Desde que nació, el cine ha sido fuente de sueños y
emociones para muchas generaciones, de fascinaciones ante lo que nos ha
mostrado la gran pantalla. Una experiencia que ahora está decayendo en el modo
tradicional de mucha gente congregada ante la pantalla, con el abandono de las
salas de cine y el paso a un modelo más centrado en el consumo particular. Un
acto que pierde su categoría de rito, de hacer que varias personas sientan
cosas al mismo tiempo.
Una de esas experiencias la viví cuando tenía 11 años y se
estrenaba “Parque Jurásico” (aunque aquí mantuvieron el “Jurassic Park”
original, como para darle un empaque más internacional), una película en la que
salían dinosaurios y en la que decían que había un gran espectáculo, de los que
se quedan grabados en la retina. Por aquel entonces, yo solo iba al cine por
las películas acontecimiento y no sabía quién era Steven Spielberg o que la
película estuviese basada en un libro de Michael Chrichton (famoso autor de
bestsellers en la época) o quiénes eran los actores protagonistas. Tampoco me
interesaba saberlo, si no me quedaba con sus caras era incapaz de discernir si
un actor era conocido o no. Yo iba entonces a ver una peli con dinosaurios y a
vivir emociones fuertes.
Por aquel entonces iba siempre al cine a la sesión de las 5
de la tarde, la que más niños tenía. Me gustaba ir a un cine que estaba a
apenas 5 minutos de mi casa, uno de esos cines-teatro con decenas de filas y
cientos de butacas y un pantallón enorme rodeado por cortinas. Uno de esos
cines en los que sonaba música de otras pelis (ahí escuché sin saberlo entonces
las bandas sonoras de “Indiana Jones” o “El Padrino” infinidad de veces) hasta
que las luces se apagaban y se hacía el silencio, se sentía la emoción ante lo
que empezaba, con las clásicas risas y bromas tontas de los que no sabían
ocultar sus nervios y se hacían el gracioso. Uno de esos cines que cuando se
llenaban te permitían sentir el calor de cientos de personas sugestionadas por
una misma sensación, por risas, gritos, suspiros o lloros. Uno de esos cines donde el acomodador iba vestido con librea y había un servicio de bar donde te invitaban a ir en el pequeño descanso entre los trailers y la película.
El día que fui a ver “Jurassic Park” la cola daba la vuelta
a la manzana y temí que las entradas se agotaran. Así fue cuando llegué a la
taquilla, no había un sitio libre para la sesión de las 5. Estaba yo con otros
dos amigos de la escuela y decidimos ir a las 8, con la sensación de estar
haciendo algo de personas mayores, de ir a una sesión prohibitiva para nosotros
por nuestros horarios (por aquel entonces me hacían ir a dormir a las 10 ú 11
de la noche). Tras lograr el permiso y dar una vuelta para matar el tiempo
sobrante, compramos las palomitas, entramos a la sala y allí se notaba el
ambiente de las grandes ocasiones. El cine anunciaba además que estrenaba un
nuevo sistema de sonido envolvente que nos haría sentir como si estuviéramos con los propios
dinosaurios. Yo era entonces un chavalín impresionable que se asustaba de casi
todo y estaba muy nervioso, pero seguro de querer estar allí, algo que me sigue
pasando cuando vivo grandes ocasiones vitales.
Toda la película fue un reguero de emociones que me dejaron
extenuado pero contento. Había pasado un miedo terrible con los dinosaurios y
con el rugido del implacable T-Rex, pero estaba como el niño que sale de su
primera vez en el túnel del terror, tan asustado como pletórico tras pasar el
trago con éxito. Fue una experiencia tan intensa que aún hoy la sigo recordando
como ejemplo de lo que el cine puede dar al espectador.
El escenario no iba a
ser el mismo, porque ahora estoy en otra ciudad y el tradicional cine-teatro
ahora era una sala de centro comercial con muchas menos butacas y menos
pantalla y aunque hubo buena entrada, no era ni de lejos aquel ambiente de
lujo, la mayoría éramos personas de mi edad o mayores que yo, quizá buscando
repetir la experiencia vivida en su día.
Aún así estaba algo nervioso y cuando comenzó la película
volví en parte a tener aquellos 11 años. Y digo en parte porque no he pasado
tanto miedo con los saurios ni el rugido del T-Rex me ha puesto la piel de gallina,
ya que ese niño de 11 años ha pasado por cosas más terroríficas que ese efecto
especial, Y en parte porque disfruté la película como buen producto comercial,
bien construida a través de los personajes y con un buen manejo del suspense
por parte de su director. Con algunos chistes malos y bromas dignas de
producción de serie B. Con la tristeza del señor Hammond y la gran interpretación del director y actor Richard Attenborough (curiosamente su hermano David es autor de celebrados documentales sobre el mundo natural). Con Samuel L. Jackson, de quien desconocía su
participación en la película hasta que le reconocí como uno de los científicos.
Con algunos dobladores de baratillo en la mayoría de actores (en 1993 hubo
huelga de dobladores en España y eso se nota en películas de ese año como “El
fugitivo” o “La tapadera”, donde Harrison Ford y Tom Cruise no tienen sus voces
habituales). Con lo bien que le quedaban a Laura Dern los shorts y con una gran
banda sonora de John Williams que casi me arranca la lágrima nostálgica.
Detalles de lo que era y de lo que soy 20 años más tarde,
con la música de John Williams como magdalena de Proust, haciéndome evocar
todas esas sensaciones. Una experiencia que me recordó a una escena de
“Amelie” en la que un hombre se retrotrae a su infancia cuando le ponen delante
una caja con sus juguetes de pequeño y siente más que nunca las diferencias
entre el antes y el ahora y de lo rápido que pasa el tiempo y las cosas que se
quedan en el camino.
Aquel cine-teatro al que fui hace dos décadas y al que
tantas veces fui durante los años cerró sus puertas en 2002 tras programar
“Minority Report”, precisamente otra obra de Spielberg y ahora es un
supermercado que aprovecha la gran extensión que tenía aquel cine para sus
estantes. Un supermercado al que todavía no he entrado, ya que para mí el cine
sigue estando ahí.
Por este tipo de recuerdos es por lo que me da pena que el
hecho de ir al cine se esté perdiendo y que el futuro parezca ir encaminado al
consumo privado de las películas. Porque el valor de las imágenes nos puede
conmover igual en un cine con 500 personas que estando solos en el salón de
casa, pero el plus de ver y notar el latido al unísono de tantos corazones en
función de lo que pasa en la pantalla, las reacciones durante y después de las
películas, cuando las luces se encienden y la gente empieza a volver al mundo
real tras lo que ha visto, eso es algo que para mí sigue teniendo mucho
significado.
Caguen la puta, esto me ha borrao el puto comentario... le volveré a poner. Decía que está muy bien el texto pero que te habías dejao en el tintero la anécdota del pirao aquel que se levantó de motivada al ver al T-Rex.
ResponderEliminarEs una pena que quitaran ese cine, era el mejor, pero bueno, el super que han puesto está guapo.
Sobre la caída de las salas es totalmente comprensible y no me da ninguna pena. Lo que se concibió como un espectáculo para todos los públicos se ha convertido en un lujo para los privilegiados del capitalismo. Suena a tópico pero es muy caro el cine y el ritual que conlleva (palomitas, refresco...), que mola mucho más que ver la peli en casa, sí. Pero la relación precio-disfrute no es proporcional entre sí.
Jajaja, es cierto, la tenía escrita pero la quité en el montaje final para no alargarme mucho. Cuando se iba a tragar el T-Rex al picapleitos, un tío se puso de pie en medio de la sala y se puso a gritar "cómete a ese hijoputa" y la gente empezó a partirse de la risa, perdiendo ese efecto terrorífico. Viendo otra vez la peli el personaje de ese tío era un poco desagradable, pero la reacción de aquel hombre sin duda fue desproporcionada, un claro ejemplo de lo que comento de las emociones que se experimentan a veces en la gran pantalla y de cómo nos afectan, jajaja.
EliminarEl cine ha subido, sí, pero aún quedan subterfugios para no pagar una fortuna, yo voy a los cines y pago menos de 10 euros por sesión, con palomitas y bebida que me compro en una tienda de chinos que hay cerquita y gracias al descuento del carnet universitario en la entrada. Y al final es como todo, la cosa vale la pena según el disfrute de la peli, si no es muy allá te fastidia, pero si la disfruto vale la pena el dinero invertido, lo considero bien gastado. Por eso me gusta ser selectivo y solo ver en el cine pelis que de verdad quiero ver. De todos modos, una tarifa plana no iría nada mal
Menos de 10 euros puede ser 9,99 o 7, incluso 6 me parece excesivo. González Macho comenta que por 7 euros quién donde obtienes 2 horas de diversión, visto así... pero claro, en tu casa también tienes dos horas de diversión gratis y más... da para debate pero no me vale.
EliminarYo soy de los que teniendo un dinerillo para gastar me lo voy a gastar siempre en cosas relacionadas con el cine o los libros antes que en ropa y otros preferirán hacer justo lo contrario, imagino que se trata de priorizar y de ver qué te interesa más. Al fin y al cabo lo que tienes en casa ha sido comprado previamente y bien es cierto que se puede usar varias veces y amortizarlo, así que admite las dos posibilidades
EliminarMe gusta como escribes.
ResponderEliminarTe espero por mi blog, un besito
- Sonreír desde dentro -
Pues muchas gracias, me pasaré a echar un vistazo por tu blog a ver que tal
EliminarCómo ha cambiado el cine desde entonces. La incontenible emoción que me produjo ver al primer dinosaurio, en una pantalla enorme, en todo su esplendor, un dinosaurio real, es algo que el cine de hoy en día ya no sabe entender, presa del marketing. No la he visto en 3D, no me entusiasma ese sistema ideado para ganar más dinero muchas veces sin ofrecer nada a cambio realmente, pero la idea de verla otra vez en el cine, aunque sea en otro cine, es atractiva.
ResponderEliminarEl 3D en si mismo no aporta mucho más, de hecho a veces los actores parecen un poco figuras de cartón moviéndose por la pantalla y se nota el artificio. Este es un invento que al señor Cameron le trajo una considerable fortuna ( el tío siempre se sale con la suya) y que luego ha dejado más mal que bien. De cualquier modo te das cuenta de lo que son los efectos buenos y los chapuceros con el paso del tiempo y 20 años después los dinosaurios de Spielberg siguen sonando a reales, se nota que hay animatronics detrás y no cutres animaciones por CGI que ya sabes que son falsas en cuanto las ves
EliminarCuando yo era pequeña también me ponía nerviosa en cuanto se apagaban las luces. No íbamos mucho al cine y para mí era todo un acontecimiento, como irse a Eurodisney. Hoy en día ya no siento ese nerviosismo excepto cuando voy tarde y temo pillar la peli empezada, cosa que odia. Ahora ir al cine es como el que se mete en un bar a tomar algo. Es una pena.
ResponderEliminarNo vi Jurassic Park en el cine, pero recuerdo la moda que se desató, había dinosaurios por todas partes, nunca he visto nada parecido. Quizá cuando estrenaron La amenaza fantasma, pero creo que el merchandising no llegué a ese extremo.
También influye que nos hemos hecho mayores y las cosas no nos impresionan tanto como en la tierna infancia, aunque esa sensación del cine-teatro lleno hasta arriba no te la da una multisala por llena que esté, porque no son igual de grandes en butacas o pantalla. Yo también recuerdo el afán que surgió por los dinosaurios, que sacaron libros y coleccionables de todo tipo, no en vano la película de Spielberg está entre las más taquilleras de la historia, fue un bombazo en su momento.
EliminarAhora con la crisis muchos de hecho prefieren gastarse los dineros en los bares antes que ir al cine, porque como dice el anuncio en este país somos muy de bares y entre una cosa y otra algunos lo tienen muy claro