A lo largo de mis 34 años de vida he odiado mucho, mucho más de lo que debería haber odiado cualquier persona en mis circunstancias durante ese espacio de tiempo. Es entendible que odie mucho alguien que ha pasado por severas dificultades y que acaba hasta las narices de todo y de todos, pero no lo es tanto que alguien que siempre ha tenido las necesidades básicas cubiertas caiga en el odio con tanta frecuencia. En el primer blog que tuve, años antes de este desde el que ahora les hablo, tuve como nombre en clave precisamente "odio", porque no se me ocurría mejor nombre en ese instante y porque quería exponer mucho odio en las entradas que tenía planeadas, como así hice. Revisadas años después, he sentido vergüenza ajena ante algunas de las cosas que escribí, bien por tener un planteamiento pueril, por estar escritas con un estilo pobretón o por destilar mucha, demasiada rabia. No puedo decir que no me haya reconocido, porque recuerdo cómo me sentía entonces y entonces eso es lo que me pedía el cuerpo. Era un momento en el que estaba abriendo una nueva etapa de mi vida y no sabía como desprenderme de los lastres que traía de la anterior, aquejado de un par de relaciones tóxicas y de un cambio de residencia, lejos de lo conocido. Las relaciones tóxicas eran con dos personas con las que vivía y que me estaban haciendo daño con una marcada actitud egoísta que pensaba primero en ellos y me culpaban de cualquier cosa que perturbara su orden, mientras que ellos se creían con el derecho de perturbar el mío cuando quisieran.
Nunca me he llevado muy bien con aquellos que corresponden a mi interés con una virulencia que no viene al caso, faltándome al respeto mientras me siguen dando migajas para que me calle y siga siendo su mascota fiel. Siempre he creído que si algo o alguien no te interesa es mejor que lo demuestres de primeras y ahorres posteriores disgustos, que aunque parezcas frío, en el fondo muestras más consideración por la otra persona. El tiempo pasó, conocí gente muy diversa, me siguieron pasando cosas con ellos, unas muy divertidas y otras deplorables y el odio siguió apareciendo de vez en cuando, hacia todo lo deplorable que me estaba pasando. El resultado era siempre el mismo, conmigo pensando en desaires ocurridos anteriormente y diciendo "idiotas, quiénes sois vosotros para tratarme de esa manera, para dejarme de lado, ojalá sufráis lo que merecéis". Ese mismo odio ha sido recurrente cada vez que he salido despedido de un puesto de trabajo o cuando se ha acabado una relación personal, cuando alguien a quien quieres no te coge el teléfono ni te llama para preguntarte cómo estás en momentos de necesidad. Ocasiones para odiar a diestro y siniestro, supurando odio hasta que otras circunstancias venían y entonces mi cabeza se distraía odiando las nuevas, si estas no eran favorables. Pero como dice una canción de Shakira (artista más interesante cuando se pone con las baladas que con las canciones pachangueras), cuyo estribillo a veces me viene a la cabeza, no se puede vivir con tanto veneno.
Se preguntarán qué sentido tiene incluir la foto de un bello atardecer, con la luz rosada del crepúsculo coloreando las aguas de un lago, tras un primer párrafo con reflexiones bastante más crudas. Pues bien, todo esto viene al caso de algo ha tenido lugar hace escasos meses, cuando he conocido a una persona que me ha hecho darme cuenta de todo el veneno con el que estaba viviendo y que me ha dado nuevas esperanzas. Como tantas cosas que nos suceden en la vida, esto ocurrió por casualidad, cuando entré en una web que ofrece contactos con personas que quieren aprender idiomas. La mayoría de los que entran son españoles buscando practicar inglés con nativos que lo hablen, para ahorrarse los costes de las clases, por lo que no es sencillo establecer contacto con otras personas, pues cuando aparece algún nativo anglosajón la gente se echa encima como si fuera un taxi en un día de lluvia (alguno de estos nativos me ha comentado que ha recibido más de 100 peticiones en pocos días y que ha tenido que cerrar el perfil por saturación de mensajes). Con tanta petición es difícil que a uno le vayan a responder, pero héte aquí que una chica con la que había contactado días atrás me escribió de vuelta y empezamos a charlar. Pasadas unas semanas decidimos conocernos en persona y pasamos muy buenos ratos, ella venía de un país del este de Europa y estaba muy interesada en conocer el idioma y la cultura de España, algo en lo que yo puse mi granito de arena, llevándola a visitar rincones de la gran capital y de otras ciudades próximas y contándole curiosidades sobre la lengua española y la historia de este país. Ella estaba haciendo un intercambio de estudios y su estancia aquí tenía fecha de caducidad, así que pasado un tiempo llegó la hora de despedirse, con la promesa de seguir hablando a través de Internet y de que yo le haría una visita este último verano. Ese día fue muy triste, recuerdo perfectamente que el equipo de fútbol de la gran ciudad había ganado un trofeo europeo al otro equipo de la capital y mi estado ánimo estaba más del lado de los perdedores, para variar, el veneno volvía a surgir hacia aquellos que estaban mostrando por las calles de la urbe una alegría que yo no compartía en absoluto. En la despedida hubo un sentimiento extraño, como si entre ambos hubiera surgido algo que iba más allá de la simple simpatía o de la amistad y notaba cómo algo bonito se me estaba escapando de las manos. Pasados menos de dos meses acudí a su país a visitarla y ella me hospedó en su casa, ubicada en una pequeña ciudad ubicada cerca un sistema montañoso que tuve la ocasión de visitar, maravillándome ante la riqueza natural del lugar en diversas excursiones que hicimos por la zona, por los montes y los muchos castillos que ornan esos lares.
¿Qué pasó entonces? Pues que un buen día, antes de mi regreso noté que había que dar un paso más, que se notaba una vibración especial y que no podíamos limitarnos a ser solamente amigos. Así que acabamos besándonos, tras una charla en la que le dije lo bien que me sentía con ella y en la que ella hizo lo propio Desde aquella vez he vuelto una vez más a su país de visita y pienso seguir haciéndolo de forma periódica, olvidando mientras estoy allí toda la papilla que he tragado durante años, olvidando las miserias nacionales y las mías propias y pensando que otro futuro es posible, por ser una mujer sensata y centrada que me hace mucho bien. Porque tras años de ansiedades ella me hace sentir tranquilo. Sobre todo tranquilo, muy tranquilo, como no lo había estado en mucho tiempo. Tranquilo porque a pesar de la distancia que ahora nos separa me siento muy cerca de ella, mucho más cerca que de gente con la que he vivido a escasos minutos de distancia. Cerca porque ella está realmente interesada en estar conmigo, realmente le importo y no siento esa angustia de creer que me abandonará y de tener que esforzarme mucho para evitarlo. Y me hace sentir bien, no miserable, no siento que tenga que mendigar su afecto, que tenga hacer más ruido que los otros para que se fije en mí y me haga caso, ni que tenga que sentirme como alguien ridículo al no tener lo que quiero. Con ella todo parece más fácil, una maravilla en el dificultoso mundo de las relaciones humanas.
No sé lo que pasará en el futuro, no sé si en unos meses todo esto se habrá acabado o si seguiré con ella durante años, pero lo novedoso es que no me da miedo lo que está por venir y que me siento bien conmigo mismo, sin necesidad de dejarme llevar por el veneno. Aunque una de las consecuencias que ello ha traído consigo es que no siento la misma necesidad de escribir, se ha hecho cierto aquel viejo adagio que dice que escribimos cuando nos sentimos mal, tratando de buscar las respuestas. Verán que últimamente he tenido algo abandonado el blog y la verdad es que no me ha importado, sentía que era bueno estar viviendo lo que vivía y dejar de preocuparme por qué cosas debía tratar para aquellos que me lean. He creído oportuno escribir estas líneas para explicar esta ausencia y para contar un poco los motivos, porque lo cierto es que ahora mismo no siento ganas de escribir nada. Sigo leyendo bastante, pero no siento el impulso de escribir, como si quisiera abstraerme y centrarme en lo que ahora me importa, que es seguir escribiéndome con esta chica, con la que hablo por escrito todos los días. Mientras el resto del mundo sigue a lo suyo, sin querer saber (salvo honrosas excepciones, desde aquí os saludo afectuosamente) cómo le va la vida a garcigomez o si al menos sigue vivo, esta chica y yo hemos conseguido construir nuestro pequeño rincón, en el que nos hablamos de todo, (casi) sin frenos, esos frenos que arruinan las relaciones al sentir que la otra persona no te está ofreciendo lo que lleva dentro. Aún no estoy seguro de querer mostrarle este blog, que tantas veces ha supurado veneno, no sé si leerá mis entradas y se sorprenderá de forma negativa, aunque ya conoce unas cuantas de mis filias y mis fobias. Supongo que ese día se cerrará el ciclo y ya no tendré que ocultarme tras ningún seudónimo, sin miedo a nada. Mientras tanto, dejaré esto abierto pero me van a permitir que me vaya hasta nuevo aviso. Y me voy a despedir con una canción noventera de The Connells, un grupo yanqui de Carolina del Norte que hizo una preciosa canción sobre el paso del tiempo y que para el videoclip contó con la presencia de antiguos compañeros de instituto, para mostrar cómo el tiempo les había cambiado a todos ellos. Porque el tiempo nos cambia a todos, físicamente sin lugar a dudas, pero también espiritualmente, haciéndonos más conscientes de donde venimos, de lo que somos y lo que podemos ser, que está escrito en alguna parte y que debemos ir descubriendo. Hasta luego o hasta siempre y que vaya muy bien. Gracias por escucharme.