viernes, 4 de abril de 2014

La televisión y su consumo

De pequeño y adolescente veía mucha televisión, cantidades ingentes de lo que programaba la siempre denostada "caja tonta". Una época en la que tenía los límites que imponían mis obligaciones escolares, el rato que dedicaba a la lectura y el descanso nocturno. Por entonces tenía que irme a dormir antes de medianoche y de lo poco que no pude ver de primera mano fue el nacimiento del "late night" en España a mediados de los años 90, de la mano de Pepe Navarro y su programa "Esta noche cruzamos el Mississippi", del que muchos hablaban al día siguiente en clase y yo no tenía ni idea. Sabía de ese modo lo que se perpetraba en un espacio gamberrete (precursor del "Crónicas marcianas" de Javier Sardá que ya pude ver alguna vez por coincidir con los tiempos universitarios), pero tuvieron que pasar años para ver de primera mano lo que pasaba en "el Mississippi", como todos lo llamaban para abreviar.




Como no practicaba actividades extraescolares y además era un chaval bastante tímido, poco dado a socializar, cuando acababan las clases me iba a casa y antes de hacer los deberes me ponía la televisión y veía los concursos de la tarde (eso no ha cambiado, siguen emitiéndose a la misma hora) y alguna serie que daban antes de los telediarios, como es el caso de "El súper", un culebrón patrio que emitía Telecinco y al que me enganché absolutamente, no me perdía un solo capítulo por muchos deberes que tuviera que hacer, algo que en mi casa no hacía mucha gracia y que me recuerdan de vez en cuando con humor. Porque vuelvo a ver cosas de aquella serie y me doy cuenta de los hervores que me faltaban para no perder ripio de un producto que hoy no aguantaría ni cinco minutos, ni siquiera por Natalia Millán, que por entonces me gustaba mucho.

 
Pero fue llegar el momento de salir de casa rumbo a la Universidad y la adicción a la televisión cambió, como tantas otras cosas en mí. Si antes me sabía todas las sintonías y jingles de los anuncios (muchos de los cuales aún recuerdo), ahora me cuesta enterarme de qué están emitiendo las cadenas y los anuncios que echan en las pausas para publicidad. El año pasado, cuando por obligaciones profesionales tuve que empezar a hablar de televisión, hube de ponerme al día porque estaba bastante en la inopia tras años en los que la televisión pasó a ser un soporte en el que solo veía películas. Todo ello tiene el origen en el primer año de carrera, cuando me quedé en una residencia universitaria de marcado carácter religioso, que recortaba fotos de chicas en ropa interior que pudieran salir en los periódicos y registraba los cuartos para buscar material erótico-festivo entre las pertenencias de los chavales. La televisión, como instrumento del Mal estaba prohibida y cerrada a cal y canto en un armarito, con su correspondiente candado, de manera que solo se encendía para ver los telediarios de La 1 (entonces gobernaba el PP y confiaban aquellos sujetos en que la cadena pública emitiría solo contenido limpio y navideño) y partidos importantes de fútbol, apagando la emisión en los momentos de anuncios para evitar que viésemos imágenes que nos incitaran al pecado. Parece de risa y ahora me río, pero puedo decir que tuve la ocasión de vivir una experiencia propia de otros tiempos entrado ya el siglo XXI y no solamente por el tema televisivo. Un día de estos tengo que hacer un recuerdo de lo que viví en aquella residencia, que remató mi anticlericalismo, ya bastante agudizado tras 12 años de educación en un colegio religioso. Pero eso es harina de otro costal.
 
 
El caso es que no podía ver nada de la televisión y entonces Internet no era lo que es hoy, donde todos los canales vuelcan su programación y el acto de ver la tele ya queda antiguo, pudiendo verlo todo en el ordenador o en los dispositivos móviles. Para mí aquello fue todo un shock, pues fácilmente podía llegar a ver 4 horas al día de contenidos televisivos y pasé del todo a la nada, como un adicto al que se le recluye lejos de sus medios de adicción. Así que los primeros momentos pasé mono de televisión, con tiempos muertos en los que no sabía que hacer y que permitieron ir descubriendo el placer de salir a dar un paseo a la calle o de salir con otra gente. De la necesidad nació la virtud de aprender a vivir en el mundo real, siendo protagonista de las cosas en lugar de ver lo que hacían otros por televisión, aparte de que vivir con 30 chavales postadolescentes en un lugar sin televisión es como el servicio militar, sin armas pero con la necesidad de adaptarse para sobrevivir, pero eso ya digo que es otra historia. Fue un año que me curtió en muchos aspectos y uno de ellos fue aprender a vivir sin televisión.

Posteriormente viví en pisos compartidos, donde ya se observaba la ley no escrita de sentarse a ver la televisión por la noche y contarse un poco las cosas del día, una costumbre practicada por millones de personas. Tras un año sin televisión yo ya no sentía la necesidad de verla y veía únicamente cuatro cosas que me interesaban, ninguna de ellas en el llamado momento del "prime time", entre las 10 y las 12 de la noche, cuando la masa se va a acostar y empieza la programación más bizarra, en sintonía con los que quedan, esos que no se ajustan a la mayoría. Como pueden imaginar, yo era de ese último grupo y lo que me gustaba ver era lo que echaban después de medianoche, la mayoría contenidos picantones en forma de anuncios eróticos, películas con escenas de sexo, pornografía en algunas televisiones locales y de vez en cuando algún contenido interesante en "Crónicas marcianas" o alguna película de terror (entonces veía muchas, otra de las costumbres que he ido perdiendo) sobre asesinos en serie o animales asesinos (recuerdo una con gusanos llamada "Squirm" que me dio bastante repelús).
 
 
 
 
Siempre he tendido a rebelarme contra lo que se supone que tengo que hacer porque sí y la costumbre de sentarse en grupo a ver la televisión fue una de esas pequeñas rebeliones. No me interesaban los programas que daban a esa hora y tampoco contar cosas ni escuchar otras que no me apetecía, para hablar prefería otros momentos. Ayudado por mis horarios de clase, en los que salía a las 8 de la tarde, prolongaba la jornada con algún compañero, me iba al cine o directamente daba una vuelta para pensar en mis cosas y para llegar cuando los otros inquilinos se hubiesen acostado o fueran a hacerlo y así poder hacer lo que me interesara sin ser juzgado. Porque lo de meterse en el propio cuarto hay gente que lo lleva mal por considerar que se les hace un desprecio o que el compañero es un psicópata, así que mejor estar por la calle con ocupaciones, siempre más aceptadas.

A día de hoy me parece que lo del "prime time" está caduco por la facilidad de acceder a contenidos, pero mucha gente sigue sentándose por la noche a ver lo que echan por la tele y de paso a socializar un poco y hacer resumen del día. Lo de ver películas o series dobladas o troceadas por la publicidad me parece un absurdo con los medios que existen, pero a muchos les funciona y lo siguen haciendo, aunque es un fenómeno que ha incrementado su nivel de edad. Digamos que la franja entre los 15 y 35 años está menos por la labor de consumir televisión de esa manera y prefieren hacerlo marcando sus propios horarios, desde que dejan de ser niños hasta que empiezan a tenerlos y vuelven al punto de partida. Algo que viene repitiéndose durante generaciones desde hace décadas y que antes se hacía con la familia reunida en torno a la radio.
 
 
 
Hace pocos días escuchaba en el programa "La ventana" de la Cadena SER un estudio sobre los "prime times" del mundo, sobre cómo en España es donde tiene lugar a una hora más tardía y empieza en un momento en el que en otros países ya ponen programas típicos de madrugada. Esa es una de las cosas que más acusa el español medio cuando va a otro país, lo pronto que se hace todo por ahí fuera en comparación con nosotros. Hace años, en muchos puntos de Inglaterra pude comprobar lo dificil que es encontrar algo abierto después de las 6 de la tarde y que las calles estaban vacías a las 7, aunque todavía fuese de día e hiciera Sol. Eso también se aplica a la televisión y en otros lugares no conciben estar viéndola a las 11 y pico de la noche, que es el momento en el que más televisión se ve España. Y no es que aquí no se madrugue, pero culturalmente estamos acostumbrados a funcionar más tarde y de ahí vienen los problemas de gente que alarga sus jornadas de trabajo y que descansa mal, porque aquí veo gente que se levanta a las 6 y 7 de la mañana, pero poca que se acuesta a las 10 de la noche, que es cuando les correspondería. Aquí les adjunto esa comparativa de momentos de máximo consumo (comienza en torno al minuto 3).




4 comentarios:

  1. Bueno, no sé el resto del año, pero cuando fui a Londres en Enero a las cinco menos cuarto de la tarde ya era totalmente de noche, eso influye en el ritmo de vida, claro.
    De todas formas aquí nos pasamos. Cuando yo era pequeña me acostaba a las 22:30, que era cuando terminaban las series tipo "Los ladrones van a la oficina". Hoy en día a las 22:30 las series no han empezado y ninguna dura media hora, si empiezan a las 22:30 acaban como muy pronto a las doce.

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    1. Esa de "Los ladrones van a la oficina" también me la tragaba yo, me gustaba mucho y tenía un reparto lleno de nombres ilustres del cine español (no la he vuelto a ver desde hace un montón de años, no sé si ahora me gustaría tanto). La verdad es que si me pusiera a enumerar todos los programas y series que veía en aquellos años me daría para varios posts, jeje.

      En otros países llenan el prime time con series de 25 o 45 minutos, pero aquí se llena solo con una para ahorrar y por eso las series españolas son como mini películas de 70 minutos, que tiene mucho mérito sacarlas adelante con esa duración pero al mismo tiempo suele empobrecer el producto por la saturación que producen capítulos tan largos de semana en semana

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  2. ¡Hola!
    Pues prácticamente describes mi infancia (sin lo de “El Súper”, jeje). Menuda pasada de horas… Y, ¡oye, no se sale tan mal! Con la visión de la realidad un poco trastocada, eso sí.
    Lo de tu primer año de universidad tuvo que ser duro… Cuando por fin sales de casa, y quizá creas que vas a experimentar más libertad, acabas en un trullo… Lo que sacaban de los periódicos y los registros estoy convencida de que era para decorar sus habitaciones…
    En mis años universitarios cambié mucho de pisos y de compañeros, y la verdad es que valoraba los momentos en compañía (adecuada).
    Y ahora que, de manera un poco forzosa, he tenido que volver al nido, intento sacar un ratillo alguna noche a la semana para pasarla en familia ante la televisión, lo cual me agrada, porque esta situación no va a durar siempre (o eso espero…).
    Un saludo.

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    1. Aquel colegio mayor fue toda una mili para mí, me sentí como uno de esos que van a un internado en el que las ven de todos los colores, pero para bien y para mal me ayudó a madurar, que venía de estar en mantillas y medio atontado en mi casa. Y que también pensaba que la vida era como en las series y luego ya me di cuenta que la realidad tiene mayores matices.

      La cosa es que ya me he acostumbrado a ver la televisión a mi modo y en cierto modo lo sigo haciendo. Hoy en día está de moda ver las series extranjeras online en su emisión original para ir comentándolas por twitter y yo las veo meses más tarde, cuando ya han salido en DVD y me he tragado algún spoiler por accidente. Y no es por pose, supongo que tiene que ver con esa comentada resistencia a hacer las cosas porque sí.

      Un saludete

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