El trato humano siempre implica cansancios e
insatisfacciones de algún tipo. Por muy bien que estemos con alguien podemos
tener el resquemor de saber que es un momento que se acabará o de que no pueda
ser tan brillante como el anterior ya vivido, de sentir que la cosa va en
retroceso o que no se va poder llegar al esplendor anterior. Y si los momentos
son malos, el mal trago queda con la posibilidad de volver a ser vivido si la
otra parte es cercana a nosotros por ser un familiar, una amistad o una
compañía de trabajo a la que vemos todos los días.
Digo esto al hilo de una experiencia que me ha sucedido
recientemente en el trabajo, donde he tenido que soportar la burla poco
disimulada de unos estudiantes en prácticas. Yo he sido becario y sé lo que es
pasar por una redacción donde los habituales te miran como si fueras un lerdo
que vienes a perturbar su equilibrio natural, por eso trato de evitar esa
actitud hacia otros becarios. Este verano estoy colaborando con dos chicas y un
chico a los que trato de asesorar ante cosas que para mí son una rutina que
haría con los ojos cerrados y que ellos están aprendiendo a hacer. Pues bien,
ayudando a una de las chicas, ésta de repente se fue al baño sin decir nada por
lo que me volví a mi sitio, con algo de extrañeza. Ya cuando he vuelto a estar
enfrascado en mis cosas, veo que vuelve la chica del baño y dirige una mirada
cómplice con los otros dos becarios, que empiezan a sonreír, mientras ella dice
sin disimulo “ay señor, llévame pronto”. Creo que no hay que ser una lumbrera
para ver que todo ese tinglado iba dirigido a mí, que la chica en cuestión debe
estar bastante harta de mi solicitud y que ya deben haberlo comentado entre
ellos, imagino que acompañado con alguna que otra puya hacia mí. Todo eso me
hizo sentir una indignación inmediata, de las que te hacen subir la mala leche
a toda velocidad, por el desprecio poco disimulado que me estaban haciendo y
por descubrir que allí donde creía estar ayudando en el fondo estaba creando
mofa, befa y escarnio hacia mí. Que volvíamos a los años del colegio y yo era el
pardillo.
Siempre se dice que los niños son crueles y todos hemos
visto en nuestra etapa en el colegio/instituto como entre ellos se dicen sin
sonrojo las peores cosas que se les pasan por la cabeza, a veces acompañadas de
golpes (puede que alguno que lo haya hecho
esté ahora leyendo estas líneas), amenazas y descalificaciones. Y
siempre castigando lo que se considera diferencia, el que más estudia, el que
tiene más peso, el que tiene menos, el más alto, el más bajo, el que tiene más
nariz, cabeza u orejas o el que tiene menos. Lo mejor que se puede ser a esa
edad para encajar es ser común y mediocre, curiosa moraleja. Por no hablar de
los casos de chicas que son insultadas por desarrollarse antes de tiempo o por
tener más masa corporal, que no necesariamente gordura y que se sienten feas y
gordas como si fueran monstruos cuando los monstruos verdaderos son los que las
acosan. Una época en la que hay que lidiar también con los propios cambios del
cuerpo y las exigencias académicas, como una serie de superación de
dificultades a las que hay de tratar de llegar vivo hasta el final, aunque
sientas que nadie te comprenda y apoye sino que quiere meterte palos en las
ruedas para que caigas. Un aprendizaje de la mierda y los gilipollas que nos
encontraremos en los años siguientes.
Y digo todo esto con la suerte de no haber sufrido acosos en
el colegio, porque aunque era gafotas y enclenque tuve la suerte de caer bien a
los que llevaban la voz cantante y me dejaron bastante en paz, pero vi todo lo
que pasaba y en alguna que otra ocasión experimenté la burla de las chicas, a
las que temía por su capacidad de dejarte en ridículo sin mover un músculo.
Recuerdo aquella vez que empezó a correr el bulo de que me gustaba una chica y
ésta cuando se enteró expresó en voz bien alta ante todo el mundo el asco que
yo le inspiraban. Un lío en el que me metieron sin que yo tuviera nada que
ver pero que sin embargo me causó una gran indignación porque aquella chica no
tenía ningún derecho de hablarme así, como el caso que ahora comento.
No ha sido ésta la primera vez que queriendo ser amable con
alguien siento el desprecio, es algo que me ha pasado algunas veces, cuando la gente con la que he tratado me ha visto como alguien atontado y dócil al que se le podía hacer de todo. Ahora me vienen, por ejemplo, recuerdos de mujeres que no me han mirado a los ojos mientras
las he hablado, de pobres excusas para huir de mi lado y de llamadas nunca
atendidas ni respondidas. Mujeres por las que en algunos casos sentía interés
amoroso o simplemente amistoso y que con esa actitud maleducada que ellas
creían conveniente me estaban diciendo que no les interesaba mi compañía. No me
considero una persona pesada y cada vez que he notado estas actitudes me he
apartado de en medio, pero con el cabreo y la impotencia de sentirme tratado
como un pedazo de basura cuando creía poder darles algo bueno. Lo cierto es que siempre es mejor decir las cosas abiertamente
antes que hacer la táctica de la avestruz y esconder la cabeza hasta que todo
se arregle, porque la verdad puede ser incómoda pero es un trago rápido y más
digerible que una indiferencia eterna y que solo origina veneno.
Ahora me he visto con este caso, a medio camino de la verdad
incómoda y la indiferencia venenosa y tras un instante de cabreo y de ganas de
soltar cuatro frescas, recriminando un comportamiento tan lamentable hacia
alguien que va de buenas y trata de ayudar, he decidido no hacer nada, dejarlos
a su bola y no dirigirles más que los saludos de cortesía. Así tendrán lo que
quieren hasta que se marchen a finales de mes y probablemente no les vea nunca
más. En Internet se usa mucho el término de “no alimentar al troll”, de no
andar a la gresca con aquellos que busquen bronca y de ignorarlos y creo que es
la mejor solución para evitar peleas que no van a solucionar nada y que pueden
incluso empeorar las cosas. Todos cometemos gilipolleces o nos comportamos de
forma injusta con alguien y no es sino con la edad cuando se va reduciendo la
crueldad hacia los extraños, cuando vamos comprendiendo nuestras propias
debilidades y acusamos menos a los otros por ellas. Estos chavales tienen una
década para llegar a donde estoy ahora y bastante mierda que tragar por el
camino, para que vayan entendiendo ciertas cosas y quizá algún día se vean en
la misma situación, tratando de ser buenos con alguien que les desprecia sin
merecerlo. Quizá en ese momento se acuerden de esas miradas cómplices que un
día celebraron el desprecio al gafotas friki que les daba tanto el coñazo y que
tanta gracia les hacía. Quizá entonces comprendan este momento de la película "El indomable Will Hunting", que ayudó a que el recién fallecido Robin Williams se llevara el Oscar.
¡Hola!
ResponderEliminarBueno, al menos te puede quedar la satisfacción de haber hecho las cosas bien, y ellos seguramente se arrepientan en un futuro, cuando se den cuenta de que podrían haber aprovechado tu experiencia para aprender. Pero eso es algo que, por ejemplo, pasa mucho en las diferentes etapas escolares: cuando eres jovenzuelo, el maestro te parece casi exclusivamente un ser molesto, y conforme vas creciendo, a veces hasta pasas de los libros por escuchar batallitas del profesor, que seguramente te servirán más en la vida.
En muchas ocasiones trabajo con niños y adolescentes, y noto eso que dices, que quizá piensen que soy cansina, pero más que darme rabia, me hace gracia, por todo esto que comentamos, aunque te entiendo. Eso sí, lo que no hago es poner más interés que el que ellos ponen en lo que ellos mismos tienen que hacer.
Un saludo.
La verdad es que no es la primera vez que me toman por el pito del sereno por ir de buenas y supongo que no será la última, algunos solo muestran respeto de primeras cuando te muestras cabroncete y poderoso y eso no va conmigo, así que asumo que me pasará cuando coincida con cierto tipo de gente a la que ir de buenas les parezca risible.
EliminarTienes razón en lo de los maestros, también he sido de los que se ha reído de ciertos profesores, en algunos casos por querer formar parte del grupo y en ocasiones porque de verdad me resultaban cómicos por algún detalle y ahora entiendo lo incómodo que se puede hacer. La verdad es que lo mejor es no dejarse derribar y seguir adelante, porque lo que a unos les parece ridículo a otros les interesa mucho y al que tenga un poco de sentido común al final le pesa más el que le aporta algo que el que solo hace el bufón.
Un saludete