Estos días de verano me ha dado por acordarme de lo que decía una antigua compañera de estudios, que siempre llegaba a clase haciendo la broma de que se había enamorado en el metro, algo que sucedía cada dos por tres y a los que tenían la suerte de ser metidos en esa categoría les llamaba "mi amor del metro". Estos amores eran hombres que le seducían por algún motivo concreto de su apariencia o su actitud, ya que no entablaba ningún tipo de conversación con ellos, simplemente le daban distracción para los viajes en tiempos en los que todavía no existían los teléfonos móviles inteligentes que ahora dan acceso al mundo entero y que ha facilitado que muchos ya no se vean obligados a recurrir a estas pequeñas fantasías para matar el tiempo.
Yo suelo ir leyendo durante los viajes pero aún así a veces captan mi atención algunas mujeres que suben al transporte y les echo un ojo por su apariencia atractiva. En una gran ciudad tienes siempre mucho de todo y así he visto a chicas que se meten al metro con una camiseta blanca y sin ropa interior debajo, dejando muy poco a la imaginación, así como a otras que llevan shorts cada vez más cortos que dejan al descubierto parte de su trasero y de su celulitis, sin que parezcan sentirse incómodas por ello. Pero aparte de estos atractivos básicos me suelo fijar en detalles, como aquellas que se atusan el pelo de forma nerviosa al sentirse observadas o los colores de las uñas, pues me gusta mirar las manos de aquellas que las llevan de colores variados. Algunas de esas manos sostienen a veces libros de lo más diverso que también captan mi atención y consiguen producirme un vivo interés cuando son libros que he leído y que me han gustado o libros que aún no he descubierto pero que me atraen. Y cuanto más interesante es el libro que llevan, más siento ese "amor del metro" del que hablaba mi compañera, porque las mujeres que leen y especialmente las que leen cosas interesantes siempre me resultan más atractivas. Por ello quiero reproducir un escrito que leí hace un tiempo en Internet y que hablaba sobre los atractivos de las mujeres que leen y de las que no lo hacen. El que más me gustó fue el que se refería a las mujeres lectoras y es éste.
Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=2&size=n
Lo que tiene el interés cultural es que puede volver más interesante a una persona, sea hombre o mujer, dependiendo de cuánto valore el saber y el conocimiento la parte que observa. Así hay gente que si ve a otra gente con un libro ya les parece un bicho raro que juega fuera de sus límites y gente que si habla con alguien que apenas ha leído nada en su vida pierde el interés con rapidez. En un término medio de ambas opciones se hallaba Marilyn Monroe, que fue vista por muchos como un símbolo de belleza y sexualidad y que al parecer tenía unas inquietudes lectoras que nunca explotó en sus papeles en el cine, pero que quedó reflejado en una serie de fotografías en las que se la veía en compañía de libros. O quizá simplemente alguien quiso mostrarla un poco más allá de su rol de niña bonita para interesar a una audiencia más exigente que nunca vería sus películas solamente por su atractivo. Sea como fuere, uno de los maridos de Marilyn fue el escritor Arthur Miller, que a pesar de su aspecto de erudito logró a una de las mujeres más atractivas del momento y que vino dado por el interés de Marilyn en un hombre lector. Por la excitación intelectual, que tantas veces es más poderosa que la física.
Yo suelo ir leyendo durante los viajes pero aún así a veces captan mi atención algunas mujeres que suben al transporte y les echo un ojo por su apariencia atractiva. En una gran ciudad tienes siempre mucho de todo y así he visto a chicas que se meten al metro con una camiseta blanca y sin ropa interior debajo, dejando muy poco a la imaginación, así como a otras que llevan shorts cada vez más cortos que dejan al descubierto parte de su trasero y de su celulitis, sin que parezcan sentirse incómodas por ello. Pero aparte de estos atractivos básicos me suelo fijar en detalles, como aquellas que se atusan el pelo de forma nerviosa al sentirse observadas o los colores de las uñas, pues me gusta mirar las manos de aquellas que las llevan de colores variados. Algunas de esas manos sostienen a veces libros de lo más diverso que también captan mi atención y consiguen producirme un vivo interés cuando son libros que he leído y que me han gustado o libros que aún no he descubierto pero que me atraen. Y cuanto más interesante es el libro que llevan, más siento ese "amor del metro" del que hablaba mi compañera, porque las mujeres que leen y especialmente las que leen cosas interesantes siempre me resultan más atractivas. Por ello quiero reproducir un escrito que leí hace un tiempo en Internet y que hablaba sobre los atractivos de las mujeres que leen y de las que no lo hacen. El que más me gustó fue el que se refería a las mujeres lectoras y es éste.
Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=2&size=n
Lo que tiene el interés cultural es que puede volver más interesante a una persona, sea hombre o mujer, dependiendo de cuánto valore el saber y el conocimiento la parte que observa. Así hay gente que si ve a otra gente con un libro ya les parece un bicho raro que juega fuera de sus límites y gente que si habla con alguien que apenas ha leído nada en su vida pierde el interés con rapidez. En un término medio de ambas opciones se hallaba Marilyn Monroe, que fue vista por muchos como un símbolo de belleza y sexualidad y que al parecer tenía unas inquietudes lectoras que nunca explotó en sus papeles en el cine, pero que quedó reflejado en una serie de fotografías en las que se la veía en compañía de libros. O quizá simplemente alguien quiso mostrarla un poco más allá de su rol de niña bonita para interesar a una audiencia más exigente que nunca vería sus películas solamente por su atractivo. Sea como fuere, uno de los maridos de Marilyn fue el escritor Arthur Miller, que a pesar de su aspecto de erudito logró a una de las mujeres más atractivas del momento y que vino dado por el interés de Marilyn en un hombre lector. Por la excitación intelectual, que tantas veces es más poderosa que la física.