En un día como
hoy los Estados Unidos están de fiesta, celebrando el día en el que
se independizaron del reino de Gran Bretaña, en 1776, cuando el país
lo formaban únicamente 13 colonias ubicadas en la costa este y la
mayoría del país apenas estaba explorado y lo habitaban tribus
indias que fueron esquilmadas con el paso de las décadas en la
conquista del territorio por parte de esos descendientes de colonos
venidos de Europa. Y es que las películas del Oeste nos enseñaron
muchas veces que los malos eran los indios, pero fueron los colonos
los que les quitaron sus tierras, confinando a los supervivientes en
reservas. Pero ya se sabe aquello de que la historia la cuentan los
vencedores.
El caso es que
Estados Unidos es un país construido en función de la inmigración
desde su propio origen y durante su expansión hacia el Oeste. Gente
llegada de todos los continentes fueron poblando las ciudades y los
estados y aclimatándose a una nueva realidad lejana a lo que habían
conocido, desde escandinavos llegados del frío y la nieve que se
asentaron en llanuras resecas donde apenas caía una gota de agua a
esclavos del África tropical sacados a la fuerza de sus poblados y
que trabajaron durante décadas en plantaciones de todo tipo.
Mientras tanto, las ciudades se estratificaban por nacionalidades, en
función de aquellos que llegaban en masa huyendo de sus países, con
viajes de semanas hacinados en barcos y buscando una nueva
oportunidad en el Nuevo Mundo, tierra de promesas donde podían
quitarse las cadenas que en el Viejo Mundo les obligaban a ser otra
cosa.
Sin embargo no es
oro todo lo que reluce y muchos de ellos sufrieron un sinfín de
dificultades para empezar el sueño americano, viéndose postergados
por otros que reclamaban más derechos por haber llegado antes y
querer ser más americanos que ninguno. Gente analfabeta que en
muchos casos desconocía el inglés y tuvo que abrirse paso como
buenamente pudo y que dieron origen a sagas familiares que hoy
habitan ese país de una forma muy diferente a como lo hicieron sus
antepasados. Es esa capacidad de construir algo de la nada lo que
siempre me ha llamado la atención del fenómeno de la inmigración,
un fenómeno reflejado en algunas ocasiones en el cine, siendo una de
las primeras de mano de un inmigrante que logró el éxito en su país
de adopción tras una infancia pobre y una necesidad de poner humor
en las tristezas del día a día, el británico Charles Chaplin.
Otro que reflejó aquel fenómeno fue otro hijo de inmigrantes, italianos en su caso, el director Francis Ford Coppola en la segunda parte de "El Padrino", donde se contaban los orígenes de Vito Corleone antes de convertirse en un temible mafioso.
Es de inmigración de lo que habla el director James Gray, descendiente de judíos rusos, en su quinta película, "El sueño de Ellis". Su cine trata siempre de gente fuera de su medio y de lazos familiares que pesan más que cualquier otra cosa. La familia y el crimen fueron el leitmotiv de sus tres anteriores
películas ("Little Odessa", "The yards" y "La noche es nuestra") y que en su cuarto largometraje, "Two lovers", cambió el crimen por el amor, logrando su mejor película en una perturbadora historia de amor, como deben ser las historias de amor que realmente se precien.
"El sueño de Ellis" se ambienta en 1921, año en el que Ewa (Marion Cotillard) y su hermana Magda dejan su Polonia natal y emigran a Nueva
York. Cuando llegan a Ellis Island, a Magda, enferma de tuberculosis,
la ponen en cuarentena. Ewa, sola y desamparada, cae en manos de Bruno (Joaquin Phoenix),
un hombre sin escrúpulos. Para salvar a su hermana, Ewa está dispuesta a
aceptar todos los sacrificios y se entrega resignada a la prostitución.
La llegada de Orlando (Jeremy Renner), ilusionista y primo de Bruno, le devuelve la
confianza y la esperanza de alcanzar días mejores. Con lo que no cuenta
es con los celos de Bruno.
En el cine de
James Gray sus personajes se debaten entre lo que deben y lo que
quieren hacer, entre aquello a lo que aspiran y el lugar que ocupan
en un determinado entramado familiar o social. Sus deseos raramente
se traducen en actos y la fuente de amor es al mismo tiempo fuente de
dolor. Por eso, aunque el cine de Gray sea evidentemente cine
por el cuidado de sus planos y su buen acabado técnico, es un cine
tremendamente realista que sabe jugar con las convenciones para
acabar ofreciendo un pedazo de realidad. La fotografía en tonos
sepia y el uso dramático de claroscuros recuerda muy mucho a lo que
hizo el recientemente fallecido Gordon Willis con la fotografía de
la trilogía de “El padrino” (las secuencias en la oficina de
recepción a emigrantes o los planos generales del barrio donde Bruno
lleva a vivir al personaje de Ewa parecen salidos de la segunda parte
de la trilogía mafiosa). Asimismo la interpretación de una
excelente Marion Cotillard parece homenajear a las divas del cine
mudo, con un rostro que expresa todo el sufrimiento que padece la
protagonista, sin necesidad de verbalizarlo.
Si en “Two
lovers” se nos hablaba de un hombre indeciso entre dos mujeres aquí
el triángulo se produce a la inversa y con variaciones en las
motivaciones de sus personajes. La mujer está dividida entre el
sagaz Bruno, el hombre que le da cobijo pero que tampoco duda en
involucrarla en la prostitución y el más prometedor Orlando, que
desde el principio la trata como a toda una dama y que le ofrece la
oportunidad de una vida nueva, alejada de las privaciones a las que
la somete Bruno. Ella sin embargo guarda su amor para su hermana, por
la que padece todo tipo de degradaciones a la espera de conseguir el
dinero suficiente para pagar su tratamiento sanitario. En este
sentido, la fe acaba teniendo un papel muy relevante, ya sea la fe
religiosa de Ewa, que le da fuerzas en las dificultades y que al
mismo tiempo le atrae hacia Orlando, cuya magia se inspira
precisamente en la fe.
Gray sabe
ofrecernos una vez más a personajes falibles, personajes que pueden
ser buenos pero que acaban haciendo cosas malas según las
circunstancias. Ewa es una buena mujer, pero deberá hacer algunas
cosas que harán que se odie a sí misma, Orlando tiene alguna doblez
más de lo que aparenta y Bruno tampoco es un monstruo, pues a pesar
de esclavizar a Ewa acaba demostrándole el amor que le profesa. Para
ello cuenta con un trío de intérpretes a la altura de las
circunstancias, especialmente la francesa Marion Cotillard, una
actriz que se revela como de lo mejorcito que se puede encontrar
ahora en el cine mundial y que demuestra una vez más que es una
sufridora nata en la pantalla, de las que hacen que suframos con
ellas y que deseemos darles consuelo, siguiendo la estela de su
compatriota Juliette Binoche.
De este modo, "El sueño de Ellis" es una película de indudable interés que sin embargo no llega al nivel de intensidad emocional de "Two lovers". Una película espléndida en su primer tercio, al mostrar la llegada de Ewa a Estados Unidos y la adaptación a su nueva vida, que decae algo en su parte central para remontar en su último tramo y dejar buen sabor de boca con un plano final en el que se pone de manifiesto que Gray es un cineasta de los que quieren hacer algo con la cámara, de los que quieren sumar su granito de arena a un séptimo arte en tantas ocasiones invadido por la rutina. Un placer para el espectador un poco exigente tener a cineastas de este calibre produciendo nuevas historias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario