viernes, 6 de junio de 2014

"El paraíso de las damas" de Emile Zola. El ayer y el hoy

Hace tiempo que no hablo de libros en este blog y no porque no siga leyendo, que es un vicio del que afortunadamente nunca me deshago, sino por no haber encontrado un libro que me motive a hablar de él, algo que si ha conseguido el que he terminado de leer. El siglo XIX fue pródigo en una serie de autores que me han hecho pasar tan buenos ratos entre sus páginas, ya fuera Jane Austen, Dickens, Flaubert, Balzac, Stendhal, Dumas o Larra. Pero había un autor también muy popular de esa gloriosa centuria al que conocía pero al que todavía no me había asomado, el francés Emile Zola.


Hijo de padre italiano y madre francesa, Zola tuvo una vida agitada como buen escritor decimonónico, con matrimonios fracasados, amantes con las que tuvo hijos bastardos, polémicas con el gobierno que le llegaron a costar la cárcel y trato con otros artistas de su época, en su caso los pintores Paul Cézanne o Edouard Manet, que le dedicó un retrato. Como escritor es considerado padre del naturalismo, una corriente anclada en el realismo y que hacía hincapié en las miserables condiciones económicas y morales de aquellos que estaban en los escalafones más bajos de la sociedad, incapaces de superar sus taras, al estilo de Dickens, pero sin el toque de rendición del autor británico. Algo que puede encontrarse en obras como "Therese Raquin", "Nana" o "Germinal" y que sin embargo no le impidió al autor llegar a decir que "la realidad y la miseria me oprimen y, sin embargo, sueño todavía."

 
La obra a la que me he acercado de Zola ha sido "El paraíso de las damas", publicada en 1883 y que cuenta la historia de Denise, una joven provinciana que se ha quedado huérfana y viaja a París con sus hermanos pequeños para ser acogidos por su tío, dueño de una pequeña tienda de ropa. El tío dice que no puede acogerlos por la mala marcha del negocio, de lo que culpa a "El paraíso de las Damas", unos grandes almacenes que están en la acera de enfrente y que se está llevando a la clientela de los otros negocios de la zona por sus instalaciones más modernas y sus precios más baratos. Denise entra a trabajar en aquellos almacenes para mantener a sus hermanos y al principio será el objeto de las bromas del resto de dependientes, que la tratarán con desprecio por su aspecto poco sofisticado y su timidez. Sin embargo, la muchacha acabará atrayendo la atención del dueño, el cada vez más poderoso señor Mouret. 



La novela responde a lo que había oído hablar de Zola y habla de una sociedad injusta, dominada por los poderosos y en la que los pobres solo tienen la posibilidad de agachar la cabeza. Sin embargo, no se queda ahí y muestra las cosas conservando un punto de vista neutro, como si el relato fuera un trabajo periodístico, pues los personajes se definen con sus actitudes y hay ricos más benevolentes y pobretones miserables que critican al poder sin hacer nada por cambiar. Muy interesante resulta el fresco que Zola hace del comercio de la época, con tiendas especializadas que ven invadidas sus competencias por unos grandes almacenes donde hay de todo y que se muestran poco receptivas en vez de darse cuenta de que ese es el futuro. Resulta curioso leer esto en un libro de hace más de cien años, cuando los debates entre los sufrimientos del pequeño comercio ante los grandes centros comerciales siguen estando de moda.




Mientras tanto, la protagonista del relato es la que demuestra tener más sentido común y se involucra en la gran maquinaria a pesar de la falta de delicadeza de sus compañeras de trabajo, que siguen la clásica pose de criticar lo que no entienden, lo que está fuera de su manada y como Denise no les habla, ellas le ponen de vuelta y media y le acusan de las peores acciones. Ahí me he sentido muy identificado con Denise, de esas veces que todos hemos tenido que aguantar dimes y diretes de gente que poco lujo podía darse de criticar si se hubieran visto a ellos mismos, todo ello generado por el desconocimiento, siempre germen de todos los odios. Por su parte, el dueño de los almacenes, el señor Mouret, es un hombre ambicioso que sueña con expandir su negocio y tener a todas las mujeres de París comprando en su establecimiento. Sin embargo, no es un desalmado y tras haber llenado con amantes su vida después de quedarse viudo siendo joven, empieza a tener una gran curiosidad por esa chica a la que tanto critican todos. Ve en ella algo de él mismo y la curiosidad empieza a convertirse en otra cosa, pero Denise no quiere ser como las demás y no va a rendirse a sus encantos y su aura de éxito a las primeras de cambio, algo que sacará de quicio al poderoso Mouret y que le llevará a tristes reflexiones, como la que transcribo a continuación:


"Ahora, todos los días transcurrían iguales, con aquella obsesión dolorosa. La imagen de Denise amanecía con él. Durante la noche, había estado presente en sus sueños; entre nueve y diez, se sentaba a su lado ante la gran mesa de su despacho, mientras firmaba las órdenes de pago y las libranzas, cumpliendo maquinalmente con la tarea sin dejar de notar que estaba allí, presente, y que seguía diciéndole que no, sin perder la sosegada expresión. Luego, a las diez, asistía al consejo, un auténtico consejo de ministros, una reunión de los doce partícipes de la casa que no le quedaba más remedio que presidir. Allí discutían las cuestiones de orden interno, examinaban las compras, decidían la disposición de los escaparates y los tenderetes de la acera. Y Denise también estaba allí. Entre las cifras, Mouret oía su dulce voz; en las más complejas situaciones  financieras, veía  su  limpia  sonrisa.  Tras  el  consejo,  lo acompañaba y realizaba con él la cotidiana ronda por las secciones; por la tarde,  regresaba al despacho de dirección y permanecía al lado de su sillón, mientras  él recibía a tropeles de personas: fabricantes de toda Francia; importantes industriales; banqueros; inventores. Era aquello un vaivén continuo de riqueza e inteligencia; una desatentada  danza  de  millones;  una  sucesión  de  rápidas  entrevistas  en  las  se solventaban los negocios de mayor importancia del mercado parisino. Se olvidaba de ella  durante  un  minuto,  mientras  disponía  la  quiebra  o  la  prosperidad  de  una industria, pero una punzada en el corazón se la devolvía con la misma fuerza. Se le quebraba la voz y se preguntaba para quéle valía andar a vueltas con aquella fortuna si ella la rechazaba.


Por fin, al dar las cinco, tenía que firmar la correspondencia; la mano reanudaba el trabajo mecánico, mientras Denise imponía su presencia, más dominadora aún, volviendo a apoderarse de  él por completo para hacerlo sólo suyo  durante las horas solitarias y ardientes de la noche. Y al día siguiente, todo volvía a transcurrir igual; la cenceña silueta de una niña bastaba para sumir en la angustia sus días de trabajo, tan activos, tan rebosantes de una ingente tarea. Pero era sobre todo durante la cotidiana ronda por los almacenes cuando se percataba de cuán desdichado era. ¡Haber construido aquella gigantesca maquinaria, reinar sobre tanta gente y estar agonizando de dolor porque una chiquilla no quería saber nada de él! Se despreciaba a símismo, llevaba a cuestas la fiebre y la vergüenza de su enfermedad. Algunos días, su poder lo asqueaba. Mientras recorría las galerías, de punta a punta, sólo sentía náuseas. En otras ocasiones, le habría gustado extender su imperio, hacerlo tan grande que quizá Denise acabara entonces por ceder, presa de admiración y miedo.


Mouret miraba cómo aquel torrente se volcaba en sus locales, pensaba que era uno de los amos de la riqueza pública, que tenía entre las manos el destino de la fabricación francesa y que no podía comprar el beso de una de sus dependientes.

Ahora, a última hora de la tarde, cuando llegaba ante la caja de Lhomme, la costumbre lo impulsaba aún a mirar la cifra de ingresos, escrita en una tarjeta que el cajero ensartaba en la varilla que tenía al lado; rara vez bajaba de cien mil francos y, a  veces, en los días de ventas especiales, sobrepasaba los ochocientos o los novecientos mil. Pero aquella cantidad no le retumbaba ya en los oídos como un trompetazo; se arrepentía de haber sentido interés por ella; sólo sacaba en limpio amargura, odio y desprecio por el dinero."

Me ha resultado curioso hallar aquí alguno de los ingredientes que Scott Fitzgerald usaría después en "El Gran Gatsby" y Orson Welles en "Ciudadano Kane", de hombres con fortunas construidas para hacerse merecedores de una cariño que ansían y que no pueden conseguir, de un dinero con el que pueden lograr cualquier cosa menos el amor que desean. De ser ricos pero no ser más que unos pagafantas, porque el amor de verdad nunca se compra, es un regalo que se nos da. Además de ello, Zola nos muestra una trama y a una serie de personajes que, salvo ciertos usos sociales, resultan muy de hoy día, con no pocas reflexiones sobre el comercio y la economía que pueden ser perfectamente aplicables a nuestra época. Una novela excelente y que recomiendo vivamente.

4 comentarios:

  1. ¡Hola!
    De verdad que es triste el pasaje que transcribes, aunque quizá más patético que triste.
    Lo cierto es que es un tópico que lo importante no se puede comprar… Pero el dinero y el poder siempre llaman y acaban por envenenar a gran parte de la gente que los consiguen. Será que no debe ser fácil tener acceso a ellos y no caer en la tentación de meter mano. Tiene que ser casi imposible decir: “Hasta aquí. Ya no necesito más”. No sé, no he estado en esa situación, y no creo que lo vaya a estar. Aunque si me pasa te lo cuento y quizá te sirve para una entrada, o media, o lo que sea, del blog, jejeje.
    Está guay encontrar conexiones e inspiraciones entre autores en sus libros.
    Un saludico

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    1. El libro tiene muchos momentos que podría haber usado para transcribirlos aquí, pero éste es el que más me llamó la atención por su poética del fracaso y que muestra aquello de las ilusiones amorosas perdidas, de que dos no se aman si uno no quiere.

      El dinero y el poder siempre han atraído y siempre lo harán por una cuestión de instinto, porque los que lo tienen proyectan esa imagen de triunfo que atrae a los demás por considerarlos dignos de liderar la manada y asegurar la supervivencia, eso es así. A mí me da curiosidad llegar a esas esferas por ver si algo cambiara en mí, que siempre dicen que el dinero y el poder corrompen por el gusto de estar moviendo los hilos y salirte con la tuya sin sufrir consecuencias. Esa es una buena prueba de fuego para todos, a ver si podemos resistir la tentación, si llegas ahí no dudes en contármelo y si puede ser, que me dejes un poquillo para mí, jajaja.

      Un saludete, Suip

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    2. Perdona, me he expresado mal. Quería decir que la sensación que deja me parece patética porque la impresión que me da es que él la ve como un capricho y ella lo desdeña por ser rico; aunque releyéndolo, veo lo que tú dices del fracaso y las ilusiones perdidas. En fin, que me he inventado una historia paralela, jajaja. Pero no quería decir que el pasaje fuese malo.
      En cuanto a compartir las riquezas y al poder, vale, este último te lo cedo; y el dinerín… Ya lo vamos viendo… (¿Cómo de vinculante será dejarlo escrito aquí…? Jajaja)

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    3. Sí, no te preocupes, entendí lo que querías decir, dont worry. En cuanto a lo otro, yo sé de acuerdos que se han firmado en servilletas, así que con lo aquí dicho puede valer, jajaja

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