Wes Anderson es un director que con los años ha creado un estilo propio muy reconocible. Todos sus filmes son una especie de cuentos para adultos caracterizados por temas recurrentes: el colorismo, personajes estrafalarios y bizarros, vestidos con una vestimenta muy característica que llevan durante todo el metraje, todo ello envuelto en grandes dosis de humor absurdo y ocasionales momentos dramáticos. A Anderson le gusta además construir los planos como si fueran viñetas, con una composición llena de pequeños detalles, que refuerza la sensación de cuento de todas sus obras. El cine de este realizador gusta o repele, no admite opiniones muy moderadas y yo me incluyo entre los que le aprecian, habiendo visto casi toda su filmografía. Siempre recordaré ese momento en el que vi por primera vez una película suya, hace más de diez años, con motivo del estreno de "Los Tenenbaums. Una familia de genios", de la que había leído buenas críticas y que contaba con actores conocidos. Vi aquella película en una sala totalmente vacía y ahí fui consciente de que su cine no era para todos los gustos y de que a mí me interesaba bastante, siendo un fiel espectador desde entonces ("Academia Rushmore", "Life Aquatic", "Viaje a Darjeeling", "Fantástico Mr. Fox" y "Moonrise Kingdom"). El propio Anderson parece de hecho un personaje más de sus películas, siempre vestido impecablemente con colores muy vivos y de semblante distraído.
Ahora Anderson vuelve a las carteleras con "El Gran Hotel Budapest", una historia para la que dice haberse inspirado en los escritos del escritor austriaco Stefan Zweig, que retratara en su momento la decadencia de la Europa clásica con el fin de los imperios históricos tras el final de la Primera Guerra Mundial y la llegada de los fascismos que desencadenarían la aún más violenta Segunda Guerra Mundial. Pero a Anderson el aspecto político y social no le interesa tanto como simple contexto para construir una trama acorde a sus fetiches habituales, ya reseñados.
La película comienza con hasta tres rápidos flashbacks en sus primeros minutos para mostrarnos a una joven que se dispone a leer un libro de un famoso escritor y fallecido. Entonces la historia se retrotrae a los años 80, donde el escritor ya en edad madura (Tom Wilkinson), recuerda un encuentro de juventud que tuvo en los años 60 (siendo Jude Law en su versión más juvenil) en el Gran Hotel Budapest, ubicado en las montañas de Zubrowka (un país imaginado por el director, inspirado en Austria) con el millonario Zero Moustafá (F. Murray Abraham). Mustafá le contará las aventuras vividas en los años 30 de Gustave H (Ralph Fiennes), un legendario conserje del Gran Hotel Budapest y su relación con el chico del vestíbulo (Tony Revolori), con quien entabla amistad y convierte en su protegido. Ambos se verán envueltos en la muerte de una rica anciana (Tilda Swinton) y en una batalla que enfrentará a Gustave con los miembros de su familia por obtener la herencia.
Los primeros minutos ya prometen que vamos a ver una buena película, con una excelente puesta en escena de Wes Anderson, tan poco realista (insertando planos de miniaturas para simular los parajes de Zubrowka y el propio hotel, que por fuera parece una casita de muñecas) como efectiva (el meollo de la película es un triple flashback, con saltos temporales insertados de manera clara y precisa). El resto de la película no decepciona y es una ágil mezcla de cine de intriga y aventuras, salpicado con los personajes estrafalarios (la novia del chico del vestíbulo, la estupenda Saoirse Ronan, es una chica que tiene una mancha en la cara con la forma del mapa de México) y el humor absurdo marca de la casa, que le da a la película el adecuado tono de farsa sin caer en el ridículo.
La película es un desfile de actores conocidos por el público medianamente cinéfilo, algunos habituales en el cine de Anderson (Bill Murray, Owen Wilson, Jason Schwartzman, Edward Norton, Willem Dafoe o Adrien Brody) y otros primerizos en su colaboración con el director, muchos de ellos con roles breves y cumpliendo adecuadamente con su labor. Pero uno destaca por encima del resto y ese es Ralph Fiennes, que con su Gustave H. borda una de las grandes interpretaciones de su carrera. Ese conserje exquisito, pedante, amanerado y gerontófilo, vestigio de un mundo condenado a desaparecer, es uno de los papeles que siempre se recordarán cuando se repase su trayectoria.
"El Gran Hotel Budapest" es una película excelente que gustará a los fans de Wes Anderson y puede que consiga cautivar a alguno de los que miran con precaución su cine, por considerarlo material de consumo para modernillos y hipsters (entre quienes Anderson tiene mucho predicamento, cierto es). Esta vez la sala a la que acudí estaba casi llena y la gente disfrutó bastante, sin haber muchos modernillos por allí sueltos (o al menos no lo parecían). Sea como fuere, tampoco quiero llevar a engaños, porque Anderson es más un director de culto, de los que gustan de hacer un cine más personal, sin estar pendiente de la mayoría. Así que si se va a ver una de sus películas buscando un "Resacón en Las Vegas", lo más probable es salir decepcionado. Si no, se disfrutará con la deliciosa narración, animada por una obra sonora del siempre magnífico Alexandre Desplat.
Otro director que empezó desde la esfera más independiente y que se ha ido ganando un cierto prestigio es Jason Reitman (hijo de Ivan Reitman, director de "Los incorregibles albóndigas", "El pelotón chiflado" o "Cazafantasmas") y que en su carrera ha seguido pasos muy diferentes a los de su padre, con películas de tono más cotidiano y que mezclan comedia y drama. Confieso que no me dieron muy buena impresión sus dos primeras cintas ("Gracias por fumar" y "Juno"), por ese aire autosuficiente que tenían, de ser películas encantadas de conocerse y de la (presunta) originalidad de sus diálogos, con algo de síndrome adolescente de pontificar y concluir sobre todo cuando aún se está empezando a vivir. Fue la espléndida "Up in the air" el punto de inflexión en mi interés por Reitman, al ver a un cineasta que parecía haber madurado viendo su acierto a la hora de mostrar diversas miserias humanas y su posterior (y también excelente) "Young adult" confirmó esas buenas sensaciones, formando ambas películas un curioso programa doble sobre unos personajes protagonistas que se creen los reyes del mambo hasta que se dan cuenta de que no son más que una gota de agua en el océano. "Una vida en tres días" es su nueva película, donde vuelve a insistir en una constante de su filmografía, a la hora de mostrar personajes inadaptados a la realidad que les rodea.
"Una vida en tres días" cuenta la historia de Henry Wheeler (Gattlin Griffith), un niño de 13 años que se esfuerza por ser el hombre de la casa y cuidar de su solitaria madre (Kate Winslet) en pleno torbellino de la adolescencia. Un día ambos conocen a un hombre necesitado de ayuda (Josh Brolin), que les convence de que le lleven a casa, donde descubren que es un convicto fugado. Ese fin de semana les marcará para el resto de sus vidas.
La película está basada en un novela de Joyce Maynard (publicada en España con el título de "Como caído del cielo"), una escritora que fue amante del misterioso JD Salinger (autor de "El guardián entre el centeno") en su juventud y que dio en su momento algunos detalles sobre la naturaleza de un escritor que decidió marcharse a un pueblo perdido para que le dejaran en paz tras lograr la fama. El título original de la novela y de la película es "Labor Day" (Día del Trabajo), que en Estados Unidos suele marcar el final del verano al celebrarse allí el primer lunes de septiembre y ese sentimiento melancólico y todavía caluroso de final de verano es el que preside la historia.
Kate Winslet es Adele, una mujer que desde su divorcio no ha levantado cabeza y vive presa de una gran tristeza que le impide salir de casa más que a lo estrictamente necesario, haciendo todas sus labores con manos temblorosas. Su hijo está dejando atrás la niñez y comprende el sufrimiento de su madre, que ella trata de ocultar, por lo que trata de ser el hombre de la casa sin mucho éxito, dada su temprana edad. Será entonces cuando se topen con Frank, un preso a la fuga que acabará desempeñando curiosamente esa labor de padre y marido ausente, porque Frank tiene también un pasado doloroso del que quiere huir. La extraña química que acaba desatándose entre estos personajes es lo más llamativo de la película. Adele no ha sido tocada ni observada por nadie durante años, para ella los hombres no significan nada. Será un recluso quien entienda todo lo que esconde esa mujer y ella verá en él a un hombre en el que confiar, una figura paterna para el joven Henry, que también empezará a descubrir lo que implica el amor.
Reitman filma a sus tres protagonistas con cariño, acompañando al espectador en la peripecia de estas almas a la deriva que tratan de crearse un mundo a su medida, lejos de las presiones y convenciones del mundo exterior. Lástima que en ocasiones caiga en algunos recursos pobretones (los repetitivos flashbacks del pasado de Frank, que podrían haber sido despachados en una sola vez de una manera mucho más emocionante o los momentos de suspense que pueden funcionar la primera vez que se ve la película, pero que naufragan a la segunda), impropios del fino saber hacer de sus últimas películas. Unos fallos que convierten una película que podría haber sido excelente en simplemente buena.
Entre sus tres intérpretes cabe destacar a Josh Brolin, el miembro del reparto de "Los Goonies" que mejor ha soportado el paso del tiempo y que tras unos años en los que parecía otra vieja gloria condenada al olvido ha sabido reciclarse como actor de carácter y fuerte presencia, algo que le viene de perlas para su papel de tipo duro con corazoncito. Creo que se desenvuelve mejor en su papel que una Kate Winslet que cumple, pero que ha estado mejor en otras ocasiones.
Todo ello para una historia que tiene algo de los relatos de Stephen King sobre la iniciación a la vida en un entorno rural puramente yanqui (aquí un pueblecito de New Hampshire) y que se deja ver, siendo coherente con el universo de su autor, aunque un poco por su debajo de sus precedentes.
La única peli que he visto de ese señor es "Moonrise Kingdom". Me moló bastante la primera vez que la vi, pero me aburrió mucho cuando intenté volver a verla.
ResponderEliminarSobre la segunda, el argumento suena como a mezcla entre "Un mundo perfecto" y "Mud".
Ese es uno de los peros que se le suelen achacar a Anderson, un cierto encorsetamiento en sus películas, algo que está más acusado en determinadas ocasiones (como en "Viaje a Darjeeling", que me parece su peli más fallida) y que creo que en ésta ha sabido superar con nota.
Eliminar"Mud" no la he visto todavía, pero sí que tiene algo de la peli de Eastwood en la figura de ese preso fugado que acaba siendo figura paternal y más "legal" que los que cumplen la ley
¡Hola!
ResponderEliminarMe tienta mucho la de “El Gran Hotel Budapest”. Del director sólo he visto “Fantástico Mr. Fox”, y me pareció sorprendente, graciosa e incluso un poco inquietante.
A mí “Juno” sí me gusta porque, de algún modo, me inyecta optimismo, pero es totalmente cierto lo que dices, que es una película que “se cree” guay del Paraguay. ¿Desde cuándo una niña de dieciséis años está de vuelta de todo?
Un saludo.
No sé si él mismo habrá llegado a manifestarlo alguna vez, pero el cine de Anderson tiene influencia de la literatura de Roald Dahl ("Matilda", "James y el melocotón gigante"), en el tono con el que aborda a ciertos personajes y tramas, así que parecía lógico que acabase adaptando uno de sus relatos en la de Mr. Fox. En esta última dicen que la trama parece sacada de un libro de Tintín y muchos la han alabado por ello y curiosamente Anderson ha dicho que apenas ha leído algún tebeo de Tintín en su vida.
Eliminar"Juno" es el ejemplo perfecto de peli modernilla/hipster que encanta a los miembros de esa tribu (que como bien dices se creen guay del Paraguay) y pone de los nervios a los que no quieren pasar por ahí.
Un saludo