En los últimos días he
tenido la oportunidad de leer algunos artículos que me han hecho pensar en algo
tan antiguo como es la crueldad humana, la crueldad que siempre ha existido
entre unos y otros y en la que todos hemos caído en alguna ocasión, ya sea de
forma más inocente o de forma más intencionada. El primero de estos artículos
es una opinión firmada por el escritor Arturo Pérez-Reverte sobre el caso de
una joven que se suicidó tras el acoso al que fue sometida por algunas compañeras
de clase.
Lástima que el escritor
recurra al tono cuartelario, del maniqueísmo de matar o morir, con apelaciones
emocionales baratas para el aplauso populista a la hora de narrar esta
situación. Un tono que me hizo admirarle en mi adolescencia, cuando buscas algo
que te encienda con facilidad y que me fue distanciando con el paso de los
años, cuando fui en busca de otras prosas con más matices y profundidades.
Vayamos ahora a por el segundo artículo, esta vez una información sobre una periodista
que se encontró un curioso aviso en su despacho.
http://www.elmundo.es/television/2015/01/26/54c661e7268e3e08578b4586.html
Lo llamativo aquí no
está en lo que se cuenta, sino en los comentarios a la noticia, cargados en su
mayoría de inquina hacia una chica que hace unos años ya dio que hablar junto a
su hermana cuando aparecieron vestidas de negro en una recepción con el
presidente estadounidense, Barack Obama.
Aquel posado ya fue
objeto de bromas de todo tipo, de esas que vistas hoy suenan a rancio, como
todo el humor sustentado en circunstancias pasajeras, que es de consumo
inmediato y envejece a marchas forzadas (me gustaría saber cómo sonarán dentro
de unos años las humoradas que se hacen de la política y la sociedad de
nuestros días, si quedarán tan trasnochadas como las que yo oía de pequeño
sobre gente como Solchaga, Corcuera, Barrionuevo, Narcís Serra o Roldán, que hoy mucha
población desconoce). El caso es que me ha dado por preguntarme si esa gente
que lea el artículo de Pérez-Reverte y se sienta conmocionada por el caso de
esa chica que se suicidó por no soportar el acoso de sus compañeras se leyera a
sí misma haciendo mofa, befa y escarnio de la hija de Zapatero, cayendo en lo
mismo que le conmociona. Ya se sabe que según como se mire, todo depende.
Creo que todos nos
hemos visto a ambos lados de la barrera en casos como los tres mencionados. A
todos nos ha sucedido que se burlaran de nosotros en el colegio en algún
momento, todos hemos pasado por caer en
un entorno laboral en el que hubiera gente que nos quisiera hacer la puñeta y
todos hemos sido objeto de críticas de otra gente que no nos conoce. Y del mismo
modo, todos hemos caído en ser instigadores alguna vez de esas mismas
circunstancias, cuando nos hemos reído de otros o hemos sido cómplices de las
críticas que apuntaban sobre alguien. Yo recuerdo como el colegio tuve que
aguantar alguna vez las risas de compañeros y compañeras que encontraron
gracioso mi aspecto de gafotas enclenque y también me divertí cuando a otro
compañero le caía alguna colleja porque sí de parte de los malotes o a alguna
chica le llamaban cerda por su aspecto grueso y la forma de su nariz. He vivido
en primera persona el ambiente de las redacciones periodísticas, donde cada uno
es cada uno y hay gente maravillosa y grandes hijos de perra que de cara a los
demás se las dan de buenos y en cuanto el público deja de mirar desprecian
hasta su madre. Y también he sido prejuicioso y he puesto de vuelta y media a
gente a la que apenas conocía y me lo han hecho a mí, experimentando la rabia y
la impotencia del que te condena sin saber de ti, pensando en todo lo que
podrías haber ofrecido a aquel que te ha minimizado de salida.
No recuerdo a quién le
oí decir una vez que todos somos siempre los que fuimos en el patio del
colegio, que es una frase que no olvido por la verdad que contiene. Durante los
años he notado que para mucha gente, hombres y mujeres, he sido un gafotas enclenque
y freak del que burlarse sin motivo, pues mientras trataba de ser simpático me
han ignorado de forma muy poco elegante y maleducada y en algunas ocasiones he
sido testigo indiscreto de lo poco que se me apreciaba, algo que no le
recomiendo a nadie por lo desagradable que es, que te hace sentir cómo se te
escapa la vida. Pero tampoco voy a negar que yo también he participado de las
burlas hacia otros, de aquellos que por el motivo que fuera no eran aceptados
en la manada y se convertían en los bufones involuntarios. He intentado
acercarme a mujeres que me han ignorado y despreciado mis muestras de afecto,
haciéndome la tan odiada táctica del avestruz, de esconder la cabeza hasta que
todo pase, sin contestar ni hacer caso a mis manifestaciones de afecto esperando
que me aburra y lo deje por cansancio. Y también he sido frío e indolente con
otras mujeres que me han querido mejor que las que me han hecho la avestruz (a
aquel que me pueda leer le recomiendo que no lo haga, que pocas cosas hay más
humillantes para el que lo padece, porque si alguien no nos agrada es mejor
cortar por lo sano antes que alargar la agonía) que hablar a alguien que no y a
las que sin embargo, tonto de mí, no he dado el valor que se merecían. Y así
tantos y tantos casos de burlas dadas y recibidas que, en las variantes que
hemos experimentado, forman parte de la memoria emocional de cada uno.
No dejan de ser
experiencias que nos forjan el carácter, del mismo modo que el patio del
colegio nos va formando para lo que veremos luego en la vida adulta. Cuando el
carácter se está confeccionando y aún no tenemos la perspectiva necesaria de
las cosas se dan casos como el de la chica que no aguantó más y se suicidó ante
lo que para los adultos no dejan de ser estupideces adolescentes que en ese
momento, para la gente de esa edad, son lo más importante del mundo. De
nosotros depende dar la importancia debida a las crueldades de los otros y
pensar que en el fondo ellos pueden tener también tener otros problemas aún
peores, como los casos de los niños abusones que tienen padres que a su vez
abusan de ellos. Yo soy bastante autocrítico conmigo mismo y me digo cosas
mucho peores que las que me pueda decir cualquiera, pero me duele que otros no
aprecien lo que puedo dar de sí o que siembren en las mentes de otros una
imagen deformada e injusta de mí. Porque una cosa es que me ponga a parir yo
mismo y otra que lo hagan otros, poniéndome a mal con terceros para quedar
ellos por encima, cuando en la realidad son ellos los que deberían estar por
debajo. Esos que nos quieren rebajar para parecer mejores son siempre los más
peligrosos, porque su envidia ruin nos puede buscar la ruina, como se la buscó
Fernando Mondego a Edmundo Dantés en “El Conde de Montecristo” (un libro que
recomiendo encarecidamente a todos los que no lo hayan leído, por cómo analiza
la condición humana sin perder el sentido del espectáculo).
No quiero terminar sin
poner otro ejemplo de esta crueldad, tantas veces inevitable. En este caso, es
una llamada de una oyente que contactó con el programa “La parroquia”, que
emite Onda Cero en las madrugadas de entre semana. En mi experiencia como
trabajador nocturno he conocido que de noche la gente que no está inmersa en
algún trabajo es la que anda regular de lo suyo, con algún tipo de tara mental
o emocional y mucha de esa gente llama a la radio buscando alguna compañía o
consuelo. En el programa que les comento llamó una mujer a la que enseguida se
le nota que no anda muy bien de la cabeza y que acaba contando peripecias tan
bizarras como descacharrantes. Peripecias de las que los presentadores se ríen
de lo lindo y también los que estamos escuchando, sorprendidos de que pueda
haber gente así. Posiblemente la que llamó no fuera consciente de la burla que
estaba provocando con sus historias y hasta se quedara contenta de que otros se
rieran tanto “con” ella, sin saber que era “de” ella. Pequeñas crueldades del
día a día que, irónicamente, hacen a todos los implicados más felices. Porque
también es necesaria la comedia y que sepamos reírnos un poco de nosotros
mismos y nuestras pequeñeces, que la falta de humor siempre acaba desembocando
en integrismos poco deseables
Dice la RAE:
ResponderEliminarbizarro, rra.
(De it. bizzarro, iracundo).
1. adj. valiente (‖ esforzado).
2. adj. Generoso, lucido, espléndido.
Es cierto que "bizarro" lo suelo usar en el sentido anglosajón de la palabra, para definir lo raro y extravagante, pero en el caso que cito en esta entrada se ajusta bien a la versión española, que tienen telita las cosas que cuenta la mujer
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