En
las últimas semanas he tenido la oportunidad de ver algunas
películas en las que estaba interesado y al no tener mucho tiempo
para hablar de ellas a medida que las veía y por no ir desperdigando
las críticas de forma cansina, he optado por hacer una entrada
tamaño XXL en la que recopilo mis impresiones de todas ellas. Hoy
les hablaré de “El niño, “Amigos de más”, “Boyhood” y
“Jersey Boys”.
Siempre
se dice que un crítico de cine es un cineasta frustrado, del mismo
modo que existe el dicho de que quien no sabe hacer se dedica a
enseñar. A veces es un dicho injusto, pero en otras ocasiones es muy
real y existen varios ejemplos de críticos de cine que en su momento
aspiraron a hacer películas y que al no tener el talento o la
disposición de hacerlas, se conformaron con hablar de otros y
ejercer una profesión en la que podían disfrutar de su pasión por
el séptimo arte desde el lado del espectador. Por eso los críticos
critican, valga la redundancia, porque a la hora de analizarla ellos
ven la película como les gustaría que fuese, como lo que ellos
harían de ser el director, yo mismo siento esa sensación cuando
hablo por aquí de películas a pesar de no dedicarme a la crítica
de cine. Por eso creo que no hay que santificar al crítico, porque
todo acaba siendo cuestión de gustos y opiniones y te puede pasar
que al crítico le guste un tipo de cine que a ti no y vayas a ver
alguna de las películas que recomienda y te sientas cabreado por
perder el tiempo y el dinero o estúpido por no saber apreciarla del
mismo modo. Así, hay gente flipada con el terror y el fantástico
que pondera con entusiasmo cualquier película de ese género aunque
luego las veas y compruebes que muchas son deleznables y otros que no
pueden ver las comedias americanas o las películas de época y nunca
hablarán bien de filmes destacables en ambos ámbitos. Yo pequé de
esa inocencia en mis arranques como cinéfilo y vi películas que
decía este y aquel que eran maravillosas y a mí me parecían lo
peor, antes de comprender de que lo que realmente necesitaba era
formarme un criterio sólido y saber de quién fiarme y de quién no,
sabiendo de qué pie cojea cada uno.
A
pesar de todo, hay críticos que han conseguido saltar la barrera y
convertirse en cineastas. En Francia, la famosa “nouvelle vague”
apareció a través de una serie de personas como François Truffaut,
Jean Luc Godard, Claude Chabrol o Eric Rohmer, que empezaron
escribiendo sobre cine y acabaron renovándolo usando códigos ya
conocidos junto a otros que ellos creían convenientes, en el sueño
del crítico pudiendo rehacer las películas a su antojo. En España
tenemos como caso más destacado el del mallorquín Daniel Monzón,
que en los 90 fue crítico en revistas como “Fotogramas” y
programas como “Días de cine” antes de dar el salto tras la
cámara con “El corazón de guerrero” y seguir su carrera como
director con “El robo más grande jamás contado”, “La caja
Kovak” y “Celda 211”, que le consolidó con un gran éxito de
crítica y público. Ahora promete dar que hablar de nuevo con “El
niño”.
Dos jóvenes, El Niño (Jesús Castro) y El Compi (Jesús Carroza), quieren iniciarse en el mundo del
narcotráfico en el estrecho de Gibraltar. Riesgo, adrenalina y dinero al
alcance de cualquiera capaz de atravesar esa distancia en una lancha
cargada de hachís volando sobre las olas. Por su parte Jesús (Luis Tosar) y Eva (Bárbara Lennie) son
dos agentes de Policía antidroga que llevan años tratando de demostrar
que la ruta del hachís es ahora uno de los principales coladeros de la
cocaína en Europa. Su objetivo es El Inglés (Ian McShane), el hombre que mueve los
hilos desde Gibraltar, su base de operaciones. Los destinos de estos personajes a ambos lados de la ley
terminan por cruzarse para descubrir que el enfrentamiento de sus
respectivos mundos era más peligroso, complejo y moralmente ambiguo de
lo que hubieran imaginado.
Cuando
el estrecho de Gibraltar ocupa las portadas de los medios
informativos suele ser por temas de inmigración ilegal y de
africanos que tratan de cruzar como sea los kilómetros que separan
su continente de Europa, para ellos tierra de abundancia y donde
empezar una nueva vida. Sin embargo, como puerta de Europa, el
estrecho también es lugar de tráfico de mercancías de todo tipo,
entre ellas de drogas. Un escenario en el que muchos se ponen las
botas gracias a la audacia de tipos que no dudan en jugarse la vida
pasando las sustancias ilegales a pesar de la persecución de la que
son objeto por parte de los policías.
El
dinero rápido y el espíritu de aventura es lo que mueve a jóvenes
como El Niño y El Compi. Los dos pasan de ser unos parias del
escalafón social a triunfar gracias a la pericia de El Niño
conduciendo lanchas motoras para transportar la droga. Por el otro
lado están los agentes de la autoridad que luchan contra algo que,
como muestra la película, es como el mito de Sísifo, una labor
condenada a tener que repetirse hasta el infinito porque el crimen
siempre está ahí presente, incluso contaminando a algunos de sus
miembros, que optan por el camino fácil y al no poder vencer al
enemigo se unen a él. Los personajes luchan contra algo más grande
que ellos, que es un mar de corrupción tan inabarcable como el
océano que todos ellos pueden contemplar desde ambos lados del
Estrecho.
Monzón
dirige con pulso esta historia que mantiene el interés durante las
dos horas largas que dura, uniendo adecuadamente los momentos de
acción con la exploración psicológica de sus protagonistas. Sin
embargo, a veces la atención se centra demasiado en los chavales y
se puede echar en falta algo más de introspección en algunos de los
policías, como el que interpreta Bárbara Lennie, de la que no
sabemos mucho más aparte de que es la compañera de fatigas del
personaje de Tosar (que aquí luce un bisoñé que tampoco tiene mucho sentido). Todos los actores cumplen en su labor y la
película nos deja el descubrimiento de Jesús Castro, debutante en
el mundo del cine y que muestra presencia aunque se le nota algo
verde a la hora de interpretar. Mucho mejor está Jesús Carroza, que
interpreta a su compañero de fatigas y que con este papel supera
los años de olvido, haciendo papeles de poco fuste, en los que se
había sumido tras ganar el Goya al actor revelación por su
intervención en “Siete vírgenes” junto a Juan José Ballesta
(otro semiolvidado que parecía que se iba a comer el mundo).
“El
niño” es una película que ha logrado un gran éxito de taquilla
gracias a la promoción del Grupo Mediaset, productora de la película
que este año se ha coronado como una gran maquinaria de publicidad,
ayudada por el alto número de canales televisivos que posee y que en
su momento ya contribuyó al éxito de “Ocho apellidos vascos”.
Si aquella no dejaba de ser una comedia que apostaba por el sainete
más populachero para agradar a todo el mundo, “El niño” es un thriller
donde se usan códigos del cine americano aplicados a realidades que
nos son más cercanas, algo que Monzón ya hizo con acierto en la
celebrada “Celda 211”. Los casos de ambas películas demuestran
que la gente está dispuesta a ir al cine si el producto les atrae y
está dispuesta a ver cine español, un cine que produce películas
buenas, regulares y horrorosas, pero que no merece la crítica
gratuita de aquellos que demuestran con orgullo su ignorancia
diciendo que solo vive de la Guerra Civil y los desnudos.
Me
van a permitir que ahora cruce el Atlántico y me vaya a la ciudad
canadiense de Toronto, esa Nueva York en versión reducida y que uno
de esos lugares que alguna vez me gustaría visitar. En Toronto se
desarrolla la acción de “Amigos de más”, una nueva aproximación
a las historias de dos personas que se conocen y que se gustan, pero
que por diversas circunstancias no pueden ser nada más que amigos.
Wallace (Daniel Radcliffe) y Chantry (Zoe Kazan) se conocen en una
fiesta mientras leen poesía escrita con imanes de nevera y descubren que
poseen una química excelente... como amigos. Entre ellos se crea una
relación en la que hablan de todo, desde películas a enfermedades o
regalos de Navidad decepcionantes. Parece la amistad perfecta, pero hay
un problema: Chantry tiene novio formal y Wallace está locamente
enamorado de ella.
“Amigos de más” viene dirigida por el canadiense Michael Dowse y supone un nuevo modo de ver a Daniel Radcliffe, que siempre estará unido a su rol de Harry Potter en las películas que se hicieron del niño mago y que sin embargo ya ha crecido y es un hombre hecho y derecho, aquejado de problemas amorosos. A simple vista, su personaje de Wallace es un perdedor de libro, que renunció a su vocación como médico por un desengaño sentimental, aguanta con resignación las numerosas conquistas de su amigo Allan, vive con su hermana , se sienta en el tejado de casa a pensar sobre sus frustraciones vitales y aunque se muestra resentido con el sentimiento amoroso va al cine a ver historias románticas como “La princesa prometida”, algo que le convierte en un “fracasado total”, en palabras de Chantry, su nuevo objeto de interés. Ella es una joven que se dedica al mundo de la ilustración y que en ocasiones proyecta sus pensamientos a través de un trasunto de ella misma en versión animada. Tiene un novio de hace años y empieza apreciando su nueva amistad con Wallace, al que conoce en una fiesta. Una amistad que será puesta a prueba cuando su novio se traslade a Dublín por cuestiones de trabajo y Wallace acabe siendo una especie de sustituto que le dé el cariño que le falta en su día a día.
En
la película se habla de esos sentimientos tan universales de las
fronteras entre amistad y amor entre hombres y mujeres, de cuando el
amor más candoroso empieza a tomar un cariz diferente y una de las
partes no puede dejar de ver a la otra como una amistad. Siempre se
habla de la imposibilidad de la amistad entre gente de distinto sexo
porque la atracción siempre va a surgir, algo en lo que no estoy de
acuerdo, pues he experimentado relaciones amistosas con otras mujeres
por las que no he sentido la necesidad de convertirme en su novio, de
quererlas pero no de verme como su pareja. Creo que la clave es no
engañarse, saber distinguir los sentimientos, el modo en que te
atrae la otra persona y saber que si quieres algo más que amistad no
te engañes tratando de ser su amigo, porque lo que deseas es otra
cosa y la frustración solo te traerá dolor.
En
“Amigos de más” me sorprende para bien el buen trabajo de Daniel
Radcliffe, que muestra que más allá de ser Potter para los restos,
puede desenvolverse bien en otros roles y compone con acierto su
papel de perdedor con buen fondo. Zoe Kazan muestra una vez más su
encanto algo naif, tal como hizo en sus intervenciones en
“Revolutionary Road” o “Ruby Sparks” y Adam Driver pone el
contrapunto extravagante, algo en lo que se ha especializado desde su
revelación en la serie “Girls”. Una película agradable de ver y
que nos habla de esas pequeñas cosas que forman finalmente nuestra
vida.
De
las pequeñas grandes cosas sabe bastante Richard Linklater, uno de
esos directores que se ha construido una carrera mucho más apreciada
por el público cinéfilo que por las grandes masas. Su cine nunca ha
sido experimental ni especialmente arriesgado, pero sin embargo sus
películas han estado lejos de ser grandes éxitos de taquilla y han
tenido un toque personal. Por ejemplo, su obra más famosa es la
trilogía “Antes de…”, en la que Ethan Hawke y Julie Delpy se
enamoran y se desenamoran en el amanecer, el atardecer y el
anochecer, una obra de tono romántico que está lejos del calado
popular de tantas comedias románticas protagonizadas por las Julia
Roberts, Sandra Bullock y Jennifer Aniston de turno, a pesar de que
su calidad y su realismo es mucho mayor. Quizá sea por eso mismo,
que hay no poca gente que busca las películas lo más pastelosas
posible para no pensar en sus problemas y en que otro mundo es
posible.
Mientras
tanto, Linklater sigue a lo suyo y ahora ha estrenado “Boyhood”,
una película de apariencia convencional que tiene mucho de
experimental en su elaboración. Y es que a lo largo de 12 años el
director ha ido filmando a un pequeño grupo de actores durante unos
días cada año para mostrar el crecimiento y la evolución de un
joven, desde los 6 a los 18 años.
Uno
de los problemas que suele tener el aficionado al cine es la creación
de expectativas, cuando los trailers de las películas o los
comentarios de las primeras personas que las han visto generan un
gran entusiasmo y uno cree que se va a encontrar con una de esas
películas acontecimiento que le llegarán muy dentro y le cambiarán
la vida. En varias ocasiones se cumple ese refrán que asegura que
“vísperas de mucho, días de nada” y las ilusiones que se habían
puesto se ven decepcionadas, como en tantos aspectos de la vida. Algo
así ocurre con esta “Boyhood”, que desde su estreno en el
festival de Berlín hace unos meses generó un gran revuelo y muchos
hablaban de la película definitiva a la hora de mostrar el
crecimiento humano y que era una obra maestra como no había habido
otra en el cine. Lo que da la experiencia es que la piel se endurece
y las ilusiones se controlan mejor cuando se ha experimentado la
decepción, así que yo cojo con pinzas los comentarios entusiastas y
me dejo influir lo justo por ellos, a sabiendas de las otras veces
que muchos han visto una maravilla donde yo no veía gran cosa.
Porque “Boyhood” tiene la cosa novedosa de mostrar al mismo
personaje creciendo año a año, sin tener que usar a otros actores
para darle vida a lo largo de sus diversas etapas, pero más allá de
eso no deja de ser la clásica historia de aprendizaje vital que el
cine nos ha contado tantas veces, así que nada nuevo bajo el Sol.
Linklater
nos va mostrando el crecimiento del pequeño Mason a través de sus
vivencias junto a su madre, su hermana mayor, sus amigos, sus primeros amores, su padre y los
diversos padres políticos que va teniendo, que nunca hacen feliz a
su madre. Uno de los problemas de la historia es focalizar demasiado
la atención en Mason, que, como le dicen en un momento de la
película, es “un muermo” y cualquiera que comparta plano con él
tiene un mayor interés. Mason puede ser interesante como un trasunto
del espectador, que va observando lo que le rodea, pero no resulta
tan convincente cuando se trata de sus propias aventuras. En ello
influye también que Ellar Coltrane, el joven protagonista, no se
dedique a la actuación y su relación con la cámara se limita a
haber interpretado a Mason durante unos días cada año, al igual que sucede con Lorelei Linklater, hija del director, que pasa de ser una niña pizpireta
e inquieta a una adolescente callada y reconcentrada que va perdiendo protagonismo a medida que avanza el metraje porque estaba harta de grabar la película, según ha confesado Linklater. Por eso la
película sube muchos enteros cuando están en pantalla Patricia
Arquette o Ethan Hawke, para mí el verdadero sostén de esta
película. Cuando Hawke aparece la película sube enteros y cuando
no, se le echa en falta en su papel de padre que aparece de forma
eventual en la vida de Mason. El otro gran problema de “Boyhood”
es su ritmo, a veces irregular y que hace que sus 165 minutos de
duración se hagan largos y que se mire el reloj de vez en cuando (en
este sentido, no pude dejar de pensar en “La vida de Adele”, otra
historia de aprendizaje vital que duraba 3 horas y hasta se me hizo
corta, ya se sabe que el tiempo es relativo).
Pero
más allá de estos problemas, “Boyhood” es una buena película,
ambientada en el estado de Texas, del cual son nativos Linklater y
Hawke y que representa con ironía a esos Estados Unidos
tradicionales que tenemos en mente en Europa, con sus gentes jurando
lealtad a la bandera de Texas, con el conservadurismo político y
social o las armas y la Biblia como regalos para el cumpleaños de un
chaval de 15 años. El mayor acierto del filme es mostrar la
fugacidad y el descolocamiento de la experiencia vital, lo rápido que
pasa todo y lo poco que se ajustan nuestras aspiraciones a nuestras
realidades, siempre sujetas a una serie de vaivenes que muchas veces
escapan a nuestro control. Mason se pregunta en un momento dado cuál
es el sentido de la vida y su madre
llora cuando Mason se va a la universidad porque considera que una
vez criados sus hijos ya no le queda otra cosa que esperar la muerte
y siente que el tiempo se le ha escapado entre los dedos.
Con
todo ello, a pesar de que “Boyhood” me deja buenas sensaciones,
no deja de ser una de estas películas-río en las que pasan muchas
cosas a lo largo de los años y unas interesan más y otras menos,
con un resultado desigual. Yo me sigo quedando con la trilogía
“Antes de…”, que me parece más redonda en su conjunción de
cine arriesgado y comercial.
Y
si “Boyhood” habla del paso del tiempo y del cambio en las
relaciones humanas, también lo hace “Jersey Boys”, la penúltima
película de Clint Eastwood como director (porque ya tiene otra en
fase de montaje), en el que es su regreso tras la cámara tres años
después de “J.Edgar”, su biografía sobre la controvertida
personalidad del fundador del FBI, Edgar Hoover, que pasó
injustamente sin pena ni gloria. Ahora, el veterano Eastwood adapta
el musical “Jersey Boys”, inspirado en la vida de Frankie Valli y
los Four Seasons, un grupo surgido en los 60 y que hizo canciones aún
hoy recordadas como “Big girls don´t cry” o “Can´t take my
eyes off you”
Eastwood
hace gala una vez más de su clasicismo a la hora de plantear la
historia y nos ofrece un musical en el que, salvo al final, no hay
grandes coreografías de gente que se arranca a bailar y todos
conocen los pasos y los bailan al mismo tiempo. Aquí son las
canciones de Frankie Valli y los Four Seasons las que copan la
atención y se interpretan a su debido tiempo, en grabaciones o
conciertos, mientras entre medias vamos conociendo las entretelas de
los miembros del grupo, surgidos de la comunidad italoamericana de
Nueva Jersey y que hacen gala de los fuertes códigos de amistad y
familiaridad con los que siempre se ha retratado a ese grupo social y
no en vano tuvieron sus relaciones con la mafia de la zona, con el
gangster Gyp de Carlo, que fue una especie de Padrino para ellos.
El
gran defecto que podemos achacar a “Jersey Boys” es similar al
que podíamos encontrar en “Boyhood”, el hecho de ir narrando
varias cosas que se van sucediendo con los años y que por su
ocasional superficialidad a veces no calan en el espectador. El
problema con las películas biográficas es que sus protagonistas
tengan que seguir la habitual senda de
iniciación-éxito-fracaso-redención y condensar una vida en unas
dos horas de metraje, algo que se queda muy corto y que deja fuera
muchos hechos destacables y a eso no es ajeno “Jersey Boys”. Así,
vemos a personajes que parece que van a tener su importancia y
desaparecen del mapa y otros que están más tiempo en pantalla pero
de los que desconocemos muchos detalles. Un caso bien claro se
comprueba en la relación de Frankie Valli con su familia, a la que
apenas vemos y en un momento dado Eastwood nos muestra que tiene a 3
hijas bien crecidas que casi dan susto porque no sabemos de dónde
han salido, ni se ha mostrado su nacimiento ni se habla de ellas.
Será con una de ellas con la que Valli tendrá una relación
especial que en la película queda muy impostada, mostrando a la
muchacha de golpe y porrazo y sacándola con igual rapidez, sin que
el espectador sienta lo más mínimo. Puede ser válido como metáfora
de lo poco que Valli veía a su familia a causa de su exitosa
carrera, pero aún pensando eso no deja de haber cierta torpeza
narrativa, algo raro siendo el tema de la relación paterno-filial un
asunto recurrente en la filmografía de Eastwood.
Lo
que es de agradecer es que el director no se haya dejado llevar por
la corriente de poner a grandes estrellas como protagonistas y haya
optado por un reparto de nombres anónimos para el gran público,
siendo Christopher Walken el único conocido. Todos ellos cumplen con
su papel sin grandes alardes, en conjunción con una película que se
deja ver pero que tampoco será recordada como una de las mejores de
su director. Un director que a sus 84 años se niega a jubilarse y
que sigue haciendo las historias que le interesan a su manera, porque
ya no tiene que andar demostrando nada al resto del mundo.
Ninguna me llama especialmente, pero rechazar sólo rechazo de entrada la de Eastwood, que no me interesa nada y parece que está decepcionando en general.
ResponderEliminarDe las otras igual elegiría la española, aunque con pocas expectativas. Me gustó Celda 211, pero El niño se me da un aire a Grupo 8 y no me moló demasiado.
A "Grupo 7" imagino que te referirás, le has añadido otro miembro, jajaja. Pues mira, tanto esa como "El niño" me parecen dos thrillers a la española muy sólidos, que saben combinar el modelo americano con la realidad del entorno en el que tienen lugar. La promoción de "El niño" ha hecho que vaya a verla mucho público de Telecinco que ha salido espantado de la película, esperando quizá encontrarse con algo telefilmero de chulazos y tremendillas estilo "Sin tetas no hay paraíso", pero es una película destacable
EliminarEn la que más interés tengo es e "Amigos de más". Me encanta Daniel Radcliffe y no suelo perderme ninguno de sus proyectos.
ResponderEliminarun saludo :)
A mí Radcliffe nunca me gustó mucho, ni siquiera en los tiempos de Harry Potter, saga que abandoné a la quinta película, cuando ya me noté demasiado mayor para interesarme mucho por sus aventuras. Aquí su físico se adapta bien a ese papel de pringadillo y demuestra que puede ser un actor a tener en cuenta.
EliminarUn saludete