miércoles, 15 de enero de 2014

"A propósito de Llewyn Davis" y "Pensé que iba a haber fiesta". Casualidades que marcan nuestra vida

"A propósito de Llewyn Davis" es la nueva película de los hermanos Coen, Joel y Ethan, unos hermanos judíos de Minnesota que han conseguido el sueño de muchos realizadores de hacer prácticamente lo que les venga en gana en el cine de Hollywood y al mismo tiempo formar parte de la industria, con un montón de actores deseando trabajar con ellos en cualquier proyecto que se les ocurra. Ganadores del Oscar con películas como "Fargo" y "No es país para viejos", los Coen llevan 30 años de carrera, desde que debutaran con "Sangre fácil", en los que han hecho desde un cine más personal y minoritario ("Barton Fink", "Un tipo serio"), a uno más comercial ("Crueldad intolerable", "Ladykillers", "Valor de ley"), pasando por otras películas de culto ("El gran Lebowski").
 


Nueva York, años sesenta. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un joven cantante de folk que actúa en el barrio de Greenwich Village. Con su guitarra a cuestas, durante un frio e implacable invierno, lucha por ganarse la vida como músico. Sobrevive gracias a la ayuda de sus amigos y de algunos desconocidos a los que presta pequeños servicios. De los cafés del Village se traslada a un club de Chicago hasta que le surge la oportunidad de hacer una prueba para el magnate de la música Bud Grossman (F. Murray Abraham).
 
 
 
Con "A propósito de Llewyn Davis" los Coen hablan de la escena de la música folk estadounidense a principios de los años 60 a través de un personaje ficticio inspirado en Dave Van Ronk, un músico de los muchos que entonces trataban de abrirse camino en un campo poco comercial que revolucionaría la llegada de Bob Dylan por aquellos años. Pero Dylan fue solo la punta de un iceberg que dejaba bajo el agua a muchos autores que nunca pasaron del anonimato, como Llewyn Davis. Davis es un perdedor en toda regla, alguien a quien casi nadie toma en serio a pesar de su talento musical y él mismo tampoco es muy avispado en sus decisiones, que odia que le pidan cantar fuera del escenario como si fuera un mono de feria, buscando un aura de integridad artística que por ser mal administrada le hace ser cada vez más olvidado por los demás. Davis es bueno en lo que hace, pero es un capullo que tampoco tiene muy buena suerte en sus elecciones vitales.
 
 
 
Davis duerme en los sofás de amigos porque el poco dinero que gana no le llega para pagarse un apartamento, sus relaciones con las chicas nunca llegan a buen puerto y no puede dejar de sentir que su vocación solamente le lleva al camino de la derrota, incapaz de englobarse en un sistema en el que la integridad artística debe sacrficarse para poder triunfar. En este sentido, es muy curioso el momento en el que Davis decide poner su talento a cambio de dinero en una canción alejada de su estilo, bastante más seco.
 
 
 
No es difícil deducir una cierta identificación entre este Llewyn Davis y los hermanos Coen, que en alguna ocasión han vendido sus talentos por películas comerciales para poder hacer las más personales. Una identificación que puede ser aplicable a cualquiera que quiera vivir de las creaciones artísticas manteniendo su independencia y viendo como personas mucho más torpes se lo llevan crudo mientras ellos se mueren de hambre. Es curioso  el guiño cinéfilo en el que F. Murray Abraham hace de productor que decide quién vale y quién no, habiendo interpretado en su día en "Amadeus" a Salieri, el músico oscurecido por el éxito de Mozart.
 
 
 
Hay que destacar el estupendo trabajo de Oscar Isaac, un actor al que descubrimos en "Ágora" y que luego ha aparecido en producciones como "Drive". Isaac canta por sí mismo todas las canciones con buen pulso y muestra esa compleja personalidad de un Davis que da risa y pena a partes iguales. Él es el gran protagonista de un relato que cuenta con breves apariciones de una guapa Carey Mulligan como un antiguo amor de Davis o Justin Timberlake como el actual novio de ésta, un cantante mucho más exitoso que Davis. También hay lugar para apariciones de alguno de los habituales en el cine de los Coen como es John Goodman, que interpreta a un estrafalario artista de jazz, uno de los bizarros personajes marca de la casa de unos hermanos que siempre han tenido claro que el mundo es un lugar con muchos absurdos, ante el que no sabemos si reír o llorar.
 
 
 
En un tono también tragicómico podríamos encuadrar a la película argentina "Pensé que iba a haber fiesta", en la que se pone a prueba la relación entre dos amigas de muchos años cuando una de ellas inicia una relación con el ex marido de la otra.
 
 
 
Ana (Elena Anaya) y Lucía (Valeria Bertuccelli) son dos buenas amigas que lo comparten todo y cuidan la una de la otra. En plenas vacaciones de Navidad, Lucía le pide a Ana que cuide su casa mientras ella pasa unos días fuera, pero un encuentro casual e inesperado de Ana con el ex marido de Lucía (Fernán Mirás) activará una relación que pondrá en peligro su amistad.
 
 
 
La directora argentina Victoria Galardi habla los sentimientos de pertenencia, los celos y las rivalidades encubiertas en una película que además nos trae de vuelta a Elena Anaya, a la que no veíamos en cine desde "La piel que habito" y que ha tenido que irse a Argentina a buscar una oportunidad. Anaya es precisamente una actriz española en Buenos Aires que se ha instalado allí para encontrar más papeles y que pasa los veraniegos días de Navidad en casa de su amiga con el objetivo de relajarse y no ver a nadie, hasta que el ex marido de su amiga se cruza en el camino y le hace replantearse si vale la pena confesárselo a su amiga. Si está bien entablar una relación con alguien que ha sido el gran amor de su amiga o si es mejor pasar página porque la vida sigue y va cambiando para todos.
 
 
 
"Pensé que iba a haber fiesta" es una de esas películas que dejan caer algunas preguntas en lugar de resolverlas y en la que se echa en falta un poco más de metraje para tratar de responderlas. Porque se echa de menos saber un poco más sobre los motivos de Ana y Lucía para que sea tan problemática la relación con el ex marido de Lucía, del que se separó hace años. Quizá sentimiento de propiedad de la ex mujer a pesar de la separación, quizá celos, quizá deseo de Ana de quedar por encima de Lucía al envidiar su acomodada vida, quizá un deseo oculto entre ambas que nunca ha sido desvelado. Muchas preguntas que una vez que se vé la película quedan en el aire, demasiado en el aire y ese es el principal pero que se le puede poner a este filme, por otra parte interesante, rodado con sencillez y naturalidad y con buenas interpretaciones de Anaya y Bertucelli.



Dos películas que hablan sobre relaciones humanas, sobre lo que a veces se dice y lo que a veces se calla y sobre las casualidades que nos vienen desde fuera y que muchas veces determinan nuestras vidas.
 

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