Creo que no descubro nada cuando digo que el periodismo ha tenido y tiene un componente de espectáculo puesto en marcha para atraer la atención del público con contenidos llamativos, o, en caso de no tenerlos, de presentarlos de forma que tengamos la necesidad de saber más sobre el asunto. Todos quieren ser el medio de referencia y el que más público atrae y este tipo de ardides y triquiñuelas han existido desde siempre, no solo en el periodismo, pues la vida misma nos muestra a diario que quien llama la atención y sabe venderse tiene mucho más que ganar que el que no lo hace, por pobre que sea lo que tenga que decir.
Los que estos días sigan la actualidad estarán enterados de la presencia en los medios de Francisco Nicolás Gómez Iglesia, alias "El pequeño Nicolás" un jovencito del que se ha descubierto su presencia en numerosos actos oficiales del Gobierno y la Corona de nuestro país y su relación con altos prebostes de todos los sectores. Un joven bien relacionado, pero cuyo origen no se ha desvelado mucho de momento y que da que pensar en que lo noticiable no son los chanchullos en los que ha participado, sino de dónde proviene, de aquello que en los pueblos se soluciona preguntando "¿y tú de quién eres?". Yo soy de los que cree que lo suyo no es casualidad y dada la voracidad de los medios a la hora de sacar a la luz todos los trapos sucios de sus objetivos, resulta extraño que apenas se hable de la procedencia familiar del muchacho, que tengo la intuición de que ahí es donde va a estar lo noticiable del asunto. Y mientras tanto, podemos ver como los medios se frotan las manos con carne fresca para dársela a las fieras, aún a costa de que medios presuntamente serios traten los hechos con una vulgaridad lamentable, uso de motes incluido. Aunque cómo nos podemos quejar de esto, cuando el programa más visto de la televisión en España es uno de cotilleos y tertulias sobre asuntos de la prensa rosa. El vulgo siempre gana por numeroso, así que otros se igualan por lo bajo y deciden volverse vulgares, mientras que los que proponemos un poco de sesera somos los renegados de turno.
Y así, todo el mundo habla estos días de "El pequeño Nicolás", un mote que a mí me ha hecho gracia por ver de donde procede, del personaje de unas historietas para niños que muchos leímos durante nuestra infancia. Un personaje que fue uno de los primeros que descubrí en formato libro, tras años de lectura desenfrenada de tebeos de la editorial Bruguera.
"El pequeño Nicolás" surgió de la fecunda mente del escritor francés René Goscinny, especializado en el mundo del tebeo y que durante años estuvo detrás de las peripecias de Astérix y Obélix o Lucky Luke. Como lo de dibujar nunca fue lo suyo, Goscinny se encargó de guionizar las historietas mientras otro hacía los dibujos, Morris en el caso de Lucky Luke, Albert Uderzo en Astérix y Obélix o Jean Jacques Sempé con el infante Nicolás. Un Goscinny que entendió a la perfección que hacer aventuras para un público infantil no significaba tomarle por tonto, ni igualarse por lo vulgar, sino en construir historias que tuvieran los suficientes detalles para que pudieran ser disfrutadas a cualquier edad. Yo leí los tebeos de Astérix con gran placer y lo sigo sintiendo cuando releo hoy día alguno de los volúmenes que aún conservo, aunque la serie perdió en profundidad con la prematura muerte de Goscinny en 1977, con apenas 51 años, tras sufrir un paro cardiaco.
En lo que respecta a los libros del pequeño Nicolás, publicados originalmente a principios de los años 60 en Francia y años después en España, recuerdo cómo me los regalaron para que empezara a leer libros y dejara un poco los tebeos por ser considerados muy infantiles. Yo siempre acogía esos primeros libros con recelo, pues muchas aventuras dirigidas a niños me parecían demasiado obvias o demasiado ñoñas y no me causaban la misma fascinación que a otros. Sin embargo, la llegada de Nicolás acabó siendo un soplo de aire fresco, pues enseguida me identifiqué con aquel chavalín, sus intereses y sus peripecias en la escuela y en la vida familiar. Como Nicolás, yo tenía unos padres que discutían muy a menudo y a veces daban órdenes absurdas y leyéndolo comprendía que aquello también le pasaba a él y tampoco él acababa de comprender por qué. Con él aprendí que el
punto de vista de los niños puede reflejar los
absurdos y contradicciones del mundo adulto, ese universo tan fascinante como incomprensible cuando eres pequeño.
Además de Nicolás y sus padres tenemos a sus compañeros de colegio, como Alcestes (un chaval gordo que come sin parar), Eudes (el bruto de la clase, al que le encanta pegar puñetazos en la nariz), Agnan (el empollón, que se libra de varias palizas por llevar gafas), Clotario (el último de la clase), Godofredo (su padre es rico y le compra lo que quiere), Rufo (cuyo padre es policía) y Majencio (es el que primero ha dado el estirón y tiene las piernas largas, lo que le sirve más rápido que los demás). Allí en el colegio todos ellos tienen a la figura autoritaria del señor Dubon, alias "El Caldo" ("Le Bouillon"), que es el que se encarga de que los alumnos no se desmanden y se lleva más de un disgusto.
Tanto me gustó aquel primer
libro del pequeño Nicolás que enseguida quise más y así me leí "Los
recreos del pequeño Nicolás", "Las vacaciones del pequeño
Nicolás", "Los amiguetes del pequeño Nicolás" y "Los
problemas del pequeño Nicolás", aunque luego se han editado otros a partir
de historietas que Goscinny había publicado en revistas pero que no había
llegado a editar en formato libro. El dibujante, Jean
Jacques Sempé, se sumergió otra vez en la producción de ilustraciones
que vieron la luz en varios nuevos volúmenes. El primer volumen se publicó en
Francia en 2004 bajo el nombre "Historias inéditas del pequeño
Nicolás" y en 2006 se publicó un segundo volumen con 45 historias más bajo
el título "Historias inéditas del pequeño Nicolás - Vol. 2". En
España, el primero de estos nuevos volúmenes fue dividido en 3 libros llamados
"El pequeño Nicolás. ¡Diga!", "La vuelta al cole del pequeño
Nicolás" y "El chiste del pequeño Nicolás", mientras que el segundo
ha sido publicado en España con el nombre de "¡Ojo! con el Pequeño
Nicolás". En 2009 salió en Francia "El globo y otras historias
inéditas", con las últimas diez historias inéditas, fruto de un interés
sobre el personaje que ha llevado a la venta de más de 10 millones de
ejemplares en 30 países distintos. Como no podía ser de otro modo, ha tenido su
correspondiente película, estrenada en 2009, aunque según dicen las críticas
(yo aún no la he visto), sin el mismo encanto de los libros.
Y es que las historietas del
pequeño Nicolás tienen ese atractivo de las buenos relatos, que no importa
cuándo y dónde fueron escritos, porque tienen ese sustrato vital que los hace
internacionales y atemporales. Nicolás y su entorno nos remiten a los hechos de
nuestra infancia y a tantos descubrimientos que se hacen en esos años y también
nos hablan del mundo adulto con una ironía que es agradecer en unas edades en
las que tendemos a tomarnos demasiado en serio. Una lectura muy recomendable
para niños y padres y que muestra mucha más inteligencia que la pamplina
que estos días invade los medios de comunicación.
Hace unos años se
estrenó la película “Pagafantas”, dirigida por Borja Cobeaga y escrita por él
mismo y Diego San José, hoy ambos de moda por haber sido guionistas del
megaéxito “Ocho apellidos vascos”. En “Pagafantas” se plasmaba en la gran pantalla la
figura clásica del perdedor que trata de agradar por todos los medios a la
mujer que le gusta, sin lograr nada más que decepciones porque a ella le gustan
otros y solo ve al pagafantas como amigo.
El pagafantas ha
existido siempre y ha sido recientemente cuando se le ha dado ese nombre de
invitador a refrescos por su talante generoso e inofensivo, percibido de
inmediato por la mujer a la que pretende. También se han dado muchos casos en
los que el pagafantas ha sido una mujer que se ha desvivido por impresionar a
un hombre sin lograr nada más que cierto cariño fraternal o indiferencia e
incluso desprecio en el peor de los casos. Así comprobamos que la figura del
pagafantas es muy triste y sufridora de una injusticia que por otra parte
él/ella se ha buscado, haciendo objeto de sus afectos a alguien que no está por
la labor de apreciarlos. Un pagafantas siempre dirá que la otra persona nunca
encontrará a nadie que se preocupe más de lo que lo hace él/ella y puede que
tenga razón, pero la otra persona también podrá decir que no pidió ser objeto
de ningún detalle. Por eso, todos hemos sido o podemos ser pagafantas, porque
nos hemos encontrado o nos encontraremos con alguna situación en la que lo
pasemos mal al ver como nuestros sentimientos no son correspondidos por alguien
a quien juzgamos frío o incluso mezquino cuando nos rechaza en varias
ocasiones.
Yo soy de los que creen
que la amistad y el amor deben tener como base la admiración, porque sin
admiración no puede existir un sentimiento fuerte. No puedo querer a alguien a
quien no admiro por algún detalle. Necesito que exista esa fascinación, esas
ganas de mirar y atender a la otra persona, porque si no es cuando llega la
decepción y me retiro. El camino más rápido para dejar de querer a alguien es
que te decepcione y que notes que aquello que habías proyectado en la otra
parte se va por el desagüe. Y puede suceder por haber depositado demasiadas
esperanzas que no se corresponden con la realidad o por saber lo que podemos
esperar y que incluso esto sea decepcionado, de esas ocasiones en las que crees
conocer a alguien y hace algo que te deja chafado y con la sensación de haber
perdido el tiempo con una persona que no te va a dar lo que te gustaría
que te diera. Esa decepción puede originarse de muchas maneras, desde una
discusión grave hasta con un detalle nimio, casi invisible, que no crea polémica
pero nos hace ver que eso no funciona. Sea pequeño o grande el detalle, el
resultado es siempre el mismo.
Personalmente, he sido
pagafantas en algunas ocasiones y es una experiencia que acaba siendo
humillante. Obtienes un placer desmedido cuando la persona se acuerda de ti o
quiere contar contigo para algo, pero son las excepciones a una normalidad en
la que eres tú el que anda detrás como un perro apaleado y fiel, mendigando un
cariño que se te da a cuentagotas y cuando le viene bien a la otra parte. Un cariño
que si alguna vez exiges, cuando te sientes mal y necesitas que alguien te
abrace, será ignorado o incluso te será echado en cara por la otra parte, haciéndote ver que quién te has
creído que eres tú para pedir nada. Y esto es algo que sucede en relaciones
amorosas o de amistad y que te hace sentir como un trozo de basura, que merece
ser despreciado, sin ver que la basura está en la otra parte. Porque también podemos crear pagafantas hacia
nuestra persona y debemos saber cómo actuar para no crear estas situaciones tan
desagradables.
Ya he comentado alguna
vez lo de que no soy persona de ir abrazando farolas y de ir cultivando
presuntas amistades con fines más materialistas que otra cosa, por lo que me
puedan dar en el futuro, que hay muchos que lo hacen sin ningún tapujo y lo
defienden como lo que hay que hacer.Estos son los más proclives a crear pagafantas a su alrededor y los que
suelen ser más crueles con ellos, comportándose como un domador de circo con
sus fieras, dándoles un trozo de carne cuando se portan bien y un latigazo
cuando no hacen lo que él quiere. Para estas cosas no suelo andarme con rodeos
y si alguien no me simpatiza o no me atrae se lo hago notar rápidamente para
que no se haga falsas ilusiones, algo que puede parecer frío y duro pero creo
que en el fondo es más considerado que dar esperanzas de una intimidad que no
va a existir. No soy bueno en el marketing ni las relaciones públicas y tampoco
me gustan por falsas. Así, es fácil saber si estoy interesado en alguien,
porque a esa persona me dirigiré con frecuencia, me interesaré por las cosas
que hace y le hablaré de mí mismo,de
las cosas que me llaman la atención y me inquietan y oiré con gusto las suyas
para conocer mejor su mundo. Cuando esta comunicación es mutua todo va de
maravilla, pero puede darse el caso de que la otra parte empiece a cambiar y lo
notes por cómo va cerrando puertas y ventanas a tu paso, en cómo te va cerrando
el acceso a su interior y la comunicación empieza a limitarse a lugares comunes y las reuniones en persona cada vez se espacian más.
Ahí es cuando ya te das cuenta de que la relación de igual a igual va
desvaneciéndose y te conviertes en el pagafantas, en el que busca el contacto y
recibe como mucho algunas migajas.
Al final se trata de reunir cierto amor propio y cierto valor y hacer lo que canta Joaquín Sabina en su canción "Princesa" (nunca he sido muy fan del cantante, pero ésta y "Pacto entre caballeros" sí que consiguen llegarme), decirles a esas princesas y esos príncipes que ya es demasiado tarde. Princesas y príncipes que pueden ser intereses amorosos o amistades, que un día nos dieron la vida por la ilusión que generaban en nosotros y por cómo nos hacían sentir, hasta que descubrimos que en esas relaciones solo se tiraba desde un lado y siempre desde el mismo.
Los que me lean pueden pensar que soy un cinéfilo impenitente y que no hay película que no haya visto, lo cual no es del todo cierto. Me gusta el cine y leer sobre cine y conocer lo máximo que pueda, de modo que hay películas y directores que sé por donde se mueven aunque no haya visto sus trabajos, que hago si me llaman la atención y me conformo con conocer su existencia si no me atraen mucho. Estos últimos días me he puesto al tanto con dos de esas películas que ha visto un gran número de personas y que aún no me había puesto ante los ojos. Una de ellas fue "La noche de Halloween", el clásico del cine de terror dirigido por John Carpenter en 1978, sobre el asesino Michael Myers y lo mal que se lo hace pasar a una jovencita Jamie Lee Curtis. Una película que apuesta más por el suspense que por la sangre y que fue una de las precursoras del cine de género de asesinos en serie que se materializaría en los años siguientes, con una banda sonora a cargo del propio director que ya es un sonido popular cuando se habla de terrores.
Pero no es de terrores ni de noches de Halloween de lo que quiero hablar en esta ocasión, sino del otro clásico que tenía pendiente, de la película "Annie Hall" de Woody Allen. Cuando realizó esta película en 1977, Allen ya se había ganado cierta fama como actor y director de comedias como "Toma el dinero y corre", "Bananas" o "El dormilón" y había llevado al extremo su papel de hombre enclenque y neurótico para provocar la carcajada, pero lo cierto es que Allen tenía ganas de más. Él tenía la pretensión de hacer cine como el de sus admirados Federico Fellini e Ingmar Bergman y hacer una obra maestra que hablase del carácter humano y de esas cosas que le preocupaban en un tono más serio. Y de esa intención nació "Annie Hall", que terminó siendo galardonada con 4 Oscar, a la mejor película, al mejor director y mejor guión para Allen y mejor actriz para Diane Keaton, cuando aún era una intérprete interesante y no la caricatura de sí misma en la que se ha convertido.
La cinta es un relato sobre un comediante neurótico neoyorquino, Alvy Singer (Allen), y su compañera sentimental, Annie Hall (Diane Keaton),
tan neurótica como él. Comienza con su primer encuentro y nos cuenta la
historia de su relación afectiva a lo largo de los años, a modo de
documento sobre el amor en los años 70. Se dice que la historia habla de la relación entre Allen y Keaton, quienes fueron pareja en la vida real. Una relación de la que siempre Allen ha asegurado que le ha influido mucho a la hora de ver a las mujeres, uno de los grandes temas de su obra. La narración tiene una gran influencia del cine europeo de su tiempo a la hora de plasmar la trama con gran libertad narrativa, dando saltos en el tiempo y fijándose en detalles naturalistas en los que las películas románticas de Hollywood no solían fijarse mucho, con un enfoque mucho más realista. Uno de esos momentos es el cortejo entre Alvy y Annie, en el que están hablando de una cosa y unos subtítulos nos cuentan lo que están pensando en realidad
Lo cierto es que "Annie Hall" tiene varios momentos para recordar y con algunos de ellos me identifico en muchos sentidos. En este otro, Allen satiriza al que va dándoselas de intelectual y resulta ser un impostor al que casi nadie pilla en falta porque parece saber de lo que habla, pero no hace más que tirar de lugares comunes y aparentar que sabe más de lo que sabe. Con algunos de estos me he cruzado en más de una ocasión y he tenido que aguantar cómo se decía de ellos que sabían mucho cuando no era así.
En este otro fragmento se nos muestra a Alvy animando a Annie a tomar clases para aumentar su nivel cultural y al final ella se acaba liando con uno de sus profesores, así que Alvy pregunta a la gente de la calle sobre las relaciones amorosas. Resulta impagable la reacción de la pareja del final del vídeo.
Y este otro pertenece al final de la película, donde se muestra a Alvy representando una obra de teatro en la que ha plasmado su relación con Annie, trasunto del propio Allen mostrando su relación con Keaton en la película. Del mismo modo, conocemos lo que pasado después entre ellos, en ese tono melancólico que impregna la historia
No pongo más para no destripar más la historia, aunque no hay suspense alguno, ya que desde el principio se deja claro lo que va a suceder. Lo estimulante de "Annie Hall" es ver ese retrato de las relaciones amorosas y de lo difícil que es mantener esa pasión y ese interés del principio, de cómo alguien a quien creíamos para siempre en nuestras vidas simplemente se va y la vida continúa. Un tema que entronca con la forma de ser del propio Allen, siempre angustiado por el sentido de la vida y que ha resuelto de forma cómica o dramática en su filmografía. Mucha gente identifica a Allen con la risotada, pero lo cierto es que tras esa risotada se esconde una gran lágrima. Precisamente, estos días he tenido la oportunidad de leer una entrevista al actor y director con motivo del próximo estreno de su penúltima película (digo penúltima porque Allen rueda una tras otra y cuando estrena un filme tiene otro en desarrollo), en la que habla de sus habituales preocupaciones. Aquí se la dejo, por si les interesa.
Los chistes, la angustia existencial,
el autoanálisis, la lucidez. Los pensamientos sombríos, los requiebros, la
falta de esperanza, el buen humor. El cine de Woody Allen contiene todos estos
elementos, Woody Allen se compone de todos ellos, y todos ellos aparecen a lo
largo de esta entrevista que se celebra en un lujoso hotel de París. A punto de
cumplir los 80 años, el viejo Allan Stewart Königsberg, mago de la palabra
cinematográfica, reverenciado director y agudo comediante, autor de películas
deslumbrantes como Manhattan, Annie Hall, Zelig o Delitos
y faltas, entre muchas otras, acude fiel a su cita anual con las pantallas,
un compromiso del que no se ha apeado más que dos veces desde el año 1966. Una
película al año. Su compulsión en la elaboración de largometrajes no tiene
parangón. Y ya van 46 películas detrás de la cámara.
Magia a la luz de la luna, su nueva entrega, la historia de un mago
interpretado por Colin Firth que intenta desenmascarar a una médium (Emma
Stone) en la Francia de los años veinte (se estrena el próximo 5 de diciembre),
llega después de una de las más aclamadas películas de su filmografía, Blue
Jasmine. Allen se muestra en buena forma durante la entrevista.
Cualquiera diría que va a cumplir 80. Sólo se incomoda cuando es preguntado por
la acusación de su hija adoptiva Dylan Farrow, que afirma haber
sido víctima de abusos sexuales cuando tenía siete años. A pesar de que el
caso fue desestimado en 1993 por falta de pruebas, Dylan Farrow escribió el
pasado mes de febrero una carta en The New York Times en la que volvía a
acusarle. Sólo en lo relativo a esta cuestión Allen se revuelve en el sillón,
sobrepone su argumentario sobre el enunciado de la pregunta y hace todo lo
posible por evitar la cuestión.
El hombre que sueña con arañas, según confiesa, y cuya película favorita es El
ladrón de bicicletas, del maestro De Sica, responde ligeramente
repantingado en una butaca de la habitación 205 del hotel Le Bristol en el que
botones con bonete acarrean paquetes por recepción como si siguiéramos en ese
París de los años veinte que a Allen tanto le fascina. Habla con cierta
lentitud, lúcido y pesimista. De vez en cuando, detrás de sus palabras, emerge
su sonrisa de niño pillo.
A través del mago Stanley Crawford, el protagonista de su nueva película,
usted describe a un hombre que quiere escapar de la realidad para abrazar la
magia. ¿Hace usted lo mismo? Sí, pero no podemos. A los dos nos gustaría
que hubiera algo mágico en el universo, en la vida, pero, desafortunadamente,
parece que lo que ves es lo que hay.
O sea, que es usted tan racional como el personaje. Totalmente.
¿Y qué supone esto en su vida? Significa que la mayor parte del tiempo
estás deprimido, en vez de estar feliz. Es triste la condición del ser humano,
tener que pasar por esto…
¿A qué se refiere? Vivimos en un mundo que no tiene sentido, ni
propósito. Somos mortales, y todas las preguntas importantes… Para mí lo
importante no ha sido nunca quién es el presidente de Estados Unidos, esas
cuestiones van y vienen. Las preguntas importantes se quedan con nosotros y no
tienen respuesta. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿De qué va
esto? ¿Por qué es importante que envejezcamos, por qué morimos? ¿Qué significa
la vida? Y si no significa nada, ¿de qué sirve? Esas son las grandes cuestiones
que nos vuelven locos, no tienen respuesta, y uno tiene que seguir adelante y
olvidarse de ellas.
Usted ha abordado todas estas cuestiones a lo largo de su filmografía. A
medida que pasa el tiempo, ¿las afronta uno de un modo distinto? Alguna
gente sí; alguna gente cambia. Yo no he cambiado lo suficiente; ojalá hubiera
podido cambiar más. Hay gente cuyos puntos de vista se modifican según pasan
las décadas. Empiezan creyendo en Dios y cuando son más mayores ya no creen
porque la vida les ha desilusionado. A otros les pasa lo contrario, se hacen
mayores y empiezan a creer en Dios porque su experiencia les lleva a la
conclusión de que hay un poder superior, que hay algo más…
No es su caso. No, yo no creo. Tengo una visión pesimista y realista de
las cosas. Como Colin Firth en esta película, creo que lo que ves es lo que
hay.
En un momento dado de la película, el personaje interpretado por Emma Stone
dice algo como: “Todos necesitamos mentiras para poder vivir”. ¿Necesitamos
mentiras para vivir? Sí; Nietzsche lo dijo; Freud lo dijo; Eugene O’Neill
lo dijo en una de sus obras. Necesitamos espejismos, la vida es demasiado
terrible de afrontar y no podemos afrontar la verdad de lo que es la vida
porque es demasiado horrible. Cada ser humano posee un mecanismo de negación
para sobrevivir. La única manera de sobrevivir es negar, ¿negar el qué?: negar
la realidad. La vida es una situación tan trágica que solo negando la realidad
sobrevives.
¿Siempre le pareció tan trágica la vida? Sí, desde que fui capaz de
pensar, desde que tenía cinco años, siempre me pareció tremendamente trágica.
¿Por qué? Porque pude ver lo que era desde una edad temprana. Pude ver
que naces, que no sabes por qué naces, que vives un número de años,
impredeciblemente, puedes morir en cualquier momento, puedes morir a los 5 años
o a los 15 o a los 50, nunca vas a sentirte seguro y relajado, siempre tienes
que estar alerta; e incluso con esto, finalmente, vas a morir; estás condenado
a muerte desde el nacimiento; consigues una pena de muerte en el instante en
que naces, así que ¡muchas gracias! ¿Y todo para qué?
Usted viene haciendo una película al año desde 1966, con dos excepciones.
¿Cómo lo hace? No se debe confundir la cantidad con la calidad. He estado
sano, gracias a Dios, y sigo trabajando, es agradable. Pero esto no dice nada
de la calidad de las películas. Si me dijera que he estado haciendo grandes
filmes, uno tras otro, desde 1966, eso sería un logro.
Bueno, de hecho es algo por lo que se le critica: por hacer muchas películas
y, tal vez, no tan buenas como las que rodaba en los años setenta. ¿Qué opina
sobre esto? No pienso nada, no significa nada para mí. Hay gente que me
dice que Match Point; Midnight in Paris; Vicky, Cristina,
Barcelona y Blue Jasmine son las mejores películas que he hecho en
mi vida. ¿Qué más da lo que piense la gente? Da igual.
Y usted ¿qué piensa? He leído que es tan perfeccionista que cada vez que ve
una de sus películas, no le gusta. ¿Está especialmente orgulloso de alguna de
ellas? Oh, sí; creo que he hecho algunas películas buenas; no, grandes
películas, pero sí películas buenas.
¿Cuáles serían esas para usted?La rosa púrpura del Cairo es una
buena película; Zelig, también; Balas sobre Broadway…
¿Qué hace que una cinta sea buena? Para mí una buena película es cuando
estoy en casa, tengo una idea, la escribo, la filmo, la monto, le pongo la música
y digo: “¡Salió como yo quería, es exactamente lo que quería!”.
Tengo entendido que cuando usted rodó Manhattan, no le gustó nada e
incluso ofreció a United Artists rodar una de forma gratuita si no la exhibían.
Sí, no estaba contento cuando acabé Manhattan porque no conseguí lo que
quería. A la gente le gustó, fenomenal, pero no es lo que yo quería. Lo mismo
me pasó con Hannah y sus hermanas, que tuvo mucho éxito, pero no para
mí.
Más de una vez ha dicho usted que rodar es una manera de escapar de sus
ansiedades. Sí, me permite no pensar en cuestiones sombrías. Pienso en si
podré contratar a Emma Stone para la película, o a Colin Firth; si deberé
rodarla en el sur de Francia o en Boston. Esos problemas triviales se pueden
solucionar, y si no se solucionan, nadie me mata; si todo sale mal, mal, mal,
el resultado es, simplemente, que tengo una mala película. Los otros problemas,
los que no puedo resolver, sí que me matan.
Entre esos problemas estará, supongo, lo ocurrido este año con su hija
adoptiva Dylan Farrow, que le habrá afectado… No, yo compartimento muy bien
las cosas.
¿No le afecta? Yo sólo trabajo, no leo lo que dicen sobre mí en la
prensa, nunca leo las críticas de mis películas, ni veo mis películas. No he
vuelto a ver Toma el dinero y corre desde 1967, cuando la rodé… Yo solo
trabajo; es lo único importante para mí; ni los premios, ni las críticas, ni
las cuestiones financieras… No leo lo que se publica de mí en la prensa; sea
bueno o malo, críticas…
Sí, pero esta vez tuvo la necesidad de escribir en The New York Times
su versión de los hechos… Sí, tuve que corregir algo.
En Woody Allen: un documental, realizado en 2011, gente que trabajó
con usted le describía como una persona tímida, un poco adolescente,
hipocondriaco, lleno de fobias. ¿Es así? Hasta cierto punto. No estoy lleno
de fobias, tengo algunas. No voy por túneles, soy claustrofóbico. No soy un
hipocondriaco; más bien un alarmista: no imagino que estoy enfermo, pero si veo
una cosa pequeñita aquí, una picadura de mosquito, pienso que es un tumor cerebral.
Tengo peculiaridades, pero no son peligrosas…
Tímido… Sí, siempre luché contra esto. Ojalá no hubiera sido tan tímido,
hubiera tenido una vida mejor si no llego a serlo.
Ha rodado la mayor parte de sus últimos largometrajes en Europa. ¿Lo ha
hecho para poder mantener su independencia? No. Fue por cuestiones de
financiación, al principio. Siempre he sido independiente, siempre he tenido el
corte final, nunca, nunca, nunca han tocado mis películas, desde la primera que
rodé.
¿Siempre ha sido libre? Completamente, libre al 100%.
¿Tuvo esto algún coste para usted? Mientras mis películas no salgan muy
caras, les da igual lo que haga. Tuve problemas para conseguir dinero y me
propusieron que si hacía Match Point en Londres, me la financiaban, así
que fui y me gustó. Luego llamaron de España para que hiciera una película en
Barcelona.
¿Qué recuerda de aquellos días en Barcelona? Me encantó, tuve una gran
experiencia. Me encanta España en general. Mi mujer y yo lo pasamos muy bien
allí. Vivimos en Barcelona una temporada, toqué mucho jazz. Me encantó
Madrid cuando fui, San Sebastián… Y Oviedo me volvió loco: si alguna vez
tuviera que jubilarme, Oviedo sería el sitio.
¡Vaya! Es precioso, me encanta el tiempo, las comidas, la gente… Y en
Barcelona estuve varios meses; con Scarlett Johansson, con Javier Bardem, con
Penélope Cruz, lo pasé muy bien.
Suele usted decir que en Europa le consideramos un intelectual porque lleva
gafas de pasta, pero que en realidad no lo es… Sí, eso es lo que la gente
piensa de mí.
O sea, que usted no es un intelectual. No soy un intelectual, pero la
gente piensa que lo soy porque tengo el aspecto que se atribuye a los
intelectuales. Pero estos no tienen un aspecto especial; tienen el mismo que
los levantadores de pesas o que los jugadores de béisbol… Hace años, si leías
mucho, se te estropeaba la vista, y si llevabas gafas era porque leías mucho,
porque eras una persona de libros. Pero yo no soy un intelectual.
Acostumbra usted a contar que lo que le gusta es beberse una cerveza viendo
un partido de béisbol… Sí, no soy un intelectual. Me gusta tocar jazz;
me gusta ver baloncesto, béisbol, fútbol americano, tenis, me gustan los
deportes… No son actividades de intelectual.
Después de venir tanto a Europa para sus películas, ¿no echa de menos Nueva
York, como ciudad, para rodar? No, no demasiado. De vez en cuando me
gustaría hacer una película en Nueva York, porque estoy loco por la ciudad de
Nueva York, pero no es que me vaya a Sudán o a Libia a rodar; voy a hacer
películas a Barcelona, Londres, París, Roma…
Sí, y se dice que sus películas son muy turísticas… Ah, sí, para mí las
ciudades son personajes vivos, como Nueva York. El lugar en el que estoy es muy
importante para mí, soy muy de ciudad y me gusta que el público sienta la
ciudad como yo la siento. Con Nueva York me solían decir lo mismo, que no era
tal y como yo la retrataba.
Eso le dijeron cuando hizo Manhattan… Sí, y dije que me daba
igual. Soy un artista, no soy un periodista; te muestro cómo siento Nueva York,
mis impresiones de la ciudad, lo mismo con Barcelona y con Roma… Yo voy a esas
ciudades como turista, soy un turista en Roma, soy un turista en Barcelona, y
las veo desde los ojos del turista que se enamora de ellas. Como turista, no me
enamoro de todas las ciudades a las que voy, he viajado por toda Europa. Pero
he tenido un sentimiento muy apasionado en las ciudades en las que he rodado.
Sigue usted sin acudir a la entrega de los Oscar. ¿Por qué? No soy una
persona de premios. Se puede decir cuál es la película favorita de uno, pero no
cuál es la mejor película. ¿Quién puede decir eso? Son valoraciones personales,
no significan nada. Para los Oscar, la gente hace campaña y gasta millones de
dólares para comprar esos premios.
En otro orden de cosas, señor Allen, ¿a usted qué le preocupa del mundo en
el que vivimos, del rumbo que ha tomado nuestra civilización? Soy muy
pesimista porque el problema del mundo es que depende de la gente. Si miras la
historia, ves que la gente no ha hecho un buen trabajo administrándolo,
cuidándolo, viviendo en él. No tengo muy claro que el mundo vaya a sobrevivir;
no hay muchas razones para el optimismo en estos momentos, tal vez en unos años
haya mejores perspectivas.
¿No encuentra usted ningún motivo para la esperanza? Bueno, hay una
porción de la gente que es agradable. Pero o no hay suficiente, o son demasiado
pasivos, o la tarea es abrumadora; o los malos tienen más ambición y energía.
Pero es difícil hallar un punto luminoso en la historia de la humanidad.
¿La gente, en general, no es buena? La gente, en general, está asustada.
Y cuando están asustados, actúan equivocadamente, se comportan mal. Es la
condición humana, la trágica condición de la existencia, la gente está ansiosa
y asustada, no tiene nada en lo que creer, ni tiene esperanza, y la vida es muy
complicada, y se comportan mal. Si mañana quedara claro que la vida tiene
sentido, o que hay un dios en el universo, seguro que la gente actuaría mejor,
y la situación cambiaría para mejor radicalmente. No es que la gente sea
inherentemente mala, es que tiene miedo y por eso se comporta mal.
¿Lo tiene usted? Yo estoy tan asustado como los demás, más que la
mayoría; y soy una de las personas que se comportan decentemente a pesar de
todo. Hay gente así, pero no demasiada.
Al ritmo que sigue rodando, no parece que tenga usted pensado retirarse del
cine. No tengo planes de retirarme en estos momentos. Pero puedo volver a
mi habitación y me puede dar un infarto y quedar mal, y entonces me retiraría.
Si la salud aguanta, si estoy sano y la gente quiere poner dinero para mis
películas, no me retiraré. Si enfermo o la edad me ralentiza de un modo que me
avergüence, o no consigo dinero para mis películas, pues me retiraré.
Y a estas alturas de la vida, usted ¿qué quiere? No lo sé. Dos camareras
de cócteles de 20 años.