Una cosa que siempre me ha llamado la atención es la capacidad de algunas personas para los extremismos sentimentales/amorosos, es decir, para cambiar de pareja con la misma rapidez que se cambian de ropa o para engancharse a una media naranja de la que no se separan nunca aunque no les falten motivos. En ambos casos me parece que hay algo de engaño, a la otra persona y a uno mismo. En el caso de la gente que deja una relación y enseguida está con otra hay un engaño en esa rapidez en encontrar de nuevo el amor, algo dificil de creer, porque si lo encuentra tan rápido es porque realmente no quería tanto a su anterior pareja o porque quiere engañarse y autoconvencerse de que lo que nuevo que consigue es mucho mejor que lo que tenía. Y si hablamos de la gente que no está a gusto con su pareja pero no la deja por miedo a la soledad o al qué dirán los que los rodean (algo habitual en las relaciones largas, donde se ha creado un vínculo con personas cercanas al otro miembro de la pareja), con lo que también se engañan a sí mismas, asumiendo su relación como una condena que hay que aguantar y engañan a los demás fingiendo un amor que no existe del modo en que se cree.
Está claro que yo veo las cosas desde un punto de vista que no es el mismo de los que están implicados, porque desde dentro siempre se ven las cosas de otro modo y los sentimientos llevan a cometer ciertas locuras, porque la madre del hombre más malo del mundo siempre le seguirá queriendo como su hijo. Y será por eso por lo que me llama la atención mucho el fenómeno de la gente que no puede o no sabe estar sola, un hecho que me ha venido a la cabeza al leer un artículo aparecido en la revista "Mujer Hoy" y que reza del modo que sigue.
"Ser soltera en el año 2014 no
es un problema, sino un estado
civil. Según el Centro de
Investigaciones Sociológicas
(CIS), el 27,3% de los españoles
lo son y la cifra no ha parado
de aumentar en las dos últimas
décadas. Según la Encuesta
de Población Activa, de los
15 millones de solteros, separados,
divorciados y viudos
que existían en 2005 hemos
pasado a poco más de 17 millones.
Y los que han roto con
la pareja han aumentado un
54% y representan ya al 5,5%
de la población española (2,1
millones de personas).
La situación arrastra, además,
un boyante negocio para
dar respuesta a las necesidades
de los que viven solos.
Ni siquiera el lenguaje es el
mismo: se llaman “singles” o
impares; ya no hay solterones.
Pero las cosas no siempre fueron así. Seguro que todavía
muchas hemos escuchado expresiones como “quedarse para
vestir santos”, “se le ha pasado el arroz”, “es una solterona”…
Hubo un tiempo en que no casarse era una maldición para las
mujeres. Hoy hablamos del reloj biológico, el de la maternidad,
precisamente porque las mujeres hacen muchas cosas antes
de pensar en casarse o tener hijos: estudiar, viajar, desarrollar
su carrera profesional, tener muchas relaciones…
La salvaguarda del matrimonio
Pero en la época de nuestras abuelas –e incluso de nuestras
madres— una mujer sin novio a los 25 años era un caso perdido.
Las solteras no solo no tenían futuro como mujeres –sin hijos, en
un tiempo en el que la maternidad era imprescindible–, tampoco
capacidad de supervivencia: era frecuente que dependieran
económicamente de otros parientes, porque nadie educaba
a las chicas para que tuvieran una profesión. El matrimonio
era una salvaguarda. Lo más a lo que podían aspirar era a ser
institutrices, maestras o subalternas en el servicio doméstico.
Y en otras ocasiones, su papel era de cuidadoras de todos los
miembros de la familia que envejecían o enfermeban. Las
novelas de Jane Austen, las hermanas Bronté, Clarín o Benito
Pérez Galdós están pobladas de estos
personajes llenos de patetismo, descritos
a menudos con crueldad, que
inspiran conmiseración y simbolizan
lo que ninguna mujer quería ser.
Sin embargo, la presión por encontrar
pareja ha quedado marcada
a fuego en la identidad de
muchas mujeres: la idea de
que las solteras eran pobres y
feas, que tenían algo de criaturas
desnaturalizadas, poco
femeninas, sumidas en una
existencia gris alejada del
placer, la sensualidad y la
atención masculina, siguen
aterrorizando a muchas chicas.
“Para algunas mujeres, su
identidad femenina depende
aún de la mirada masculina. Si
un hombre no mira, es como
si ellas no existieran”, asegura
la psicóloga Mariela Michelena,
autora de Me cuesta tanto
olvidarte (Temas de Hoy).
La independencia es soledad
y la temen más que a la
muerte. Por eso, buscan como
sea, evitar, primero, la ruptura,
y luego estar sin pareja. Enlazan
una relación con otra. O
soportan relaciones inanes,
dañinas; se engañan con una
atracción que, en realidad, no
sienten, con tal de no deambular
por ahí por sí mismas.
Sin embargo, hay varios
tipos de alérgicas a la soltería
y esta incapacidad, supuestamente
una decisión voluntaria,
para ser “single”, esconde gran
número de matices y conflictos,
a veces difíciles de sacar a la
luz sin un análisis profesional.
Están, en primer lugar, las
que comenzaron su relación
siendo adolescentes con el
compañero de colegio y, 20
años y varios hijos después,
siguen aparentemente igual de
enamoradas. Aparentemente.
Porque, sí, hay parejas que evolucionan
al mismo ritmo, seres
que encuentran esa “media
naranja” a la primera y llegan
a los 90 con ella.
Pero,
en general, cabría preguntarse
si un novio adolescente se
transforma con tanta facilidad
en una pareja adulta y compenetrada
cuando la niña que
éramos se ha convertido en
una mujer hecha y derecha.
Y si ambos caminan por el
mismo carril, al mismo ritmo
y con los mismos objetivos.
El segundo prototipo es el
de aquellas chicas que
afirman que “tienen una
necesidad enorme de afecto”
y no se recuerdan solas
salvo un corto intervalo de
unos meses. “En cuanto siento
que mi relación se tambalea,
me pongo manos a la obra,
casi de manera inconsciente,
para encontrar otra”, confiesa
Natalia, de 32 años. Muchas
presumen, además, de conservar
lazos estrechos (incluso
con derecho a roce) con sus
ex. Más que encadenar, acumulan
relaciones. ¿Cómo si
necesitaran estar rodeadas de
una cohorte de admiradores?
¿O porque solo se sienten a gusto en
plena efervescencia pasional, y cuando
esta desaparece, huyen?
Hay un tercer tipo basado en la permanente
relación “ni contigo, ni sin ti”, que nunca acaba, nunca
mejora, pero siempre sobrevive a lo largo de los años. Y, por fin,
un cuarto, quizá el más problemático: las mujeres que tienen
pavor a estar solas. “Este miedo tiene un nombre incluso: los
expertos lo llaman “anuptafobia”, explica el psicólogo Yvon
Dallaire. Más allá de la soledad, temen el abandono. Por eso,
permanecen en pareja por defecto o se lanzan a los brazos del
primero que aparece, para huir de una situación que no pueden
soportar. En el origen de estos miedos puede haber una ruptura
familiar o una separación
vivida de forma traumática.
En estos casos es necesario
ayuda profesional, para objetivar
ese miedo y salir de la
dependencia.
Necesidad de seguridad
Es cierto que nos movemos
en un mundo de parejas. Parece
que vivir solo no tiene
buena fama. Los expertos le
atribuyen a la pareja ventajas
sobre la salud, la felicidad, la
estabilidad emocional y la
esperanza de vida. Vivir en
pareja es también más “barato”,
aunque este no sea un
argumento romántico y no
funcione como motor de una
relación, pero es posible que sí
otorgue cierta tranquilidad en
el trasfondo de nuestra mente,
conectada con una necesidad
de seguridad más profunda.
La clave, una vez más, está
en elegir libremente. Nada hay
más dañino para la salud y
la felicidad que una relación
aburrida, agresiva o llena de
hipócritas convencionalismos.
Vamos, aquello que nuestras
abuelas, abocadas al matrimonio
sí o sí, expresaban con
el clásico “más vale solo que
mal acompañado”.
¿Por qué siguen unidas las parejas?
“Para que el amor se produzca hay que haber recorrido
un proceso determinado y tener una maduración
psicológica que no se da de entrada”, dice la psicoanalista
Isabel Menéndez, en su libro La construcción del amor
(Espasa). Estos son algunos elementos necesarios para
mantener una relación de largo aliento:
Que una pareja dure no es cuestión suerte. Se trata de
sacar adelante un proyecto común, basado en una misma
filosofía de vida.
Son necesarias cualidades relacionadas con la madurez
emocional: sentido de responsabilidad y cierta inteligencia
emocional. La pareja genera crisis y nos enfrenta a
problemas que tienen que ver con la forma de ser del otro.
La convivencia a lo largo plazo es un desafío y es
necesario tener destreza y capacidad para superar las
pruebas: perdonar, transigir, ceder…
Hay que tener sentido de equipo y saber negociar.
De la depresión al sentido del humor
Existe un grupo especialmente vulnerable a la depresión
entre las mujeres mayores de 40 años, en ocasiones con
hijos pero sin pareja estable, aunque sean independientes
económicamente y hayan desarrollado una carrera
profesional con éxito, según aseguran desde la Asociación
de Mujeres para la Salud, especializada en la atención
psicológica desde la perspectiva de género. Muchas
de esas mujeres son profesionales que postergaron la
creación de una familia, pero otras muchas son divorciadas
o separadas, que tomaron la iniciativa en romper con su
pareja y viven solas por primera vez.
La presión social sigue funcionando en este aspecto:
separadas o solteras suscitan cierta admiración por su
independencia, pero no pueden librarse de su propia
autocrítica, en un caso por no haber sido capaces de
fundar una familia y tener hijos (“tenerlo todo”) y en el otro,
por una sobrecarga de responsabilidades familiares, al
ocuparse de sus sus hijos y sus padres. Además, aunque
hayan tomado la decisión de romper un matrimonio que
no les satisfacía, siguen considerando la soledad como
fracaso. Muchas tienden a encadenar relaciones poco
enriquecedoras para su autoestima, sin tener tiempo de
pararse a pensar y cuidarse.
Junto a esta realidad, surge un tipo de mujeres cuya
arma es el sentido del humor.
Es el caso de la empresaria
y conferenciante estadounidense Melanie Notkin,
de 50 años. Su blog, publicado en el Huffingtonpost
norteamericano, ha dado la vuelta al mundo. “Sé lo que
estás pensando –escribe–, puedo leerlo en tu cara… Estás
tratando de averiguar si hay algo malo en mí. La pregunta
que te has hecho cuando has descubierto que era soltera y
que no tenía hijos es: ¿Qué problema tendrá?”.
Este es un artículo que a
pesar de salir publicado en una revista dirigida en principio a un público femenino también nos puede dar pistas de esos hombres que tampoco saben
estar solos, que sin duda los hay. No pocos hombres son niños grandes que necesitan a una "mami" a la que recurrir cuando lo necesitan, aún en el caso de que sean infieles por naturaleza y convicción. Todos hemos visto a hombres con novia a la que le ponen los cuernos cada dos por tres y en algunos casos hasta de forma consentida por la otra parte, como un acuerdo tácito en el que el hombre (y a veces también la mujer) tiene sus aventurillas por ahí y al final del día vuelve al hogar donde le espera la doncella que le dé su descanso del guerrero. Esos son los casos más flagrantes de hombres temerosos de la soledad, que necesitan atrapar toda la compañía que surge a su alrededor para llenar un vacío que apenas puede ser consolado porque nace de algo mucho más profundo, de un sentimiento de desamparo imposible de ocupar, de una falta de adaptación a la vida. Una vez más vuelvo a acordarme del Don Draper de la serie "Mad Men", ese personaje egoísta y aparentemente triunfador que en el fondo no tiene nada y que es de lo más fascinante que ha parido la ficción reciente.
Ya he comentado alguna vez que la soledad forzosa es una de las peores condenas que pueden caerle a cualquier persona, pero la soledad es algo con lo que tenemos que aprender a convivir, aprender a lidiar con nosotros mismos y saber qué es lo que somos en lugar de huir de ello buscando la compañía de forma desesperada y fastidiando a terceras personas. Porque es cuando sabemos estar solos cuando de verdad podemos encontrar y disfrutar una buena compañía y cuando también nos convertimos en buena compañía para los demás, cuando sabemos lo que nos gusta que nos den y lo que no, así como lo que podemos dar y lo que no.
Ya he comentado alguna vez que la soledad forzosa es una de las peores condenas que pueden caerle a cualquier persona, pero la soledad es algo con lo que tenemos que aprender a convivir, aprender a lidiar con nosotros mismos y saber qué es lo que somos en lugar de huir de ello buscando la compañía de forma desesperada y fastidiando a terceras personas. Porque es cuando sabemos estar solos cuando de verdad podemos encontrar y disfrutar una buena compañía y cuando también nos convertimos en buena compañía para los demás, cuando sabemos lo que nos gusta que nos den y lo que no, así como lo que podemos dar y lo que no.
Una entrada completísima y concienzuda, haces un análisis psicológico de las mujeres y de la sociedad en general.
ResponderEliminarA mí me cuesta mucho entender la mente humana y se me hace difícil buscar los motivos de porque las personas hacen una cosa o hacen otras. En ocasiones me cuesta entenderme hasta a mí misma jajaj pero me encanta leer este tipo de artículos.
Un saludo :)
Te sigo leyendo.
Muchas gracias, siempre son bienvenidos los nuevos visitantes. Aunque nunca ejercería de ello, tengo una parte de mí vivamente interesada por la psicología y me llaman mucho la atención las reacciones de la gente ante diversas circunstancias. Cuando era pequeño, crecí en un entorno muy conservador con los sentimientos, donde no era plan hablar de lo que se sentía y solo a través de la literatura o el cine fui conociendo que había otra gente que sentía cosas parecidas a las que yo percibía. Luego ya he conocido a más gente y me ha interesado saber que piensan y sienten, quizá tratando de buscar una explicación para mí mismo, que también me cuesta explicarme en muchas ocasiones.
EliminarUn saludo, pasa cuando quieras