Estos días ha llegado a
los cines “El hombre más buscado”, la penúltima película que rodó el actor
Philip Seymour Hoffman antes de morir por sobredosis de drogas mientras todavía
no había acabado su participación en la saga de “Los juegos del hambre”. No he
visto aún la película, pero he leído comentarios acerca del mal aspecto que
luce Seymour Hoffman, más gordo que nunca, con la voz rota y aspecto demacrado
y tristón, en parte por exigencias del personaje y en parte porque ya se intuía
el infierno que atravesaba el intérprete y que le llevó a la muerte unos meses
más tarde.
Este verano conocíamos
también el suicidio de otro actor, Robin Williams, que se ahorcaba con un
cinturón al no poder superar una depresión que le había carcomido el alma y le
había dejado sin fuerzas para vivir. Un actor que fue muy conocido por sus
papeles cómicos en varias películas y al que la mayoría del público
identificaba como un payasete muy eficaz. Un actor que sin embargo también supo
brillar en papeles dramáticos y mostró que el payaso podía estar más triste de
lo que parecía.
Y no acaba aquí la cosa
en lo que respecta al mundo actoral, pues hace pocas semanas salía publicada
una entrevista con George Clooney (un actor que siempre ha hecho gala del humor
en muchos de sus papeles y apariciones públicas) en la que hablaba de las veces
que se había planteado el suicidio a causa de una insatisfacción vital que no
se le iba.
Ni Seymour Hoffman, ni
Williams ni Clooney han sido unos fracasados, si acaso Williams ya había dejado
atrás sus años de gloria, pero aún seguía haciendo cine. Los tres han sido
intérpretes de fama, cada uno en su estilo, algo que no parece haberles llenado
del todo, algo que a la gente de a pie le cuesta entender porque no conciben
que gente que lo tiene todo pueda llegar a sufrir, porque si lo pasan mal los
que parecen tenerlo todo qué se supone que deben hacer los menos favorecidos. Y
esa es una pregunta entendible, pero el carácter humano siempre se caracteriza
por buscar algo más y esa búsqueda, unida a un carácter con una mayor
sensibilidad, común a las profesiones artísticas, puede producir resultados
nefastos de descontento, que tratan de ahogarse con cosas que produzcan
bienestar. Seymour Hoffman y Williams ya habían estado implicados en casos de
adicción al alcohol y las drogas, algo que dejaron atrás por un tiempo y en lo
que volvieron a recaer para tratar de buscar un consuelo a unas penurias que
habían reaparecido con fuerza y que les costaron la vida, porque decidieron
huir en lugar de enfrentarse a todo ello.
Yo tengo una
personalidad que tiende a la melancolía y suelo pasar por ocasionales dientes
de sierra emocionales, por etapas donde lo veo todo bastante mal y sin solución
satisfactoria. Etapas en la que pienso que soy un fraude, un pobre idiota que
no hará nada con su vida y que morirá solo y sin tener donde caerse, sin que a
nadie le importe. Estos momentos suelen ser temporales, de pocos días y suelen
ser superados a través de la resistencia propia y la que me da la gente a la
que quiero y que me gusta sentir cerca, especialmente en esos malos tragos.
Pero ha habido ocasiones donde esos dientes de sierra se han convertido en
oscuros pozos negros en los que creía que me iba a volver loco y de los que he
salido de milagro, quizá por puro instinto de supervivencia. Recuerdo mis 16,17
años y lo cabreado que estaba con todo, cuando me vino el pavo de la
adolescencia y empecé a suspender en el colegio, a discutir con todo el mundo y
la de veces que me asomaba a la ventana de mi cuarto pensando en lo fácil que
sería dar un saltito y acabar con todo. En mis años universitarios, cuando aún
no había cumplido los 20, tuve otra de esas crisis a causa de un cruel
desengaño amoroso y la ansiedad que aquello generó me llegó a repercutir
incluso a nivel físico, con ataques de pánico que me hicieron ingresar en
urgencias con un amago de infarto. Aún recuerdo las palabras del médico que me
atendió, que me hizo de improvisado psicólogo pues fue el primero al que conté
aquel problema que me ahogaba, recomendándome que me tomara la vida con más
calma o no iba a llegar muy lejos.
Bien sabe Dios que aquello fue un punto de
inflexión en mi vida y aunque me dejó cierto miedo a querer por temor a sufrir
daños así, aprendí a tomarme las cosas con más filosofía. Sin embargo, esos
fantasmas siempre están al acecho esperando colarse por alguna rendija que les
abras y recuerdo la última vez que me pasó, hará cosa de unos 4 años, cuando el
trabajo que entonces tenía había empezado a parecerme lo peor y detestaba las
dobleces y el carácter falsario de muchos de mis compañeros. Una parte de mí
estaba pidiéndome salir de allí, pero sin saber a dónde dirigirme, que es la
peor de las situaciones. Empecé a dormir poco y a descuidar mi aspecto, engordé
y perdí pelo y fue viéndome un día en el espejo donde comprobé a donde estaba
llegando y fue mi instinto de conservación el que me avisó de que saliera de
ahí. Afortunadamente, la crisis ya había llegado y perdí mi trabajo por un
recorte de plantilla, de modo que ese fue el impulso para dejar aquella ciudad
y aquel entorno y empezar de cero en la gran ciudad donde ahora me encuentro,
sin que haya vuelto a poner los pies en la ciudad que dejé ni haya hablado con
nadie de los que quedaron atrás, que mostraron su verdadera catadura al no
mostrar el más mínimo interés de hacia donde me iba. Yo no soy un pejiguero que
necesite que me pasen la mano por la cabeza todo el día, de hecho nunca me ha
gustado, pero sé que soy inseguro y demasiado autocrítico y necesito que de vez
en cuando me echen un capote por encima y que me digan que todo está bien, algo
que trato de hacer con la gente a la que quiero cuando ellos están mal, porque
me ha ayudado a salir de esos malos momentos. En el momento de escribir estas
líneas pienso en ellos y debo admitir que si sigo aquí es gracias a su
contribución, a veces sin que ellos lo supieran me estaban dando la vida. Como ese "With a little help of my friends" que compusieron los Beatles y versionó Joe Cocker y que hizo famosa por su uso como sintonía de la serie "Aquellos maravillosos años".
Imagino que un consuelo
así es lo que les faltó a Seymour Hoffman o Williams, que buscaron refugio en
unas sustancias que solo dan un placer pasajero antes que pasen sus efectos y te devuelvan con
intereses la mierda que creías haber dejado atrás, por eso los alcohólicos y
drogadictos necesitan siempre la siguiente dosis. No obstante, ante el drama
cotidiano existe la posibilidad de penar hasta purgar todo lo que te hace daño
o seguir la vía inconsciente y engañosa de tirar hacia adelante y no dejar
espacio para el dolor, algo en lo que la vida también nos da ejemplos en todos
sus estratos. Por ejemplo, me acuerdo ahora de la presentadora televisiva
Raquel Sánchez Silva, que hace menos de año y medio perdió a su marido después
de que este se suicidara y tras el dolor de la pérdida y de una serie de
acusaciones en las que se especulaba sobre su culpabilidad en el caso ahora
vuelve a estar emparejada y “con nuevo amor” si parafraseamos los melosos (y
absurdos) adjetivos con que las revistas del corazón empaquetan a todas las
relaciones que surgen, aunque no se trate más que de cuatro polvos que duran
una temporada.
El caso de Sánchez
Silva siempre me ha interesado, por esa capacidad de sobreponerse con tanta
rapidez y ha sido a través de entrevistas suyas donde he visto que ella es de
esas personas que prefieren pasar tres días encerradas llorando y al cuarto
salen a la calle y tratan de esconder los restos para empezar de nuevo, como si
nada hubiera pasado para no dejar más espacio al dolor, aunque este siga ahí.
Algo parecido está sucediendo con la actriz María Valverde, que ha roto su relación
con el actor Mario Casas años después de empezarla con la película juvenil
aquella de “A tres metros sobre el cielo”, que hizo que mucha gente conociera a
la actriz, a pesar de que esta llevaba ya años haciendo cine y había ganado
incluso un Goya por “La flaqueza del bolchevique”. Cosas del público masivo,
que hasta que un actor no sale en un taquillazo o una serie de televisión
parece que no existe.
El caso es que la
relación de Casas y Valverde parece ser que se había acabado hacía meses aunque
se haya dado a conocer ahora y no por ello la actriz ha dejado de colgar en sus
redes sociales fotos de lugares donde ha estado en verano y asegura que ha sido
el mejor verano de su vida. Todo ello mientras en algunas de esas instantáneas
quedaba claro que su aspecto había empeorado y se la veía más delgada y
demacrada, producto seguramente de muchos momentos de dolor que quedaban fuera
de las fotos, por esa función de marketing de uno mismo que parecen haber
ganado las redes sociales, donde siempre hay que vender marca e imagen positiva
para que no te consideren un muermo.
La forma de actuar de
Sánchez Silva y Valverde desde el punto de vista del melancólico da un poco de
rabia por su falsedad, pues la pena no es como una basura de la que te
desprendes y a otra cosa mariposa, porque sigue ahí, pero quizá es más
inteligente que la de rumiar la pena hasta que esta te haya devorado. Yo
siempre siento esa contradicción ante aquellos que actúan ante los problemas
como si no existieran, les acuso y a la vez les admiro porque nunca he sido
capaz de actuar así, de hecho la única vez que he podido esconder el dolor de
la vista de los otros y fingir que todo iba bien ha sido en la crisis de los
años universitarios que comentaba párrafos atrás y ya ven como terminó.
Sea como fuere, parece
claro que estas mujeres, como tantas otras personas que ven las cosas de ese
modo, luchan por salir adelante aunque sea a costa de engañarse a sí mismas, en
una huida incesante hasta el momento donde todo lo negativo deje de
perseguirlas y se quede atrás. Quizá es lo que hice yo mismo en ocasiones
pasadas, lo que habrá tratado de hacer George Clooney y lo que debieron hacer
Philip Seymour Hoffman y Robin Williams y tantos otros que decidieron acabar
con su vida cuando les pareció insoportable. Al final se trata de salir
adelante, de la manera que sea, como muy bien quedaba reflejado en la excelente
película “Náufrago” (que tantas veces he visto en los momentos bajos), donde el personaje de Tom Hanks regresaba a casa tras años
de soledad en una isla desierta y se encontraba con que, tras el sufrimiento pasado, había
perdido su vida anterior y debía recomponerse para seguir respirando y afrontar
lo que traiga la marea. Toda una metáfora vital de la que siempre se puede aprender.
Cuando era pequeña mi padre me decía que el suicidio era de cobardes y nunca lo entendí. Para mí entonces quitarse la vida era un acto que conllevaba mucho valor. Con el tiempo aprendí que a veces quitarse la vida es la salida más fácil y lo que supone valor realmente es seguir viviendo.
ResponderEliminarSí que cuesta aceptar que esta gente que lo tiene todo en teoría no le compense la vida, pero muchas veces el éxito y la felicidad no van de la mano.
¿La mejor solución para sobrellevar los bajones?. No la hay, lo único es mantenerse ocupado y no pensar mucho, pero es difícil.
La vida no deja de ser un juego y el suicidio es una forma de retirada, de decir que ya está bien, ya se acabó, algo que sin embargo solo afecta muchos menos de los que piensan en ello, porque el instinto de supervivencia y la esperanza de que todo pueda mejorar nos retienen aquí. Y eso le pasa al hombre más forrado y al mendigo que duerme en la calle.
EliminarCreo que la solución que comentas es la más adecuada, tiene algo de hipócrita y de negación de la realidad, pero es el único modo de cambiarla
¡Buenas!
ResponderEliminarBuena entrada, bien escrita.
Aunque en los momentos bajos nunca ves venir lo que va a pasar ni el grado en que te va a afectar, yo creo que lo importante es saber manejar la situación. En tu caso, vives ese decaimiento hasta que consigues superarlo. Pero bueno, eso es lo que yo pienso, que tengo una mentalidad muy funcional, a veces demasiado. Por ello, no tengo paciencia para las desgracias; sí, suceden, es inevitable, y te marcan, por supuesto, pero yo las vivo y enseguida he de pasar a otra cosa, sobre todo, a la normalidad. Sí, las penas siguen revoloteando por dentro, y no es que las esconda, si me preguntan, hablaré de ello, pero no me regodeo, no puedo. Por ello entiendo un poco a Sánchez Silva y a Valverde, si es que sus historias son tal cual las conocemos, que, como dices, de lo que se vende como imagen no se sabe muy bien lo que es verdad. Yo creo que las relaciones de ambas estaban enfriándose.
Hasta donde yo sé, lo malo de la impaciencia con los momentos bajos es cuando te estancas personalmente en uno de ellos y no puedes seguir adelante, y entonces lo más normal es que tires para atrás a un estado anterior, más cómodo, supongo. Eso te hace un poco miedica.
Y que conste que respeto a la gente que se lo toma con calma para seguir adelante, es muy comprensible.
¡Hale, toma rollo sobre la tristeza! Me pregunto si sobre la alegría escribiría tanto, jejeje.
¡Saludicos alegres!
Bueno, ya se sabe que la tristeza es una de las mayores fuentes de la creatividad, la alegría anestesia nuestro ánimo y nos hace ver que, simplemente, todo está bien, no hay más vueltas que dar. Sin embargo, la tristeza tiene muchas más aristas y detalles en los que pensar. Si gente como Nietzsche o Camus hubiera llevado una vida plena nos habríamos quedado sin sus obras y su conocimiento del género humano. Aunque de todos modos creo que hay formas de ser que tienden a la melancolía de forma natural, no pueden evitarlo por bien que se encuentren, siempre surgirá la sombra de la pena en momentos puntuales. La clave es que solo sea una visita breve, que no venga a quedarse.
EliminarSaludicos alegres para ti también