. “Doctor Zhivago” no es mala opción para descubrir a Christie, aunque yo me quedo con su participación en “Darling”, que le valió un Oscar.



 
Brigitte Bardot: La mujer capaz de rendir a cualquier hombre a sus pies, con un movimiento de sus ojos y con un físico de los de quitar el hipo. Su mezcla de elegancia con un componente intrépido y una cierta frialdad, de mujer fatal, fue aprovechada en películas como “Y Dios creó a la mujer” o “El desprecio” antes de su retirada a los 40 años. Su primer marido, el siempre calenturiento director Roger Vadim, fue quien la descubrió para el cine y quién la juntó en una de sus últimas apariciones en pantalla a Jane Birkin en "Si Don Juan fuera mujer", una fantasía de una mujer seductora que, en un alarde de metatextualidad lúbrica desnudaba en la misma cama a dos de las mujeres más deseadas de su tiempo mujeres. Dos mujeres que además tenían en común haber estado con Serge Gainsbourg (Bardot fue novia del cantautor antes de Birkin).





Françoise Dorléac: Si Bardot representa a un tipo reconocible de mujer francesa, Françoise Dorléac sería la otra derivación de ese arquetipo. Sin necesidad de un cabello rubio ni de un físico de bandera su sofisticación y su aire de misterio son suficientes para seducir, tal y como lo hacía con el protagonista de “La piel suave” de François Truffaut. Su muerte prematura en un accidente de tráfico segó una carrera que prometía haber sido más interesante que la de su hermana, Catherine Deneuve, a la que superaba en todo. Curiosamente, ambas trabajaron a las órdenes de Roman Polanski, Deneuve en "Repulsión" y Dorléac en "Callejón sin salida".
Sofia Loren: Si Bardot y Dorléac desempeñaron el papel de mujer francesa, Sofia Loren ha sido siempre el paradigma de mujer italiana, con curvas en todo su cuerpo y con mucho temperamento. Además de una mujer de bandera, siempre fue una gran actriz, capaz de cubrir varios registros, del drama a la comedia. Se le puede recordar por su papel de doña Jimena en “El Cid”, pero para apreciar a Loren hay que verla en sus películas italianas con Marcello Mastroianni , como “Matrimonio a la italiana” o “Ayer, hoy y mañana”, a poder ser en versión original para degustar mejor ese idioma italiano tan tendente a la exuberancia.


Grace Kelly: Descendiente de irlandeses afincados en Estados Unidos, Grace Kelly fue uno de esos casos del glamour del Hollywood clásico, de apariencia inaccesible para el resto de los mortales, por lo que quizá su entrada a una casa real era el paso natural. Con un puñado de películas rodadas en apenas 4 años, Kelly se convirtió en Princesa de Mónaco y dejó el cine a una edad en la que muchos están empezando, habiendo ganado un Oscar y habiendo rodado con grandes como John Ford en “Mogambo” y Alfred Hitchock en “Crimen perfecto”, “La ventana indiscreta” o “Atrapa a un ladrón”, hecha en las mismas carreteras de las que sería princesa y en las que encontraría la muerte apenas pasados los 50 años, cuando su belleza aún superaba a la de muchas mujeres más jóvenes.



Jane Fonda: En la estela de Jane Birkin y Julie Christie podemos incluir a esta otra mujer cuyo nombre empieza por J. Una mujer que a pesar de su físico de reina del baile del instituto siempre se mostró más inquieta por otros temas que no fueran su melena rubia, que tiñó y cortó varias veces. “La jauría humana” y “Barbarella”, con diferencia lo más bizarro que ha hecho en su carrera, en lo que tuvo no poca influencia el director Roger Vadim (que al igual que Gainsbourg fue un coleccionista de bellezas a pesar de ser no muy agraciado y estuvo con Fonda después de dejar a Bardot). Algunos de los papeles más convencionales que hizo para una mujer que siempre apostó por ser algo más que una cara bonita.



Faye Dunaway: La mezcla de perspectivas artísticas e ideológicas en la película “Bonnie & Clyde” hizo que su Bonnie Parker tuviera la apariencia del Hollywood clásico con las inquietudes vitales de la segunda mitad de los años 60. Creo que Faye Dunaway nunca estuvo tan bella como en la película de Arthur Penn.



Katharine Ross: Su candor y su falta de pretensiones enamoraban al descreído Ben Braddock de “El graduado” y los bandidos Butch Cassidy y Sundance Kid en “Dos hombres y un destino”, sus dos filmes que han pasado al historia del cine.









Natalie Wood: De padres rusos, empezó en el cine siendo una niña que no creía en Papá Noel en “De ilusión también se vive” y creció delante de la pantalla mostrando su pelo azabache y sus ojos oscuros en películas como “West side story”, “Propiedad condenada” o “Bob, Carol, Ted y Alice”. Falleció cuando parecía que su estrella empezaba a apagarse en 1981, en un accidente, un asesinato o un suicidio navegando en alta mar en un suceso que nunca se ha aclarado.








Cybill Sheperd: Aparecía como un ángel rubio con apenas 18 años en “La última película”, enamorando al director, que dejó a su mujer para emparejarse con aquella chica que en la película había enfrentado a sus protagonistas con una belleza incontrolable para los demás y para ella misma. Años después sería el objeto de las fantasías del alocado taxista que DeNiro bordaba en “Taxi Driver” y acabaría sus años dorados en los 80, como pareja de Bruce Willis en “Luz de luna”, una serie que trasladaba los códigos de la comedia clásica a la América de los cardados y las hombreras.







Ursula Andress: Actriz suiza que tuvo un debut memorable en el cine, en la primera cinta de las aventuras de James Bond, donde se luce en bikini en una playa jamaicana. Luego estuvo explotando su faceta sexy en otras pelis donde no tuvo la oportunidad de brillar de igual manera.


Hablo de todas estas actrices sin mostrar imágenes de ellas en sus años de madurez, porque las comparaciones son por fuerza odiosas y el tiempo hizo, como no podía ser de otro modo, mella en sus caras y cuerpos. Lo fácil sería destacar los estragos de la edad, pero lo que las imágenes de Inés Sastre me ha traído a la cabeza es lo rápido que puede pasar todo y como los cuerpos que hoy admiramos seguirán el camino de nuestras madres y abuelas, que probablemente fueron como las mujeres que he señalado aquí, atractivas y chispeantes en sus años de juventud. Ver fotos de la gente de mi familia en su juventud y ver fotos de parientes a los que nunca llegué a conocer por haber muerto antes de nacer yo siempre me ha llamado la atención, por verles siempre ataviados con sus mejores galas, sabiéndose dueños del momento que vivían y en muchos casos sin saber cómo serían sus vidas el año siguiente. De ver una mirada, un gesto de la boca, una forma de posar o una actitud que luego han tenido otros familiares o incluso yo mismo y de ser consciente de cómo el ciclo de la vida se repite.

Por eso, para los adolescentes de hoy día Inés Sastre será vista como una mujer mayor, como para mí pueden ser muchas de estas actrices, pero espero que con los años sean conscientes de que la belleza es temporal y lo que queda son otras cosas, quizá menos tangibles, pero más poderosas e influyentes en nuestra alma. Por de pronto, además de la revista yo aún guardo esa otra imagen de una Inés Sastre juvenil posando en la cubierta de “Las edades de Lulú”, uno de mis libros de iniciación a algunos de los misterios de la vida. De una vida que tantas veces queremos controlar y que tantas veces escapa a nuestro control.