miércoles, 26 de febrero de 2014

"Her" y "Monuments Men". Lo que nos toca y lo que no

"Detesto el pedantismo y la jerga. A veces he llorado de risa al leer ciertos artículos de los Cahiers du Cinéma. En México, nombrado presidente honorario del Centro de Capacitación Cinematográfica, escuela superior de cine, soy invitado un día a visitar las instalaciones. Me presentan a cuatro o cinco profesores. Entre ellos, un joven correctamente vestido y que enrojece de timidez. Le pregunto qué enseña. Me responde: "La semiología de la imagen clónica". Lo hubiera asesinado"

(Luis Buñuel en su libro de memorias)


Estos días estoy leyendo "Mi último suspiro", el libro en el que el legendario cineasta aragonés Luis Buñuel ("Un perro andaluz", "Viridiana", "Belle de jour") repasa su vida y su obra y que salió a la luz a principios de los años 80, poco antes de su muerte. Es un libro en el que se puede advertir el carácter tan contradictorio de un hombre que fue un provocador en varias de sus películas y al que le gustaba llevar una vida ordenada fuera de los platós, alguien que ha dado películas de una gran simbología y cuyas interpretaciones siempre le parecieron, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo o una idiotez, como en la cita que destaco. Una cita que me ha hecho mucha gracia porque en mis años universitarios tuve la oportunidad de conocer una asignatura en la que se hacía un análisis semiótico de películas, algunas de ellas del propio Buñuel y en la se interpretaban todos los encuadres y los objetos que se veían en cada plano, sacando diferentes conclusiones de lo que habría querido expresar el autor. Una asignatura en la que a veces me parecía que se sacaban conclusiones un tanto forzadas y que me hizo coger una cierta manía hacia quienes la impartían, me pregunto si conocerían lo que el propio Buñuel opinaba sobre esos temas.

 
Traigo a colación a Buñuel y su visión de ciertos prejuicios de la crítica cinematográfica para hablar de algo que todos hemos sentido alguna vez cuando vemos una película y nos gusta y a los críticos les parece un horror y viceversa. Unos momentos en los que nos podemos plantear si nos hemos perdido algo o si es que somos unos lerdos incapaces de descifrar lo que está ante nuestros ojos y que otros sí que ven. Hay un dicho que asegura que "las opiniones son como los culos, todos tenemos uno" y no deja de tener razón, porque con el tiempo he comprendido que a cada uno le gustan un tipo determinado de temas y películas, que puede coincidir con otros y estar en desacuerdo con los de más allá y a veces no coincidir ni siquiera con los de su cuerda. Al fin y al cabo, las obras artísticas se hacen para provocar reacciones y cada uno las percibe según su punto de vista, con lo que es díficil que todo el mundo vaya a estar de acuerdo, como en tantas otras cosas de la vida. Por eso hace tiempo que dejó de inquietarme pensar que ciertas películas aclamadas por la crítica me parecen un tostón y que otras menos valoradas me gustan bastante más, no es algo que me haga sentir más tonto o torpe y que creo que también les pasa a los que leen las críticas que suelo hacer en este humilde blog. Ya he tenido varios comentarios en ocasiones que la película que me ha gustado y a ellos no y por mí está todo bien, no hay problema, yo he aprendido también de las críticas de otros con las que no estoy de acuerdo, de todos lados se puede sacar algo bueno.
 
 
Viene esta introducción al caso de dos películas que se han estrenado en el último fin de semana y que han sido recibidas de forma desigual por los especialistas, con entusiasmo la una y con frialdad la otra. Y vistas ambas yo diría que me ha gustado más la que peores críticas ha recibido. Hoy hablaré de "Her" y "Monuments Men".
 
 
"Her" es la nueva película de Spike Jonze, uno de esos directores admirados por la comunidad más modernilla por su implicación previa en la dirección de anuncios y videoclips con toques posmodernos que tanto gustan a ese grupo y por películas algo marcianas como "Cómo ser John Malkovich", "Adaptation. El ladrón de orquídeas" o "Donde viven los monstruos", aparte de ser uno de los creadores de la gamberra serie "Jackass". Actor ocasional, visto en pequeños papeles en películas como "Tres Reyes" o la más reciente "El lobo de Wall Street", Jonze estuvo casado con otra de las musas del moderneo, Sofia Coppola (aunque a ella la odian más y a mí me parece la más interesante de los dos), que le retrató en "Lost in translation" como el distante fotógrafo que dejaba sola cada dos por tres al personaje de Scarlett Johansson. Y ahora Jonze ha hecho una película sobre un tipo con dificultades para expresar sus emociones y que trata de superar el fin de un matrimonio que no funcionó en parte por su culpa, enamorándose de un sistema informático con la voz de Scarlett Johansson. No se puede negar que aquellos a los que les gusta sacar punta a las connotaciones de las películas tienen aquí buen material.
 
 
La película de Jonze cuenta la historia de Theodore (Joaquin Phoenix), un hombre solitario a punto de divorciarse que trabaja en una empresa como escritor de cartas para terceras personas, compra un día un nuevo sistema operativo de Inteligencia Artificial, diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. Para su sorpresa, se crea una relación romántica entre él y Samantha (Scarlett Johansson), la voz femenina de ese sistema operativo.

 
"Her" pertenece a ese grupo de películas que parece que van a ser mejores de lo que acaban siendo, así es como la he sentido. Iba con ganas de ver la peripecia de ese hombre con necesidades emocionales, con problemas para relacionarse con otra gente, que no acaba de tener claro lo que quiere y que encuentra la solución en un programa diseñado a su medida, el cual satisface sus necesidades. Es un futuro no muy lejano en el que las cartas de amor se hacen por encargo, la gente va hablando sola en la calle con sus dispositivos móviles y no necesitan ni siquiera pantallas, pues los programas se activan con la voz y se escuchan a través de un auricular. Una serie de nuevas tecnologías que han hecho que el hombre esté más comunicado que nunca y más solo que nunca, algo que no deja de tener conexiones con la realidad de hoy día, donde es fácil ver a parejas y amigos metidos en su universo multimedia, conectados con el mundo y sin hacer caso al que tienen delante. Así que no deja de ser curioso que se pueda llegar a sentir amor por una de esas máquinas.
 
 
 
La película plantea reflexiones interesantes sobre la soledad, el papel de las tecnologías y también sobre la naturaleza de las relaciones amorosas, sobre cómo cambian con el paso del tiempo con los cambios que se van operando en las personas y la necesidad de adaptarse a ello para no perderlas. La propia Samantha va desarrollándose y adoptando actitudes cada vez más humanas en su relación con Theodore, practicando sexo y discutiendo y reconciliándose por pequeños detalles, llegándose a un punto en el que es posible que Samantha necesite algo más que lo que le da Theodore. Un Theodore capaz de escribir sobre emociones para otros y capaz de dejar escapar oportunidades amorosas para él mismo por su miedo a sufrir de nuevo (véase la estupenda secuencia de la cita a ciegas con el personaje interpretado por Olivia Wilde, donde ella tiene las cosas bastante más claras que él) y que tendrá que aprender a superar el pasado si quiere disfrutar del futuro.
 
 
Otro de los puntos fuertes de la película es la labor de sus intérpretes, con un Joaquin Phoenix que encarna con acierto al taciturno Theodore y una estupenda Scarlett Johansson que solamente con su voz hace posiblemente el mejor trabajo de su carrera hasta la fecha, insuflando humanidad y un amplio abanico de emociones a su Samantha. Tampoco van a la zaga otras actrices en sus roles más secundarios de otras mujeres en la vida de Theodore, como Amy Adams, Rooney Mara u Olivia Wilde y una interesante banda sonora de toques electrónicos a cargo de la banda Arcade Fire.
 
 
 
El principal problema de la película es que tras una primera mitad muy interesante empieza a girar demasiado sobre la misma premisa y se hace discursiva en exceso, verbalizando algunos puntos con voces en off e insertos de la relación Theodore-Samantha que hubieran quedado bastante mejor explicados en pequeños detalles. Le hubiera venido mejor en esos momentos un tono más sutil en lugar de una estética que en ocasiones es muy deudora de un anuncio publicitario. Es por eso que se ven las costuras y la historia no emociona como debiera, llegando incluso a hacerse larga, hasta que termina la película y queda una leve sensación de melancolía, lejos del golpe emocional que podría haber supuesto. La película me ha gustado, pero no ha conseguido removerme o emocionarme especialmente, pero aún así creo que es interesante y recomendable de ver, por ser testigos de la peripecia de un hombre inmerso en una sociedad en la que los pantalones se llevan a la altura del ombligo (prueba de que la moda siempre vuelve y lo que un día parece hortera al siguiente es lo más, veáse el boom que tienen en nuestros días las gafas de pasta dura, que hace años te pegaban en el colegio por llevarlas) y que guarda un gracioso parecido con el humorista de "Muchachada Nui", Joaquín Reyes.
 
 
Más satisfecho me ha dejado "Monuments Men", la quinta película como director de George Clooney, uno de esos intérpretes capaces de generar simpatías en ambos sexos, por su atractivo y su capcidad de empatizar sin resultar demasiado estirado ni demasiado cargante y que ha tratado de hacer papeles más allá de su faceta de galán de Hollywood. En su carrera como realizador ha mostrado preocupaciones por temas políticos en "Buenas noches y buena suerte" y "Los idus de marzo" y ahora lo hace por temas culturales en un suceso inspirado en una de las muchas historias que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial.

 
A finales de esa contienda, cuando la derrota de los nazis parecía cercana, a un selecto grupo de historiadores, directores de museos y expertos en arte se les encomienda la importante y peligrosa misión de recuperar las obras de arte robadas por los nazis durante la guerra para devolvérselas a sus dueños. Unas obras robadas en muchos casos a familias judías y que el ejército alemán tenía orden de destruir en caso de perder la guerra. Pero aquellos hombres, en una carrera contrarreloj, arriesgaron sus vidas para evitar la destrucción de miles de años de cultura de la humanidad. Unos hombres que en la película son interpretados por el propio Clooney, Matt Damon, Cate Blanchett, Bill Murray, John Goodman, Bob Balaban, Jean Dujardin y Hugh Bonneville.
 
 
Clooney ha asegurado que para hacer esta película se ha inspirado en las que se hicieron de la Segunda Guerra Mundial en los años 60, como "Doce del patíbulo" o "La gran evasión", dándole un toque lúdico y aventurero a la historia sin olvidar los golpes dramáticos que exige el triste momento histórico. Por ello, las desventuras de estos "Monuments Men" no dejan de tener toques humorísticos que no impiden que en ocasiones la realidad de la guerra acabe imponiéndose.
 
  
Y es que casi ninguno de ellos estaba en edad ni en condiciones físicas para combatir, pero eso no fue un obstáculo para que se desplazaran al frente de guerra y fueran de los primeros en entrar en las localidades liberadas para ver los daños que habían sufrido las obras artísticas y tratar de recuperar las que estuvieran a su alcance. Una labor que en tiempos de guerra (donde lo importante es derrotar al enemigo y salvar la vida) podía ser vista incluso como absurda, priorizando la no destrucción de una iglesia a bombardear a un enemigo casi derrotado o jugarse la vida para recuperar una pintura o una escultura. Todo un canto a la cultura por parte de unos hombres que tenían claro que Europa era dueña de un patrimonio artístico que había que preservar de la destrucción, para evitar que se borraran las huellas de las generaciones pasadas y de los orígenes de la cultura occidental. El propio Hitler lo tenía claro, al querer apropiarse de las obras que encontrara a su paso para exhibirlas en el Führermuseum que pensaba abrir en Linz, su localidad natal, colmando así una ambición artística que cultivó en su juventud, cuando fue estudiante de Bellas Artes años antes de convertirse en uno de los dictadores más terribles de la Historia.
 
  
Clooney hace un canto a la labor de aquellos hombres y lo hace a través de una trama entretenida, centrada especialmente en la búsqueda de la Madonna de Miguel Ángel y el retablo del Cordero Místico, de los hermanos Van Eyck, así como del descubrimiento de montones de obras de arte encerradas en minas de sal por el centro de Europa. Todo ello con un reparto que está a la altura de las circunstancias y en el que se echa quizás en falta una mayor profundización del guión en algunos de los caracteres, sacrficados a veces en favor del fluir de la historia. En este sentido, me quedé con ganas de saber más del personaje de Cate Blanchett, inspirado en Rose Valland, una trabajadora del museo parisino del Jeu de Paume que llevó una importante labor sorda para dar con el paradero de muchas obras robadas por los nazis, aprovechando su aspecto anodino para pasar desapercibida e infiltrarse a gusto.
 
 
 
Una cierta premura a la hora de contar las hazañas de estos hombres de los monumentos es el gran pero que se le puede sacar a una película que sin embargo me parece efectiva en su sencillez. Las opiniones sobre ella están siendo menos favorables que con "Her" y a mí, habiéndome gustado ambas, si tuviera que elegir una de las dos creo que me quedaría con la propuesta de Clooney, que ha conseguido llegarme más. Tal es así que al acabar de ver la película me entraron unas ganas enormes de visitar un museo y apreciar ese legado cultural que a veces damos por sentado por haber estado siempre ahí. Y que además tiene una de esas bandas sonoras pegadizas (obra del siempre excelente Alexandre Desplat) que se quedan en la cabeza y se tararean tiempo después de ver la película.

 

viernes, 21 de febrero de 2014

Paco Roca y el humor en los tebeos españoles

He comentado alguna vez mi afición a los tebeos que en su día publicara la editorial Bruguera y de cómo ya de muy pequeño devoraba con pasión las historietas de Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Carpanta, el Botones Sacarino, Toby, Rompetechos o 13 Rue del Percebe entre muchos otros. Los personajes creados por Escobar, Ibáñez y otros creadores al servicio de la editorial alimentaron mis ratos de ocio y fantasías durante mi infancia, hasta que empecé a leer libros de Los Cinco, en los que el texto predominaba del todo sobre la imagen y los libros sustituyeron a esa pasión lectora de los tebeos, que siempre permanecieron en un rincón de mi casa a la espera de que volviera la vista de nuevo hacia ellos.


 
 
Y son tebeos que forman parte de mi formación cultural, eso no puedo negarlo. De muy pequeño me decían siempre que leía muy bien en alto en clase cuando muchos otros se trababan, algo conseguido gracias a haber empezado a leer muy pronto los tebeos. Y también despertaron mi curiosidad por la forma de ser hispánica, que veía en parte ya por entonces a mi alrededor y que luego he visto reflejada en tantas ocasiones en muchas personas. Todos aquellos tebeos fueron testimonio de la España del franquismo sin entrar en consideraciones políticas, contando la vida que podía llevar la gente en el marco de las aventuras de sus personajes. Ahí conocí a esas solteronas de vocación con las hermanas Gilda, las viejas enlutadas enfurruñadas con el mundo como doña Urraca, las penurias económicas y las injusticias sufridas por muchos con Carpanta y la vida familiar con Zipi y Zape. Unos tebeos que no hacían sino perpetuar la herencia cultural española del antihéroe y el pícaro, tan extendida en la literatura de nuestro país a lo largo de los siglos, no en vano dos de los personajes más célebres son el Lazarillo de Tormes y Don Quijote de la Mancha, metáfora de lo español para tantos estudiosos extranjeros. El pícaro que se sirve de sus artimañas para sobrevivir como puede en una sociedad injusta y un hidalgo que se trastorna y ve gigantes en los molinos de viento, caballeros en los labradores y princesas de singular belleza en mujeres bigotudas y desdentadas.
 
 
 
Porque lo que queda claro con esta herencia cultural tan irónica y descreída es que en España los superhéroes nunca han gozado de mucha popularidad, como sí ha pasado en otras latitudes. Por eso el tebeo americano se ha especializado en una idea de superhombre, al tono de un país emergente que se cree destinado a salvar el mundo y aquí en España se ha llevado la observación de las miserias cotidianas con humor, riéndonos de nuestras cosillas. Por eso no concebimos a Superman en Madrid pero sí en Nueva York y nos daría la risa si alguien se pusiera unas mallas de superhéroe y anduviera por los campos de Castilla en busca del bien y la justicia, como se reían todos de las andanzas del Quijote, vagando por eriales mortecinos, absorbido por la fantasía de las novelas de caballerías, anticipo de esos cómics de superhéroes. El único superhéroe que ha legado el tebeo español ha sido el Superlópez de Jan, con ese componente irónico que no podía faltar para hacerlo creíble en nuestra cultura.
 
 
 
Y esa tradición de hablar de lo que vemos a diario  poniéndole humor se sigue manteniendo en autores de cómic de hoy día, con las lógicas variaciones que impone el paso de los tiempos. Ahí tenemos el caso de Raquel Córcoles, que con el personaje de Moderna de Pueblo ha dado un paso adelante a la hora de mostrar algunos de los vicios de la sociedad contemporánea, especialmente en un ámbito supuestamente culto.
 
 
 
 
Recientemente he descubierto a Paco Roca, un autor que lleva años en el mundillo, pero que ha aumentado su popularidad en los últimos tiempos con la adaptación al cine de su cómic "Arrugas", sobre un grupo de ancianos de un asilo, una película de la que he oído hablar mucho y bien pero que todavía no he visto. Lo primero que he visto de Roca han sido unas viñetas que publica cada dos semanas en el suplemento dominical "El País Semanal" y en las que habla de temas cotidianos. Leí la primera por ver qué hacía el tal Paco Roca al que había oído nombrar en varias ocasiones y desde entonces me he leído todas las que ha ido publicando, que me han gustado mucho. Como ésta, en la que habla sobre el paso del tiempo.
 

Sobre las diferencias culturales.


Sobre las carreras de los creadores y el conocimiento por parte del público.

 
Sobre los trabajos manuales en la gente poco habituada a ellos.
 

Sobre trabajar en casa.


Sobre las esclavitudes de las nuevas tecnologías.

 
Todas ellas son viñetas que responden a esa corriente tan española, tan celtibérica de reflejar con humor todas las pequeñas miserias con las que convivimos a diario. De esa corriente han surgido tantas novelas, cuadros, operetas, zarzuelas, sainetes teatrales, películas y series de televisión que han tenido y tienen tanto éxito. Porque nos gusta reírnos del vecino y ver reflejadas en otros las podredumbres que tenemos nosotros mismos, que también somos un pueblo susceptible y no nos gusta que venga alguien de fuera a señalarnos con el dedo, como las polémicas que de vez en cuando vienen de Francia, al ironizar sobre el éxito del deporte español y la crisis del país. 
 
 
Polémicas que al fin y al cabo son juegos con el humorismo que se practican en todas partes y que es sano admitir, pues el sentido del humor y saber reírse de uno mismo siempre es sinónimo de inteligencia. Ser conscientes de que haber sido un país de antihéroes ha dado tan buenas muestras a nivel cultural.
 

lunes, 17 de febrero de 2014

San Valentín y las estaciones del amor

En estos días se habla mucho de amor y de sus derivaciones con motivo de la festividad de San Valentín, esa celebración que tiene admiradores y detractores que se cuentan por legiones y que muchas veces pertenecen a uno u otro bando según tengan pareja o no. Personalmente, con San Valentín me pasa lo mismo que con la Navidad, que más allá de que puedan tener razón los que la consideran un acontecimiento más comercial que sentimental, tampoco me quita el sueño ni me hace perder más tiempo del imprescindible en pensar en ello. Como ya he dicho otras veces, cada uno tiene sus particulares intereses y los hay que en San Valentín aman u odian con gran intensidad y los que esos 14 de febrero apenas nos inmutamos, en lo bueno y lo malo, porque el día a día ofrece muchas cosas para observar.



Una de las cosas que me llaman siempre la atención es ver cómo se perpetúan ciertas actitudes de generación en generación. Es un lugar común de todas las épocas decir que la juventud de hoy día es más simplona que la de la anterior generación y todos lo repiten como un mantra, absurdo por otra parte, ya que la juventud siempre tiene un componente tontorrón por el propio estado hormonal de quién pasa por aquellos años. Se pasa de la niñez a la edad adulta en muy poco tiempo y ser adolescente es ver cómo tu cuerpo de niño se va haciendo mayor, con cierta rapidez pero no con la suficiente para ser adulto de un día para otro y que por ello te deja en un ridículo estado de transición, como un polluelo atrapado todavía en su cascarón y ya con medio cuerpo fuera. El carácter y la personalidad se ven también influidos por ello y es corriente ver a esas edades a proyectos de hombres y mujeres con cuerpos ya poco infantiles pero actitudes algo ridículas, creando una gran contradicción y muchas veces el desprecio de quién ha pasado por ahí y parece haber olvidado. Porque son edades tontas que todos pasamos y la persona que hoy parece más respetable e inmaculada ha hecho y dicho gilipolleces en sus tiempos, porque es un paso para la edad adulta. Mucho peor es el caso de los que por edad ya pasaron hace tiempo la adolescencia y siguen comportándose como tales.


Y de las cosas de la niñez que se conservan tiempos de la adolescencia me llama mucho la atención ese apasionamiento infantil por los temas amorosos. Cómo cada momento es un mundo y cómo cada detalle, por estúpido que parezca, es la vida o la muerte. Recuerdo lo que yo vi a mis años más jóvenes en el colegio y a las chicas de clase reunidas en un rincón durante los recreos hablando de sus cosas, emitiendo grititos y risotadas y a veces cantando en grupo con gran apasionamiento canciones de tipo ñoño, como éstas de Laura Pausini que hizo furor entre mis compañeras.



Muchos chicos a esas edades no entendíamos qué les pasaba a esas chicas (cómo tampoco lo habíamos entendido antes) ni por qué cantaban esas canciones ñoñas, pero el caso es que ellas empezaban a ser mujeres y sentían cosas que hasta entonces desconocían. Ninguna de ellas había tenido noviazgos pero ya mostraban gran sensibilidad ante esas canciones romanticonas de relaciones amorosas, cubrían las paredes de sus cuartos con posters de celebridades de la época y tenían algún que otro peluche con forma de corazón al que se abrazaban cuando se sentían solas. Todo eso mientras los chavales empezábamos a sentir picores ahí abajo y la curiosidad por cómo solucionarlos, sin plantearnos tan seriamente esos temas emocionales, en esa graciosa contradicción que parece destinada a perpetuarse a través de las edades. Así empezaban las salidas nocturnas a los pubs y discotecas de turno y los primeros besos y toqueteos en función de lo que supieras hacer y te dejaran, con esos noviazgos de una noche que acababan a los pocos días cuando ambas partes se daban cuenta de que más allá del calentón no había mucho más que rascar.


Todo eso lo vemos ahora y nos puede dar la risa pensando en lo intensos que podíamos llegar a ser, con esas apasionadas (y generalmente torpes) declaraciones de amor, lejos de las que se ven las películas y que ya empiezan a dejar claro que entre el amor real y el de las películas a veces media un abismo (algo de lo que mucha gente lamentablemente no se da cuenta ya de más mayores). Me han contado historias de cartas de amor llenas de faltas de ortografía, de tíos que iban de duros y lloraron como bebés al declararse a otra chica, de chicas que esperaron bajo la lluvia a que saliera de clase el chico que les gustaba y que éste no hiciera caso y se fuera a jugar al fútbol con los amigos y otras cosas por el estilo, que seguramente hayan repetido nuestros padres y abuelos y que ahora noto cuando veo a chavales por la calle. No puedo negar que me inspiran ternura esos grupos de chicas, mitad niñas mitad mujeres, reunidas en un grupo y dando grititos y sonoras carcajadas, aparentando desdén por todo y que no hacen sino esconder con juegos infantiles el miedo que les da la llegada al mundo adulto. Muchas de ellas soñando con grandes amores hacia unos pobres diablillos que están tan perdidos como ellas y que hacen estupideces para dárselas de machos y de persona mayor, reproduciendo los comportamientos que han visto alrededor. Por todo eso siempre se dirá que los jóvenes son unos lerdos sin futuro, porque los que lo dicen no son capaces de verlos más allá de esas pamplinas y no son conscientes de que muchos de ellos crecerán y quizá guardarán recuerdos nostálgicos de esa época, de los novios/as que tuvieron y de cómo el tiempo les ha cambiado, que con los años quizá lleguen a pensar que los jóvenes de hoy día son más tontos que en sus tiempos, en un ciclo condenado a repetirse, que es la esencia de la vida.


Yo también he sido presa de ese amor pasional de la juventud y he querido morir de amor cuando las cosas no han salido cómo yo esperaba, con esa intensidad que el tiempo puede hacer parecer incluso ridícula pero que en su momento era lo más refinado. Porque el amor con los años cambia, del modo en que nosotros cambiamos, adquiriendo nuevas connotaciones. Cuando de jóvenes vemos a esas parejas de ancianos que parecen abstraídos cada uno en lo suyo o que van discutiendo por cualquier menudencia, nos decimos "que ridículos" o "nosotros no seremos así", pero el caso es que estamos siendo testigos de nuestro próximo estado y lo vemos con la insolencia del que dice "vaya bobadas hacía de pequeño", olvidando de donde venimos. Tengo 31 años y hablando con gente de veintipocos sobre el amor, he escuchado decir que es una estupidez eso de que el amor es una planta que hay que regar cada día, que el amor es apasionado y que no necesita de esfuerzos, que se tiene o no se tiene, algo que me hace sonreír porque yo también lo creía. Yo también he pasado por esos años de "nuestro amor es para siempre" con gente con la que hace años que no cruzo una palabra ni echo de menos porque ambas partes dejamos de regar la planta y ella sola se murió. Porque ya lo cantaba otro italiano popular por estos lares, Franco Battiato, que la estación de los amores viene y va.



Hace cosa de un par de años vi una película llamada "The deep blue sea" en la que se hablaba de un gran amor pasional, de esos de película y en un momento dado, la protagonista (la siempre interesante Rachel Weisz) habla con su casera sobre sus cuitas y la mujer mayor, que cuida de su marido enfermo, le dice que amor es cambiar las sábanas a alguien que se ha orinado. La película no me acabó de convencer por una teatralidad y una lentitud a veces exasperante, pero esa frase se me quedó grabada en la cabeza y me ha hecho pensar mucho en el sentido del amor y en cómo progresa con la edad. De cómo no es imprescindible ahogarse y dolerse en la desesperación para sentir que el amor sea más auténtico, que es un error que ha provocado y provoca tantos disgustos.


El caso es que soy defensor de los que dicen que el amor se construye y se mantiene a través del tiempo y de los pequeños detalles, porque he comprobado que es totalmente cierto. Las grandes declaraciones no son más que instantes únicos y breves que quedarán únicamente como recuerdos si no se apoyan en algo más. La verdadera prueba de un amor es la convivencia cotidiana con la otra persona, el tratarse durante muchos días y darse cuenta de los defectos, de que ellas no son princesas ni nosotros príncipes azules, pero que a nuestros ojos o a los suyos podemos serlo porque somos lo que necesitan o son lo que necesitamos. De que un pequeño detalle un 19 de mayo puede significar mucho más que cualquier San Valentín y de que un rato sentados en un banco de cualquier parque o paseando por una calle cualquiera puede ser tan agradable como hacerlo por París o Nueva York porque, como en las películas, el decorado es lo de menos cuando los protagonistas son lo más interesante.


miércoles, 12 de febrero de 2014

"Al encuentro de Mr.Banks" y "Jack Ryan: Operación Sombra". Del papel a la pantalla

"Mary Poppins" es una de esas películas que (casi) todo el mundo ha visto, de todas las veces que se ha exhibido en televisión a lo largo de los años. Una película que forma parte de la memoria audiovisual de muchos, con las aventuras de esa niñera que tan bien interpretara Julie Andrews, venida desde los cielos para atender las necesidades de una familia necesitada de orden.

 
 
Yo recuerdo lo triste que me quedaba cada vez que veía la película, que más de una vez me tenían que recordar que era solo una película y que tampoco había que ponerse así. De hecho, creo recordar que alguna vez me dejaron sin verla para evitar esas tristes reacciones en mí. Yo por entonces creía que la pena era la misma que la de los niños que no querían que Mary Poppins se marchase después de que hiciera su vida un poco más feliz y eso he creído hasta que he visto "Al encuentro de Mr.Banks".

 
 
"Al encuentro de Mr.Banks" se basa en la experiencia real de Walt Disney (Tom Hanks), que intentó durante varios años que la escritora australiana P.L. Travers (Emma Thompson) le cediera los derechos cinematográficos de su primera y más popular novela, "Mary Poppins", que tras varios tiras y aflojas,finalmente fue llevada a la gran pantalla en 1964. Y es que Travers se oponía a que su libro acabase siendo una sensiblera versión de una peripecia que había nacido a modo de proyección de los traumas infantiles de la autora.

 
 
La película viene dirigida por John Lee Hancock ("El Álamo", "The blind side") y ofrece una versión un poco más edulcorada de lo que fueron Walt Disney y P.L. Travers, como no podía ser de otro modo en una producción avalada por el propio estudio Disney. Los tejemanejes como magnate de Disney y la complicada forma de ser de Travers (de la que no se menciona su bisexualidad ni de que de una pareja de gemelos solo adoptó a uno de ellos por hacer caso a predicciones de los astros) quedan expuestos de una manera más simple y aceptable por el gran público.

 
 
Lo que si se refleja con fidelidad es el origen de la historia de Mary Poppins, como exorcización de los demonios personales de su autora, hija de un padre alcohólico que murió prematuramente y de una madre que trató de suicidarse, cuya historia se va reflejando en varios flashbacks. Poppins es esa institutriz que aparece para poner orden en una familia con muchos problemas que solucionar y que necesita de esa figura que pueda aunar autoridad y cariño, alguien que arregle el desconcierto vital y las miserias de la familia, como hubiera sido necesaria en la familia Travers.

 
 
La propia Travers era reacia al mundo de colores y canciones de Disney y consideró que su libro de Mary Poppins servía para descubrir a los niños las oscuridades de la vida, por lo que esa idea debía respetarse y no disfrazarse con animaciones o estribillos pegadizos. Pero lo que la propia Travers acaba viendo es que ella necesita dejarse influir un poco más por ese espíritu vitalista de Poppins, el que tenía cuando era niña y que perdió tras ver los males que aquejaban a su familia.

 
 
Y algo así es lo que sentí viendo la película, cuando noté que algunos cabos se ataban en mi interior y comprendía por qué la película siempre me había puesto tan triste cuando la veía. Recuerdo que siempre me cayó muy el señor Banks, el estirado patriarca de esa familia que solo piensa en su trabajo y que no es muy amigo de las muestras de afecto. Y viendo "Al encuentro de Mr. Banks" me emocioné al ver reflejado el momento de "Mary Poppins" en el que el personaje parece haberse dado cuenta de lo tonto que ha sido al cerrarse en banda a tantas cosas y pasea en la noche solitaria antes de que le despidan del banco en que trabaja, un paseo melancólico y solitario que me recuerda a algunos de esos paseos que he dado a veces por mis horarios nocturnos y de las cosas que me he perdido por no saberlas ver a tiempo. 




Es curioso cómo ya de pequeño notaba que me estaba perdiendo cosas por cerrarme en mí mismo y aunque ya de adolescente me di cuenta de que esa cerrazón no me llevaba a nada, tras tantos años sin ver "Mary Poppins", "Al encuentro de Mr.Banks" ha sido como una terapia de choque para mí, llegué a salir bastante afectado, tanto como la propia Travers cuando vio en la película "Feed the birds" ("Migas de pan" en la versión española), al parecer la única a la que no le puso pegas y que consiguió emocionarla. A mí ese momento consiguió recordarme todo lo bueno que me ha supuesto tener esas personas en mi vida que me han ayudado a mirar en mi interior.

 
 
Con todo ello, "Al encuentro de Mr.Banks" es una película bastante aceptable, que disfrutarán especialmente los que tengan cálidos recuerdos de "Mary Poppins", una película que costó bastante hacer tras superar varias dificultades emocionales a cargo de la autora de los libros originales que interpreta de forma estupenda Emma Thompson, con un Tom Hanks que no le va a la zaga como Disney. En el cumplidor reparto podemos encontrar también a otros nombres conocidos como Paul Giamatti como el chófer de Travers en su estancia en Hollywood y a Colin Farrell como el padre de Travers, en una película que se ha inspirado en las grabaciones de voz que quedaron de las largas reuniones que mantuvo la estricta Travers con el guionista y los compositores musicales para tratar de llegar a un consenso. Una muestra de cómo a veces la magia surge de lo más problemático.

 
Otro personaje surgido de las páginas de un libro y que también ha contado con un gran éxito cinematográfico es el de Jack Ryan, creado por el novelista estadounidense Tom Clancy y que desde su puesto de analista de la CIA pone su granito de arena para defender los intereses de Estados Unidos por todo el mundo. Alec Baldwin fue el primero en encarnarlo en "La caza del octubre rojo", Harrison Ford le dio vida en "Juego de patriotas" y "Peligro inminente" y Ben Affleck había sido el último Ryan hasta la fecha en "Pánico nuclear". Chris Pine es el nuevo Jack Ryan, en una nueva versión (o "reboot") del personaje desde el inicio, con nuevos actores y vistas a hacer más de una secuela, como le ha sucedido al propio Pine en la saga de "Star Trek", donde está siendo el capitán Kirk en las últimas películas de la serie.

 
 
En "Jack Ryan: Operación Sombra" se nos cuenta los inicios de Jack Ryan, un veterano de guerra que lleva una doble vida como analista de la CIA en infiltrado en Wall Street cuando se descubre un complot meticulosamente planeado para hundir la economía norteamericana y sembrar el caos en todo el mundo, un complot urdido por el siniestro Viktor Cherevin (Kenneth Branagh). Ryan tendrá que descubrir la verdad porque de ello depende la vida de millones de personas, pero eso implica moverse en un mundo en el que no puede fiarse de nadie. Tan sólo contará con la ayuda de su mentor (Kevin Costner) y de su novia (Keira Knightley).

 
 
El norirlandés Kenneth Branagh saltó a la fama a principios de los 90 con sus adaptaciones a la gran pantalla de obras de Shakespeare, como "Enrique V", "Mucho ruido y pocas nueces" o "Hamlet", entre otras, todas ellas protagonizadas por él mismo, al estilo de lo que había hecho su apreciado Laurence Olivier años atrás. Por aquellos años también estuvo a ambos lados de la cámara en otras producciones británicas muy celebradas, como "Morir todavía" y "Los amigos de Peter" y su estrella empezó a declinar con su histriónica participación como actor en "Wild wild west" o "Harry Potter y la cámara secreta". Aún así no ha dejado de dirigir y actuar y su nombre se ha vuelto a poner en la lista de realizadores interesantes para Hollywood tras el éxito de "Thor" (en la que únicamente figuraba tras la cámara y para la que se le fichó por las implicaciones shakesperianas del relato) y a él se le han dado las riendas de este nuevo inicio de la saga de películas de Jack Ryan, en la que también se reserva el papel de malo de la película.

 
 
Branagh sabe donde se mete y se deja a Shakespeare para entregar un aseado thriller de espionaje a la vieja usanza, con los rusos intrigando para acabar con el mundo capitalista y los americanos salvando la papeleta en su papel de líderes mundiales, con ese tufillo patriota yanqui que siempre han tenido las aventuras del personaje creado por Tom Clancy. Branagh opta por ese clasicismo a la hora de no saturar con escenas de acción, que están bien repartidas a lo largo del metraje y trata de ofrecer un cierto retrato de los personajes para que no se conviertan en meras marionetas al servicio del entretenimiento, con ocasionales golpes de humor para no caer en la solemnidad. Sin embargo, no puede disimular algunos agujeros de guión que pueden llegar a hacerse involuntariamente cómicos y que acaban restando empaque a la película.

 
 
Los actores cumplen bien con su cometido, con Costner y Branagh tirando de oficio en sus roles de secundarios carismáticos y Pine y Knightley como la pareja protagonista joven y resultona, en una de las pocas veces que se puede ver a la actriz británica en un papel ambientado en la actualidad y que luce tan bella como siempre. Una muestra de cine comercial entretenido y con el que se puede pasar un rato agradable si no se le pide demasiado.

 

viernes, 7 de febrero de 2014

"¿Pero qué ha visto en él/ella?"

Dos de mis mitos eróticos de adolescencia, allá a finales de los 90, fueron sendas mujeres de ojos claros y cabello rubio que sin embargo eran de nacionalidad española, ambas catalanas y que aparecían en todas las revistas de moda de aquí y de otros países gracias a su aspecto poco racial, que hacía díficil ubicar su nacionalidad a primera vista. Ellas eran Judit Mascó y Vanessa Lorenzo, de las cuales recortaba todas las fotos que veía en las revistas y las almacenaba en un cuaderno de color violeta donde estaban reunidas todas las mujeres que me gustaban, en un claro antecedente de los actuales discos duros cargados de imágenes sugerentes que se van cogiendo de aquí y allá. Mascó me gustaba mucho, pero me gustaba más Lorenzo, que para mí fue el paradigma de una mujer guapa durante aquellos años, la más bella de todas.
 



 
El tiempo pasó y mis gustos también aunque nunca olvidé a Vanessa Lorenzo y cada vez que leía por ahí su nombre me interesaba por lo que se hablaba de ella, aunque esa belleza natural fue disipándose por efecto de actuaciones poco apropiadas sobre su cuerpo y sin duda sentía que a aquella Vanessa que alimentó tantas fantasías juveniles me la habían cambiado. Ahora es noticia por haber dado a luz a los 37 años a su primer hijo junto al futbolista Carles Puyol, un tipo de aspecto corriente y que sin embargo ha compartido entretelas con otras mujeres de buen ver. Y no ha faltado quién ha dicho que Lorenzo se ha juntado con Puyol por el interés, como dicen que suele pasar con esas modelos y presentadoras de televisión que andan mariposeando con deportistas de élite o empresarios, que no les importa convertirse en sus mujeres-trofeo a cambio de una estabilidad económica, como si de una operación macroeconómica se tratase.
 
 
 
Estos días también se habla mucho del romance entre el presidente francés François Hollande y la actriz Julie Gayet, a espaldas de la pareja de Hollande, que ha llegado a ser internada por una crisis nerviosa tras enterarse del hecho. Un Hollande que curiosamente ya estuvo en su día con una compañera de partido político que fue una de sus valedoras para convertirse en líder de los socialistas franceses y ahora presidente de la república gala. Toda una trama novelesca que ha llamado mucho la atención por provenir de un hombre al que se le consideraba poco dado a este tipo de transportes, por su apariencia de funcionario aburrido. A Julie Gayet la conozco de haberla visto en algunas películas del país vecino y muchos se hacen la inevitable pregunta de qué ha podido ver en el aparentemente insulso Hollande.
 
 
 
El otro día leía una columna de la escritora hispano-uruguaya Carmen Posadas en la que hablaba sobre este tema y se refería a esos casos en los que un hombre de aspecto corriente pero con un puesto social atractivo acaba siendo interesante para mujeres que quizá estarían fuera de su alcance si su lugar en la sociedad fuera más modesto. Posadas sabe de lo que habla, ya que estuvo casada con Mariano Rubio, que le sacaba 22 años y que fue Gobernador del banco de España durante años hasta que dimitió por un caso de corrupción a principios de los 90 (ya ven que hay cosas que en este país son cíclicas). A continuación reproduzco el texto de Carmen Posadas sobre el asunto.

"La vieja historia ha estallado en escándalo donde menos se esperaba: en pocos países los jefes de Estado han sido tan aficionados como los presidentes franceses a buscar camas ajenas donde descansar sus coronadas cabezas. Giscard le tanteaba los muslos a Brigitte Bardot, y Mitterrand (con ese aire al cardenal Mazarino que tanto gustaba en la gauche caviar) no se conformaba con tener dos familias y dicen que visitaba a varias amantes en una sola noche, cubierto siempre por la inusual complicidad de la prensa. De Chirac cuentan las leyendas que la noche que murió Lady Di, el ministro del Interior telefoneó al Palacio del Elíseo para informar al presidente y que la primera dama atendió con cajas destempladas, quejándose de las horas de la llamada y preguntando al ministro que si creía que ella tenía la menor idea de dónde dormía su marido.
 
En la época de Sarkozy nos informaron más de los devaneos de Cécilia, su anterior mujer, que de las escapadas nocturnas del nervudo y nervioso Nicolas. Ahora la impunidad le revienta entre las manos al que menos esperábamos, a Hollande, el anodino, al del aire pánfilo y satisfecho de un funcionario de Pas de Calais después de una buena comida. Por si fuera poco, no es el primer lío de faldas que provoca este improbable sex symbol que ya había abandonado a su compañera de 25 años, la estupendísima Ségolène Royal, por una atractiva periodista con malas pulgas y apellido de sabueso. La pregunta resuena en el aire y en las ondas y no es precisamente por qué el presidente ha descuidado de forma tan flagrante su seguridad para visitar a su amante, sino otra muy distinta: ¿qué diantres le ha visto una actriz joven, guapa y con éxito a ese tipo bajito con cara de niño mofletudo y empollón envejecido de repente, a ese hombre gris al que ya imaginamos con su casco de motociclista hasta en sus momentos más íntimos? Lo que le viene a la cabeza a muchos es que el motor de esta pasión es el vil interés, el dinero, un futuro con el riñón bien cubierto, pero, en mi humilde opinión de escritora aficionada a la novela de detectives, no estoy segura de que ese sea el móvil de esta comedia de enredo.No parece que Julie Gayet vaya a sacar mucho a cambio del martilleo mediático que la va a sacudir los próximos meses, ni económicamente ni en su carrera profesional. ¿Cuál es el atractivo entonces? La respuesta es fácil: el poder. Simple y llanamente. Sí, ya sé que suena mal, que muchas feministas pensarán que estoy dando la razón a los estereotipos del macho alfa, esos que dicen que las mujeres corremos siempre tras una cartera bien llena.
 
Pero ¿está mal que nos gusten los poderosos? Hay una verdad difícil de discutir desde los tiempos de Catalina de Médicis o de Leonor de Aquitania: estos hombres suelen ser muy interesantes. Interesantes no por su cuenta bancaria, no necesariamente por lo que representan, sino por cómo son, por lo que hacen, por sus sueños y aspiraciones. Eso no es algo con lo que una mujer se encuentra todos los días, ¿no es cierto? No se trata de dependencia ni subordinación, algo que ni buscamos ni deseamos, sino de un aspecto para mí fundamental del amor como es la admiración hacia nuestra pareja. Normalmente estos son hombres fuertes, inteligentes, a los que nadie les ha regalado nada y que han llegado a donde han llegado por su propio esfuerzo. No hay nada más atávico que esta atracción. Desde la madrugada de la humanidad, la mujeres hemos buscado al líder de la manada para que nos proteja. Unas veces creemos verlo en la belleza, en la fortaleza física, en la juventud. Otras buscamos más allá de la simple atracción sexual, en el cerebro, en un talento y una voluntad que se haya trazado sus metas y las haya logrado. Más allá del cálculo, por la simple y siempre menospreciada admiración intelectual. Esa es la razón para que la edad que separa a esas parejas no sea importante: Hollande tiene 17 años más que Julie; a Antonioni le separaban 40 años de su mujer y, sin ir más lejos, yo me llevaba 22 años con mi difunto marido. Modestia aparte, podía haber elegido a unos cuantos, no me faltaban alternativas, precisamente, pero lo elegí a él. Lo mismo parece haberle sucedido con Hollande a Julie Gayet, guapa, con éxito y dueña, para más señas, de un castillo del siglo XVII.
 
¿Se enamora una de la persona o de la personalidad pública? Los hombres suelen sentirse amenazados por las mujeres con éxito, por el síndrome de Dennis Thatcher, por una existencia vicaria como la que se le supone al señor Merkel. Por contra, nosotras nos enamoramos del paquete, del conjunto, de la persona y sus circunstancias. ¿Son todos los hombres poderosos fascinantes? Como en todos los grupos sociales, ellos también tienen sus defectos, normalmente muchos. Tienden a la soberbia, a la impaciencia, a la complacencia con ellos mismos. También hay mujeres que se acercan a los poderosos buscando fortuna y fama. O poder en el sentido más agresivo de la palabra, un hombre con la llave del botón nuclear, como aparentemente dicen que buscaba Carla Bruni antes de conocer a Sarko. Pero, en este mundo de la uniformidad forzada, ellos, los poderosos, tienen algo que les distingue además de los oropeles: conocimientos, experiencias, una visión, la capacidad de cambiar las cosas, de influir en la historia. El otro día una amiga me comentaba lo rápido que pasa la vida cuando vivimos y lo lento que transcurre el tiempo cuando sobrevivimos.
 
Seguramente dentro de unos años, se arrepienta o no de la historia que ahora protagoniza, Julie Gayet pensará lo mismo. En estos momentos la imagino, como me ocurrió a mí en una situación similar, abrumada por un embrollo que la desborda. Sin embargo, nadie se para a pensar que detrás de todo esto puede existir una mujer enamorada. Y es que al fin y al cabo, como diría Rocío Jurado, ¿qué sabe nadie lo que preferimos o no preferimos en el amor?"
 
 
La reacción más enconada que suele causar un hecho de este tipo es culpar a la mujer que se ha arrejuntado al hombre poderoso por su propio interés, aquello tan viejo de la "pelandusca" que se va con el tío con dinero para vivir mejor que con otro más pobre. Podríamos decir que es algo ya trasnochado pero mentiríamos, ya que ese tipo de uniones siguen y seguirán existiendo, también por parte de hombres que se acercan a mujeres con dinero o estatus social. Yo tuve la ocasión de trabajar hace años con una chica que traía a la redacción de cabeza por su atractivo físico y ella se dejaba querer, sabía del poder que tenía y sabía usarlo. Esta chica tenía la costumbre de dejarse caer por bares de copas de Madrid donde van los futbolistas a pasárselo bien mientras sus aficionados están deprimidos en casa por sus derrotas y había alguno que otro que le mandaba mensajes o le llamaba para quedar, todo esto oído de sus propios labios. A ella le gustaban ese tipo de hombres y los curritos de medio pelo que tenía en la redacción babeando por ella se la traían al fresco y no le importaba lo que dijeran de ella, era una "groupie" de los futbolistas y a ellos tampoco les amargaba el dulce, un caso que en inglés lo llaman "win-win", las dos partes salen ganando. Hace tiempo que no sé de ella y desconozco si habrá tenido suerte en su búsqueda del futbolista, de momento no la he visto en programas o revistas del cotilleo.
 
No quiero decir con ésto que siempre esté detrás el interés, porque como dice Carmen Posadas pueden influir muchos otros factores y cada uno es cada uno. Por ejemplo, la actriz italiana Sofía Loren nunca se separó de su marido, el productor Carlo Ponti, fallecido hace unos años y que fue su descubridor e impulsor en la industria del cine. Él era dos décadas mayor que ella y ella tuvo a sus pies a todos los hombres de su tiempo, incluidas grandes estrellas de Hollywood, a las que siempre desechó. Ella había crecido sin figura paterna y Ponti era esa figura, así que no necesitaba más.
 
 
No se puede negar que a pesar de ser seres racionales también somos animales y por ello los instintos también cuentan y muchas veces esos instintos son tremendamente materialistas. Mucha gente inconscientemente, sin planteárselo en su cabeza, necesita aferrarse a quién desprenda poder, porque ese instinto de supervivencia les dice que la vida va a ser más fácil con el que domina la manada, por tener mayores medios para subsistir. Y ese poder que desprenden puede ser monetario, puede ser una personalidad que arrolle con todo o puede ser una transmisión inmediata de confianza y seguridad. Esto es más viejo que el andar a pie y seguirá pasando, para que generaciones venideras sigan sorprendiéndose con estos fenómenos y muchos sigan diciendo "¿pero qué ha visto en él/ella?".