Estos días hemos
vivido la Semana Santa, ese período del año en el que se conmemora la muerte y
la resurrección de Jesucristo, un período en el que muchos aprovechan para
tomarse unos días de vacaciones luego bien documentados en redes sociales, en
una evolución de aquellos montajes de diapositivas con los que los que habían
viajado a un sitio ponían a prueba la paciencia de los familiares y allegados.
Los más religiosos habrán disfrutado de unos días de pasión cristiana que data
de hace más de veinte siglos. Precisamente, en la época en la que los escritos
de la Biblia sitúan el nacimiento de Jesucristo, allá por Roma había un poeta
llamado Publio Ovidio Nasón que sacaba a la luz el libro "El arte de amar" en el que planteaba
cuestiones sobre el amor y los secretos de las relaciones amorosas entre
hombres y mujeres.
Siempre se dice
que hay que leer a los clásicos griegos y romanos, pues de ellos viene la
cultura de la civilización occidental y lo cierto es que esta afirmación es muy
cierta en el caso de Ovidio y su arte de amar. Han pasado más de 2000 años
desde la publicación del libro y leyéndolo hace unos días, tras descubrirlo por
casualidad en una estantería de libros de oferta, he sido testigo de cómo
muchas de las ideas que plantea el poeta se siguen aplicando hoy día. Algunas
pueden sonar audaces, otras algo caducas o reprobables, pero sin duda tienen el
vigor de que suenan a lo que sucede entre hombres y mujeres cuando se trata de
amor. A continuación reproduzco algunas de ellas:
No creas
demasiado en la luz engañosa de las lámparas; la noche y el vino extravían el
juicio sobre la belleza. Paris contempló las diosas desnudas a la luz del sol
que resplandecía en el cielo, cuando dijo a Venus: «Venus, vences a tus
competidoras.» La noche oculta las macas, disimula los defectos, y entre las sombras
cualquiera nos parece hermosa. Examina a la luz del día los brillantes, los
trajes de púrpura, la frescura de la tez y las gracias del cuerpo.
Mira con santo horror el
natalicio de tu amada, y como nefastos los días en que es ineludible el ofrecer
presentes. Aunque lo evites con cautela, te sonsacará algo; la mujer tiene mil
medios para apoderarse del caudal de su apasionado amante. Un vendedor con la
túnica desceñida se presentará ante tu dueño deseoso de comprar, y delante de
ti expondrá sus mercaderías.
Ella te rogará que las examines
para juzgar tu buen gusto; después te dará unos besos, y por último te pedirá
que le compres lo que más le agrade, jurándote que con eso quedará contenta por
largos años y diciéndote: «Ahora tengo necesidad de ello y ahora se puede
comprar a precio razonable.» Si te excusas con el pretexto de que no tienes en
casa el dinero necesario, te pedirá un billete, y sentirás haber aprendido a
escribir. ¡Cuántas veces te exigirá el regalo que se acostumbra en el natalicio
y cuántas renovará esta fecha al compás de sus necesidades! ¿Qué harás cuando
la veas llorar desolada por una falsa pérdida y te enseñe las orejas sin los
ricos pendientes que ostentaban? Las mujeres piden muchas cosas en calidad de
préstamo, y así que las reciben se niegan a la devolución. Sales perdiendo y
nunca se tiene en cuenta tu sacrificio. No me bastarían diez bocas con otras
tantas lenguas, si pretendiese referir los astutos manejos de nuestras
cortesanas.
-Sobre la necesidad de seducir con
lindas palabras:
La beldad se deja arrebatar y
aplaude al orador elocuente, lo mismo que la plebe, el juez adusto y el senador
distinguido; pero ocultad el talento, que el rostro no descubra vuestra
facundia y que en vuestras tablillas no se lean nunca expresiones afectadas.
¿Quién sino un estúpido escribirá a su tierna amiga en tono declamatorio? Con
frecuencia un billete pedantesco atrajo el desprecio a quien lo escribió. Sea
tu razonamiento sencillo, tu estilo natural y a la vez insinuante, de modo que
imagine verte y oírte al mismo tiempo. Si no recibe tu billete y lo devuelve
sin leerlo, confía en que lo leerá más adelante y permanece firme en tu
propósito. Con el tiempo los toros rebeldes acaban por someterse al yugo, con
el tiempo el potro fogoso aprende a soportar el freno que reprime su ardor. El
anillo de hierro se desgasta con el uso continuo y la punta de la reja se
embota a fuerza de labrar asiduamente la tierra. ¿Qué más duro que la roca y
más leve que la onda? Con todo, las aguas socavan las duras peñas. Persiste, y
vencerás con el tiempo a la misma Penélope. Troya resistió muchos años, pero al
fin cayó vencida. Si te lee y no quiere contestar, no la obligues a ello;
procura solamente que siga leyendo tus ternezas, que ya responderá un día a lo
que leyó con tanto gusto. Los favores llegarán por sus pasos en tiempo
oportuno.
¡Cuántas
veces una carta bien escrita produjo el incendio de un corazón vacilante,
y, al contrario, un lenguaje bárbaro echó por tierra el influjo de la beldad!
-Sobre lo oportuno de cuidar el
aspecto, aunque sin pasarse:
La negligencia constituye el
mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo
conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se
distinguía en lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las
selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu
cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus
dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te
ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una
hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni
menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando
el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren
agradar y para esos mozos que con horror de su sexo se entregan a un varón.
-Sobre el uso de la fuerza para
imponer los deseos:
¿Qué pretendiente listo no sabe
ayudar con los besos las palabras sugestivas? Si te los niega, dáselos contra
su voluntad; ella acaso resista al principio y te llame malvado; pero aunque
resista, desea caer vencida. Evita que los hurtos hechos a sus lindos labios la
lastimen y que la oigas quejarse con razón de tu rudeza.
El que logra sus besos, si no se
apodera de lo demás, merece por mentecato perder aquello que ya ha conseguido.
Después de éstos, ¡qué poco falta a la completa realización de tus votos! La
estupidez y no el pudor detiene tus pasos. Aunque diga que la has poseído con
violencia, no te importe; esta violencia gusta a las mujeres: quieren que se
les arranque por fuerza lo que desean conceder. La que se ve atropellada por la
ceguedad de un pretendiente, se regocija de ello y estima su brutal acción como
un rico presente, y la que pudiendo caer vencida sale intacta de la contienda,
simula en el aspecto la alegría, mas en su corazón reina la tristeza.
-Sobre el interés que se pone en
la seducción y cómo el exceso puede resultar contraproducente:
Mas si ves que tus rendimientos
sólo sirven para hincharla de orgullo, desiste de tu pretensión y vuelve atrás
los pasos. Muchas suspiran por el placer que huye y aborrecen al que se les brinda;
insta con menos fervor y dejarás de parecerle importuno.
No todas las tierras producen los
mismos frutos: la una conviene a las vides, la otra a los olivos, la de más
allá a los cereales. Las disposiciones del ánimo varían tanto como los rasgos
fisonómicos; el que sabe vivir se acomoda a la variedad de los caracteres, y
como Proteo, ya se convierte en un arroyo, fugitivo, ya en un león, un árbol o
un cerdoso jabalí. Unos peces se cogen con el dardo, otros con el anzuelo, y
los más yacen cautivos en las redes que les tiende el pescador. No uses el
mismo estilo con mujeres de diferentes edades: la cierva cargada de años ve
desde lejos los lazos peligrosos.
Si pareces muy avisado a las
novicias y atrevido a las gazmoñas, unas y otras desconfiarán de ti, poniéndose
a la defensiva. De ahí que la que teme entregarse a un mozo digno, venga tal
vez a caer en los brazos de un pelafustán.
-Sobre la
belleza y su fugacidad:
La
belleza es don muy frágil: disminuye con los años que pasan, y su propia
duración la aniquila. No siempre florecen las violetas y los lirios abiertos, y
en el tallo donde se irguió la rosa quedan las punzantes espinas. Lindo joven,
un día blanquearán las canas tus cabellos, y las arrugas surcarán tus frescas
mejillas. Eleva tu ánimo, si quieres resistir los estragos del tiempo y conservar
la belleza: es el único compañero fiel hasta el último suspiro. Aplícate al
cultivo de las bellas artes y al estudio de las dos lenguas. Ulises no era
hermoso, pero sí elocuente, y dos divinidades marinas sufrieron por él
angustias mortales. ¡Cuántas veces Calipso se dolió viéndole apresurar la
partida, y quiso convencerle de que el tiempo no favorecía la navegación!
Continuamente le instaba a repetir los sucesos de Troya, y él sabía relatar el mismo
caso con amena variedad.
-Sobre la
conflictividad con el otro sexo:
Recuerdo que
en cierta ocasión mesé frenético los cabellos de mi querida, y este instante de
cólera lo pagué con la pérdida de días deliciosos. Ni me di cuenta, ni creo que
le rompiese la túnica; pero ella lo afirmó, y tuve que comprarle otra nueva.
Vosotros, si sois cuerdos, evitad los desplantes en que incurrí desatinado, y temed
las consecuencias de mi falta. Las guerras, con los parthos; con vuestras
amigas vivid en paz, y ayudaos con los juegos y las delicias que mantienen la
ilusión. Si fuese dura y un tanto esquiva a tus pretensiones, paciencia y
ánimo: con el tiempo se ablandará. La rama del árbol se encorva fácilmente si
la doblas poco a poco, y se rompe si la tuerces poniendo a contribución todo tu
vigor. Aprovechando el curso del agua, pasarás el río, y como te empeñes en
nadar contra la corriente, te verás por ella arrastrado.
-Sobre los
beneficios de seguir la corriente:
Cede a la
que te resista; cediendo cantarás victoria. Arréglate de manera que hagas las
imposiciones de su albedrío. ¿Reprueba ella una cosa?; repruébala tú y alábala
si la alaba; lo que diga, repítelo, y niega aquello que niegue, ríete si se
ríe, si llora haz saltar las lágrimas de tus ojos, y que tu semblante sea una
fiel copia del suyo. Si juega, revolviendo los dados de marfil, juega tú con
torpeza, y en seguida pásale la mano; si te recreas con las tabas, evítale el disgusto
de perder y amáñate por que te toque siempre la fatal suerte del perro, y si os
entretenéis a las tablas robándoos las piezas de vidrio, deja que las tuyas
caigan en poder de la parte contraria; coge por la empuñadura la sombrilla
abierta cuando haya necesidad, y si atraviesa por medio de la turba, ábrele
camino; al reclinarse en el blando lecho, no descuides ofrecerle un escabel, y
quita o calza las sandalias a su pie delicado.
A veces
tiritando de frío tendrás que calentar su mano helada en tu seno, y aunque sea
vergonzoso para un hombre libre, no te abochorne sostenerle el espejo: ella te
lo agradecerá.
Si te
ordena presentarte en el foro, acude con antelación a la hora que te indique,
siendo el último que te retires. ¿Te da una cita en cualquiera otro lugar?
Olvida todos los quehaceres, corre apresurado, y que la turba de transeúntes no
logre embarazar tus pasos. Si volviendo a casa de noche después de un festín
llama a su esclavo, ofrécele tus servicios, y si estás en el campo y te escribe
«ven en seguida», el amor odia la lentitud, a falta de coche emprende a pie la
caminata, y que no te retrase ni el tiempo duro, ni la ardiente Canícula, ni la
vía cubierta con un manto de nieve.
-Sobre la
necesidad de luchar para triunfar:
El amor,
como la milicia, rechaza a los pusilánimes y los tímidos que no saben defender
sus banderas. Las sombras de la noche, los fríos del invierno, las rutas
interminables, la crueldad del dolor y toda suerte de trabajos, son el premio
de los que militan en su campo. ¡Qué de veces tendrás que soportar el chaparrón
de la alta nube y dormir a la inclemencia sobre el duro suelo! Dicen que Apolo apacentó
en Fera las vacas de Admeto y se recogía en una humilde cabaña. ¿Quién no
resistirá lo que Apolo lleva en paciencia? Despójate del orgullo, ya que
pretendes trabar con tu amada lazos perdurables.
Si en su
casa te niegan un acceso fácil y seguro y se te opone la puerta asegurada con
el cerrojo, resbálate sin miedo por el lecho o introdúcete furtivamente por la
alta ventana. Se alegrará cuando sepa el peligro que corriste por ella, y en tu
audacia verá la prenda más segura del amor.
-Sobre la
infidelidad y su ocultación:
Mi
censura no pretende condenarte a que te regocijes con una sola bella; líbrenme los
dioses; apenas las casadas pueden resistir tal obligación. Diviértete, pero
cubre con un velo los hurtos que cometas, y nunca te vanaglories de tus felices
conquistas. No hagas a la una regalos que la otra pueda reconocer, y cambia de
continuo las horas de tus citas amorosas, y para que no te sorprenda la más
suspicaz en algún escondite que le sea conocido, no te reúnas con la otra a
menudo en el mismo lugar. Cuando le escribas, vuelve a releer de nuevo las
tablillas antes de enviárselas: muchas leen en el escrito lo que no dice
realmente. Venus, ofendida, prepara con justicia las armas, devuelve los dardos
que la hieren, y fuerza al combatiente a soportar los males que ha ocasionado.
-Sobre la
exhibición y ocultación de las hazañas amorosas:
Con
frecuencia los rebaños se entregan en medio del campo a los deleites carnales;
mas al verlos, la honesta doncella aparta ruborizada la vista. A nuestro hurtos
convienen un tálamo oculto y una puerta cerrada, con nuestros vestidos cubrimos
vergonzosas desnudeces, y si no buscamos las tinieblas, deseamos una medio
obscuridad; todo menos la luz radiante de día. En aquellos tiempos en que aún
no se habían inventado las tejas que resguardasen del sol y la lluvia, y la
encina nos servía de alimento y morada, no a la luz del día, sino en las selvas
y los antros, se gozaban los placeres de la voluptuosidad: tanto respetaba el
pueblo rudo las leyes del pudor. Mas ahora pregonamos nuestras hazañas
nocturnas, y nada se paga a tan alto precio como el placer de que las sepa todo
el mundo. ¿Vas a reconocer en cualquier sitio a todas las muchachas, para decir
a un amigo: «Esa que ves fue mía», y para que no te falte una a quien señalar
con el dedo, la comprometes, de modo que sea la comidilla de la ciudad? Digo
poco: hay sujetos que fingen cosas que negarían si fuesen verdaderas, y se
vanaglorian de que ninguna les ha negado su favor, y si no mancillan los
cuerpos, afrentan los nombres y ponen en duda la reputación de mujeres
honradísimas.
Anda,
pues, odioso guardián de una mujer, atranca las puertas y échales por más
seguridad cien cerrojos. ¿De qué sirven tus precauciones si la calumnia se
ensaña en la honra y el adúltero pregona lo que nunca ha existido? Nosotros en
cambio hablarnos con reserva de nuestras conquistas verdaderas, y con un velo
tupido encubrimos nuestros hurtos misteriosos. No reprochéis nunca los defectos
de una joven; el haberlos disimulado fue a muchos de gran utilidad.
-Sobre las mujeres maduras:
Se ha de añadir
que las mujeres de cierta edad son más duchas en sus tratos, tienen la experiencia
que tanto ayuda a desarrollar el ingenio, saben, con los afeites, encubrir los
estragos de los años y a fuerza de ardides borran las señales de la vejez. Te
brindarán si quieres de cien modos distintos las delicias de Venus, tanto que
en ninguna pintura encuentres mayor variedad. En ellas surge el deseo sin que
nadie lo provoque, y el varón y la hembra experimentan sensaciones iguales.
Aborrezco los lazos en que el deleite no es recíproco: por eso no me conmueven
los halagos de un adolescente; odio a la que se entrega por razón de la
necesidad y en el momento del placer piensa indiferente en el huso y la lana.
No agradezco los dones hijos de la obligación, y dispenso a mi amiga sus
deberes con respecto a mi persona.
-Sobre el
goce sexual:
Me complace
oír los gritos que delatan sus intensos goces y que me detenga con ruegos para
prolongar su voluptuosidad. Me siento dichoso si contemplo sus vencidos ojos
que anubla la pasión y que languidece y se niega tenaz a mis exigencias. La
naturaleza no concede estas dichas a los años juveniles, sino a esa edad que
comienza después de los siete lustros. Los que se precipitan demasiado beben el
vino reciente; yo quiero que mi tinaja me regale con el añejo que data de los
antiguos cónsules.
Si das en
aquel sitio más sensible de la mujer, que un necio pudor no te detenga la mano;
entonces observarás cómo sus ojos despiden una luz temblorosa, semejante al
rayo del sol que se refleja en las aguas cristalinas; luego vendrán las quejas,
los dulcísimos murmullos, los tiernos gemidos y .las palabras adecuadas a la
situación; pero ni te la dejes atrás desplegando todas las velas, ni permitas
que ella se te adelante. Penetrad juntos en el puerto. El colmo del placer se
goza cuando dos amantes sucumben al mismo tiempo. Esta es la regla que te
prescribo, si puedes disponer de espacio y el temor no te obliga a apresurar
tus hurtos placenteros.
La mujer no
sabe resistir las llamas ni las flechas crueles de Cupido; flechas que, a mi
juicio, hieren menos hondas en el corazón del hombre. Éste engaña muchas veces;
las tiernas muchachas, si las estudias, verás que son pérfidas muy pocas.
Tened
presente que la vejez se aproxima ligera, y no perderéis un instante de la
vida. Ya que se os consiente por frisar en los años primaverales, no malgastéis
el tiempo, pues los días pasan como las ondas de un río, y ni la onda que pasa
vuelve hacia su fuente, ni la hora perdida puede tampoco ser recuperada. Aprovechaos
de la juvenil edad que se desliza silenciosa, porque la siguiente será menos
feliz que la primera. Yo he visto florecer las violetas en medio del matorral,
y recogí las flores de mi corona entre los abrojos de la maleza. Pronto llegará
el día en que ya vieja, tú, que hoy rechazas al amante, pases muerta de frío
las noches solitarias, y ni los pretendientes rivales quebrantarán tu puerta
con sus riñas nocturnas, ni al amanecer hallarás las rosas esparcidas en tu
umbral. ¡Desgraciado de mí!, ¡cuán presto las arrugas afean el semblante, y
desaparece el color sonrosado que pinta las mejillas! Esas canas que juras
tener desde la niñez, se aprestan a blanquear súbitamente toda tu cabeza. La
serpiente se rejuvenece cambiando de piel, lo mismo, que el ciervo despojándose
de su cornamenta; a nosotros nada nos compensa de las dotes perdidas.
Apresúrate a coger la rosa; pues si tú no la coges, caerá torpemente marchita. Añádase
a esto que los partos abrevian la juventud, como a fuerza de producir se
esterilizan los campos.
Imitad,
jóvenes mortales, el ejemplo de las diosas,y no neguéis los placeres que
solicitan vuestros ardientes adoradores. Si os engañan, ¿qué perdéis?
Todos
vuestros atractivos quedan incólumes, y en nada desmerecéis aunque os arranquen
mil condescendencias.
El hierro
y el pedernal se desgastan con el uso; aquella parte de vosotras resiste a todo
y no tiene que temer ningún daño. ¿Pierde una antorcha su luz por prestarla a
otra? ¿Quién os impedirá que toméis agua en la vasta extensión del mar? Sin
embargo, afirmas no ser decoroso que la mujer se entregue así al varón y
respóndeme, ¿qué pierdes sino el agua que puedes tomar en cualquiera fuente?
No
pretendo que os prostituyáis, sino libraros de vanos temores; vuestras dádivas
no os han de empobrecer.
Desgraciada
de aquella que tiene embotado el órgano en que deben gozar lo mismo la hembra
que el varón, y cuando finjas, procura que tus movimientos y el brillo de tus
ojos ayuden al engaño, y lo acrediten de verdadero frenesí, y que la voz y la
respiración fatigosa solivianten el apetito.
-Sobre la
cosmética y el cuidado personal de las mujeres:
Mas
vosotras no abruméis las orejas con esas perlas de alto precio que el indio
tostado recoge en las verdes aguas; no os mováis con dificultad por el peso de
los recamados de oro que luzcan vuestros vestidos; el Fausto con que pretendéis
subyugarnos, tal vez nos ahuyenta, y nos cautiva el aseo pulcro y el cabello
primorosamente peinado, cuya mayor o menor gracia depende de las manos que se
ejercitan en tal faena. Hay mil modos de disponerlo; elija cada cual el que le
siente mejor, y consulte con el espejo. Un rostro ovalado reclama que caiga
dividido sobre la frente: así lo usaba Laodamia; las caras redondas prefieren recogerlo
en nudo sobre la cabeza y lucir al descubierto las orejas: los cabellos de la
una caigan tendidos por la espalda, como los del canoro Febo en el momento de
pulsar la lira; la otra líguelos en trenzas, como Diana cuando persigue en el
bosque las fieras espantadas. A ésta cae lindamente un peinado hueco y vaporoso;
la otra gusta más llevándolo aplastado sobre las sienes; la una se complace en sujetarlo
con la peineta de concha; la otra lo agita como las olas ondulantes; pero ni
contarás nunca las bellotas de la espesa encina, ni las abejas del Hibla, ni
las fieras que rugen en los Alpes, ni yo me siento capaz de explicar tantas
modas diversas, número que aumenta con otras cada día que pasa. A muchas da
singular gracia el descuido indolente; crees que se peinó ayer tarde, y sale
ahora mismo del tocador.
El negro
dice bien a las blancas como la nieve, a Briseida sentaba admirablemente, y
cuando fue arrebatada vestía de negro. El blanco va mejor a las morenas; Andrómeda
lo prefería, y vestida de este color descendió a la isla de Serifo. Casi me
disponía a advertiros que neutralizaseis el olor a macho cabrío que despiden
los sobacos, y pusierais gran solicitud en limpiaros el vello de las piernas;
mas no dirijo mis advertencias a las rudas montañesas del Cáucaso, ni a las que
beben las aguas del Caico de Misia. ¿A qué recomendaros que no dejéis
ennegrecer el esmalte de los dientes y que por la mañana os lavéis la boca con
una agua fresca? Sabéis que el albayalde presta blancura a la piel y que el
carmín empleado con arte suple en la tez el color de la sangre. Con el arte completáis
las cejas no bien definidas y con los cosméticos veláis las señales que imprime
la edad.
¿Por qué
he de reconocer el afeite que blanquea tu tez? Cierra la puerta de tu dormitorio
y no dejes ver tu compostura todavía imperfecta. Conviene a los hombres ignorar
muchas cosas: la mayor parte les causaría repulsión si no se substrajeran a su
vista. ¿Ves los áureos adornos que resplandecen en la escena de los teatros?;
pues son hojas delgadas de metal que recubren la madera, y no se permite a los
espectadores acercarse a ellos sin estar acabados. Así, no preparéis vuestros
encantos ficticios en presencia de los varones; mas no os prohíbo ofrecer a la
peinadora los hermosos cabellos, porque así los veo flotar sobre vuestras
espaldas.
Milanión
cargaba sobre sus hombros las piernas de Atalanta: si las tuyas son tan bellas,
lúcelas del mismo modo. La mujer diminuta cabalgue sobre los hombros de su
amigo. Andrómaca, que era de larga estatura, nunca se puso sobre los de su
esposo Héctor. La que tenga el talle largo, oprima con las rodillas el tálamo y
deje caer un poco la cabeza; si sus músculos incitan con la frescura juvenil y
sus pechos carecen de máculas, que el amante en pie la vea ligeramente
inclinada en el lecho. No te sonroje soltar, como una Bacante de Tesalia, los
cabellos y dejarlos flotar sobre los hombros, y si Lucina señaló tu vientre con
las arrugas, pelea como el ágil partho, volviendo las espaldas. Venus se huelga
de cien maneras distintas; la más fácil
y de menos trabajo es acostarse tendida a medias sobre el costado derecho.
-Sobre la actitud de la mujer para mantener viva la llama del amor:
Cuando
caiga en el lazo el amante novel, será de gran efecto que al principio se
imagine único poseedor de tu tálamo, mas luego mortifícale con un rival que le
robe parte de su conquista: la pasión languidece si le faltan estos estímulos. El
potro generoso vuela por la arena del circo, viendo los otros que se le
adelantan o le siguen detrás. Cualquier dosis de celos resucita el fuego extinguido;
yo mismo, lo confieso, no sé amar si no me ofenden; pero cuida no se patentice
demasiado la causa de su dolor; importa que sospeche más de lo que realmente
sepa; exacérbalo con la enfadosa vigilancia de un supuesto guardián o la
molesta presencia de un esposo severo; la voluptuosidad que se goza sin riesgo
tiene pocos incentivos.
-Sobre el comportamiento de las mujeres en los festines:
No
pruebes nada antes de ir al festín, y en la mesa modera tu apetito, y aun come algo
menos de lo que te pida la gana. Si el hijo de Príamo viera a Helena convertida
en una glotona, la hubiese aborrecido, diciendo: «¡Qué rapto tan estúpido el
mío!» Mejor sienta a una joven el exceso en la bebida; Baco y el hijo de Venus
fraternizan amigablemente; pero no bebas más de lo que soporte tu cabeza, y no
se enturbien tus razones, ni vacilen tus pies, ni veas dobles los objetos.
Repugna la mujer entregada a la embriaguez; en tal situación merece ser la
presa del primero que llega; y de sobremesa tampoco se rendirá sin peligro al
sueño, que es muy propicio a los ultrajes hechos al pudor.
Leer “El arte de
amar” es una ventana a esa cultura grecorromana poblada por varias figuras
divinas que no dejaban de ser una metáfora del ser humano que las había creado.
En los pasajes aquí mencionados no he incluido muchos en los que se hacen
referencia a la mitología de aquellos pueblos, que es usada por Ovidio para
ejemplificar muchas de las situaciones que se viven entre hombres y mujeres.
Una muestra de una civilización que podía convivir con sus deidades sin
despreciar los placeres de este mundo, lejos de lo que vendría después, en los
años de oscurantismo religioso de la Edad Media, en la que se propugnaba que el
hombre estaba en el mundo para sufrir como preparación para la Vida Eterna
después de la muerte. De ahí que en los años del Renacimiento, quince siglos
más tarde de Ovidio y sus coetáneos, los artistas de la época apostaran por
volver a los orígenes grecolatinos, tratando de casar su modo de ver la vida
con la religión de un solo Dios. Y leído a día de hoy “El arte de amar” es una
obra muy interesante para darse cuenta de lo poco que hemos cambiado y de cómo
las mismas pasiones y los mismos remedios que se daban en los años del Imperio
Romano son perfectamente aplicables a nosotros mismos. Porque la Historia
siempre nos demuestra que hay cosas que nunca cambian.
¡Hola!
ResponderEliminarLa Semana Santa la pasé en mi cuidad, donde pude disfrutar de las cofradías y pasos, que son preciosos.
"El arte de amar", lo leeré sin duda. Resulta muy interesante.
Saludos y buen Domingo.
Digamos que Ovidio fue en cierto modo de los consejos que hoy dan revistas como "Cosmopolitan" y similares, porque hay cosas que no cambian y ya en tiempos bíblicos existían similares preocupaciones a las actuales en temas sentimentales. Sólo que en vez de mensajes de Whatsapp, ellos intimaban con mensajes escritos en tablillas, jajaja.
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